Filosofía


Un malestar llamado Byung-Chul Han

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No-cosas. Quiebres del mundo de hoy, el último libro de Byung-Chul Han, nos recuerda que hay dos razones por las que los filósofos de gran notoriedad provocan malestares incluso más allá de las características particulares de sus posiciones políticas. La primera razón es que habitamos un mundo con poca tolerancia a la materia prima de la filosofía, que es el preguntar. De hecho, casi no hay pregunta que Google no responda al instante y con relativa eficiencia, lo cual relega a casi todo preguntar al área de lo inmediatamente práctico y resoluble, es decir, el área de la ciencia (fue en este sentido que el astrofísico Stephen Hawking dijo en 2011 que “la filosofía ha muerto”, señalando que sólo correspondía a los científicos “llevar la antorcha del descubrimiento en nuestra búsqueda de conocimiento”). De todos modos, se trate de una charla pública sospechosamente amena como la que tuvo lugar en 2018 entre Yuval Noah Harari y Christine Lagarde, por entonces directora del FMI, o de un debate ampuloso como el que se organizó en 2019 entre Slavoj Žižek y Jordan Peterson, lo cierto es que tras estos nombres, que también son los de algunos de los best sellers mundiales de la filosofía, aparecen preguntas cuyas respuestas no son tan fáciles ni tan rápidas. Y eso molesta.

La segunda razón también gira alrededor del preguntar, pero ya no tiene que ver con el cómo ni el por qué, sino con el cuándo y el dónde. Para entenderlo, tal vez ayude el aluvión de interpretaciones y pronósticos hechos al inicio de la pandemia global de Covid-19 por distintos filósofos. Por aquel entonces, Paul B. Preciado, Jean-Luc Nancy o Franco Berardi, entre otros, inundaron con sus artículos, entrevistas e incluso libros de generación poco menos que espontánea lo que parecía una demanda voraz de entendimiento acerca de un acontecimiento apenas en marcha. Lo cual llevó a que algunos se preguntaran si el famoso “búho de Minerva que sólo levanta el vuelo en el crepúsculo”, como Hegel definía al pensamiento que espera hasta que las cosas hayan concluido para elaborar ideas, no estaba alzando sus alas mucho antes del fin de la oscuridad bajo el efecto de otro signo de la época: las ansias de figuración. Entre quienes recibieron estas sospechas estuvo Byung-Chul Han, que al inicio de la pandemia escribía acerca del “individualismo acentuado” de los europeos, tan desarraigados de los fundamentos clásicos de la política, la ciudadanía y la responsabilidad colectiva que, aún ante la evidencia científica del Covid-19, sospechaban en nombre de una confusa libertad de pensamiento individual del Estado, las vacunas y los dictámenes sanitarios para su supervivencia. Para solucionarlo, especulaba Han, los Estados occidentales se aliarían aún más con Silicon Valley para intensificar nuestra de por sí profunda existencia digital, de modo que el control se volviera mayor. Por esto, Han fue acusado de ser un desalmado pesimista, a pesar de que dos años más tarde la expansión de Covid-19 entre la sorprendente cantidad de antivacunas en países como Alemania o Austria confirma que la resistencia ilógica a la pandemia es real. Mientras tanto, se siguen discutiendo medidas de control como “el pase sanitario”.

Por supuesto, Byung-Chul Han no acertó su diagnóstico por adivinación ni por suerte. Sus tesis sobre lo que la tecnología digital desarraiga en hombres y mujeres (desde la agonía del Eros hasta la desaparición de los rituales) se remontan a ideas desarrolladas desde hace casi una década y están escritas de un modo que provoca que incluso quienes se postulan como pastores de desahuciados desde los distintos rincones de la autoayuda o la psicología lo acusen de describir el agua mientras nos ahogamos. En tal caso, Han escribe y vende cada vez más, al punto tal que “atacar” sus libros se convirtió en una especie de correcta moda intelectual. ¿Pero una moda intelectual alrededor de qué, exactamente? En este punto, No-cosas. Quiebres del mundo de hoy, resulta oportuno para indagar en este malestar.

Es probable que lo más incómodo de la obra de Han sea la herida narcisista que provocan sus preguntas. Por ejemplo, al contrastar la “utopía digital” de Silicon Valley con una “prisión digital” en la que nuestros teléfonos inteligentes son “un instrumento de dominación”. Desde ya, no es fácil aceptar que las plataformas en las que invertimos tanto tiempo, energía libidinal y datos, y que a cambio nos devuelven ilusiones de reputación, sociabilidad e incluso algún negocio, sólo están al servicio de “tornar al mundo cada vez más intangible, nublado y espectral”. Pero hay más. ¿Y si nuestra “infomanía”, como Han llama al “fetichismo de la información y los datos”, fuera el suplemento perfecto de una economía que ya no invierte en cosas sino en pura especulación financiera? En consecuencia, lo único “inteligente” de nuestros teléfonos es que al seducir a nuestro narcisismo con fantasías de libertad y realización, nos consagra a un “capitalismo del ‘Me gusta’ que gracias a su permisividad no tiene que temer ninguna resistencia, ninguna revolución”. Tal como lo presenta Han, entonces, la banalidad de los teléfonos inteligentes nos vincula a conciencia con fuerzas más severas y profundas. “Sabemos lo que hacemos y lo hacemos de todas formas”, sería la reformulación de esta premisa si uno desenmascarara su evidente cinismo.

Sin duda, es fácil objetar, aunque sea como una comprensible autodefensa, que lo que dice Han ya es sabido o que, en el proceso de elaboración de este saber, hay nombres más relevantes en danza, aún si es el propio Han quien los cita hasta el hartazgo (Martin Heidegger, Hannah Arendt, Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jacques Lacan, etcétera). ¿Pero en qué momento lo ya sabido se volvió también aceptado sin derecho a réplica? ¿Y por qué razón señalar este triste cuadro de pasividad genera algunas risas cínicas y nerviosas? ¿Qué más hay detrás del malestar? Suele decirse que un best seller es un autor al que leen quienes no leen, lo cual es una fórmula válida y en muchas ocasiones comprobable. Sin embargo, lo que Byung-Chul Han ofrece a través de su avalancha de libros, tal vez, pueda pensarse de una manera distinta. En No-cosas eso está señalado de esta manera: “Hoy nos comunicamos de forma tan compulsiva y excesiva porque estamos solos y notamos un vacío. Pero esta hipercomunicación no es satisfactoria. Sólo hace más honda la soledad, porque falta la presencia del otro”. Por intermedio de la dialéctica tal como fue planteada por Hegel, cuando Han habla del “otro” se refiere a aquel o aquello que es capaz de confrontar nuestras certezas. Y eso, en un mundo digitalizado al ritmo de la positividad del ‘Me gusta’, quiere decir que sólo es un “otro” aquel o aquello que nos confronta con su negatividad, de manera que aunque sea por un instante pueda interrumpirse la resignación en la que nos sumerge la permanente reafirmación de nuestra mirada única y cerrada sobre el mundo. Esta ausencia programada de negatividad se vuelve evidente cuando “corremos detrás de la información sin alcanzar un saber”, pero también cuando “nos comunicamos continuamente sin participar en una comunidad”. Tal como dice Han, nada de esto impide que notemos el “vacío”. Pero, vamos, ¿qué tan dispuestos estamos a las preguntas sobre lo que ese “vacío” significa?

La obra de Han gira alrededor de este preguntar, al que otro filósofo en la misma liga del éxito editorial, Gilles Lipovetsky, denominó hace mucho tiempo “indiferencia por hipersolicitación”. Y si hay razones para que este preguntar genere malestar, es probable que se deba al modo en que evitamos interrogar al “vacío”, al menos, mientras nos otorgue la fantasía de que tenemos nuestros pies bien firmes sobre las certezas, las reglas y las posibilidades de la época. En otras palabras, la complicidad cínica con el sistema y la protesta histérica contra Han no son más que una evidente cuestión de cálculo. El problema, insiste Han, es que la felicidad es un acontecer que escapa a todo cálculo. La vida calculable y optimizada, la vida realizada a través de la espesura económica de las pantallas digitales, está “ayuna de magia” y, por lo tanto, de felicidad. Este es un mensaje tan obvio y verdadero, y tan esencialmente filosófico, que en ciertos casos nos repele y nos obliga a descartarlo por su oposición al principio de instantaneidad, pragmatismo y callada complicidad en el que nos movemos todos los días. Y sin embargo, el “vacío” prevalece. Y lo percibimos. Y a algunos los inquieta mucho más que a otros.

Escribe Han: “El capitalismo de la información está conquistando todos los rincones de nuestra vida; es más, nuestra alma. Los afectos humanos son sustituidos por valoraciones o likes. Los amigos se cuentan por número. La cultura está completamente al servicio de la mercancía. Los productos se aderezan con microrrelatos”. Desde ya, nadie podría decir que estas son novedades. ¿Pero acaso el ataque a estas preguntas se volvió una correcta moda intelectual porque preferimos avanzar a conciencia hacia el “vacío” antes que dudar de nuestras certezas? Siguiendo a Heidegger, al que Byung-Chul Han le dedicó su penúltimo libro editado en español, El corazón de Heidegger, tal vez este preguntar, al menos, corresponda a “lo que es digno de ser cuestionado” en lugar de lo “simplemente cuestionable”////PACO

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