I.

Hay dos tipos de revolucionarios: los que cambian los corazones del pueblo y creen que si se perfecciona la naturaleza humana todos los problemas de la sociedad se van a desvanecer, y los ingenieros sociales, los tecnócratas que creen que una vez que se arregla la sociedad ‒haciéndola más justa, más democrática, menos dividida‒ entonces los problemas de la naturaleza humana se van a desvanecer. Con John Connor, Sarah Connor, Kyle Resse y el propio terminator, Terminator muestra una y otra variante a lo largo de su tiempo y a lo largo de su trama, algo que a la vez implica distintos tiempos y distintas tramas. Así que, en principio, el chiste con el que los guionistas de Star Wars resuelven las inconsistencias argumentales, temporales y espaciales de esa saga ‒“misterios de la Fuerza”‒ debería funcionar para las inconsistencias argumentales, temporales y espaciales de Terminator. Más allá del estadio anal de ciertas obsesiones, no tiene mucho sentido registrar con una lupa los hilos peor cosidos de una franquicia de Hollywood. José Manuel Martín Morán lo hizo con Cervantes en El Quijote en ciernes: los descuidos de Cervantes y las fases de elaboración textual y el resultado es tan prometedor y estimulante como el título. Más interesante, en cambio, es rastrear lo que cambió entre John Connor, Sarah Connor, Kyle Resse y el propio terminator (que en un principio no iba a ser interpretado por Arnold Schwarzenegger ‒“el mejor actor capaz de hacer de robot”, como alguna vez le dijeron‒ sino por O. J. Simpson, famoso por terminar con su ex y su amante y salir libre de culpa y cargo).

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¿No son tiempos demasiado narcisistas como para pensar en el futuro? El pasado y su promesa simple de devolvernos inevitablemente al presente es más reconfortante.

Distintos tiempos y distintas tramas y distintos problemas. De las cinco películas, Terminator Salvation (2009) es la única que traslada radicalmente su conflicto al futuro. Una guerra contra las máquinas, simple y directa, en la que John Connor resulta ser la clase de hombre que estaba destinado a ser: un revolucionario del segundo tipo, un ingeniero social, un reformista, un soldado. Terminator Salvation, por eso mismo, se instala sin posibilidades de fuga en la linealidad sucesiva del tiempo, y si la película “fracasó” ‒si no se hicieron más desde ahí, como se supone que estaba planeado‒ tal vez la clave del fracaso esté en esa apuesta radical por el futuro. ¿No son estos tiempos demasiado narcisistas como para pensar en el futuro? El pasado, con la seguridad de lo ya conocido y habitado, y con su promesa simple de devolvernos inevitablemente al presente, es más reconfortante. Están las remakes de casi todo lo que hizo Hollywood en los últimos treinta años susurrando el éxito evidente del extremo opuesto de la flecha del tiempo. Pero también están los revivals de lo que sea y el vintage, y las sensibilidades hípsters ‒para las que un Nokia 1100 puede cotizar más que un verdadero smartphone‒ y en escalas más abarcativas también la industria del turismo de la Ostalgie y el hecho elemental de que Instagram, una aplicación que, en esencia, tiñe de sepias añejados cualquier imagen, valga treinta y cinco mil millones de dólares. Simon Reynolds no se equivoca cuando escribe que en el caso de la música cada nuevo año es mejor que el anterior para consumir música de ayer. ¿Pero qué es lo que restaura esa nostalgia restauradora?

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II.
Terminator: Genisys tiene mejor oído comercial para las demandas de la época. Pero incluso ese pasado al que vuelve, visto desde la segunda década del siglo XXI, no es igual al pasado de la penúltima década del siglo XX. Es un pasado revisitado a partir del presente. Un ejemplo: en la Terminator de 1984 Sarah Connor y Kyle Reese “se aparean”, como dice ahora el terminator guardián que hace Schwarzenegger, y ese apareamiento tiene ‒como tenía casi todo el cine de los años ochenta‒ su consecuente escena sexual. Treinta y un años después, en cambio, Sarah Connor y Kyle Resse comparten las mismas destrezas para el combate y el mismo conocimiento sobre el futuro, y ella ya no obedece órdenes sino que las emite. Este es otro signo de los tiempos. Y una de sus consecuencias es que para Kyle Reese ya no es tan fácil aparearse con Sarah Connor aunque toda su historia en común y todo el conflicto de Skynet dependa de ese apareamiento. Por lo tanto, el nuevo Kyle tiene que darse por satisfecho con ver la sombra del cuerpo desnudo de la nueva Sarah contra una pared (y no debe faltar quien diga que es una escena cosificadora y machista). Así como Borges decía que Kafka era la clase de escritor capaz de crear a sus precursores ‒un escritor cuya labor “modifica nuestra concepción del pasado, como ha de modificar el futuro”‒, la nueva Sarah Connor del pasado tampoco es una camarera ingenua y obediente a la espera de un protector, sino una mujer de carácter a la altura de sus predecesoras. Una guerrera entrenada, como aparecía en Terminator 2: Judgement Day (1991). Según Emily Clarke, “la Sarah Connor de Linda Hamilton era una naive que tuvo que aprender a sobrevivir; mi Sarah ya viene con las armas puestas”.

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La innovación de Terminator: Genisys está en su restauración, al menos paródica, de algún tipo de orden paternal.

En ese pasado, por un lado, están las mismas zapatillas de velcro y las mismas camperas de cuero y las viseras hípsters que están de moda ahora ‒o que nunca se habían ido‒, y también está la misma música de clase de aerobics para señoras que en los ochenta se llamaba tecno y ahora se llama electrónica. Esa es la parte del pasado que reconforta porque confirma la reparación nostálgica del presente. Pero después, por otro lado, está la parte less fashion, que es también la interesante (en el hecho objetivo de que lo Skynet decía ser en 1984 sin dudas sea lo que en 2015 conocemos como internet no se insiste más que con alguna ironía, aunque la más divertida sea la que le dedica Schwarzenegger al desempleo en Estados Unidos). En ese escenario de frustración sexual y mujeres con “armas puestas” ‒y dirigidas contra su propio hijo por nacer, como muestran los trailers‒, la innovación de Terminator: Genisys está en su restauración, al menos paródica, de algún tipo de orden paternal. Esa es la cuestión entre 1984 y 2015, una cuestión “vieja pero no obsoleta”, y a la que vuelve a representar Arnold Schwarzenegger. La necesidad de algún Padre de grandiosa envergadura que sostenga a Sarah Connor (“Pops”, lo llama ella; “My Sarah”, la llama él) al mismo tiempo que Kyle Reese descubre que tiene que matar a su propio hijo o, puesto en las verdaderas coordenadas edípicas, cuando descubre que su propio hijo quiere matarlo.

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III.
A su cuidado desde que ella tiene nueve años ‒Skynet no pudo matarla siendo adulta, entonces intentó matarla otra vez cuando era una nena aunque un misterioso T-800 estaba listo para protegerla‒, el nuevo terminator ha ido aprendiendo a ceder. Ya no mata ni mutila humanos sino que les sonríe, e incluso guarda y cuelga con mucho cuidado los dibujitos que Sarah fue haciendo con él durante su infancia. En síntesis, si en 1984 Kyle Reese y el terminator luchaban entre sí por la vida de la madre de John Connor, tres décadas más tarde apelan al esgrima verbal de los celos para luchar por su amor. El hardware es sólido, explica Terminator: Genisys para justificar el envejecimiento exterior de Arnold, pero la carne que lo recubre envejece. Y ese conflicto podría leerse nada más que desde ahí, desde la certeza de que cualquier drama amoroso en la vejez “es culpa de nuestros corazones por no envejecer”, como escribió Maupassant.

El hardware es sólido, explica Terminator: Genisys, pero la carne que lo recubre envejece.

Como figura de autoridad y decisión, como personaje patriarcal ‒esa figura tan agresiva y demodé, casi tabú‒, ni siquiera la vanguardia futurista del terminator funciona ya como otra cosa que una antigüedad vetusta ante los nuevos modelos líquidos y unisex que Skynet sigue enviando para destruirlo. Y en ese sentido Skynet tal vez no sea el futuro sino el más estricto presente. Al final, siempre resulta algo ridículo ver cómo Schwarzenegger recibe órdenes de Sarah Connor ‒siempre resulta algo ridículo ver cómo un hombre o una máquina recibe órdenes de una mujer‒ y, sin embargo, es un poco menos ridículo cuando Schwarzenegger obedece antes como padre concesivo que como esclavo metálico, y cómo mientras lo hace entiende que ya no será más el único hombre en su vida. James Cameron habló de un renacimiento de la franquicia, y aunque no sean más que deseos de avaricia, la palabra renacimiento es útil para pensar en los efectos de transición entre lo viejo y lo nuevo y en los cambios de las vidas y los corazones a través del tiempo//////PACO