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Un enviado de Vladimir Putin en Buenos Aires

En noviembre de 2017 el ruso Aleksandr Dugin visitó Buenos Aires y dictó una serie de charlas que acaban de ser editadas bajo el título Geopolítica existencial. Las conferencias se titulan “Tres generalidades de importancia estratégica”, “Civilización de la tierra y civilización del mar” y “La esencia nihilista del liberalismo”. Fueron dictadas en la Escuela Superior de Guerra, en la CGT y en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Haber elegido la casa de las armas, la del trabajo y la de la ciencia no parece casualidad, y su paso por dichos lugares abre varias preguntas.

En cada uno de los textos, Dugin, pensador de la Rusia de Vladimir Putin, aborda temas diferentes pero claramente ligados. En “Tres generalidades…”, el ruso comienza abocándose a explicar la importancia de la geopolítica y de las relaciones internacionales para ser militar. Ocuparse de lo estratégico, sostiene, está en el corazón de la vocación militar, y así como no hay nación sin ejército, no hay ejército auténticamente nacional sin pensamiento estratégico. Asociada a esa idea, Dugin sostiene que la geopolítica tal como se la concibe en Occidente es una ciencia dirigida a servir los intereses norteamericanos: surgida al calor del pensamiento del inglés Halford Mckinder, la idea en torno al antagonismo entre el land point of view y el sea pont of view se trasladó luego de las Guerras Mundiales a los EEUU, donde identificándose con el atlantismo de origen anglosajón, se convirtió en rectora de la política internacional estadounidense. Esa vertiente de pensamiento atlantista, explica Dugin, llega a identificarse con el pensamiento occidental, y nos es presentada como universal e inexorable. Según su visión, los EEUU representan el punto de vista del mar y Rusia representa el punto de vista de la Tierra.

Según su visión, los EEUU representan el punto de vista del mar y Rusia representa el punto de vista de la Tierra.

Heredero de las ideas de Carl Schmitt, Dugin piensa las relaciones internacionales como producto del enfrentamiento ontológico entre el nomos de la Tierra (lo fijo, lo eterno, lo que tiene raíces) y la esencia del Mar (lo mutable, lo líquido, lo que se mueve siempre). La Guerra Fría se explicaría mucho más como una tensión planetaria entre dos cosmovisiones que como un enfrentamiento entre distintos sistemas económicos.

El mero hecho de enunciar esta última tesis en la Escuela Superior de Guerra de unas Fuerzas Armadas que aún hoy analizan su propio desenvolvimiento durante la Guerra Fría como una defensa del occidente cristiano es disruptivo. Pero vale arriesgar un poco más: dado el sempiterno alineamiento de las FFAA argentinas con EEUU, y dada su obstinación en interpretar con cierta “candidez” su propia actuación desde el golpe de 1955 hasta el del 1976 y su posterior saneo del sistema socio-económico argentino vía Videla-Martínez de Hoz, no pareciera haber equívoco por parte de Dugin. Más bien, diríamos, se trata de un objetivo político estratégico.

Dugin insiste en la necesidad de contar con una mirada geoestratégica propia y dispara: ese proyecto en la Argentina existe, y es el continentalismo enarbolado por Perón

En todo caso, Dugin insiste en la necesidad de contar con una mirada geoestratégica propia y dispara: ese proyecto en la Argentina existe, y es el continentalismo enarbolado por Perón desde los tempranos años 50 hasta su muerte. Sin embargo, cabe preguntarse: ¿con qué recursos humanos y materiales cuenta el país para eso? ¿Qué ejército podemos tener? ¿De qué círculos militares locales podría salir hoy un proyecto de la envergadura del alumbrado por el GOU en la década del 40?

En la misma línea, la charla dictada en la CGT es una glosa a las ideas antes expuestas de Schmitt, más algunos conceptos extraídos de la filosofía del Ser de Martin Heidegger. Como adelantado de los intereses rusos en su pelea mundial contra los EEUU, Dugin se permite explayarse sobre los modos en que la potencia rival vehiculiza y trafica sus intereses bajo la forma de cultura, civilización, ideología. Podría decirse que el despliegue de sus argumentos forma parte de la pelea por incardinar a la Argentina (¿a Sudamérica?) en el eje de las civilizaciones de la Tierra como intento de contrarrestar la influencia de los EEUU en la región.

En esta charla, quizá gracias al carácter de enviado extraoficial de Dugin, algunas dudas, algunas sombras se permiten aflorar de su discurso respecto al futuro de su propio país. “El putinismo no existe –dice en un pasaje–. Existe el euroasianismo, existe la Cuarta Teoría Política, pero el putinismo no existe (…) Y lo bueno que es Putin como gran individuo, es, por otro lado, malo, porque su excepcionalidad no permite que se imprima una forma determinada a su política (…) De esta manera todo resulta reversible, todas nuestras victorias son reversibles”. Entonces, ¿cómo moldear una forma política perdurable? Dugin no alcanza a enarbolar una respuesta concreta, pero resulta destacable la presencia en el panel de la CGT de Marcelo Gullo, acuñador del concepto de “insubordinación fundante”, referido al acto político contrahegemónico a partir del cual las naciones acceden a forjar y organizar su propio poder y su propia identidad.

La última de las conferencias es probablemente la más provocadora de las tres. En una casa de estudios de clara raigambre liberal, y en el mismo claustro universitario que nos entregó el episodio del post-porno, Dugin habla de “La esencia nihilista del liberalismo”. El liberalismo, sostiene, empuja a la Humanidad hacia el no-ser. Según su mirada, una vez derrotado el fascismo a mediados del siglo pasado y el comunismo a fines del siglo, el liberalismo, como cosmovisión reinante, ingresa en una fase totalitaria. Hoy ya nadie es libre de no ser liberal. Se puede ser liberal de izquierda o de derecha, pero nadie puede vivir de un modo que no sea el que el gran capital globalizado impone.

Hoy el liberalismo encuentra su nueva frontera en la liberación del hombre de la última identidad grupal que lo oprime: la identidad sexual.

Pero como la esencia del liberalismo, tal como su nombre lo indica, consiste en otorgarle libertad al individuo frente a la sociedad, tras despojar al hombre de las grandes formas de identidad colectiva que lo coercionaban (la nación, la raza, la religión), hoy el liberalismo encuentra su nueva frontera en la liberación del hombre de la última identidad grupal que lo oprime: la identidad sexual. Nadie puede ser hombre o mujer individualmente. El género, el idioma, la tradición, son sociales. Por lo tanto, el individuo debe despojarse también de esas restricciones para lograr ser libre. Dugin lo explica así: “Si el género deviene opcional, como antes devino la religión, la nacionalidad, el derecho a viajar, la libertad de conciencia y todo el resto de los demás valores liberales, es ahora el género lo que deviene en algo opcional y da el siguiente paso histórico hacia adelante, hacia el individuo”.

¿Cuál podría ser el siguiente paso dentro de esa espiral lógica del liberalismo de permanente avance hacia nuevas fronteras de libertad? Dugin responde: el ser humano. Liberar al individuo de su humanidad, que “es una identidad colectiva y también es vista como algo coercitivo, pues estaríamos supuestamente obligados a ser humanos, sea por la naturaleza o por otra cosa que no depende de nuestra decisión.” Entonces, tal como lo hiciera su compatriota Lenin, Dugin se pregunta ¿qué hacer? Frente a una ciencia y una técnica que se acercan hacia el acontecimiento de la singularidad, tal como profetiza Raymond Kurzweil, hacia la abolición de la muerte, sólo es posible intentar salvar el Dasein diciendo “no”: “Mientras seamos, todavía, humanos, seres humanos, podemos decirle `no´ a este futuro liberal”. En definitiva, aunque por momentos las respuestas de Dugin a sus propios planteos sean apenas esbozos, Geopolítica existencial funciona como una atendible hoja de ruta y un testimonio de su paso por la Argentina en momentos en que la crisis impone la necesidad de repensarlo todo/////PACO