El poeta Alberto Hidalgo Lobato nació en Arequipa, el 23 de mayo de 1897. Wikipedia dice, de forma rústica, que “fue el primer poeta peruano con vocación y voluntad vanguardistas, después de Vicente Huidobro.” Hoy sabemos que tuvo un paso por el aprismo, que estudió medicina y que a principios de los años 20 se mudó a Buenos Aires donde comenzó una tarea de editor y escritor que acompañó la efervescencia de la época. Publicó relatos en Caras y caretas, frecuentó salones y creó revistas. Algunas de sus obras de teatro se perdieron. Con un joven Jorge Luis Borges y Vicente Huidobro participó en la redacción del Índice de la nueva poesía americana, que apareció en 1926. Unos años más tarde se dedicó con esmero a la divulgación de Freud y el psicoanálisis. Entre muchas otras obras, en 1945, publicó una Oda a Stalin y en 1957, su única novela, titulada Aquí está el anticristo. Murió en Buenos Aires el 12 de noviembre de 1967.
En 1937, Hidalgo publicó un ensayo con aires de memoria, Diario de mi sentimiento, donde revisaba esas primeras vanguardias del siglo XX. En ese libro incluye una carta breve que le envió a Borges. No está fechada pero el libro se ocupa de los años del 22 al 36, así que podemos imaginar, sin problemas, ese Borges al que va dirigida la carta. El acercamiento a Almotásim, que inaugura al cuentista, es del 1936, así que, en esos años, Borges era un joven poeta, periodista y ocasional ensayista.
La carta empieza así:
“Querido Borges:
Voy a refrescarle la memoria. Hace unos meses, varios, muchos, una noche, pasadas las 24, frente a la Confitería del Molino, Ud. tuvo un breve apuro. Quería acompañar a una amiga hasta su casa, en Villa No Sé Cuántos. El automóvil costaría, según sus cálculos, 3 o 4 pesos. Como Ud. no tenía ninguno, yo le presté diez. De modo que Ud. pudo irse con la chica, solos los dos, y juntos, dentro del auto y bajo la noche. Y de seguro que no pasó nada. ¡Nunca pasa nada entre Ud. y una mujer!”
El hecho narrado es verosímil. La locación parece bien elegida. La Confitería del Molino funcionaba en esos años como punto de reunión para intelectuales y bohemios que estaban cerca de Avenida Corrientes pero, al mismo tiempo, marcaban cierta aristocrática distancia. Con pocas palabras, Hidalgo define la escena. Los diez pesos prestados, Borges dentro del auto, con la mujer, de madrugada. Pero a esa situación exitosa, Hidalgo la demuele con dos oraciones: “Y de seguro que no pasó nada. ¡Nunca pasa nada entre Ud. y una mujer!” La primera es una sospecha. La segunda, una afirmación categórica y con signos de exclamación.
Después sigue una escena en la que Borges, esta vez en Royal Keller, paga la cuenta con un billete de diez y se excusa frente a Hidalgo. Es todo lo que tiene. Pero enseguida promete: “El miércoles cobraré un artículo en La Prensa.” Hidalgo agrega estos dos párrafos:
“No volví a verlo. Desapareció de la tertulia y olvidó la cuentecilla, no obstante de haber cobrado, de seguro, varios artículos en La Prensa. Ahora bien: desde hace algún tiempo, todo lo que usted escribe me parece malo, muy malo, cada vez peor.
¡Ud. con tanto talento, escribiendo puerilidades! ¡No puede ser! Temo que mi juicio adolezca de parcialidad, a causa de los diez pesos que me debe. Páguemelos, querido Borges. Quiero recobrar mi independencia. ¡Concédame el honor de volver a admirarlo!”
Así las cosas, el poeta peruano le propone a Borges una solución superadora al dilema de la deuda transformada en diferencia literaria. En la carta, le dice que vaya a una librería, compre unos libros por valor de diez pesos y se los mande por correo. Y señala: “Los libros que, a su juicio, yo deba leer y los cuales –imagino– no serán los suyos. Nada más. Eso será suficiente para que pierda mi carácter, horrible, de acreedor.”
Cuando pensamos en el Borges de esos años –muy bien trabajado por la academia– no lo asociamos a Hidalgo. El peruano sería, como mucho, un actor secundario, una figura más entre todos los personajes que entraban y salían, esos años, de los salones y lecherías porteñas, los banquetes, arrabales y redacciones de Buenos Aires. Al mismo tiempo, imaginar a Borges como un tímido, un pagafantas, un impotente, resulta bastante más fácil que verlo como un deudor.
Para la cultura letrada argentina actual, Borges es el lector universal, el escritor central, que, en pleno poder de sus capacidades creativas, usa la biblioteca occidental –y parte de una mítica biblioteca oriental– como quiere, disponiendo de lo que se le antoja, desarmando y armando versos y tradiciones, narraciones y acertijos. Es, lo sabemos, un autor de operaciones. Sin embargo, la deuda aparece ligada, en la carta de Hidalgo, a la inoperancia erótica. Borges quiere, pero no puede y encima se endeuda. La ironía de Hidalgo es muy fina cuando le pide que salde la deuda con libros. Faltaba que acotara: “de eso usted sí sabe.” Quizás deberíamos prestarle más atención a este Borges endeudado en una Argentina que desde su origen y sistemáticamente vuelve a tomar deuda con organismos de crédito internacional.
En 1976, Borges es invitado al programa A fondo de la televisión española donde lo entrevista el periodista murciano Joaquín Soler Serrano. Volvería a ser entrevistado para el mismo programa en 1980. Ambas emisiones pueden verse en YouTube. Hay mucho para decir sobre esa primera entrevista. Ahora me interesan apenas un comentario y una réplica. Soler Serrano dice: “Lo han acusado de ser un hombre frío, maestro.” Y Borges responde: “Falso. Soy desagradablemente sentimental…” El oxímoron suena bien, de acuerdo, pero ¿quién lo acusaba? ¿Desde dónde llegaba esa acusación? Los años 60 habían traído el rock, la píldora anticonceptiva, la contracultura y la expansión, al mismo tiempo, de la televisión, el cinemascope y la Revolución Cubana. Y como dijo alguna vez Rafael Cippolini, en los años 70 todavía operaban los 60. Para el momento de la entrevista, España ya había incorporado eso que luego conocimos como el Boom de la Literatura Latinoamericana, donde el cuerpo –tanto en su dimensión erótica como lacerada– era protagonista. ¿Le disputaba y le ganaba el cuerpo su lugar de atención al sentimiento? Entiendo que ese es el frío del cual se acusaba a Borges. No un frío ligado a la matemática literaria, sino un termómetro cerebral, anacrónico, algo polvoriento, que solapaba esa sorprendente dimensión cálida, tropical, epidérmica y pulsional, algo atolondrada, de lo que se escribía y leía en ese momento. En este sentido, al comentario sobre la frialdad, Borges podría haber contestado: “cierto, soy desagradablemente sentimental…”
Hidalgo, en tanto que aventurero, estrafalario y pasional, nunca podría haber sido acusado de destemplado. Para muestra vale la carta citada y un párrafo del libro que la incluye: “He sido, soy siempre, ante todo y sobre todo, un escritor beligerante. Me pasó la vida preguntando contra qué o contra quién se puede escribir, pues entiendo esa manera como la más adecuada para escribir a favor de alguien o de algo. Esta mi beligerancia, de la que no quisiera desposeerme nunca, da un tono especial a mi producción, levantando mis adjetivos como aristas incómodas.”
Parafraseando la escena central de la carta, la Argentina se endeuda en dólares para acompañar una mujer –la clase media– a su casa en Villa No Sé Cuántos, de noche y en un auto. Pero, invariablemente, los dólares se fugan. Nunca pasa nada y la deuda siempre queda. La salida, con sorna y a decir de Hidalgo, parece ser pagar con libros. No es la dirección que llevamos en la actualidad, pero a futuro, tal vez podríamos comenzar a cuestionar también esa tradición nacional e intentar evitar esa recurrente y amarga forma de ser desagradablemente sentimentales.////PACO