1.

En la primera tira, con una bandera nazi flameando de fondo y bajo la supervisión de un soldado alemán que lleva una esvástica en el brazo, una grúa toma cuerpos muertos y desnudos de una pila de cadáveres. Luego los esparce desde el cielo sobre un centro para niños traumatizados. En la segunda tira, una pareja acaba de tener su primer hijo. El padre le pide a la madre que se lo pase para abrazarlo. La mujer todavía está enchufada a una bolsa de suero. Entra en escena un presidiario de remera rayada blanca y negra. Agarra al padre, que deja caer al bebé, y lo mete en una máquina que reduce la madera a aserrín. Sangre, piel, huesos y vísceras son proyectados sobre la aterrada madre mientras el asesino, que se bajó los pantalones, se masturba y eyacula. En la tercera tira, un hombre espera agazapado en unos arbustos. Cuando pasa un escolar, lo golpea con un bate de béisbol en la cabeza. Luego, en su casa, le corta el pene, se hace una máscara con esa piel y juega a tomar el te con un conejo blanco y un oso de felpa. En la cuarta tira, la maestra del curso, parada con el pizarrón a su espaldas, presenta a Mr. Brown. La clase saluda a Mr. Brown. De traje gris y corbata, Mr. Brown saca una nueve milímetros –el arma es fácil de reconocer– y le pega un tiro en la cara a un chico negro. La cabeza del chico negro explota. Luego Mr. Brown corre, sale de la escuela, se sienta en el arenero y comienza a jugar con la arena tirándola para arriba con una sonrisa. En la quinta tira, un hombre de camisa y corbata le dice a otro que su mujer le hizo una felación a un tercero de nombre “Chris”. El primer hombre deja caer el café que tiene en la mano. Se enfurece, sale con su auto a la calle, atropella a tres escolares. Baja del auto, agarra el brazo cercenado de uno de los escolares, saca un arma, le dispara a un chico negro en la cabeza y luego le clava el brazo cercenado en la herida. Enseguida se baja los pantalones y se suicida de un tiro en la sien. Estas son, esquematizadas y reducidas –aunque no tanto–, las tramas de los primeras tiras de la historieta Electric Retard. Por ahora, pueden verse en somethingdickful.com.

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2.

Urban Dictornary lo describe como: “Uno de los los más asquerosos comics de la web [disgusting Web Comics] jamás hecho. Se enorgullece de presentar pedofilia, violaciones, gore, asesinatos, y todo dibujado en MS Paint.” Luego agrega: “Algunos dicen que se trata por lejos [far & out] del peor de los más chocantes de los sitios de Internet [the worst of internet shock sites].” ¿El peor de Internet? Importante enunciado. Con humor sardónico, la Encyclopaediadramática lo reseña así: Electric Retard es un espectacular y mediocre [a spectacularly mediocre] webcomic firmado por el confeso pedófilo Eric Vaughn.” Otros sitios y blogs de reseñas de comics lo califican como “lo más ofensivo de Internet”. Insisto: se trata de algo que se puede decir a la ligera pero en ningún caso es galardón liviano. Una entrevista que el sitio streetcarnage.com le hizo al mencionado Eric Vaughn, guionista, dibujante y autor de Electric Retard, se autocelebra así: “¡Encontramos lo peor de Internet!”. Y luego describe el comic como “material que es gratuito, infantil y deliberadamente desgradable [willfully obnoxious]” Homepagedaily.com usa una frase similar para citarlo “Posiblemente la tira de comic más ofensiva de la historia”.

¿Es para tanto? Fuera del terreno de la apreciación, la historieta y su autor sufrieron ataques de todo tipo. Electricretard.com la url “oficial” dejó de funcionar varias veces. Probablemente ahora mismo esté caída. La leyenda urbana –acicateada por el sitio y su autor– dice que la historieta fue prohibida en Alemania, lo cual la emparienta con la memorabilia nazi y Mi lucha, el libro-panfleto de Adolf Hitler, una de las condensaciones simbólicas más importantes de nacionalsocialismo.

La Encyclopediadramatica.s señala al menos tres sitios que exponían las historietas, ahora dados de baja. Hay muchos más que ya no existen o fueron denunciados o anulados. En el sitio español xpresion.es se lee que “desde su creación en 2007 [Electric retard]ha sido baneado de siete servidores de hosting, prohibido en Alemania (donde al parecer el autor está sobre aviso de ser detenido si pisa el país), Australia y China, y ha sido víctima de innumerables ataques DDoS, intentos de hacking e incluso amenazas de muerte”. Desde luego, es muy difícil detener cualquier cosa que fluya por la web y proliferan los sitios que lo reproducen. (Hay muchas adaptaciones en YouTube, por ejemplo.) Los anónimos responsables de somethingdickful.com, a sabiendas de que en cualquier momento pueden cerrarlos, ofrecen la posibilidad de la descarga con la leyenda:“As this mirror could go down at any time, you may download a full copy of it here.” ¿A qué se deben estos ataques? Hay más en esa pregunta y en Electric Retard de lo que parece a simple vista. Cayendo en la exageración publicitaria que se enuncia de una forma muy similar a las razones de la indignación prohibitiva, por momentos da la sensación de que no puede haber nada más allá. Todo esto, esta candidatura a lo ultra y lo máximo, podría hacernos pensar que la historieta está sola, imaginada y reproducida mil veces por un psicótico que se masturba hasta el dolor mientras dibuja simplemente lo más aberrante, por afuera de toda razón. Pero esto, desde ya, no es cierto.

3.

En la entrevista citada Vaughn dijo que su artista favorito era Mike Diana y que todavía leía Penny ArcadeAl mismo tiempo es posible rastrear en Electric Retard una variopinta red de influencias y leer las tiras dentro de una aguerrida y exuberante tradición. En la web, hay muchas otras historietas low-fi, incontables, la mayoría herederas de las series de dibujos animados de los años 90, responsables de un cambio de paradigma dentro del género y el soporte. Más ATP, pero chocantes en su momento, sobre todo por su masividad, podemos citar South Park, American Dad y los cortos de Adult Swin (con especial atención a John Callahan’s Quads).

En el siglo XX, el humor negro abunda en forma gráfica, siempre nutrido por la serie literaria. ¿Podríamos leer Electric Retard como un eslabón contemporáneo de las investigaciones sobre el mal que van desde Baudelaire hasta las vanguardias históricas y desembocan en el “populismo negro” denunciado por Carlo Ginzburg, cuyo representante paradigmático es Michel Foucault? ¿Cómo evitar pensar en el Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, mi hermana y mi hermano? El masoquismo larvario de Leopold Von Sacher-Masoch que luego funcionalizó Krafft-Ebing también está ahí. El proceso formal de la taxonomización aparece aquí como condición de existencia. Narraciones mínimas, serialización, personaje unidimensionales, esquematización de los casos, orden rítmico. Muy de fondo, de la misma manera que están presentes en Moby Dick el Antiguo Testamento y Shakespeare, en Electric Retard suena una sofisticada y, por momentos inesperada, combinación de Sade y Los Simpsons.

La innecesaria lectura dentro de nuestra muy humilde tradición literaria negra –producto de ese narcisismo que Jordi Carrión llama “el monólogo argentino”– pasa fácil por Boedo, Castelnuovo, algunas partes no escolarizadas de Arlt, Osvaldo Lamborghini, Fogwill, Carlos Correas, y quizás las zonas más sombrías de la obra de Jorge Asís. Eso ateniéndose a su forma de historieta, o sea, de narración lineal, de máquina de contar. Dentro del ámbito de la pintura y la representaciones plásticas sobran antecedentes. Con un poco de esfuerzo, ¿no podríamos acercar este comic a las piezas más truculentas de Caravaggio como sus diferente versiones de David y Goliat, o incluso La incredulidad de Santo Tomás? Menciono también el Judith decapitando a Holofermes de Artemisia Gentileschi, que retrata con dulce parsimonia el crimen, la violencia y la sangre.

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En el cine es todavía más fácil encontrar influencias o filiaciones. Por momentos, de hecho, la historieta parece un excrecencia sintetizada de diferentes películas, un único storyboard fragmentado. Dinamizando Electric Retard, se registra una gama amplia, interminable, de títulos que responden a los géneros y subgéneros del exploitation, sexploitation, shock exploitation, nazi exploitation, gore y pornogore. Podríamos estirar las citas a películas mainstream como El silencio de los Inocentes o American Psycho y cualquiera de sus derivados. Así, Electric Retard está muy lejos de existir en soledad. Arriesgo que, muy por el contrario, se ubica cerca del corazón de las reflexiones ficcionales, especulativas o narrativas del arte del siglo XX, del siglo XIX y más atrás también. De hecho, cuanto más primitivas se hacen las representaciones de la violencia, cuanto más se alejan de la modernidad, más se emparientan con su brutalidad. (El arco podría empezar con el capítulo XVIII del Quijote y encontrar un eco revival medieval en la red wedding de Games of thrones.) Por todo esto, resultaría al menos irónico que los adiestrados cultores de la bizarrerie y las anomalías se rebelen contra este material. Aunque esa queja estaría diciendo algo. Una chica de veinte años, universitaria, votante de alguna seudo-izquierda, que goza masturbatoriamente de Facebook y de la Sonrisa Vertical, probablemente sienta rechazo por Electric Retard. ¿Por qué? Lo que ha sido aprobado por el tiempo y las instituciones es admitido para reconocer los límites de nuestro cuerpo y nuestra psiquis pero, ¿qué pasa con estas reformulaciones del mal gusto en su formato contemporáneo? ¿Qué pasa con la actualidad?

4.

Muchos comentarios señalan la mediocre factura de Electric Retard. El mismo autor, en la entrevista citada, lo admite: “Nunca traté de hacer una obra de arte con mis comics, a diferencia de otros que parecen Picasso con MS Paint. De hecho, siempre intento que tengan un estilo muy infantil [very childish looking]. Mientras se pueda reconocer una caca como una caca, un violador como un violador, y un pene gigante de Hitler abriendo al medio a una abuela como un pene gigante de Hitler abriendo al medio a una abuela [a massive Hitler cock splitting open a grandma], entonces mi trabajo está hecho.” La solidaridad entre los relatos brutales pero meticulosos en su brutalidad y esta realización material también está diciendo algo de la web, su funcionamiento y sus capacidades expresivas. ¿La banalidad del mal, podríamos decir, de forma banal? Hay algo más. Lo dije: una actualización, una puesta al día. El pixel grande como herramienta plástica de la frivolidad, la velocidad, la degradación, la violencia, la irracionalidad. ¿A dónde nos lleva esa seguidilla? Si uno se detiene a examinarlo en su forma, Electric Retard está lejos de ser primitivo. Ya en la extravagancia del mismo ejemplo del pene de Hitler queda en evidencia que sus pretensiones no se limitan a ilustrar estereotipos. Los colores, el trazo uniforme, los diferentes encuadres, las perspectivas y la eficiencia y economía narrativa, componen una historieta pensada y hecha con criterio. Al mismo tiempo se percibe la comprensión y aprovechamiento del soporte. Electric Retard se propone así como arte web, y no solo difundido por la web, y debe ser leído desde esos parámetros, aunque su calidad pueda ser percibida a partir de las comparaciones con otras historietas y artefactos narrativos considerados artísticos o de alta complejidad artesanal. Al mismo tiempo, evidenciado en el nombre se lee una una reivindicación de las condiciones de producción. Electric Retard combina lo “eléctrico”, que podría aparecer acá como lo digital degradado o lo anterior a lo digital, con “retardado”, o sea afectado por un retraso, por una oligofrenización. ¿Quién o qué es lo “retardado”? ¿Se trata de una confesión autobiográfica del mismo Vaughn? Del sarcasmo y la discapacidad no parece librarse tan fácil el lector. El título puede remontarse hasta una afirmación, más o menos categórica: en la electricidad hay una tara, la electricidad nos embrutece, nos reduce. ¿Cuándo? ¿Cómo? Ahora mismo, mientras vemos esta pantalla.

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¿Eric Vaughn?

5.

Entrando en análisis diegético, es posible identificar algunos motivos o zonas en Eletric Retard. La serie política, minoritaria pero conspicua, tiene como tema principal el nazismo. Se trata de un nazismo bufo o fantástico, incluso pop. Deshistorizado, se lo usa de la misma manera que lo utilizaron diferentes expresiones artísticas disruptivas del siglo XX, atendiendo más al efecto que causa en el status quo que ajustándose a la ideología programática. Véase la Svástica en el pecho de Sid Vicius o incluso al Príncipe Harry disfrazado de Afrika Korps en una fiesta. (Aunque lo de Harry quizás pueda ser leído con segunda intención. Después de todo, y según fuentes estadounidenses, el Führer no consideraba enemigo al Duque de Windsor.) Como fuere, ningún analista serio del fenómeno histórico y político del Nacionalsocialismo uniría Electric Retard a las prácticas ideológicas de la Alemania de los 30 y los 40. Los nazis mismos habrían irremediablemente censurado a Vaughn. Así, el centro de esta serie política lo ocupa el citado “Hitler abriendo al medio a una abuela”. La novena tira del sitio que consulto comienza con una pareja de ancianos caminando en la calle. Hay un cartel que dice “WW2 Veter- funeral” y todo indica que hacia ahí se dirigen. El hombre se apoya en un bastón de madera. La mujer, de pelos grises, usa un andador de cuatro patas. En la segunda viñeta el plano se abre y vemos que, desde arriba de un edificio de dos pisos, un Hitler gigante peinado raya al costado los espía. Enseguida da un salto y se para sobre el techo del edificio. Este mega Führer está desnudo, exhibe un gran pene y tiene un auto azul en la mano derecha. En la cuarta viñeta, lanza el auto contra el viejo, que se aplasta como un tomate. La mujer cae. El Hitler gigante la agarra, la examina con gesto sagaz, y luego, con mucho cuidado, tomándola de las piernas, la penetra con su pene erecto. Pero no se trata de una violación. La mujer es demasiado pequeña, así que, en un furioso empalamiento, la verga hitleriana la abre al medio. El dibujo está muy bien logrado. Es dinámico y en todo momento entendemos qué ocurre. La imagen de cierre es el Hitler gigante con un cielo azul de fondo levantando el puño derecho y gruñéndole, vencedor, al lector. Sus ojos, apenas dos puntos, están en rojo. Semblante de venganza, pero no solo eso. La tira puede ser leída como un desafío a la tradición intocable, a la reverencia constante a los héroes, a la idea misma de bien. También hay una puesta en escena sexual: la fuerza, incluso la fertilidad de raigambre priápica, destruye a la debilidad y a la vejez. (El Hilter reaparece un par de veces para decapitar, con un lechazo eyaculatorio, a un barbudo que escribe en contra de Electric Retard. O para comerse un carrito de montaña rusa y luego excretarlo.)

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Superpuesta a esta serie política en la que, como dije, solo aparece el nazismo (no hay parodias de republicanos y demócratas, ni del régimen comunista, no aparecen otros dictadores o políticos, salvo en un momento donde Stalin y Roosevelt le roban unos caramelos a Hitler), abarcando y definiendo la esencia general de la tira, está el tema ecuménico del cuerpo y la violencia. Poner en imágenes y narrar nuevas –o viejas y remixadas– perversiones es una tarea a la que el arte y los artistas de todas las épocas se dedicaron con un esmero innegable. Se trata de los límites del cuerpo y del deseo, de sus posibilidades, de sus imposibilidades. La tira que sigue a la del Hitler gigante –la décima de la antología– inicia con un hombre desnudo defecando en un plato. La posición en la que lo hace es similar a la de una mujer dando a luz. De espaldas, las manos y los pies en el piso, el culo elevando. En primer plano, con una ligera perspectiva bien trabajada, se ven los genitales del personaje y la deyección justo antes de caer en el plato blanco. La segunda viñeta, instructiva, muestra la primera fase del experimento terminada. El plato y la barra fecal de cabeza redonda y final en punta. Luego el personaje coloca el plato con su inusual carga en el freezer. Si defecar en un plato, o sea colocar la porquería en el lugar de la comida y lo que nutre, va contra los usos de nuestra cultura, guardarla en el lugar clásico de la preservación moderna continúa y amplifica esa aberración. Pero hay más. Con una paciencia admirable, nuestro personaje desnudo espera que el sorete se congele. El primer plano de un reloj de pared nos informa del paso del tiempo. ¿Qué hace el perverso mientras tanto? No lo sabemos. Pero cuando la caca ya se solidificó, la retira de la heladera, la empuña y sale corriendo de su casa por la puerta principal. Una vez congelados, o sea transformados por la técnica civilizadora, los desperdicios orgánicos se transforman en arma para la satisfacción perversa. La escena es formidable. El protagonista sale a la calle, desnudo, gritando y con un sorete congelado en alto. Mientras atraviesa el jardín, divisa a un viandante que al verlo venir se asusta. Pero no logra escapar. El hombre desnudo lo apuñala en el abdomen con su arma escatológica y luego, logrando una erección, lo penetra por la herida con evidente placer. Hay otras tiras donde la violencia extrema conlleva la satisfacción sexual. Casi siempre, después de matar, los victimarios eyaculan de forma premeditada o irracional, o muestran el sexo o se desnudan, y luego, ocasionalmente, se suicida. En la tira doce, la felicidad de un goleador infantil es cortada por un hombre de remera rayada que entra a la cancha de fútbol y lo ataca con una máquina de cortar el pasto para luego acabar sobre su cara desfigurada. En la tira veinte, el que congela el sorete ataca a una niña que juega en el parque con un hacha, la golpea en los genitales, defeca en la herida y luego la penetra. En la tira número veinticuatro, un padre se sienta a la mesa, y disgustado por la comida, mata a toda su familia y se come el pene frito de su hijo con la crema de su eyaculación, rodeado de un escenario de cuerpos colgados. En la última serie de esta antología, un chico encuentra un tesoro en el jardín de su casa, va a contárselo entusiasmado a su padre. El padre reacciona dominándolo y eyaculándole en la cara. A Georges Bataille le habrían encantado.

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6.

Así las cosas, dentro de su búsqueda continua de la aberración, la danza macabra de Eric Vaughn señala obsesivamente el costado más oscuro de la psiquis humana, pero también vuelve sobre una generalidad que la literatura, el psicoanálisis y la filosofía –amen de otras disciplinas– hicieron suya: goce, sexo y muerte no son conceptos separados, o que puedan separarse con facilidad. Ahora bien, hay una tercera serie reconocible a la que podríamos llamar “del racismo”. Esta serie nos acerca a lo social de una manera menos bizarra y parece tocar otras zonas de lo humano. Un Hitler gigante, más allá de la metáforas o interpretaciones posibles, resulta producto de la imaginación, pero que un hombre entre a los tiros en un colegio, mate alumnos y luego se suicide, ¿puede ser leído como fruto de una fantasía imposible? Hay una costado de Electric Retard que, sin dejar de producir un efecto hiperbólico, no se evade de narraciones contemporáneas a las cuales la cultura estadounidense de las armas y la insatisfacción ya nos tiene siniestramente acostumbrados. Al mismo tiempo, la secuencia del “loco” con el arma de fuego –automática o semiautomática– no queda restringida, de ninguna manera, a la mediatizada imagen de Estados Unidos en el mundo. El 3 de julio se publicó en los portales de noticias argentinos la historia de un policía retirado que discutió en el Bingo de Adrogué con su pareja. Cuando ambos fueron echados, la pelea siguió en el estacionamiento. Finalmente el policía retirado empezó a pegarle a la mujer –que no se defendía– y dos hermanos que pasaban por ahí intercedieron. El hombre sacó un arma y les disparó a ambos. Uno murió en el acto y el otro fue trasladado al hospital con impactos en las piernas. La policía detuvo al asesino. Con este hecho puntual y ese escenario de fondo, ¿podemos negar que Electric Retard reflexiona de una forma muy primaria, sí, pero contundente sobre el mundo contemporáneo? Hace poco analicé en este mismo medio por qué un grupo de adolescentes, entre risas, golpeaba a un deficiente mental en un colegio de Wilde. ¿No alcanza con esas narraciones del oprobio? La lista se puede ampliar con facilidad recorriendo los diarios. Y es muy probable que en este recorrido nuestra asociación entre Eletric Retard y la prensa de consumo diario alcance otras uniones que exceden Columbine, Virginia Tech, el Batman de Denver y los abusos siempre presentes de la Federal y la Bonaerense. Pongo un ejemplo y me detengo por pudor: en octubre del años pasado Perfil publicó el caso de una beba de tres meses que murió en un hospital de Resistencia, Chaco, víctima de abusos sexuales. Copio los dos primeros párrafos de la nota: “Una beba de tres meses murió en un hospital de Resistencia donde había sido internada horas antes como consecuencia de las lesiones provocadas por abusos sexuales reiterados, mientras fueron detenidos su madre y el padrastro, informaron hoy fuentes policiales. La niña murió alrededor de las 23.30 de ayer producto de un paro cardíaco en el Hospital Pediátrico Avelino Castelán, donde había ingresado a las 10.30 del mismo día. La beba presentó un cuadro de sepsis generalizada a partir de un foco enteral, además de heridas en la zona vaginal anal.” (No logro resistir la tentación malsana de agregar acá la historia del triple crimen de Benavídez. En el 2012, Juan Carlos Cardozo, de veinticuatro vivía con Romina Martinez de veintiséis. Cuando ella lo dejó, él fue a buscarla a su casa familiar y al no encontrarla masacró a su familia. La abuela, una lisiada de setenta y seis años, una hermana de quince y una hija de otro matrimonio de seis fueron apuñaladas por Cardozo hasta la muerte. Hoy, un año después, Romina Martínez recompuso su relación con Cardozo y espera un hijo suyo, mientras el Tribunal Oral en lo Criminal 7 de San Isidro le dictó al asesino la reclusión perpetua.)

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7.

A medida que se pierde el asombro, es fácil descubrir que Electric Retard opera sobre la idea misma de corrección política. Ese es el centro de su apuesta estética. Trabajando sobre los motivos recursivos que la constituyen como moral represiva contemporánea, identifica sus tabúes y los transgrede. No hay denuncia. No hay homenaje. No hay elogio de la violencia. Casi se podría decir que apenas hay un mecanismo: narrar con un proceso automático aquello que no debe ser narrado de la manera en que no debe ser narrado. (Y que está lejos de ser algo puramente imaginativo o especulativo.) Kant con Sade, entonces. Pero antes del imperativo universal del placer cruel, la lucha contra la coerción social positiva. Desde ahí, Electric Retard puede tematizar el componente central de azar que hay en el mal y hacer preguntas sobre el momento de la modernidad en el que vivimos. ¿Cómo se relacionan la violencia y las condiciones materiales de existencia? ¿Cómo vive la trama contemporánea que deja abiertos esos agujeros de sentido? ¿Cuáles son los niveles de hipocresía funcional que manejan nuestras sociedades? ¿Por qué odiamos? En algunos momentos, los interrogantes se vuelven todavía más difíciles de responder. En la tira veintisiete, encontramos al irredento Mr. Brown en un drugstore. También podría ser un McDonalds. Un empleado, del otro lado del mostrador, le entrega una bolsa de papel con su compra. Mr. Brown esboza una sutil sonrisa, mete la mano en su saco y, en vez de su billetera, extrae un arma y le dispara al empleado que, sí, una vez más, es negro. ¿Qué dice Mr. Brown mientras lo ejecuta? “¡Tomá esto, vos minoría!” [Take this! You minority!] Enseguida sale del lugar dejando restos de sangre en el camino mientras por la derecha entra al cuadro una ambulancia. Luego Mr. Brown llega a su casa, de coquet
o techo a dos aguas, chimenea y cerco blanco, abre la puerta y avisa que llegó. Un chico rubio sale a su encuentro. ¿Es su hijo? ¿Es su amante? En una pared hay un poster multicolor que dice “pride”. Mr. Brown abraza al chico y apoya su cabeza contra su hombro. El gesto es de ternura y vemos, en la nube clásica de las historietas que señala pensamiento, un corazón de arco iris que también remite a la bandera del orgullo gay. La historia no es, por mucho, la más repulsiva del conjunto pero marca con precisión la convivencia verosímil de dos universos que se nos presentan demasiadas veces como opuestos. La palabra “minority” resulta clave del relato.

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8.

El siglo XX nos enseñó que no es la conciencia la que nos atormenta, sino el deseo. Y la entrada abrumadora y disruptiva al siglo XXI nos advirtió que las situaciones cotidianas y los escenarios de felicidad contienen potencialmente una masacre. En su canciónThe band in hell”, del disco Switzerland, los Electric-six ubican a Hitler como el baterista –es decir, el encargado de marcar el ritmo– de la banda infernal. El diablo toca la guitarra y el cantante, la primera persona, pide perdón por amar. La canción reconoce una idea básica: los malos y los condenados también pueden ser melancólicos. Y avisa que sin pecado no hay perdón posible, y sin perdón, el pecado no sería tan sensual.

Now the devil, he plays guitar

And Hitler plays the drums

I’m the man on the microphone

This is what I’ve become

I’m sorry that

I’m sorry that I love you.

Tyler Spencer, también conocido como Dick Valentine, canta esa letra de hermosa convicción desolada y la banda lo sigue con toda la contundencia de la épica del rcok. Bañado por la música de los Electric-six, Electric Retard emerge, en su sofisticada rusticidad, como una obra conceptual consciente de sí misma. Estas divisiones esquemática que hago aquí, este precario principio de análisis, taxonomización que podría continuarse como se expande el infierno, no está a la altura de la agudeza formal y narrativa de la historieta. Las diferentes ramas de las humanísticas y las ciencias sociales harían bien en no dejar pasar la oportunidad de enfrentar los desafíos críticos que plantea.///PACO