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La historia es simple pero sorprendente y por eso hay que desplegarla con cuidado. A principios de febrero de este año, Esteban Cuevas, un viejo amigo del mundo audiovisual, me llamó para contarme que estaba trabajando en la Televisión Pública, me dijo que iban a producir una serie de episodios sobre Malvinas por los cuarenta años de la guerra y desde el canal nos pedían asesoramiento al Museo Malvinas. Así que una tarde de lunes en que el museo estaba cerrado me vinieron a ver y hablamos sobre la guerra y los veteranos. Les aconsejé contactar a Roque Arrieta y a Julio Katz y les conté otras historias. Ellos estaban interesados en el cruce entre la guerra y los medios de comunicación. Hablamos bastante. Después pasó una semana y Esteban me llamó y me mandó un fragmento de 24 horas por Malvinas, el programa que emitió ATC entre el 8 y el 9 de mayo de 1982, conducido por Pinky y Cacho Fontana. Yo no lo había visto nunca. Conocía otras partes del programa. La parte en la que entra la selección argentina, con un muy joven Diego Armando Maradona, o la parte de Olmedo y Porcel. En eso que me mandaba Esteban, después de que Libertad Lamarque recitara una poema casi a los gritos, y antes de que cantara Lolita Torres, Pinky dice: “Cacho, por favor, yo creo que Lolita va a cantar ahora este tema de don Atahualpa Yupanqui y de Ariel Ramirez, pero además de cantarselo al mundo entero como está sucediendo en este momento, quiero que tome en cuenta a este muchachito que tengo tomado de la mano que es uno de los sobrevivientes del Crucero General Belgrano.” Entonces desde atrás de Pinky sale un hombre muy joven, con un anorak beige y una camisa y levanta una banderita argentina. Todo el estudio lo aplaude. Pinky le pregunta cuántas horas estuvo en el agua. Él responde: “veintisiete horas y media.” El público empieza a gritar “¡Argentina! ¡Argentina!” Pinky pregunta: “¿Tenías fe que te iban a rescatar?” Y el joven responde: “Fe teníamos, una inmensa fe, ya que en nosotros mismos confiábamos, en nuestros superiores, camaradas, subordinados.” Se hace un silencio. Pinky le pregunta cuántos años tiene y él responde diecisiete. Entonces Pinky pregunta quién los rescató: “A las veintisiete horas y media de estar a la deriva en el sur fuimos avistados por un avión de la Armada, de allí en más esa fue nuestra primer gran alegría, luego se escuchó el sonar del destructor Bouchard, él fue el que me rescató a mí y a todos los que en esa balsa nos encontrábamos.” El náufrago se toma su tiempo para responder y hace pausas entre sus frases. Las caras en ese momento ya son serias. No hay gritos. No hay música. Después, Pinky cierra la entrevista y le da la entrada a Lolita Torres. 

En ningún momento de los tres minutos que dura el fragmento se dice quién es el náufrago, ni su nombre, ni su grado, ni qué función cumplía en el buque. La información se resumía a que había sido rescatado por el Bouchard y poco más. ¿Cómo había llegado ese sobreviviente del Belgrano a ese estudio? ¿Cuál era su historia? La entrevista, breve, de muy pocas palabras, traía algo diferente a la pantalla. Se nota un contraste. Con ese náufrago joven, muy joven, con sus declaraciones, con esas respuestas serias, pausadas, se colaba en el estudio de ATC algo diferente, algo que los gritos, las luces y el entusiasmo exitista de la televisión no podía controlar. La guerra tenía otro ritmo, otras palabras. El habla de la guerra iba a otra velocidad. Se expresaba con cierta timidez, sin estridencias. Aunque estuviera bien vestido y afeitado, aunque que se presentará pulcro y humilde, el náufrago generaba una tensión que no se resolvía pasando a un número musical o apagando el aparato. El poder de la farándula chocaba contra ese rostro y sus expresiones. Como en ningún momento Pinky le pregunta su nombre, desde su anonimato, el náufrago podía ser todos los marineros de la Armada y también todos los hijos y adolescentes de la Argentina. ¿Quién es, quién puede ser ese que vuelve de la guerra? ¿Cuántos son los que vuelven? ¿Quienes son los que están ahora allá? 

Cuando me pasó el fragmento, Esteban me preguntó si lo conocía. Le respondí que no. Después me dijo que si lo encontraba, ellos lo entrevistaban y le dedicaban un capítulo de la serie. Así que hice una captura del video y con esa imagen y el fragmento empecé a preguntar en las redes. También le escribí a algunos amigos y conocidos, a historiadores y veteranos. Nadie lo conocía. Muchos se sorprendieron con la breve entrevista. Algunos ex combatientes se sumaron a la búsqueda. Surgió un apellido: Navarro. Me dijeron que estaba en Mar del Plata. Revisé enseguida la lista de los náufragos del Belgrano. Me sorprendí al encontrar varios Navarros y pensé: “Malvinas es así, siempre redobla la apuesta.” Había que tener paciencia. Pasó una semana, pasó otra. A principios de marzo fue el náufrago el que me contactó a mí. “Hola Juan, soy Jorge Navarro. Sé que me querés ubicar por el tema de las 24 horas de Malvinas, el reportaje que me hizo Pinky en el 82.” 

Jorge estaba en Mar del Plata, cerca del mar. Empezamos a charlar. Tenía muchas preguntas para hacerle pero no quería abrumarlo. Mientras hablaba con Jorge, le conté a Esteban. Unos días después ambos le hicimos una entrevista por zoom. Con una amabilidad natural y mucha precisión, Jorge respondió a nuestras preguntas. ¿Cómo había llegado a 24 horas por Malvinas? ¿Lo había elegido la Armada para dar su testimonio? ¿Cómo era que tenía diecisiete años? ¿Era conscripto con diecisiete años? Jorge nos contó que había nacido en Longchamps, provincia de Buenos Aires, que había entrado en la Armada para especializarse en comunicaciones, o sea que había hecho la carrera de suboficial, y que en enero del 82 había salido a navegar por primera vez. También nos contó que, después de dejar la marina, había sido maestro de escuela en Ushuaia un tiempo, para después de unos años instalarse en Mar del Plata con su familia. Cuando la entrevista estaba terminando, le preguntamos si podíamos hacerle estas mismas preguntas para la serie que la TVP estaba empezando a producir. Jorge respondió que, si servía para contribuir a la causa Malvinas, él no tenía problemas. 

A fines de abril, entonces, viajamos con un equipo de la TVP a Mar del Plata. Llegamos a la casa de Jorge a las cuatro de la tarde. La primera jornada se estiró hasta las ocho y media. Jorge nos recibió con muy buena predisposición a charlar y mostrarnos fotos. Arriba de la mesa de su comedor se mezclaban imágenes de muchas épocas diferentes. Jorge durante sus años de estudio, haciendo guardia, desfilando, en Ushuaia esperando para zarpar con el crucero, pero también había escenas de la década del 90. “Ya nadie imprime fotos, ahora es todo digital, pero las fotos así son muy lindas” dijo en un momento. Mientras Esteban lo entrevistaba para la cámara y los eléctricos probaban las mejores formas de iluminar, me quedé en la cocina con Sandra Liliana, su mujer. Jorge tenía diecisiete años cuando los ingleses hundieron el Belgrano y ahora tiene cincuenta y siete. Seguía siendo un hombre joven que aparte parecía más joven de lo que era. Se mantenía delgado y atento. El único signo evidente del paso del tiempo eran los anteojos que usaba para leer. Después de la mesa de las fotos, Jorge volvió a ver el fragmento de 24 horas por Malvinas acompañado de Sandra y de su hija Guadalupe. Matías Nahuel, su hijo varón, está viviendo en Buenos Aires. Fue un momento emotivo. Cuando terminó la entrevista, Jorge vino a la cocina, ofreció medialunas al equipo y me confesó que estaba cansado. Muchos recuerdos, muchas cámaras. También me contó, con reparo y cierto pudor, que unos meses después de haber estado en la guerra, en el hundimiento del crucero y haber pasado horas a la deriva en el mar, Jorge quiso ir al cine. Venía de hacer un trámite en el Edificio Libertad, había cruzado el Puente Pueyrredón hacia Avellaneda y vio unos cines. En la marquesina se publicitaba una película de Coca Sarli. Después de todo lo que había pasado, Jorge pensó que podía distraerse un rato. Cuando fue a sacar la entrada, le dijeron que no podía pasar a ver la película porque era menor de edad.

Al día siguiente rodamos otra parte de la entrevista y “recursos” en una jornada de trabajo aun más larga en la base que la Armada tiene en Mar del Plata. Ahí nos recibió el capitán de navío Rodolfo Ramallo que, de forma eficiente y solicita, respondió siempre a nuestros requerimientos. Como escenografía se usó al ARA Granville, que estuvo en la Operación Rosario y que sigue navegando. Mientras Jorge repetía sus escenas y era filmado caminando para un lado y para el otro, el capitán Ramallo me ofreció recorrer la Granville con su segundo comandante. Después de ir al puente de mando y visitar las diferentes cubiertas, tomamos un café en la cámara de oficiales. Saqué algunas fotos que atesoro. Cada lugar del buque tenía una doble condición: estaba cargado de historia y, al mismo tiempo, de un presente operativo. Los marinos me contaron que la corbeta pronto entraba a dique seco y luego retomaban sus patrullajes por el litoral patagónico. Mientras charlábamos, una niebla muy espesa comenzó a llegar del mar a la costa, así que salí a cubierta y volví a sacar las mismas fotos pero con un paisaje diferente. Ese día el rodaje empezó a las nueve de la mañana y terminó a las siete de la tarde. Al día siguiente salimos a navegar en la lancha Punta Mogotes. El día estaba cerrado pero apenas zarpamos, salió el sol. El mar y el cielo tenía unos colores brillantes y nítidos y pude sacar fotos de Mar del Plata con vista desde el mar. El equipo de la TVP se desplegó en proa y una vez que dejamos atrás las radas de la base, la cosa se empezó a mover. Jorge leyó un poema que le escribió a un compañero que quedó en el crucero. Una ola nos mojó. Hubo que secar la cámara antes de seguir. Hacia las tres de la tarde emprendimos la vuelta. Jorge respondió nuestras preguntas mostrando un coraje, una candidez y una generosidad propia de los veteranos de Malvinas. Muy joven fue muy valiente. Su biografía, la del comunicante de la Armada, la del náufrago del Belgrano, la del entrevistado de la tele, se completa con sus palabras actuales. Me ayudaron con esta nota, el joven editor de Revista Paco, Thomas El niño pollo Rifé, y la bibliotecaria del Museo Malvinas, María Belloni. Muy pronto vamos a ver a Jorge en la tele otra vez, contando esa historia, cuarenta años después. La serie se estrena en junio y luego va a estar en la web de Cont.ar. El equipo de la TVP hizo un trabajo excelente, profesional y demostrando una entrega y una convicción completas. Por ahora tenemos estas líneas cargadas de emoción. Gracias, Jorge, por todo.

«A ESE VIDEO lo descubrí hace cosa de tres años más o menos. A través de una reunión que tuve con los egresados del colegio. Y una chica me dice: “tengo algo para mostrarte.” Lo vi y se me caían los lagrimones porque habrán pasado… ¿Cuántos años? Egresé en el 78 de este colegio de Burzaco, de la Inmaculada Concepción, y no nos volvimos a ver hasta ese momento donde esta chica me muestra ese video… Yo vivía en Ushuaia, por lo cual era muy difícil coordinar un día para encontrarnos, pero ya radicado acá, en Mar del Plata, pudimos concretar un encuentro con dos maestras de primaria. En ese momento se hacía hasta séptimo grado y ahí los pude ver. Ellos querían saber cómo había sido toda la situación del crucero. Fue un momento muy lindo, muy emocionante y a partir de ahí este video tomó un poco de cuerpo entre la gente que me conoce, en el sentido de que… Es un poco raro porque hace ocho años que empecé a usar las medallas. Incluso estando en Ushuaia me pasaba que no participaba del grupo de veteranos. Estaba muy politizado para mí y creía que por ahí no pasaba la cuestión. Me costaba bastante aceptar que se mezclaran cosas. Entonces preferí apartarme. Obviamente, junto a mi familia, nunca faltaba. Iba a todas las ceremonias habidas y por haber, y a través de la docencia pude transmitir eso que a mí me había sucedido un par de años atrás. Con lo cual, de alguna manera también estaba malvinizando pero a los más chiquititos, sin meter política en el medio, ni heroísmos de más, porque yo lo único que hice fue salvarme el pellejo. En ese momento es en lo que uno piensa, en eso y en la familia pensás. Mis hermanas y mis viejos. Comencemos por donde ustedes quieran, yo les agradezco este espacio y que tengan ganas de escuchar.

Yo entré en la Escuela de Mecánica de Trelew… Te lo hago un poco sintético. En realidad, familiares en la fuerza no tenía. De hecho el único que estuvo en la Armada fui yo. El hecho de entrar a la Armada surgió de que un día estuve por el edificio Libertad y justo estaba la Fragata Libertad, que ahora nos está visitando casualmente en Mar del Plata, y pensé “qué lindo que sería navegar.” Creo que tenía trece o catorce años. Empecé a averiguar y a los quince años ingresé en la Escuela de Mecánica de la Armada. Mi mamá no quería, obviamente, que yo empezara, mi papá sí, pero siempre me dieron la libertad de elegir. Ingresé a los quince años y cuando terminé de rendir todas las materias y las pude aprobar, me dieron el pase al Crucero General Belgrano. De profesión, radiotelegrafista. Me formaron en la Escuela de Mecánica de la Armada, de lo que me siento muy orgulloso porque si bien hay cosas que han sucedido, también entiendo que es un lugar de formación de muchísima gente muy pero muy noble, colegas a los cuales hoy sigo viendo. Son hombres de ley, son tipos de palabra, son padres de familia con los cuales nos reunimos año tras año y la venimos pasando muy bien. Bueno, ahí me embarqué, fue mi primer pase, esto fue para diciembre y en enero tuvimos la primera navegación. En esa navegación se llevaba a los guardiamarinas que hacían la parte instructiva, como lo hacen hoy en día en la Fragata Libertad. El Crucero General Belgrano era un barco enorme. Tenía casi dos cuadras, para que se den una idea, de largo, de eslora. Junto conmigo fueron otros cuatro muchachitos que estábamos cursando en la Escuela de Mecánica, dos salteños, éramos seis, dos salteños, un sanjuanino, un mendocino, un bahiense, y yo. Ya en la Escuela había otro muchacho con el cual hemos estado un año, pero hay cursos que duran un año y se embarcan, había cursos que eran de dos años y hasta de tres años. El hecho es que de ese grupo de seis que embarcamos, sobrevivimos tres, nada más. Los dos salteños con los cuales hoy en día me reúno. Hace poquito nos juntamos en Salta. Junto a uno de ellos alquilábamos un bulín, le decíamos, una habitación de dos por dos. Aparte no daba para más porque la escuela era muy escuela. O sea, teníamos un horario muy estricto, levantarnos sábados y domingos, seis y media, siete de la mañana. Teníamos que estar bien presentables, bien afeitados. Y uno el fin de semana por ahí no se quiere afeitar… Esas cosas que tiene el desarrollo en una institución como la Armada.

Jorge García, uno de los salteños, hoy en día se encuentra al frente de lo que es el Registro de Veteranos de Guerra de la provincia de Salta y también es el presidente del centro de veteranos que hay allá, en Salta. Siempre hace grandes movidas, es un líder allá en el norte. En forma permanente hace homenajes de distinto tipo. No solamente a la gente del ARA San Juan, a Güemes obviamente, sino… Hay un montón de material sobre él también. Y el otro muchacho vive también ahí en Salta pero tiene poca participación. Lo cual me parece perfecto. Con ellos alquilábamos ese bulín y nos pasábamos ahí los fines de semana. Y bueno, era triste salir un domingo y ver familias que recorrían la plaza y uno estaba solo. Porque era estar solo. A veces me preguntaba ¿qué hago yo acá? Pero se venía la primera navegación y para mí era todo un desafío. Tenía un dicho que decía “vos agachá la cabeza y dale para adelante.” Muchas veces me tocó agachar la cabeza y darle para adelante. Varias veces estuve por tirarme para atrás. Pero no. Seguí. Le di para adelante.

Soy de Longchamps. Tengo dos hermanas. Durante la escuela, extrañaba el ambiente familiar. Los domingos éramos siempre de juntarnos. Estaba haciendo el industrial, ahí en Longchamps. Y hasta hoy en día somos re familieros. Mi mamá, que aparece en el video, falleció el año pasado con noventa y cinco años. Falleció de viejita, pero hasta último momento la estuvo peleando.

Recuerdo que el fin de semana antes de salir a navegar, conocí a una chica en un boliche y primero ella no quería salir a bailar, me acuerdo, y la convencí porque le dije: “mirá que yo salgo a navegar, y capaz que, no sé…” Y tal cual, así fue. Éramos muy inocentes. 

En esa primera navegación se embarcaron cadetes del Liceo Naval, de la Escuela Naval. Se hicieron pruebas de fuego frente a la Isla de los Estados. Salimos de Puerto Belgrano, tocamos Puerto Madryn, después Ushuaia y finalmente Punta del Este. Después, licencia. Nos daban treinta días. O sea, en diciembre de la Escuela de Mecánica salgo de pase, voy al crucero, paso las fiestas ahí. Salgo a navegar, no recuerdo exactamente la fecha, pero fue en enero. Y a mediados de febrero ya volvemos y salgo de vacaciones. Regreso el 31 de marzo y ya era toda una gran movida a nivel nacional. El país estaba convulsionado. La gente estaba manifestándose en el Congreso, frente a la Casa Rosada, estaban todos los sindicatos… Y a los dos días, toda esa gente que había estado reclamando, justamente, porque pedían mejores sueldos, mejores condiciones, etcétera, estaban después vitoreando y dándole fuerzas y ánimo al presidente que en ese momento era Fortunato Galtieri. Se habían recuperado las islas.

Me enteré en el crucero. Para nosotros era importante. Lo que siempre me habían enseñado en el colegio, a pintar las islas, a remarcarlas, que son nuestras, que son argentinas. Por lo menos eso fue lo que me inculcaron desde chiquito, desde el jardín de infantes. 

Después del 31 de marzo y la recuperación de las islas, yo no salía de mi asombro por ver a la gente que hacía dos días había estado manifestándose frente a la Casa Rosada para reclamar, y vuelvo a decir, considero que cosas justas, al otro día estaban aplaudiendo. Era medio loco. Realmente para una persona de mi edad era poco entendible. No sé, habrán pasado unas dos semanas y ya el crucero tenía que entrar a dique seco. Se fue rearmando, se fue reacondicionando, empezó a llegar gente nueva al barco. Había gente que ocupaba ya los espacios de la cantina. Los pasillos dejaban de ser pasillos y pasaban a ser lugares en donde solamente una persona podía pasar. Embarcaron buzos tácticos, gente de infantería de marina. El barco se cargó de material bélico. No entiendo mucho porque no soy del departamento de armas, no soy artillero. Mi función ahí era recibir todas las emisiones radioeléctricas que había, modulación en inglés. Teníamos dos traductores, un oficial y un conscripto. ¡Yo tenía inclusive conscriptos que eran mayores que yo, eran muchos! Había muchachos hasta de veintipico de años. Para mí eran re grandes, yo les tenía respeto, si bien había una jerarquía, también eran tipos que estaban preparados. Había de todo. Había chicos que eran analfabetos. En aquel entonces las fuerzas eran un lugar para educarlos y para insertarlos después en una profesión, en la vida. Voy a tratar de sintetizar y después ustedes me van deteniendo, no tengo ningún problema o me hacen preguntas.

Me acuerdo que lo que me llamó la atención fue el helicóptero que antes no había visto a bordo. Dentro de la Armada hay distintas profesiones. Está el artillero, el comunicante, está el aeronáutico… Bueno, estaban el piloto, el copiloto, había dos mecánicos del helicóptero. Y después una cantidad tremenda de armamento. Salimos a navegar. Recuerdo que se vivían momentos de mucho adiestramiento, de muchos ejercicios, tanto zafarranchos de combate como zafarranchos de abandono. Y eso podía suceder en cualquier momento, uno podía estar bañándose, podía estar en el baño, podía estar comiendo, podía estar durmiendo. El horario era lo de menos. La cuestión era tratar de achicar el tiempo desde la primera vez que se puso en práctica hasta la última. Creo que gracias a eso fuimos muchos los que nos salvamos. El barco se hundió rapidísimo, en menos de una hora, se escoró enseguida y sin embargo todos sabían adónde tenían que ir. 

El crucero Belgrano tenía dos radios. Radio Uno que estaba debajo del puente de comando. Ese era el centro del barco, allá arriba. Y otra en Radio Dos. Radio Dos estaba en la parte de popa y del lado de babor. Yo hacía guardia en Radio Dos. Se hacían cuatro horas de guardia y se descansaba ocho. Entonces uno de los compañeros míos, Jorge Yacante, me pide cambiar esa guardia. Él hacía en Radio Uno, hacía en el puente. Me pidió cambiar por la mía, que yo iría arriba y él abajo. Esa noche hay un toque de zafarrancho de combate real. Yo voy a tomar mi puesto. Eso fue como a la una de la mañana. Tendría que chequear después un poco la hora. Y estuvimos hasta las siete de la mañana en un silencio total. No se los puedo confirmar porque yo dada mi jerarquía de peón, en esos momentos, información cero. Supuestamente habían detectado un submarino. Nosotros íbamos escoltados por otros dos barcos, otros dos destructores, el Piedrabuena y el Bouchard. Se apagaron las máquinas, los motores, se cortó la luz, un silencio sepulcral. Estuvimos así hasta las siete de la mañana. Yo hacía guardia de cuatro a ocho, tanto a la mañana como a la tarde, por lo tanto fui me retiré y cumplí con la hora que me quedaba de guardia. Y me tiré a dormir y después almorcé, me fui a dormir otra vez. Y ese era el primer día que hacíamos el cambio de guardia porque habíamos hablado con el encargado. No era cuestión de “vos te quedás arriba, yo abajo” o viceversa. Hablamos con un superior, autorizó y ese primer día hicimos el cambio de guardia, el 2 de mayo. Eran las tres y media de la tarde. Me levanté de la siesta. Y pensé: “me voy a bañar ahora.” Después quería comer papas fritas con milanesa que había a la noche y quería pasar dos veces. Hay una hora para pasar el rancho. Y yo pensaba “voy antes de las siete y ya a última hora a las ocho.” Así repetía la milanesa. Si me tenía que bañar, tenía cinco minutos para hacerlo, ya perdía uno de los platos. Así que me acerco al Radio Dos y le explico a mi compañero lo que tiene que hacer. Jorge Llacante, un sanjuanino. Le digo: “mirá, vos acá tenés que hacer esta tarea, tenés acá un tambucho, si llega a suceder algo, es el lugar de salida, es tu escape a la vida.” Era cabezón así que lo cargaban: “fijate a ver si vas a entrar, qué sé yo.” Nos reímos y yo me fui a Radio Uno. Y digo: “voy a tomar un poco de aire antes de ir a encerrarme.” Pero ya el mar estaba picado, las olas ya se avizoraban y a la cubierta era peligroso subir porque te podías llegar a resbalar y ahí sí que no te encuentran. Entonces bajé, pasé por el sector en donde estaban… por la cantina que es un lugar donde los muchachos iban y compraban cosas y había una guitarreada, estaban con el mate, jugando a las cartas. Y recuerdo que yo llevaba un bolsito. Siempre llevaba un bolsito conmigo que tenía chocolate, galletitas, todo lo que fuera dulce porque era lo que nos recomendaba el médico en caso de naufragar y estar en el medio del mar. Bueno, cruzo así, esa imagen la tengo grabada, era un momento de relax. Algunos que estaban descansando y bueno, subo a Radio Uno, y cuando subo… Justo estaban jugando Boca-Estudiantes. Pregunto: “¿cómo van?” Me dan el resultado y enseguida se escucha un gran choque, un gran movimiento. Ahí nomás otro movimiento y en ese segundo movimiento se cortaron todas las luces, se cayeron algunos equipos, se empezó a ver humo, y ya se oía algo raro, fue como un choque de vehículos. Fuerte. Muy fuerte. 

En ese momento atiné a salir en forma ordenada, así lo hicieron todos, y lo primero que hice fue mirar hacia la proa. Faltaba una parte, una cosa de locos, habían volado treinta metros de la proa. Para que ustedes se den una idea, eran dos cuadras el barco, y se quedó sin la parte de adelante. Bueno, acto seguido tomé mi bolsito, yo tenía un gabán y lo primero que hice fue bajar a la cubierta. El barco ya tenía cierta escoración, estaba escorado. Miro el horizonte, estaba lloviznando, ya con un poco de oleaje, y veo un barco como que se aleja, entonces no entendía mucho, no entraba en la realidad. ¿Fue ese barco el que nos atacó? ¿Por dónde va a venir el segundo cuetazo, el tercero? Entonces empecé a caminar por la cubierta agarrándome, me iba para la proa, y la proa estaba totalmente arrancada de cuajo, me iba para popa, iba y volvía, lo hice dos veces. Pensaba: “¿dónde caerá el segundo?” Por ahí si estoy acá, rajo para allá, ahora me cambio, fue un momento dubitativo. Después pude escuchar la orden por altavoces que decía “tomar puesto de abandono” y cuando fui a tomar el puesto de abandono, a esa balsa sin nada, pude ver que había gente que estaba herida, gente que salía con una manta, pero todo se desarrollaba bajo una línea, había un orden, no era una cosa caótica, para nada. Todos sabíamos exactamente bien todo lo que teníamos que hacer. Obviamente el puesto de combate que yo tenía había desaparecido y la Radio Dos… Tiempo después me enteré que el primer impacto había sido en la Radio Dos. Al lado, pero voló la Radio Dos y el otro impacto fue en la proa. Me fui hacia mi balsa. Una vez ahí estaba el jefe de la balsa, siempre era un oficial, en este caso era el contador, un teniente de navío creo que era. No recuerdo el nombre, pero era contador. Ahora te voy a decir por qué. Pero era contador. No sé tampoco si sobrevivió. Por eso muchas veces cuando nos juntamos estamos reconstruyendo la historia nosotros mismos. Yo hace poco recién me enteré de lo que pensaba y qué hizo mi familia. Yo sabía lo que había hecho yo pero no sabía cómo habían actuado, cómo se habían enterado, hasta hace poco. Bueno, cuando voy a la balsa ya estaban mis compañeros de balsa, el comandante da la orden de abandono del barco. Me doy media vuelta y miro hacia el puente de comando y lo puedo ver a mi compañero Sarmiento. Uno de los chicos que salía de la Escuela de Mecánica y que estaban de pase conmigo. Y lo veo que está con sangre en el rostro y arrojando bengalas. Esa fue la última vez que lo vi. Este chico está desaparecido, no apareció. 

Empiezan a tirar las balsas, como un huevo, una cáscara que se tira, se abre, se rompe, se abre la cáscara, el armazón que tiene y se abre. Es como un iglú. Se empiezan a arrojar los tripulantes asignados a esa balsa y queda el oficial a cargo de la misma y yo. Entonces me da una navaja y me dice “cabo, me voy a arrojar, corte usted el cabo” que son las cuerdas que sujetan a la balsa. En ese momento se arroja él. Ya quedaba bastante alta la proa, porque era casi en la proa a donde estaba la balsa. Y en ese momento hace una elevación el crucero, la balsa como que se mete hacia abajo y después cuando baja por el oleaje el crucero, la balsa sale, y se va. Y ahí… No te digo que entré en desesperación pero pensé “si me pierdo otra balsa no la cuento.” 

Me fui al centro del barco adonde había tanta altura y lo primero que hago, error, me tiro en la primera balsa que encuentro, me tiro arriba y después me meto adentro. Cuando estoy adentro, había dos conscriptos. Y, claro, se tiraban todos arriba de la balsa y después de esa balsa saltaban a otra. ¡Y nosotros no podíamos salir! En un momento dado veo que está entrando agua, unos manguerazos tremendos de agua. Claro, estaba pinchada. Y en ese momento el casco del crucero se me pone acá, en la cara. Lo veo venir, lo escucho el crujir, pero no logro entre el agua y el techo hacer pie. Estábamos atrapados. Y ahí fueron unos segundos donde dije “Ayudame, Dios, por favor.” Fueron segundos, pero se me pasaron muchas cosas por la cabeza. Pensé en mis padres, pensé en mis hermanas, pensé en mi novia, a la que yo no había querido hacerle el amor porque supuestamente la quería llevar virgen al altar… Y de golpe me acuerdo de la navaja. ¡La navaja! Corté el techo, pudieron salir estos chicos, los conscriptos, y bueno, me saqué el gabán, se lo tiré a otra balsa, porque yo sí o sí me tenía que tirar al agua, y también les arrojé el bolsito en donde tenía los chocolates. ¡Los chocolates, che! No me quedaba otra que tirarme al agua porque esa balsa ya estaba pinchada, ya estaba empinándose. Cuando me arrojo al agua, a los tres metros habré llegado a otra balsa, a la que intento subirme. Fue bastante difícil porque ya había aceite, petróleo en el agua, y me trataban de levantar y no podían, porque me resbalaba. En un momento dado me cansé. Me decían “¡buscá la escalinata!” Pero qué iba a buscar… Todas las balsas tienen como una escalerita y en el agua, como se movía, ya no la encontraba, no sé. Recorrí un tramo, no recuerdo cuanto, pero ya era un momento que ya no tenía más fuerzas. No digo que me resigné pero tomé un descanso y en ese momento sentí que alguien me agarró del forro del traste y me levantó. A esa persona la encontré dos años después en el patrullero King que estaba en el apostadero naval, donde está la Fragata Libertad. Esa es otra historia. Pero la cuento.

Después del crucero me mandan de pase al edificio Libertad, y del Edificio Libertad al taller de electrónica ahí en Palermo a trabajar en el servicio de radioaficionados de la Armada, y de ahí me mandaron al patrullero King de pase. Un día cuando estoy por salir de franco, yo tenía en el gorrito. Porque nos exigían que entremos y salgamos con el uniforme. Yo tenía en el gorrito que decía Crucero General Belgrano porque era lo que me habían dado, no tenía el nuevo con la cintita que decía Patrullero ARA King. Entonces voy así y pasa un gordo y empieza a mirar uno por uno a todos, y dice: “bueno listo, retirada, retirada. ¿Y usted por qué lleva esa gorra?” Y yo: “Porque es la única que tengo.” Y ahí me mira, sonríe y dice “¿sabés quién soy yo?” Y yo pienso: “Este me tutea…” En ese momento no se tuteaba. El colimba no tuteaba al cabo, el cabo no tuteaba al oficial, todo era de usted y ese tipo era diez años más grande que yo. “No, discúlpeme, señor, no sé quien es.” Una vergüenza y también un poco de aphresión. Sonreía y noto que un poco se le enturbia la vista. Me dice: “¿No te acordás quién te metió la mano en el forro del culo y te levantó de la balsa?” ¡Uy! Lo abracé. Y le dije: “tengo a mi segundo papá.” Por decirte. Ya murió. Mariano Ríos, era artillero, cantaba… ¡Ah! Qué sé yo. Si ese tipo no me levantaba…

Arriba de la balsa empezamos a remar. A remar, a remar, porque había que alejarse del barco lo más pronto posible. Si daba vuelta de campana nos podía succionar y llevar para abajo. Y fue triste, y empezamos a cantar el himno… Y despacito, lentamente, el crucero se fue, se fue hundiendo muy pero muy despacito. Y lo último que quedó fue la parte de popa y el panzón. Fue muy doloroso. Ese momento fue muy pero muy doloroso porque sentimos que se nos fue parte de nuestro espíritu, se nos fue nuestra casa. Pero tampoco había mucho tiempo para pensar. Había que remar porque en cualquier momento podía comenzar a explotar la Santa Bárbara y vaya a saber qué podía ser de nosotros. Si otra vez se pinchaba la balsa podía ser tremendo. Así que, bueno, nos alejamos lo más posible. Y después de a uno nos fuimos sacando los zapatos, yo tenía un par de zapatos, o borcegos, para no romper o tajear la balsa. Nos fuimos alejando y de a uno por vez, uno por proa y otro por popa, nos fuimos metiendo en la balsa. Exactamente las horas no me acuerdo pero sí sé que era la noche y en un momento dado no nos dimos cuenta y casi nos da vuelta una ola. O sea, a partir de ese momento, cuando ya escuchábamos que venía una ola, ya sabíamos que tipo de ola era. Si era gigante, nos acostábamos, nos sentábamos todos con los pies extendidos hacia adelante. De esa manera cuando sentíamos que venía una ola, todos los que estábamos dando la espalda a esa ola, nos teníamos que parar, precisamente para hacer una fuerza, un contrapeso para que no diera vuelta la balsa. De hecho, después nos enteramos que muchas balsas fueron dadas vuelta inclusive con gente adentro, obviamente, pero que no tenía la suficiente cantidad de peso para soportar y que no se diera vuelta. Nuestra balsa tenía treinta y dos personas cuando la capacidad era de veinticuatro. 

Lo que vivimos en la balsa tiene una historia aparte y es larga pero… Les voy a contar algunos detalles. El orín era un favor, por ejemplo. Cuando uno orinaba eso daba calor al cuerpo. Después nos íbamos turnando quince, veinte minutos y girábamos porque el hecho de estar con la espalda hacia la proa o la popa, que era el lugar adonde tenía el ingreso a la balsa, te afectaba diferente. Estaban rotos los cierres y entraba agua. Y había que soportar porque estar ahí diez, quince minutos, listo, correte. Eran diez, quince minutos cada uno porque no había lugar. Éramos treinta y dos personas. Teníamos un herido, pobrecito, que después terminó falleciendo y teníamos un enfermero que le aplicaba morfina… En un momento dado, yo me despierto, creo que eran las dos, tres de la mañana. No sabía muy bien qué había pasado, dónde estaba, me había quedado dormido. Pero no sólo yo, estábamos todos dormidos, y en ese momento dije: “los que sean católicos les pido que me acompañen con un Padre Nuestro, y a los que no lo son, les pido que nos acompañen con mucho respeto pidiendo que tengamos una salida de esta situación, y para nuestros compañeros que quedaron en el crucero, pidamos que descansen en paz.” Empezamos a rezar y eso levantó la autoestima de todos y volvimos a achicar, porque teníamos agua ya hasta la cintura. Empezamos a sacar de vuelta agua y de esa anécdota se acuerdan muchos compañeros.

Estuvimos veintisiete horas y media en la balsa. Al otro día, a las dos y media de la tarde el oleaje seguía, pero no con tanta intensidad como lo había sido desde las diez de la noche hasta la una de la mañana. Después había oleaje y ya estábamos medio, no digo entregados, pero ya era cuestión de pensar que solamente un milagro nos podía salvar. Otra cosa que hicimos fue usar un equipo de radio. Sacábamos la antena, mandábamos señales de S.O.S. en morse y también en radiotelefonía. Llegamos a escuchar una radio de Río Grande, lo cual nos dio una alegría tremenda porque eso significaba que alguien nos había escuchado y sabía que estábamos vivos. 

Al otro día, como decía, eran las dos de la tarde y debo sacarme el sombrero con quien nos tocó como jefe de balsa que era un teniente de navío, Torrontegui. Se portó como un líder en la balsa. Un tipo que se comportó excelente. En el barco era muy duro, muy rígido pero la verdad que me saco el sombrero por cómo se comportó. Y bueno, vimos un avión. Nos ve, nos hace un saludo. El jefe arrojó bengalas. Y fue nuestra gran alegría de saber que alguien nos había visto, que nos estaban buscando y que seguramente pronto vendría alguna embarcación a buscarnos. Así fue que tipo cinco, cinco y media veíamos por momentos y por momentos no. No sé si alguna vez ustedes navegaron, pero el oleaje hace que, a veces, la superficie no se llega a ver del todo. El mar es tremendo. Por ahí se veía un casco ahí, y se perdía, y bueno, había sido el Bouchard, el barco que también teníamos nosotros como escolta que venía al rescate. Tocó bocina, ahí nos dimos cuenta que ya nos habían avistado y que nos estaban de alguna manera buscando y tipo seis y media comenzó el rescate pero con una situación nada fácil. Nos ataban con un arnés y nos levantaban. Por el oleaje, algunos de nosotros golpeamos contra el casco y yo fui de los últimos que subió al barco y cuando subí pensé que iba a caminar como cualquier cosa, y no, me caigo porque las piernas no me respondían. Lo que hicieron los muchachos del Bouchard fue ponerme una manta, darme un caldo, y después nos atendieron de maravilla y me pegué un baño, me pegué un baño con agua caliente que era una cosa de locos. Estaba recuperando mi vida y pensaba en los tipos que habían quedado porque en realidad ese barco había rescatado a dos balsas, a la nuestra y a otra más. Creo que éramos cincuenta, nada más. Después me enteré ya en Ushuaia que habían sobrevivido muchos más muchachos. Pero el barco estuvo dos días más buscando otros sobrevivientes y en otra ocasión tuvimos otro zafarrancho de combate porque habían detectado como que el submarino andaba rondando. Y yo como dormía en una tercera cama, estaba durísimo, mis huesos no respondían. Me acuerdo que me tiré. Me tiré y caí como un bolsa. Teníamos que ir a un camarote de los oficiales. Después de dos días llegamos a Ushuaia adonde bueno, la gente me acuerdo que nos esperaba del otro lado de una avenida que se llama Maipú. Subimos a un micro, un micro verde que era de la Armada, los verdes, los Mercedes Benz que estaban haciendo el apoyo a la institución y nos llevaron a la base aeronaval de Ushuaia. Ahí nos pudimos cambiar, nos sacamos la ropa, nos dieron un gabán que era un enterito, un mameluco, como usan los aviadores. Ese mameluco se lo di yo, el año pasado a un ex conscripto, de clase, creo que clase 60 pero obviamente era de la Armada. Pero se lo dí a él porque lo tenía mi mamá. Mi mamá lo tenía en una bolsa, un día me dijo, “mirá Jorgito, llevate esto porque es tuyo.” Y yo la verdad que lo tenía en una bolsa en el placard y esta persona, como colecciona cosas y es un fanático de la Armada, me pareció muy atinado regalárselo a él, así que lo tiene él.

De Ushuaia embarcamos en un vuelo, creo que un Electra o un Fokker y nos llevaron a Espora. En Espora había familiares. Uno de ellos era la mamá de un compañero de Bahía Blanca, Juan Carlos Goyo. Este chico, cuando yo fui a tomar la guardia estaba durmiendo y yo lo vi. Cuando la mamá vino, se acercó y me preguntó si yo sabía algo, si yo tenía algún dato de él, no tuve el coraje para decirle que su hijo había quedado ahí. El año pasado tuve contacto con su hermana, después de treinta y nueve años… Pero en ese momento no pude. 

Ahí en Espora había un compañero mío que me reconoció, se acercó y me dice “Jorge, ¿tenés algo de plata o estás…?” Y le digo “vengo del naufragio, no, no tengo nada.” Entonces me tiró algo así como si fueran, qué sé yo, quinientos pesos de hoy. Llegando a Puerto Belgrano nos dijeron: “bueno, mañana se presentan en la base Sarmiento”, el lugar en el que hacían la instrucción los conscriptos, “y ahí vemos cómo hacemos con el tema de la licencia y demás.” La cosa es que cuando yo salgo de la base, oscuridad total, no se veía luz alguna porque había oscurecimiento, tenían que estar todas las ventanas tapadas, oscuras. Y me acuerdo que me metí en un barcito, justo enfrente a lo que es el Puesto Uno de la base naval y entré y estaban pasando fútbol. O sea, estaban con el campeonato del mundo. Eso me descolocó. ¿Cómo que hay partido? No me entraba en mi cabeza la posibilidad de que esto estuviera sucediendo. Se acercó el mozo, me preguntó qué quería comer. Me dice: “¿Vos venís del crucero, ¿no?” Y le digo “sí, sí, recién acabo de llegar.” Me sirvió un plato de milanesa con papas fritas, me dio una coca-cola y cuando amago a pagar, me dijo: “no, no, por favor, andá, pibe.” Después me di un baño con agua helada porque no había agua caliente. Estaba re estrellada esa noche, estaba imponente, y yo estaba con vida.

Al otro día tenía que tomarme el tren desde Bahía Blanca hasta Buenos Aires y cuando salí de la base, salí licenciado y me estaban esperando mi papá con un primo mío. No lo podía creer. Hasta ese momento yo no sabía quienes habían quedado, quienes habían sobrevivido, no sabía si el muchacho, el salteño con el que yo vivía había sobrevivido… Viajamos en tren los tres y llegamos a Lomas de Zamora. En Lomas de Zamora nos bajamos del tren y ahí trabajaba mi hermana. La abrazo. Y me dice, casi susurrando, con una sonrisa: “está mamá.” Mi mamá estaba detrás de una góndola, cuando mi mamá me ve… Perdoname, me cuesta seguir. Me acuerdo y me emociono. 

¡Estaba haciendo unas compras! Y le aparecí ahí… Hola, mamá. Toda la gente nos abrazaba, nos aplaudía. Una cosa muy linda. Y enseguida, después de eso, Mamá quería donar algo. Ella tenía unas medallas de oro, qué sé yo, cadenas: “Me vas a acompañar Jorgito y vamos a ir a donarlas.” Ni sé qué día fuimos. Fuimos a lo que era la televisión pública en ese momento. Estábamos haciendo la fila y había mucha gente. Así que pensé: “me voy a fijar si hay una fila con menos cantidad de gente que la que hay acá.”

Había mucha gente. Eran colas y colas, y autos, y eran como cuatro filas para llevar donaciones. Así que vuelvo y había un tumulto alrededor de mi mamá. Claro, mi mamá evidentemente se había puesto a hablar con la gente que la rodeaba y dijo que yo acababa de llegar del Crucero Belgrano. Fue todo muy rápido porque enseguida pasó por ahí un productor y empezó a preguntar “¿Quién es el que estuvo en el Belgrano? “Ahí, ahí, el chico, el chico.” Bueno, vení, ¡pero estoy con mi mamá y una amiga! Que vengan con vos. Bueno. Nos metieron adentro del canal. por acá, por allá, aparecemos en el estudio, y justo en ese momento se estaba cantando el himno. Entonces empecé a cantar el himno nacional. ¿Qué iba a hacer? Y bueno, terminamos de cantar el himno nacional y yo estaba ahí, no entendía nada, yo tampoco sabía qué hacer.

Entonces viene Pinky y me da la mano. Una divina, muy cálida, muy profesional. Y me lleva. Pero no, no me dijeron nada. Yo no entendía, no sabía nada. Pero me dejé llevar. En un momento me di cuenta de que la gente me estaba mirando, y yo te soy sincero, no tenía la más pálida idea de nada. Pasa lo que se ve y cuando estoy saliendo del canal la gente me empieza a saludar. Y así fue al otro día, al otro día… 

Aún hoy que sigo trabajando en la Armada cuando hablo siempre lo hago con mucha cautela. Tengo, al mismo tiempo, un pensamiento crítico y una responsabilidad. Hay que hablar con respeto y con responsabilidad. En ese momento, yo era un soldado de una guerra que estaba transcurriendo. No podía salir a decir cualquier cosa. Fue así y es así.

Me reconocieron por la calle durante una semana. Me saludaban. Me felicitaban. Pero también he tomado el tren para ir de Retiro, de Constitución a Long Champs, y he recibido insultos, por estar con uniforme. Se la agarraban conmigo ¿no? Eso me parece lamentable. 

Del Edificio Libertad me fui al patrullero King un año. Del patrullero King fui cuatro años a base aeronaval Ezeiza, de la base aeronaval Ezeiza, ahí estuve a punto de pedir la baja porque la situación no daba para más. En ese momento mi novia, que hoy es mi señora, ganaba mil doscientos pesos, y yo ganaba doscientos pesos, o sea ganaba mucho más que yo. Entonces fui a pedir si me podían mandar a Ushuaia. Ahí me mandaron cuatro años. En el 91 fui destinado a una comisión de paz por Naciones Unidas, estuve en centroamérica seis meses y después ya al regreso me mandaron de pase a Puerto Belgrano. Ahí estuve dos años. Y me fui de baja y pase a trabajar como personal civil en la Armada en Ushuaia. Y en el 2009 me vine para acá, para Mar del Plata.

Y estando en Ushuaia, estando en Puerto Belgrano me había anotado para ser docente y por cuestiones de la guerra no pude cursar. No, estoy confundido, yo hice el secundario en Buenos Aires. Cuando vine de pase a Puerto Belgrano, en el 93. Yo quise empezar a hacer la residencia, el profesorado de educación primaria, con un compañero más. Y me mandaron a la corbeta Drummond. Esa corbeta navegaba mucho. Fue uno de los motivos por los que me di de baja. Por eso y porque ya tenía a mi hija con un año. Ahí fue cuando me fui a Ushuaia. En Ushuaia fue en donde me recibí y trabajé ahí diez años. Y ahora trabajo en la base de Mar del Plata, en comunicación, algo de lo que nunca me desvinculé del todo. 

A veces voy a la escuela donde trabaja mi hija que también es docente y doy una charla. Me gusta trabajar con los más chicos. Hablarles de Malvinas. Hay que tener cuidado porque son muy chiquitos. Y porque con Malvinas siempre hay que tener cuidado. Hay que ser preciso, responsable y hablar con respeto. Eso es lo que pienso. Cuando hablamos de Malvinas hay que hacerlo con generosidad, con responsabilidad, cuidándonos y cuidando al otro. Siempre pensé eso. Gracias.”////PACO