Música


Un viaje al lado oscuro

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Si la Luna muestra siempre la misma cara hacia el planeta, esto se debe a un efecto llamado gradiente gravitatorio, y que tiene su origen en la gravedad que actúan en planetas y satélites. Pero es el planeta Tierra que ha frenado completamente a ese cuerpo celeste destinado a repetirse. En cambio las ciudades son artefactos complejos, inestables, aunque son también lugares de libertad, creación y entretenimiento. En ellas se encuentra toda la energía y el talento del ser social. Sin embargo, son suelos frágiles con peligros de ruptura y desorganización. En este marco intervienen estrategias, intereses y una perspectiva histórica que se debate no solo por simple arqueología sino por las enseñanzas que de ella se pueden recibir.

Repasando un poco la historia, que mañana, 1 de marzo, cumple 50 años, la vida moderna de los años ´60 había desilusionado a la generación que creció durante la posguerra. Demasiados siglos de muertes y algunos sobrevivientes establecieron un desequilibrio que había que desandar en la década siguiente. Pero resultó ser que los ´70 no fueron mejores, y con los Beatles ya separados, habían quedado piezas esparcidas y había que volver a empezar. Un silencio torrencial atravesaba las ciudades en un presente desolador. El sueño dorado de un mundo mejor estaba en plena desintegración y una de las bandas dispuesta a hacer ese rescate que parecía imposible fue Pink Floyd, que, desde su lado más oscuro y lascivo creó una nueva forma de pensar y sentir.

¿Existe un lado oscuro de la luna? Para entender The Dark Side of the Moon quizás haya que adentrarse en al álbum anterior de la banda oriunda de Londres, Obscured by Clouds (1972). Allí están los primeros destellos de un destino. Sus canciones son más serias y elaboradas, se nota un cuidado distinto en sus arreglos, hay un tratamiento en el estudio de grabación más específico y directo, con piezas más cortas y una clara sensación de compromiso y personalidad. Estas características hicieron, aun sin saberlo, un cambio de rumbo hacia todo lo que vendría después. Desde la psicodelia de sus comienzos y con un Syd Barrett ya en progresiva pérdida del control mental, Pink Floyd partió hacia su gloria tangible. Así quedó entonces la formación definitiva con Waters/Gilmour/Wright/Mason. Desde allí comenzaron a sembrar su camino al éxito. Pero esa nunca fue la única meta de la banda.

Lo crucial aquí es entender que en este disco hubo ambivalencias, algunos desacuerdos y la eterna lucha de impulsos opuestos entre sus integrantes. En palabras de Roger Waters: “Para ese disco pensamos que podríamos hacer algo sobre las presiones que personalmente sentimos que nos llevan a ir demasiado lejos. La presión de hacer mucho dinero, el tema del paso del tiempo yéndose tan rápidamente; las estructuras de poder organizadas como la iglesia o la política; la violencia, la agresión. Es una versión musical de ese cliché: Hoy es el primer día del resto de tu vida. Habla acerca de la ilusión de trabajar por metas que pueden convertirse en engaños.”

En cuanto a las letras había un cambio de paradigma en Waters como protagonista principal. “Quise hacer algo definitivo. La gente siempre malinterpretaba mis letras, así que pensé que era tiempo de hacerlas tan directas y específicas como sea posible.”

La dinámica de grabación en los estudios Abbey Road fue bastante ordenada entre ellos. El flamante ingeniero de grabación lo recuerda así: “Se pasaban días enteros para lograr sonidos y trabajar los tiempos”, recuerda Alan Parsons. “En realidad pienso que pasaron menos tiempo en esos sonidos que en discos previos, así que esto da una idea de lo que era una sesión de Floyd. Eran perfeccionistas al máximo, aunque se grabó todo de una manera muy simple. El álbum suena más complejo de lo que en realidad es. Solo hubo algunos desentendimientos en la mezcla final.” Lo cierto es que los temperamentos se alteraron demasiado, así que fue necesario llamar al ingeniero Chris Thomas, que había trabajado en el Álbum Blanco de Los Beatles, para equilibrar posiciones sobre lo que quería cada uno y el resultado fue satisfactorio para los cuatro miembros de la banda.

Pero las reiteradas obsesiones de Waters acaparaban todo. “En esa época teníamos la sensación de habernos vuelto más viejos, y que no éramos una banda pop. No éramos nada en realidad.” Waters estaba obsesionado con la idea de que perdemos mucho tiempo con comportamientos habituales sin siquiera cuestionarlos, dejándonos expuestos a la locura una vez que entendemos que en realidad no logramos que nada calme nuestro dolor. “Pasé una gran parte de mi vida –hasta que tuve 28 años- esperando que mi vida comenzara. Pensé que, en cierto punto, que mi verdadera vida podría empezar. Si tuviera que vivir de nuevo esa etapa de mi vida preferiría vivir el lapso entre los 18 y 28 años sabiendo que eso sería así, que nada ocurriría repentinamente, que el tiempo pasa, que sos lo que sos, y que hacés y lo que hacés”, reflexiona Waters.

Su estilo experimental generó no solo la reflexión sonora y lírica de la época sino también el desafío de hacer meditar a una generación en la soledad de un cuarto oscuro. Su música sin parámetros, su belleza cruel en cada una de las canciones sin cortes, significaron la agonía de una generación frente a una nueva banda de sonido. Ese vacío tan fulgurante como inmortal estableció las bases para que Pink Floyd creara no solo un nuevo sonido, sino un concepto como expresión artística. Esta vez fue la lucidez de Roger Waters, como absoluto responsable lírico y alma creativa, el que le hizo dar un salto exponencial a la banda.

El nombre del álbum surgió como una especie de refugio necesario, de un alejamiento del agobio que representaba las presiones de todo estrellato ulterior. Con este disco la música interrumpió todo lo demás y se detuvo por un tiempo a contemplar el material que tenían entre manos, como un nuevo elemento que deberían identificar con su presente.

En este caso, tanto la ilustración, como el título y las canciones, tienen un propósito: insinuar, desactivar cualquier realidad como verdad. El lado oscuro de la luna es también el lado oculto del hombre, ese que no se le quiere mostrar a los demás. En esta combinación entre el hombre y la sociedad se agotan todos los entendimientos en pleno estado de ebullición. Aunque aún faltaba esa pared que separara a la banda de su público, su semilla inicial se puede vislumbrar en este disco. También desagotar del todo la locura y llegar a un lugar adonde no se había llegado nunca. Desafiar el tiempo y el espacio en pos de una obra rupturista. Iniciar un viaje mente adentro.

El fondo negro de la tapa y los colores del arco iris adelante creada por Storm Thorgerson, reflejan el agotador intento por un mundo mejor y las esperanzas siempre vigentes a la vez. Una sociedad sin salida, entregada a un capitalismo cada vez más salvaje y del todo omnipresente. Ese prisma, es también mirado como una pirámide, con toda su carga subliminal. Actúa como yuxtaposición, pero también como obstáculo del hombre en una sociedad siempre adversa. Un destino deforme, con sus miserias y debilidades en un planeta cada vez más injusto y competitivo. También se trató de fundar un mundo de nuevo en plena decadencia, ahora en manos de los hijos de la guerra, aquella masacre que cambió el siglo XX para siempre. Es un álbum sobre la esperanza y el temor. The Dark Side of the Moon es, sobre todas las cosas, un viaje al interior de la propia locura del hombre, con todos los riesgos que ello implica.

Incluso el primer acorde de una canción de Pink Floyd es suficiente para captar toda su grandeza. Una pieza única, un disco que esta vez se atreve a cumplir 50 años. ¿Qué significa eso? Es tan poco. En The Great Gig in the Sky, hay unos compases de piano, un intervalo sugerente, una luz que atraviesa un prisma igual que una pirámide de Egipto y ahí surge que cualquier palabra para describir esa canción sería en vano, solo cuentan los oídos. Esa música con ese grito de una mujer entra directo al corazón y las lágrimas saltan de los ojos como dos pájaros asustados. Y al mismo tiempo hay algo que se eleva y aun así se puede describir y buscar entre las partículas despedazas de un mundo real. Luego llega el desliz de la guitarra que abre nuevos escenarios entre llanuras y vertientes y está todo ahí, donde todo comenzó. Entonces se escucha a esa voz que dice “no tengo miedo a morir” seguido de la melodiosa canción de una mujer que bajó a la Tierra solo para ese grito, esa canción. Y ya no se piensa en nada mientras alguien se traslada al otro lado del espejo, un ser oscuro y seguramente más inseguro. Las palabras apenas volvieron, el abecedario se volvió a armar para construir esa pieza, pero ellas no importan demasiado, aun no alcanzan para describir. Una canción apreciada sobre todo por su combinación de música y voz, clima y muerte, abandono y eternidad, una simbiosis de todo lo efímero e inalcanzable. Atravesar su Génesis, desentender el mundo. Sin dudas Pink Floyd logró capturar la esencia de la humanidad con este álbum. Representar la muerte en una canción es una hazaña en sí misma. Es algo que la teología ha tratado de hacer durante miles de años, pero a diferencia de los humanos, la música no se puede corromper.

Alan Parsons había trabajado con la cantante Clare Torry y había quedado impresionado. “Ella tuvo una vaga orientación de parte de Waters en el estudio, quien movía sus manos hacia arriba y hacia abajo llevándola hacia un crescendo, o bajándola a un pianísimo suave. Creo que ella sintió todo esto un poco intimidatorio. Ahí estaban estos hippies pelilargos pidiéndole que cantara un tema sin palabras sobre la muerte”. Luego de tres tomas, Alan Parsons armó una interpretación con las mejores secciones en un master y llamó a la banda para una audición. “Quedamos shokeados”, recuerda David Gilmour. “Era muy diferente para Pink Floyd, muy jazzero de alguna manera, pero emocionante.”

Money” es una obra maestra de la edición. “Fue una locura grabarla”, recuerda Gilmour. “La sala de control con cintas, máquinas y micrófonos por todos lados”. Una vez en vivo “la gente solía estar quieta y en silencio mientras tocábamos”, dijo David Gilmour durante la gira americana del disco. “Podías escuchar caer un alfiler. Pero repentinamente movilizábamos a las masas y las letras eran comprendidas universalmente y la gente gritaba, cantando al ritmo de “Money”. Nuestra música nunca será igual, nunca tan experimental. De alguna manera es una lástima, pero siempre ganás y perdés un poco en todo.”

Richard Wright dijo: “Realmente no sé por qué ese disco significa tanto para la gente. Parece que estaban esperando que alguien hiciera ese álbum, y por suerte lo hicimos nosotros.”

La vigencia de The Dark Side of the Moon aun hoy es una obstinación intimidante, un viaje al lado oscuro de la luna. Miguel Grinberg alguna vez dijo que Pink Floyd “había documentado una crisis que es la de todos: la de un mundo y la del hombre atrancados en la imposibilidad de evolucionar.” Quizás sea justo señalar que cualquier definición sea una síntesis de diferentes aproximaciones procedentes del campo simbólico en que la música y sus derivaciones tienen como objetivo primordial permanecer, ese sigue siendo el máximo legado para The Dark Side of the Moon.

A cerca del éxito, Roger Waters dijo: “Para tener éxito es preciso que éste sea un deseo muy fuerte. Y el sueño es que cuando llegás a ser una estrella estarás bien, que todo va a marchar maravillosamente. He aquí el sueño, un sueño vacío, como todo el mundo sabe.”////PACO