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Tove Ditlevesen: descubrir la “o” tachada

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Empecé a estudiar danés por culpa de, y gracias a, Tove Ditlevesen. Fue hace un tiempo, en un viaje a Dinamarca para visitar a una amiga que vive en Vesterbro, un barrio al oeste de Copenhague (“vest” es, literalmente, “oeste”). En ese momento ella vivía en un monoambiente en un edificio a medio hacer. Estaba lleno de huecos, vigas desnudas, paredes sin terminar, plásticos para tapar escombros y cintas separadoras que limitaban los lugares a los que uno podía o no acercarse, por seguridad y por sentido común. No era infrecuente despertarse muy temprano por los taladros o porque, justo esa mañana, a los albañiles les tocaba trabajar en el balcón adyacente al departamento, pegados a la única ventana del monoambiente. 

Nunca pregunté, pero supuse que el alquiler debía ser muy barato. Ella vivía con su novio chileno y, en ocasión de mi visita, me habían construido un sommier casero con algunas de las maderas que habían sacado del edificio. Para embellecer el departamento habían puesto un estante blanco con algunas cosas: lucecitas como de navidad, una gorra de algún equipo del algún deporte, algunos libros. En la pared opuesta, apoyado en el piso, había un corcho pintado de negro. Tenía enchinchadas algunas fotos, dos postales que le había mandado yo hacía unos años y un poema cortito en danés. Un día le pregunté de qué se trataba y me dijo que era un poema de amor de una poetisa muy importante. Me preguntó si no la conocía y le dije que no. Se sorprendió, como si desconocerla fuese un poco inaudito. No, ni idea quién es, pero contame quién es. Me contó. Tove Ditlevsen escribía poesías hermosas, muchas de amor, me dijo, y fue muy famosa y se suicidó, y sus poemas son reversionados en canciones. Le pregunté qué decía el poema en el corcho y ella me lo tradujo y lo cantó: 

Entonces, toma mi corazón en tus manos

mas tomalo con cuidado y tomalo con delicadeza,

el rojo corazón – ahora es tuyo.

Palpita tan tranquilo, palpita tan silencioso,

ya que ha amado y ha padecido

ahora está quieto – ahora es tuyo.

Y puede herirse, y puede equivocarse

y puede olvidar, y olvidar a menudo

pero jamás olvida que es tuyo.

Era tan fuerte y tan altivo, mi corazón

Durmió y soñó con deseo y juego,

Ahora puede romperse– pero sólo por ti.

Me acordé de Alfonsina Storni y de Alejandra Pizarnik. No sé bien por qué. Seguramente por lo del suicidio. Solamente después descubrí que sus formas de escribir tenían también rasgos en común. 

En un ensayo, César Aira denuncia una tendencia que le resulta aborrecible en la crítica literaria: la de las metáforas sentimentales para referirse a Pizarnik. “Casi todo lo que se escribe sobre ella está lleno de “pequeña náufraga”, “niña extraviada”, “estatua deshabitada de sí misma”, y cosas por el estilo. Ahí hay una falta de respeto bastante alarmante, o un exceso de confianza, en todo caso, una desvalorización”. Con Ditlevsen y la crítica literaria danesa actual sucede algo similar: la descartan por exceso de sentimentalismo, resultado de una lectura sesgada, quizá en búsqueda activa de lo edulcorado en su obra (que, por supuesto, no falta). No es infrecuente el tono meloso en algunos de los poemas. Frases armadas al estilo de “rojo corazón”, “el susuro de los labios caliente”, etc. Tópicos como el amor y la infancia, sobre todo en sus primeras épocas:

Y el corazón estaba quieto y asustado […]

//

He descansado en tu corazón y ahora no late más.

Sin embargo, también aparecen temas sórdidos, bañados por un aura trágica, y algunos otros silenciados por tabúes de época (el divorcio, el aborto, las dificultades para ser madre, las complejidades del lugar de la mujer).

Cuando esté muerta y toda la luz del mundo

se vaya en una estela de estrellas

podrán recostarme en algún lugar del campo

en el marrón y húmedo suelo.

Ningún ataúd cerrará sus puertas mortuorias

sobre aquello que alguna vez fue mío,

escucharé los pasos ir y venir

por el cercano, inquieto camino

//

Es encantador mentir con grandes ojos azules

y fabular sobre cosas de las que no sabes nada.

Lograr que la gente crea las mentiras más absurdas

e inventar algunas nuevas cada vez que se te antoje.

Pero los mejores poemas son esos que hablan de marcas de fuego, del recuerdo y de las dolencias ante la imagen; la imagen suya desde la mirada leonina e inconstante del otro. 

Temo

ese lugar que tengo

en la memoria de otros.

Me recuerda cosas

que yo misma he olvidado

//

Vive en mí una niña que no quiere morir

Ella ya no es yo ni yo ella

Pero ella me mira fijamente desde el lago de sus ojos

Como si buscara algo que ya no logra encontrar.

La imagen especular que vuelve destruida, fragmentada y esquiva desde la infancia o desde los otros. Los recuerdos babélicos y (ella dice) falaces de ciertos personajes de la infancia que la recuerdan como ella no era (“Esa imagen de mí // molesta // y se dispara // como cuando dos // fotografías se toman // una sobre la otra”). Las roturas del cuerpo, sus avatares. Los (muchos) hundimientos, jugueteos con la idea mortal, los intentos por nombrar “la herida fundamental”. La soledad en la poesía. Es ahí donde se ve, precisamente, el quehacer poético: rodear lo que no puede decirse.

Al día siguiente de oír a mi amiga fui a una librería y pedí un libro de Tove Ditlevsen. La vendedora se puso muy contenta y trajo uno que juntaba varios de sus poemas. Me dijo que era una edición nueva, fresca, y que el color de la tapa había sido un accidente, un error de fábrica, pero que aún así los habían vendido porque habían quedado hermosos. El libro era de un azul turquesoide con el título en letras doradas que decía: Der bor en ung pige i mig, som ikke vil dø (“Vive una niña en mí que no quiere morir”). Estaba en danés, claro, pero lo compré de todos modos. Esa noche la pasamos con mi amiga, que habla muy bien el español (obviamente, con una gran afectación chilena), intentando traducir del danés al español algunos de los poemas. 

En danés:

Engang:

et værelse

en skrivemaskine

et job

et vækkeur

en ensomhed

et håb.

Nu:

en lejlighed

et sommerhus

ting

en mand

tre børn

position

veninde

elsker

hushjælp

forsømte

grave

frisør

psykiater

penge

indviklethed

mangel på

lykke.

En español:

Alguna vez:

una habitación

una máquina de escribir

un trabajo

un despertador

una soledad

una esperanza.

Ahora:

un departamento

una casa de verano

cosas

un marido

tres hijos

posición

amiga

amantes

mucama

descuidada

tumba

peluquería

psiquiatra

dinero

complicaciones

carencia de

felicidad. 

Ir desentramando ese embrollo que es el lenguaje sin llegar, por supuesto, a desentramarlo jamás. Escuchar y ensayar sonidos nuevos, fonemas totalmente innaturales para una lengua educada en otra prosodia. Destapar los enlaces que conectan a las lenguas, encontrar que la palabra danesa para “esperanza” (“håb”) sonaba igual a la palabra en inglés (“hope”) fue un descubrimiento ingenuo, casi obvio desde la racionalidad, pero maravilloso en toda su abundancia. ¿Se puede hablar de una lengua nueva como de un enamoramiento? No sé, pero no se puede aprender un idioma si no es amándolo profundamente.

En tal caso, el libro me provocó una fascinación total. Una fascinación que solo puede entenderse si se piensa en la belleza de las palabras, de las letras, de las lenguas. Me resultó cautivador intentar buscar equivalencias, oír y ver las similitudes con el inglés, palpar la corporeidad de esas palabras incomprensibles pero hermosas en su conjugación de grafemas, el ardor estético que me generaba ver esa “o” tachada que es el estandarte de las lenguas escandinavas. Volví a la Argentina y me puse enseguida a estudiar danés. Dejé de entender cuánto se debió a los poemas y cuánto al lenguaje en sí, quizá se trató de algo que hacían los poemas con ese lenguaje (Ditlevsen es famosa por jugar con el danés, con sus sonidos y formas). 

Pienso en algo que Derrida menciona en una entrevista: uno no se apropia de una lengua si no es “para soportar un cuerpo a cuerpo con ella”. Una batalla, un tironeo que toca y afecta necesariamente algo del cuerpo. Derrida dice que poeta es alguien que tiene que lidiar constantemente con una lengua que muere, resucitándola, haciéndola despertar; en esa experiencia hay un acercamiento muy próximo a lo cadavérico, lo mortífero. El poeta sabe que su lengua siempre está en riesgo de verse muerta y su responsabilidad es, precisamente, hacerla resurgir: cada poema es una resurrección de la lengua. Esto parece particularmente tangible si se piensa que el danés es una lengua hablada por un porcentaje mínimo de la población mundial. El danés está limitado, igual que tantas otras lenguas, a los confines de su propia región. 

Entonces, ¿por qué Tove es la gran poetisa de la Dinamarca posguerra? ¿En dónde reside su valor? En su uso de la lengua. Un uso que no se reduce al de los poemas fáciles sobre corazones sangrantes y decepciones amorosas áridas, sino que apuestan por algo mucho más intenso, más valioso; algo del orden de la poesía que, en el decir de Octavio Paz, “lucha contra la naturaleza de las palabras”, empujándolas a una cacería irrealizable pero fundamental al fin: la de intentar decir lo indecible. Una pelea contra el lenguaje, desde el lenguaje. Esa es la batalla de Ditlevsen, y lo hace desde una lengua olvidada, que se sabe siempre próxima a la muerte. Quizá por eso también valga la pena leerla: para permitir algo de la resurrección de una lengua////PACO

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