.

El martes 21 de noviembre pasadas las seis de la tarde, Marcelo Gullo se sentó con Aleksandr Guélievich Duguin en el escenario del auditorio de prensa de la CGT. Barba canosa, lentes, saco azul sin corbata, cumpliendo con lo que un argentino puede imaginar de un politólogo ruso, Duguin -o también Dugin- nació en 1962, por lo tanto en la Argentina hubiese sido parte de la generación de Malvinas.

Julio Piumato tardó un poco más en llegar y se lo esperó unos minutos. El auditorio, chico, se llenó enseguida y quedó gente parada. Gullo y Piumato presentaron a Duguin con formalidad y la necesidad de señalar su cercanía con el peronismo. No se trataba entonces de una charla cualquiera. Se hablaba entre militantes. Gullo incluso dijo que Perón había sido el intelectual más importante del siglo XX en la Argentina. (¿Y Sarmiento el del siglo XIX?) El comentario obligado entre los presentes era que al día siguiente -por hoy, miércoles- Duguin hablaba en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. ¿Azopardo y FSOC? No pegaba mucho. Como fuere, Duguin desplegó un español bastante bueno donde a veces se colaba algún hispanismo como “vosotros” o algún “stesso” itálico. Pero con el que lograba explicar enfáticamente y se hacía comprender sin problemas sobre temas que tienen su complejidad.

Para encarar una charla que debía ser sí o sí sobre geopolítica, el ruso empezó una larga paráfrasis de Mar y Tierra, el libro de Carl Schmitt. ¿Qué es el mar? ¿Qué es la tierra? ¿Importan estos conceptos para pensar la geopolítica? “El mar y la tierra no son conceptos banales, comprender la geopolítica es comprender esos conceptos. Si no entendemos esto, no vamos a entender el mundo que se viene” dijo Duguin y citó a Alberto Buela, que se sumó a la mesa una vez que la charla ya había empezado, pero no intervino en ningún momento.

La tierra es la forma de la civilización. No es materia o superficie. No es elemento. Es cierto tipo de sociedad que se basa en una ontología eterna. La ontología de lo eterno genera el núcleo de la civilización. Y eso está ligado a la tierra y es vertical. La tierra vive, es cíclica. Llega el invierno, y luego la primavera. La tierra debe ser jerárquica, ordenada, ontológica. En la tierra se construye alrededor de este eje eterno. En esa tierra, los filósofos tiene las almas más puras, ordenan la verdad, son las almas más transparentes. Luego vienen los héroes éticos, no necesariamente soldados, sino los guerreros que desafían a la muerte, que pueden ser o no bélicos, pero que le hacen frente al peligro, que están dispuestos a hacer un sacrificio. Y después están los campesinos que buscan generar orden, no por la riqueza misma sino como liturgia del trabajo. Esta civilización de la tierra, según Duguin parafraseando a Carl Schmitt, es la base del continentalismo.

¿Y el mar? El mar y su sociedad no llega después de la tierra. Son simultáneos. Y los dos tienen un fundamento ontológico y espiritual. Pero ¿qué es la civilización del mar? La civilización del mar es líquida, está basada en el mar. Y el mar cambia siempre. Nunca es igual a sí mismo. El mar es universal. No tiene fronteras. El mar es la metáfora del tiempo, del devenir. Renovación, progreso, cambio. Ausencia de la jerarquía, funciona contra la idea de la verticalidad. En él vive el comerciante que va contra la tradición, que no tiene raíces. Líquido y liquido, como algo inasible, pero también como liquidación de los valores, dijo Duguin, demostrando que su español enrarecido y acentuado podía dar más que mera comunicación proselitista. Luego, lo que aparece es la dictadura del tiempo. “Cuando negamos la trascendencia del Ser lo que nos queda es el tiempo, un tiempo donde no existe más lo que era, el pasado. Todo deviene nada, no es” dijo, con especial lirismo y bajo el logo de la CGT.

Había que ampliar estas ideas colocando algunos nombres propios. pero antes Duguin dijo que la modernidad existía así en la antigüedad. Citó a Demócrito y a Epicuro. “Ellos eran materialistas, nihilistas, inmanentes. Nada es nuevo en la modernidad. Como la civilización del mar, como esta tentación del mar. Pero son los anglosajones los que traicionan la tierra y eligen el mar. La costa es el espacio para entrar, robar y salir. Esa es un manera de explotar. Esa es la idea de la civilización marítima. Esto es el proceso de la civilización anglosajona.”

Enseguida Duguin pidió perdón por repetir estas ideas que seguramente nosotros conocíamos, pero eran un punto de partida importante. Y ahí arriesgó un poco más: el liberalismo es la forma ideológica de la civilización del mar. Luego, con el fin de la Segunda Guerra Mundial, hay una transferencia de Londres a Nueva York. En ese sentido es que debe leerse la globalización. No como confusión de las culturas, no como mezcla, sino como la proyección de la hegemonía capitalista sobre el mundo. La globalización sería la victoria de la sociedad sin raíces. La globalización implicaría cortar todas las raíces. ¿Se trataría de una forma de regir las relaciones sociales? “Líquido como el dinero. Como el mercado. Los valores son los valores del mercado. Si algo tiene precio, no tiene valor. Lo sagrado no se vende ni se compra. Las raíces no se compran. O tenés raíces o no tenés raíces. Y si las tenés las podés perder.” Pero ¿cómo decir no a la civilización del mar? Afirmando la civilización de la tierra. “No es fácil. Los mercados, la tecnología, las democracias liberales están muy presentes en nosotros…” No, Aleksandr, no es fácil.

Luego contó una anécdota con un personaje inesperado. La transcribo entera: “Una vez hablé con Fukuyama sobre democracia y él me dijo la democracia moderna es el poder de las minorías contra las mayorías. Y yo decía ¿no es el poder de las mayorías? Y él, no, no, por eso hay que imponer las minorías a las mayorías, destruyendo la mayoría, el pueblo como colectivo. Eso decía Fukuyama. Y cuando todos seamos minorías, ellas se repartirán el poder. Pero antes de eso, debe existir el poder en y de las minorías. Así que el liberalismo es ese sistema totalitario que impone sus instituciones a los otros desde las minorías, pero contra las mayorías, contra el pueblo.”

La idea de una Rusia de Eurasia es la idea de la lucha contra la civilización del mar. “No siempre ganamos, entramos en períodos fraticidas, suicidas, ya lo sabemos” aclaró Duguin. Y luego señaló que el continentalismo de Perón debía ser comprendido como una aspiración a recuperar la civilización de la tierra. “El continente latinoamericano debe ser pensado desde ahí. Desde la lengua, desde el español, el portugués, la ontología del ser, y eso debe ser preservado. Esa identidad profunda del peronismo los políticos euroasiáticos la comprendemos. Es necesario luchar juntos. Defender su tradición, su identidad, sus raíces. El futuro de América latina está en esa lucha.”

Luego cerró con esta frase: “El hombre en sí es hombre colectivo. Por eso la ideología del mar quiere liquidar al hombre, la civilización del mar es la civilización del Leviatán, el monstruo que se traga todo. El combate del hombre es contra ese Anti Ser.” Hubo un aplauso. 

Cuando se abrieron las preguntas del público, Jorge Rulli introdujo el tema África y China. ¿Qué va a pasar cuando China repueble Africa como se lo propone? La charla, bien intencionada, se distendía. Hubo otras preguntas. En un momento uno de los presentes levantó la mano y criticó a la CGT y habló de los medios de comunicación hegemónicos, la cantinela de siempre. Piumato se despertó y lo cortó en seco. “Perón decía que somos artífices de nuestro destino. ¿No le vamos a preguntar a alguien de afuera qué hacer nosotros?” Estuvo bruto, peronista y justo. Se lo aplaudió.

Otra pregunta. En Rusia todo depende de Putin, ¿cómo se sigue sin Putin? ¿Se sostiene? Era una buena pregunta. El ruso la tuvo que pensar. “El putinismo no existe” respondió y dejó un titular ambigüo para que lo levante Clarín. Pero después complejizó la idea: “Existe el euroasinismo, el nero-eurasianismo, existe la teoría de la cuarta posición, existe el peronismo, pero Putin es único. Después de Putin es muy difícil pensar cómo se sigue. Es el punto más débil de la situación. ¿Por qué? Porque todas nuestras victorias son reversibles. Putin apareció desde atrás, desde abajo de la mesa. Y juega muy fuerte. La situación en Ucrania no es un pérdida tan importante. Quiero citarla. La situación era muy mala, fue una tragedia, una guerra civil horrible, dramática. Dos pueblos eslavos matándose unos a otros. Yo mismo tengo raíces ucranianas. Pero Putin juega en el tablero mundial. Y eso tiene un costo.”

¿Y el Papa Francisco? “Me lo preguntan todo el tiempo acá. ¿Es el Papa Francisco muy liberal? Conociendo el espíritu del peronismo, y a partir de lo que ven en él mis amigos peronistas, a partir de su defensa de los desposeídos, de los que no tienen nada, ¿debemos leerlo como un papa de izquierda? Creo que la justicia social puede ser disociada de la izquierda. Para los rusos ortodoxos el catolicismo occidental está modernizado y eso no gusta. Los argentinos deben comunicar esa posición, esa lectura de justicia social sobre Francisco al mundo.”

Me tocó hacer la última pregunta. ¿Que piensa de las Malvinas? Pienso que las Malvinas son argentinas, respondió Duguin. Y con eso se dio por terminada la charla.

¿Qué nos deja esta intervención de un ruso en la CGT? ¿Tierra y mar? ¿Raíces versus modernidad? Llevar los problemas a ese nivel de sinécdoque, evitando centrarse en los mecanismos específicos del colonialismo, tiene sus ventajas para hablar de geopolítica. Va bien con la barba de Duguin y con su acento. Es comprensible, sensual y sorprendente. Suena fresco y revelador. Pero también tiene sus claras limitaciones. La metáfora pierde peso político. Los tropos elevan la calidad del habla pero pierden peso político. ¿Simplificación? ¿Comunicación? ¿Hay algo más?

A los occidentalistas, opuestos a los políticos de voluntad euroasiática, Duguin los llama atlantistas. No es menor ese nombre. Se entiende: es la Madre Rusia contra las potencias del Atlántico. Pero ¿dónde entramos nosotros? Dugui nos ligó a la tradición iberoamericana. Y está bien. Sin embargo, nuestro país tiene la misión de abrirse hacia el atlántico sur. El futuro de nuestra geopolítica está en el mar, en un mar peligroso y arisco, que remite a frío y guerras, y que en parte está ocupado ilegitimamente por los ingleses, siguiendo a Carl Schmidt, la vieja civilización líquida.

A Duguin le interesa lo sagrado y las raíces. Como personaje, es seductor. ¿Se lo podría poner en la línea de los orientalistas que llegan a la Argentina como mensajeros antes que como pensadores? ¿Un Rabindranath Tagore peronista? ¿Un Giuseppe Lanza del Vasto de la tercera o la cuarta posición? Pero, más allá del semblante, ¿qué ofrece? El Ser, la Tierra, y la idea nítida de que si vamos a disputar la tecnología con las grandes potencias perdemos y por eso hay que refugiarse en la tradición. Finalmente, algo muy ruso y sí, ese telurismo puede emparentarse con nuestro peronismo. Pero nuestro peronismo fue modernizador, industrializador y la actualización de las ideas heideggerianas sobre la técnica y el ser, que fantasmean por atrás de toda la intervención de Duguin, se quedan cortas para medir el siglo XXI. Como fetiche, como visitante, como personaje y filósofo, Duguin tiene mucho para dar. Como politólogo y político, parece uno de esos viejos nacionalistas que se saben poseedores de una verdad que nadie o pocos escuchan. Más allá de la lírica, me hubiera gustado aprovechar la oportunidad para que hablara más de Putin y de Rusia y luego, entre nosotros, los compañeros, sacar las siempre cándidas conclusiones pertinentes.////PACO