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Leonardo Longhi nació en la ciudad de Buenos Aires en 1968 y es uno de los editores de la legendaria revista web www.Laideafija.com.ar. Publicó los poemarios Canción del perro en la cornisa (1996), Fuga (2000), Arenal (2003) y Problemas de la lírica (2006), además del relato Vamos, funebrero (2007) y los ensayos La más hermosa máquina de matar (2000), Lo fatal (2000) y Charlie, una introducción (2001). El sello homónimo de la revista acaba de editar Polva, un largo poema donde en un paisaje descampado y alucinante la voz de un animal sucio entra en su última fase de transformación oracular.
Hablamos ya un par de veces del momento de la escritura del poema. Cortabas con el día de trabajo, saturado de la rutina y la coyuntura, y escribías. Creo que es posible leer ese desprendimiento. ¿Pensabas en esa libertad cuando escribías? Quizás sirve contar un poco a qué te dedicás.
Fui escribiendo a partir de escenas o frases que anotaba o percutían en mi cabeza mientras hacía otra cosa, en general trabajar. Me ocupo de prensa y comunicación en una entidad empresaria con valores nacionales y democráticos. El desafío diario me mantiene en vilo, ayuda a parar la olla y la oreja. ¿Qué hacer? ¿Qué decir? ¿Quién habla? ¿A quién? Estas tonterías que todo “comunicador” debe calibrar en este caso se cruzan con la ubicuidad perversa de la economía, el espejismo del poder, las relaciones siempre espurias entre órdenes asimétricos en tensión constante. Y aparece la patología del que no puede más que escribir mientras todos hablan. El poema, si lo es, terminó siendo un reactivo frente a la saturación, la superposición y proliferación deforme de las redes, voces, retículas y micromundos bienpensantes en mestizaje con la paranoia, la venalidad y la estupidez constitutivas del capitalismo virtual, socio menor del crimen organizado a la bartola. Ahí entramos todos: un organismo monstruoso y trivial en la intemperie del sinsentido, que sin embargo puede reducirse a su mínima expresión, porque al final se mueren todos. Vos también, como un perro.
¿Qué leías mientras lo escribías?
Mis lecturas más sistemáticas, por razones laborales, eran de economía política, en particular el periodo de la conformación de la llamada “burguesía nacional”. En otro orden, historias y análisis de la música afronorteamericana, orígenes y evolución del blues en particular. Vicio y salvación, ritmo y miseria, ferocidad y estilo. Hablamos de 2013 a fines de 2014. Entre kilos de ficción estuve leyendo un par de novelas de por acá que a lo mejor tienen algo que ver con Polva, como como Lumbre,de Hernán Ronsino, o tardíamente El traductor, de Salvador Benesdra. Entre los kilómetros de poesía leída y releída destaco inevitablemente, porque además lo prologué con gusto y desconcierto, La Poema, del gran Pablo Ananía. Evidentemente este caso va directo a “mi” poema, cualquiera se da cuenta; pero no estéticamente: Ananía está en otra, para bien de todos. También en poesía, hubo relectura buscada del Zelarayán de Roña Criolla. Y el reeditado Traveseando, que le leía a mi hija para que se distrajera de sus ganas de no dormir, así como los selváticos Quiroga y London, que traían las bestias hipersensibles de mi propia niñez…
¿Cómo llegaste al personaje central, a esa voz? ¿Lo imaginaste, lo viste antes de empezar a escribir?
Primero aclaro que escribir esos textos para mí era apelar a la “especificidad” o libertad del poema, no en términos teóricos ni como postura estética. Una necesidad de asomar el hocico, tomar aire aunque sea para gritar, putear, gemir a gusto. Nada nuevo, como hicieron tantos poetas. La cosa empieza con una manada o jauría que corre hacia alguna parte, más allá del marco del poema, del cuadro o de la existencia misma. Se va al carajo, digamos. También hay un territorio concreto que el bicho parlante va demarcando, entre Chacarita y Palermo, que en la historia de la ciudad sufrió mutaciones muy ilustrativas: campo, campito, villa misera, baldío, Cacciatore, Techint, UC, CEAMSE… Ahí aparece la voz en primera persona plural, y marca el tono de lo que sigue, en mutación constante e irresuelta, esa serie de monólogos entre hiperrealistas y alucinados que idealmente provienen de un cuzco salvaje, de esos que crecen en los pajonales de la patria, sin raza, sin prosapia ni honor. Ese personaje es a la vez una suerte de ventrílocuo que se debate en una dialéctica de vodevil: en tanto animal que habla, la bestia se hace hombre, y como hombre que actúa sin amor ni compasión ni entrega ¡Es una bestia! Política, eso sí.
¿Polva es un poema apocalíptico?
No creo, me gusta pensar que es un poema político, en términos de la representación de una política fallida y por contraste, en tanto fantasía o fantasma, la postulación de su reverso, alguna virtud común que se revela de pronto en el sentido de la multiplicidad deseante, proliferante, lúcida, amorosa, no predatoria. Eso aceptando que no hay resolución posible y que la violencia y la confrontación como dinámica y límite no pueden desecharse ni negarse. Ahí vivimos. Feché el prologuito al poema pensando en esto, dejar alguna evidencia de que, más allá del azaroso valor que se le pueda atribuir, el texto no se escribió con el diario del lunes. Lo que aparece en Polva son seres en extremo contradictorios y superficiales, que se debaten a dentellada limpia tras un destino ni siquiera hueco. Se juntan, copulan, se morfan entre sí, son morfados, se defienden, luchan, se emperran en nombre de nada y de un absoluto irreductible, anhelos sin fin que se estrellan contra el regodeo en la supervivencia. Hay algún aspecto de la contemporaneidad hípertecnificada y reprimida por sus propias cadenas conceptuales (que redundan en la calamidad de lo políticamente correcto) que se juega en el advenimiento de lo monstruoso, lo bestial, lo inhumano como marca y final, pero también como principio de algo más que siempre puede ser, ilusoriamente o no, un nosotros en los otros redimido. En el final de Polva el mundo se reduce a una llamita en caja de cartón. Eliot, que era un genio, hace implosionar la real irrealidad de los desarraigados en un silencio aterrador. Yo, salame de ocasión, oigo una musiquita en el aire, me aferro al canto de la especie y busco como el hombre-sapo en las palabras, mientras la élite se ne frega, la imposible salvación.////PACO