¿Por qué escribimos? ¿Desde qué lugar escribimos? El escritor no puede hacer nada para que el lenguaje sea consumido con libertad, por esa razón se ocupa de crear un lenguaje propio, amplio, libre y abierto a la totalidad de las interpretaciones. Barthes dijo esto mismo con mejores palabras. «Porque el escritor no puede de ningún modo modificar los datos objetivos del consumo literario, transporta voluntariamente la exigencia de un lenguaje libre a las fuentes de ese lenguaje y no al momento de su consumo”. Para Barthes la escritura nace de la confrontación del escritor con su sociedad, del hecho trágico de que éste, imposibilitado de intervenir en la decisión de los lectores, se encuentre forzado a retirarse hacia las fuentes instrumentales de la creación. Esa es toda la libertad a la que podemos aspirar –supone Barthes. La libertad del choque, del enfrentamiento de las ideas en las arenas del lenguaje, de la tensión producida entre lo que se puede pensar y escribir, frente a lo que el mercado editorial esperaría o pretendería que escribamos. En esa posición de resistencia es necesario ubicar el primer libro de cuentos de Gabriela Larralde: Soluciones quirúrgicas. Un breve recorrido a través de las anécdotas trascendentes en la vida de ciertos personajes –en su mayoría femeninos aunque no exclusivamente– que no encajan de modo completo en los esquemas históricamente preestablecidos de los géneros. “Sus fines de semana, nuestros fines de semana, tenían una apariencia de normalidad, pero estaban muy lejos de ser normales”.

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En varias oportunidades, los roles de género están alterados con astucia en los relatos, buscando un efecto en todas la oportunidades. Un claro ejemplo puede leerse en el segundo cuento, que da título al libro: Al contrario que mamá, él [padre de la narradora] era de llorar  El fácil.” Pero además de estar alterados los roles en la familia, las posiciones también se alteran e intercambian en el organigrama del hospital, e incluso en el plano afectivo entre padres e hijos. “El alta me lo doy yo, –dijo incorporándose” […] ¿A quién voy a esperar? ¿A algún residente…? ¿A quiénes te pensás que les dan las guardias los domingos?… Sacame esto […] Lo vi sacarse la aguja del suero, decirle algo al hombre  que estaba acostado en la cama de al lado, tocar el timbre que llamaba a la enfermería y mover los labios preguntándome algo que no llegué a escuchar”. Ya se trate de hijas, novias, parejas, profesionales, amigos, hermanas o hermanos, los personajes de Larralde siempre están en posición de alerta. La mirada subjetiva sugiere un enfoque particular de las escenas. Quiero decir, el punto de vista es llamativo, auténtico, singular, y a la vez permite observaciones corridas, como gestándose en un lugar ajeno a los hechos narrados. Incluso en el cuento que recién mencionaba: “Soluciones quirúrgicas”, donde el padre termina en el hospital por sus delirios infantiles, la protagonista –que bien podría quedar atrapada en el dolor y la angustia de la tragedia– logra escapar al rol sesgado de “la hija de papá”, para volver al abrazo de su madre, retirar ciertos juicios adoptados y comprender algunas cuestiones.

Más significativo es el corrimiento del rol, o la posición subjetiva de la mujer que narra: “Como si estuviéramos en Moscú”, uno de los cuentos de separación más logrados que leí. En este relato se exponen las horas finales de una pareja que se está disolviendo. El momento elegido es el mejor acierto del relato: la noche de navidad. Alguien tira una bolsa de mierda desde alguno de los departamentos del edificio y la mujer de la pareja es quien debe ocuparse de limpiar y averiguar qué vecino se está divirtiendo con semejante estupidez. Todo apunta a la vieja del piso de arriba. La relación de la pareja podría extenderse unos días más, pero el simple y puntual hecho de que esa bolsa de mierda cayera sobre las baldosas del patio precipita el desenlace. Es interesante detenerse en los datos denotados. El subtexto de este relato es poderoso. Una latita de desodorante vacía, una bolsa de mierda, o un tsunami de pólvora, podrían haber provocado la explosión de la misma forma. Lo que la narradora no está diciendo de modo expreso aparece expuesto en primer plano todo el tiempo. Por otra parte, la forma en que el cuento se resuelve subraya el sentido de la lectura que hago. Cualquier cosa es mejor que pasar la noche de navidad con la familia de un novio desatento y pasivo, que no se ocupa de nada. Cualquier cosa, incluso, cenar con la vieja que arrojó la bolsa. De ese modo, la narradora transfiere la bronca de un hecho a otro y en esa resolución pone en valor a la desolada vecina por sobre cada uno de los integrantes de la familia de su novio. Lo que se elige, entonces, resignifica el cuento y lo erige contra la reproducción de prácticas viejas que no se corresponden con las nuevas subjetividades. Lo que se deja atrás se desvaloriza, pierde interés, se elimina. Las apariencias se desvanecen. Las compañías no se caretean. La libertad se expande en ese gesto. Contra las normas y contra todo lo que podría esperar el mercado editorial que una autora joven relevara para sus lectores.

Si bien el libro reúne demasiadas historias, a veces dispersas y otras veces muy breves –como esbozos de cuentos que podrían desplegarse aún más y mejor– quisiera detenerme en la buena decisión de ubicar sobre el final del libro el cuento más perturbador de la saga. “Eliseo Ryazan”. Allí no solo coincide el nombre de la narradora con el de la autora, sino que se pone en cuestión todo lo anterior. ¿Está bien esta chica? ¿Son autobiográficas sus historias? ¿Qué de todo estos es pura invención y qué no? ¿Se está narrando desde la locura? Tal vez la lectura que podría hacerse –si mantenemos en vigencia la hipótesis de lectura escrita más arriba– es que estamos frente a de un nuevo corrimiento. Una subjetividad enérgica e independiente no acepta pasivamente ni se entrega, siquiera, a los relatos psicoanalíticos tradicionales. Pero, ¿y si se tratara solo de un fantasma? ¿Si la imaginación hackeara la integridad psíquica de la narradora? ¿Por qué la narradora es Gabriela, justo ahora? Las preguntas auguran muchas y variadas lecturas. Y eso, volviendo a Barthes, señala un logro genuino y concreto de este libro: la autora supo retirarse a las fuentes instrumentales de la creación, supo olvidarse de los lectores y del mercado editorial, supo aportar su mirada extrañada sobre ciertas cuestiones////////PACO