“Pueden venir cuantos quieran, que será tratados bien, los que estén en el camino, bienvenidos al tren” cantaban hace más de cuarenta años Charly García y Nito Mestre. Es probable que en esa época no supieran de las controversias que traería la idea de compartir medios de transporte. Porque sin importar si la propuesta de Graciela Ocaña de hacer vagones exclusivos para mujeres como forma de evitar el “apoye” llega a buen puerto, ella misma actualizó las discusiones acerca del acoso. A una semana de la ya emblemática #NiUnaMenos, todo parece indicar que esto recién empieza y sus derivaciones pueden ser inesperadas. La primera reacción, especialmente en las redes, fue de rechazo. Incluso las mismas banderas que hace una semana exigían “no nos maten más”, el miércoles 8 de junio reaccionaron con indignación. Con el argumento de que la solución no era aislar a las mujeres sino educar a los hombres, se armó una especie de bola nívea. Una bola hecha de corrección política, antecedentes históricos pero, especialmente, de reafirmación femenina. Ninguno de los argumentos cuestionaba, y es probable que sigan sin hacerlo, la máxima de que todas las  mujeres son víctimas de acoso y todos los hombres son acosadores potenciales.

mujeres-en-ciudad-de-mexico-luchando-contra-acoso-sexual-1462844031

Construyendo un discurso totalitario acerca de lo que hacen “unos” sobre “unas”, se confirma que la violencia es casi un problema biológico.

Un razonamiento parecido había resonado alrededor del #NiUnaMenos cuando por junio de 2015 muchos hombres salieron a pedir perdón por su condición masculina.  Así, al naturalizar el estado de cosas, no hacían más que confirmar que el pedido de “no nos maten más” era universal, pero especialmente era una situación de hecho que había que revertir. No es necesario aclarar que los feminicidios existen, existieron y lamentablemente seguirán existiendo, así como también los eufemismos alrededor de esas muertes catalogadas como crímenes pasionales y la sospecha sobre la víctima, pero eso no hace más que correr las preguntas de lugar. Porque construyendo un discurso totalitario acerca de lo que les hacen “unos” sobre “unas”, sólo confirma que la violencia es casi un problema biológico.

ni-una-menos

Ezechia Marco Lombroso, más conocido como Césare Lombroso, elaboró una teoría sobre la criminalidad asociada a factores genéticos.

A fines del siglo XIX, el médico Ezechia Marco Lombroso, más conocido como Césare Lombroso, elaboró una teoría sobre la criminalidad asociada a factores genéticos. Pero esta lógica ya estaba presente desde muchos siglos antes: los comienzos del capitalismo habían sentado el precedente. Separando a la razón de la materia comenzaban, allá por el siglo XVI, a elaborar un tipo de conocimiento que no sólo permitía generalizar, ir del caso singular al tipo general, sino prever acciones. De pronto, la naturaleza se convirtió en un libro que era necesario saber leer. No sólo para comprenderlo sino para adelantarse a los posibles efectos indeseados. Y como el cuerpo había quedado del lado del objeto, era cuestión de tiempo para que sus conductas, no sólo las efectivas, sino las posibles, pudieran ser previstas. Michel Foucault llamó anatomopoíìtica al estudio del cuerpo en sus capacidades individuales. Alertando sobre sus límites y potencialidades permitía elaborar toda una técnica disciplinaria puesta al servicio del trabajo, especialmente el fabril. Más tarde acuñó el término biopolítica para referirse al estudio de las poblaciones, sus movimientos demográficos y sus formas de nacer, reproducirse y morir. Un saber sobre la vida que permitía regular y ajustar las conductas, pero especialmente corregir posibles desvíos, aún antes de que estos sucedieran. La ficción también aportó lo suyo: el relato de Phillip Dick “El reporte de la minoría”, escrito en 1956, y llevado al cine en 2002, insistía en la necesidad de elaborar un tipo de conocimiento que se adelantara a las conductas indeseadas.

subte-lleno

Insistiendo en que no se trata de aislar a la víctima de su victimario, sino de educarlo para que no cumpla con su destino genético, se reafirma una nueva eugenesia social.

A comienzos del siglo XX la eugenesia ya se había ganado su lugar como la ciencia que investigaba los modos de mejorar la especie, insistiendo en factores genéticos determinantes en la conducta, pero especialmente en las potencialidades. No hace falta recordar que fue el nazismo el que mayores aportes hizo a la disciplina y, por esa misma razón, el que ocultó, con su derrota, sus avances en el campo. La segunda mitad del siglo XX reformuló sus supuestos reemplazando términos (donde decía “raza” puso “etnia”, etc.) pero hizo especial hincapié en elaborar conceptos como “culturas”, “subculturas”, “tribus urbanas” y todo lo que caracterizara la multiplicidad de posiciones a la hora de analizar grupos sociales. Resulta un tanto paradójico advertir que son estas mismas tendencias las que, aún sin intención, reactualizan las mismas teorías que habían rechazado. Y lo hacen cada vez que parten del supuesto que los hombres “tienden” a acosar y que las mujeres “tienden” a soportar la situación. Así, generalizando una situación, no hacen más que reafirmar aquello que sostenía que las conductas están en la naturaleza y, por eso, la cultura tiene la función de revertirlas, aún antes de que sucedan. Insistiendo, en los lugares políticamente correctos, que no se trata de aislar a la víctima de su victimario, sino de educarlo para que no cumpla con su destino genético, se reafirma una nueva eugenesia social.

sin pantalones

Habrá que cuidar que ninguna de las pasajeras porte genes masculinos que puedan desatar la violencia al interior del vagón…

Después de todo, cuando se pide “más educación”, ¿no se está exigiendo revertir conductas indeseadas? Porque aún cuando la base de esas conductas fuera un tipo de educación histórica que ha naturalizado la violencia masculina sobre las mujeres, es la generalización lo que obtura algún tipo de pensamiento crítico. Cuando el discurso sobre la agresión, el apoyo o el abuso se sostienen en la “condición de ser mujer”, entonces no queda otra opción que encerrarse para evitar el zarpazo de la bestia. Y entonces sí, cerrando la puerta del vagón desde adentro, decorándolo con artificios femeninos y apoyando la carterita sobre la falda, las mujeres pueden volver a disfrutar de su condición a fuerza de pancartas y pedidos de disculpas. Sólo habrá que cuidar que ninguna de las pasajeras porte genes masculinos que puedan desatar la violencia al interior del vagón…//////PACO