I
Esta es Zadie Smith sobre la dominación masculina: «Cuando percibía esas diferencias, Leah se decepcionaba de algún modo consigo misma porque no causaba ningún conflicto real entre ellos. Le costaba hacerse a la idea de que el placer hallado por su cuerpo en el de él, y viceversa, pudiese anular tan fácilmente las otras muchas objeciones que tenía o debería haber tenido o creía que debería haber tenido». Scarlett Johansson, por ejemplo, como actriz y como figura de actriz, se resuelve simplemente en el placer hallado en su cuerpo y viceversa. Esto no elimina la cuestión del arte dramático, aunque la ubica en un irremediable segundo lugar. ¿Qué tiene de distintivo el cuerpo de Scarlett Johansson? A los 29, todavía se trata de cierta melancolía alrededor de la curvosidad de las divas de la época dorada del cine, combinada con la simplicidad de la girl next door y la voluptuosidad, no siempre prudente, de cualquier twittera más o menos entera. Un tema de proporciones, incluyendo la nostalgia de una industria no muy lejos del ocaso. Un cuerpo algo más acá de la mitad del tiempo.

El cuerpo de Scarlett Johansson empieza en el plano cenital de su propio culo en Lost in translation en 2003. No se trata del típico culo femenino inapreciable —les petit culs que son, dice Houellebecq, lo único que interesa a los hombres— sino de una obra mayor. Una forma catedrática inabarcable para amateurs. Un solo plano y en silencio, la sensualidad de la trasparencia, el más simple más allá del lenguaje. El mismo plano se repite en los afiches de The Avengers en 2012. Si Scarlett Johansson tiene una hermana perdida —alguien cuyo arte tampoco puede entenderse más allá del goce de su propio cuerpo y viceversa—, esa hermana tiene apenas cuatro años más y hoy también está embarazada y se llama Regina Spektor.

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Hace cuatro días, Scarlett Johansson —que nació y vive en Nueva York y que jamás pisó Buenos Aires— fue lo que más quisieron encontrar los argentinos en internet («5.000+búsquedas»). El motivo era su cuerpo: desnudo al fin. No lo habían logrado Woody Allen ni la revista Playboy —»Sexiest Celebrity 2007″—, ni eran nuevas selfies costumbristas como las que el hacker Christopher Chaney aceptó ante el FBI haberle robado de su computadora en 2011 (sesenta mil dólares de multa en negociación). Tampoco lo habían logrado Maxim, Vanity Fair —que siempre estuvo cerca—, FHM ni la más higienista Men´s Health. La posesión de la desnudez la había logrado el cine, en una película que todavía no se estrenó. El cuerpo de Scarlett, desnudo sin escalas al fin.

Estoy prácticamente seguro de que la imagen de Mauricio Macri subió después de decir que a las mujeres les gusta que les elogien el culo —algo sobre lo que, por otro lado, no hacen falta muchos años de experiencia viril en la Tierra para saber que es cierto—, por lo que la cuestión de la posesión del cuerpo es un tema relevante. En esencia, porque no importa cuánto sea sabido, no importa cuánto se piense, no importa cuánto se simule ni se planifique, nunca se está por encima del sexo. Este es un problema arriesgado y sin dudas uno tendría un tercio de los problemas que tiene si no corriera con la eventualidad del deseo. El deseo es lo que desordena las vidas normalmente ordenadas. Pero eso lo sabe cualquiera. Y hasta el último resto de vanidad vuelve para burlarse de eso. El Don Juan de Byron es bastante explícito al respecto. Con Scarlett, sin embargo, el cuerpo es una cuestión de proporciones y no de estricta posesión.

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III
Hace un tiempo, en una fiesta en la que estuve, alguien habló sobre el mal carácter de Scarlett Johansson. Lo hizo de una manera descarada y explícita, como si la conociera personalmente (presté atención porque no hacía mucho más tiempo yo había caminado por Nueva York, atento, porque es donde Scarlett vive). El comentario era que Scarlett era intratable y que sobre todo era celosa. Para alguien que estuvo casada durante apenas tres años con un canadiense, los celos deben ser una materia inexplorada. Pero una sucesión de noviazgos breves —la palabra más adecuada sería romances— suelen servir como buena escuela sentimental. El mal carácter de Scarlett, sus caprichos y su probables celos, su ansia de posesión, sirvieron para que en los medios norteamericanos la apodaran «ScarJo», algo «horrible y terrible», dice Scarlett, aunque una traducción más sutil podría ser de mal gusto.

La posesión paulatina del cuerpo de Scarlett, y viceversa, tuvo momentos oscuros. Episodios de ansiedad bestial e incluso de simple traición, como cuando en febrero de 2012 le sacaron fotos en una playa en Hawaii para después acusarla de tener celulitis. ¿Hay afrenta peor contra una mujer de la edad y de la complejidad física de Scarlett Johansson que decirle que tiene celulitis? Cualquier participación en el campo de la injuria maliciosa reportará que la sevicia y la virulencia de esta clase de ataques contra lo femenino solo pueden ser producidos por otra mujer. La contraparte exacta y justa a la afirmación —que ningún hombre sano invalidaría— de que a ningún hombre le importaría la «celulitis» de Scarlett si pudiera avanzar gently into that good night.

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Como se escribió antes sobre Her, Scarlett es alguien capaz de corporizar el deseo de un cuerpo nada más que a través de la voz, incluso si se trata de una voz embarazada. Hasta qué punto este punto es excepcional o estúpido nunca termina de resultar preciso. Que la Sexiest Woman Alive —según Esquire en 2006 y 2013— sea una mujer cuyo cuerpo es capaz de variar tanto en volumen y tamaño de un año para el otro no lo hace menos complicado. ¿Y después del desnudo y de la posesión del desnudo qué queda? Probablemente algo parecido a lo que Erich Fromm llamaba lucha contra la falta de sentido. Scarlett Johansson va a ser madre este año. También va a cumplir treinta. Las cosas van a cambiar. En los términos del cuerpo y del tiempo, eso significa una sola cosa y no es una cosa buena. Uno está completo antes de empezar, es el amor lo que nos fractura////PACO