Libros


Sarmiento y los fantasmas

AmericanSarmiento

Por Nicolás Mavrakis

I
American Sarmiento propone dos preguntas en mutua interdependencia. Hay otras que podrán interpelar con mejores motivos a los historiadores —a los historiadores preciosistas, sobre todo— pero yo leo en esencia dos. ¿Cuál es el objetivo de American Sarmiento? Inquietud de la cual se deriva la segunda pregunta, ¿cuál es exactamente el género de American Sarmiento? Hernán Iglesias Illa define la primera respuesta hacia la mitad del libro: «Mi investigación histórico-literaria», escribe sobre lo que está haciendo. Muy bien, ¿pero cuál sería la investigación? No es una investigación periodística, ¿o lo es? [i] En tal caso, ¿cuál sería la sección histórica de American Sarmiento? ¿Cuál sería la sección literaria? Iglesias Illa no es historiador. Pero le regalaron los Viajes de Sarmiento poco antes de que él mismo viajara para vivir en Nueva York. Le regalaron la edición del Fondo de Cultura Económica —la misma que tengo yo— con cientos de páginas de notas críticas hechas por historiadores, críticos y literatos de distintas épocas. Viajes es un libro interesante: uno de los mejores de Sarmiento y a la vez uno de los que solo suelen leer los especialistas en literatura o historia. Eso a veces parece transformarlo en un objeto para especialistas. Y las centenas de notas críticas en la edición del Fondo de Cultura Económica tienen el poder oscurantista de sugerir una pregunta: ¿qué más podría decirse sobre los Viajes de Sarmiento? Por supuesto, siempre hay algo más para decir.

Hernán Iglesias Illa vive en los Estados Unidos y lee más tarde los Viajes de Sarmiento en Estados Unidos. La primera aproximación teórica al asunto en American Sarmiento se da en clave especular por eso. Una especie de anagnórisis en medio de la historia: el otro soy yo, parece plantear en principio American Sarmiento, el otro que cuenta lo american, como yo, ahora, soy él [ii]. ¿Y la sección literaria? Iglesias Illa demarca su propia relación con la creación literaria: tiene una «novela ambiciosa» sobre estudiantes de doctorado argentinos en Manhattan y una novela policial de un detective inmigrante argentino en Nueva York. Dos proyectos abandonados o inconclusos. Iglesias Illa lo menciona con más melancolía que impudor. La imaginación literaria, parece explicar, la capacidad para acabar una forma específica de imaginación literaria como vendría a ser una de sus dos novelas, no es lo suyo. ¿La incapacidad de dar forma final a la literatura invalida la posibilidad de un oído capaz de percibir lo literario? Por supuesto que no. No todos los críticos literarios escriben literatura. Pero Hernán Iglesias Illa tampoco es crítico literario.

II
¿Cuál es el objetivo de American Sarmiento? ¿Cuál es exactamente el género de American Sarmiento? Vuelvo a la construcción de una identificación entre Sarmiento e Iglesias Illa: «Leyendo en estos meses a Sarmiento, veo que él había tenido, siglo y medio antes, intuiciones parecidas». Episodios de reconocimiento por el estilo hay varios. El recurso es más o menos siempre el mismo: Iglesias Illa cita pasajes del viaje de Sarmiento por Estados Unidos y después los glosa alrededor de sus propias vivencias o intuiciones. En ese vaivén narcisista, algunos construyen una gravitación más delicada que otros. «¡Hacerme yanqui! Sarmiento, desterrado patriota intelectual, frustrado porque ve de lejos la caída de Rosas, se consuela soñando con una vida privada y anónima, ni patriota ni intelectual», glosa en un momento Iglesias Illa. Más adelante, la anagnórisis es absoluta: «¿Cómo me voy a entretener con la belleza cuando hay tanta verdad por revelar? Dos tipos con ideas parecidas a las mías eligieron trascender el escritorio y tratar de influir políticamente, denunciando atropellos o burlándose de las incongruencias de los regímenes de su presente: Sarmiento contra Rosas, Bunkley contra Perón. Si realmente estoy siguiendo los pasos de ambos, entonces no me va a quedar otra que politizar mi investigación y apuntarla contra mi presidente. Contra Kirchner. Kirchner es mi Perón. Mi Rosas» [iii].

Lo que realmente ocurre es que el autor de American Sarmiento viaja en el Volkswagen de un amigo por algunos puntos tranquilos de los Estados Unidos y a veces también viaja en un Greyhound con jubilados y «una docena de francófonas señoras de pelo blanco que van a Boston a ver museos y revoletean interminablemente a mi alrededor». Lo que en algún punto más avanzado de American Sarmiento pasa también es que Iglesias Illa disputa su propia identificación narcisista ante Sarmiento con David Viñas: «Viñas se sarmientiza, titánico y tempermental, conquistado por su objeto de estudio», escribe Iglesias Illa cuando defiende a Sarmiento de los ataques críticos de Viñas [iv]. Y después escribe: «Viñas, no rezongue tanto: Sarmiento es usted». Entonces, hasta ese punto, American Sarmiento era algo así como el relato de una sarmientización. El drama es que otro se ha sarmientizado antes. Iglesias Illa completa este conflicto narcisista: mientras considera si atacar o no al espectro de Kirchner o tal regresar a sus novelas incompletas, se deja la barba. Porque —hay algunas páginas especulativas al respecto— Sarmiento se dejó la barba mientras viajaba por los Estados Unidos. La misma pregunta, otra vez. ¿Cuál es el objetivo de American Sarmiento?

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III
Si en American Sarmiento no hay una lectura crítica novedosa de los Viajes —excepto la breve inquisición etimológica sobre el sentido real de las orgías que Sarmiento consignó en los famosos gastos—, si la investigación histórica de Iglesias Illa no tiene como resultado más que un par de anécdotas sobre un viejo dique y sobre empleadas atentas a las que les cuesta descifrar de qué se trata lo que el autor llega a investigar —¿es un pariente de ese tal Sarmiento?, entiende una—, lo que terminan por compartir Iglesias Illa y Sarmiento es una única y simple cuestión: Sarmiento es un argentino que estuvo en Estados Unidos e Iglesias Illa es un argentino que está en Estados Unidos.

Lo que comparten, entonces, es el espacio. Como dice American Sarmiento en su propia tapa: «Tras los pasos de un viaje que cambió la historia argentina». El inconveniente es que sobre este punto en particular la reflexión histórica y política de Iglesias Illa en American Sarmiento se retrotrae casi al mismo romanticismo de Sarmiento en Facundo: «La pampa —escribe Iglesias Illa— no quiso parecerse a los Estados Unidos ni investigar los paradójicos beneficios de la avaricia y la mala fe. Entre Ohio y el desierto, eligió el desierto» [v]. El resto del análisis del cambio histórico que no ocurrió oscila en un liviano vagabundear ocioso entre páginas, referencias y notas autobiográficas. De existir como tal, ese género —el del vagabundeo ocioso entre páginas, las referencias y las notas autobiográficas— no me parece nada despreciable. Uno de los mejores libros de Martin Amis está escrito bajo una consigna parecida [vi]. Pero American Sarmiento opta, al final, por quedarse con la opción de ese espacio en común: literalmente un espacio. La geografía, la experiencia del territorio norteamericano pisado por dos hombres distintos en épocas distintas. Sin el tenor para algún pronunciamiento interesante u original en términos políticos, históricos, ni literarios, Iglesias Illa narra su viaje por ese mismo espacio en un auto prestado, en un ómnibus y en algún tren. ¿Se podría haber hecho el mismo viaje de la manera en que Sarmiento lo había hecho en su época? Ese, a lo sumo, habría sido un libro un tanto extraño. También un libro ridículo. Pero el objetivo habría estado claro. Iglesias Illa, con más criterio, elige los medios de transporte de su época. Y tampoco se olvida de usar el GPS. Iglesias Illa, entonces, visita aquellos lugares donde Sarmiento estuvo en los Estados Unidos durante un viaje. ¿Pero contar un viaje?

El propio Sarmiento tiene algo que decir sobre esa cuestión de contar un viaje y el propio Iglesias Illa lo glosa a través de otra cita extensa: «Viajes no es un libro de viajes, insiste DFS, porque los relatos de viajes son «materia muy manoseada ya», explotada por plumas mejores, como las de Dumas o Chateaubriand. Además, los diarios ya lo cuentan todo. No hay nada que agregar. Como si hablara con nosotros, conectados a Internet con las persianas bajas, la pizza fría, la coca sin gas, Sarmiento dice que un hombre estudioso «sin salir de su gabinete», puede ganarle cualquier discusión al viajero que cree conocer algo por «la inspección personal»»[vii]. Esta cita sí me parece importante. No por lo que Iglesias Illa hace al respecto sino por lo que Iglesias Illa es incapaz de hacer al respecto. American Sarmiento es un libro sobre la incapacidad de su autor por escribir otra cosa que crónicas sobre sus viajes. Viajes interurbanos, cómodos, realizados por placer durante una desocupación ociosa y mientras la esposa está de viaje (tal como detalla Iglesias Illa). Si en la época de Dumas o Chateubriand —y en las condiciones y con los recursos con los que Dumas y Chateubriand tenían que tratar para viajar— aquello podía resultarle a un lector y escritor atento como Sarmiento «materia muy manoseada ya», en la época de Iglesias Illa, más de un siglo después, las categorías críticas del autor de Argirópolis —aquel viaje imaginario de Sarmiento por un país imaginario— probablemente resonarían con una brusquedad más justiciera [viii]. ¿Cuál es, entonces, el objetivo de American Sarmiento? La respuesta posible llega de la mano del propio Sarmiento, citado sin glosas de por medio por el propio Iglesias Illa: «Escribir por escribir es la profesión de los vanidosos y los indiferentes sin principios y sin verdadero patriotismo; escribir para insultar es la de los malvados y la de los estúpidos; escribir para regenerar es el deber de los que estudian las necesidades de la época».

Entonces, ¿cuál es el objetivo de American Sarmiento? Y, en consecuencia, ¿cuál es exactamente el género de American Sarmiento? Insisto en que un objetivo podría ser escribir algo para comprender que, en realidad, no se puede escribir otra cosa que la misma (y voy a usar el deplorable verbo deplorar para afirmar que deploro la función terapéutica de cualquier texto incapaz de afrontar a sus propios fantasmas, pero Iglesias Illa también dice que «para Sarmiento la barba será una señal de que está lejos de su tierra, lejos de sí mismo, libre para ser como quiere ser», y ahí está en la solapa con su barba de Matusalem, perdido en Brooklyn y en la mímesis fantasmática). Esa misma cosa, ese mismo género, por supuesto, no es más que otra crónica. El género que, en su propia época, Sarmiento, que escribía sobre «escribir para regenerar y estudiar las necesidades contemporáneas», ya consideraba obsoleto. No veo otro objetivo de American Sarmiento que el de exponer el agotamiento mismo y casi paroxístico alrededor de «escribir por escribir». Sin nuevas luces históricas sobre Sarmiento, sin descubrimientos documentales relevantes sobre Sarmiento, sin ideas políticas o literarias relevantes alrededor de Sarmiento, American Sarmiento termina siendo la crónica de la inutilidad de la crónica. Un tratado no sobre «los indiferentes sin principios y sin verdadero patriotismo» —un reduccionismo tosco— pero sí sobre una vanidad absurda. La crónica del «escribir por escribir» sin objetivo.

Desde el principio, Hernán Iglesias Illa enmarca sus viajes alrededor de los viajes de Sarmiento en los Estados Unidos con una serie de mails que envía a alguien a quien llama Valentín Alsina (cuyas respuestas o intercambio permanece ajeno: un monólogo epistolar). Después se lamenta por haber resignado el trabajo en su propia literatura. Después juega a identificarse a través de frivolidades capilares con Domingo Faustino Sarmiento o se imagina luchando contra el espectro de Kirchner desde Brooklyn por el bien de las «verdades por revelar». Pero incluso eso ocurre bajo la idea algo elemental de que en Buenos Aires «los ricos son conservadores y los trabajadores son peronistas». Leída desde Buenos Aires —por darle algún sesgo crítico al tema del viaje entre Estados Unidos y Argentina—, la imagen final es la de alguien que dialoga con fantasmas, imaginando un país de categorías fantasmas ante adversarios fantasmas. Insisto en este punto: American Sarmiento no resulta tener otro objetivo excepto el de materializar en forma de libro el fantasma de un género sobre el que Sarmiento —lo cita el propio Iglesias Illa— afirmó que ya no había nada que agregar hace más de un siglo [ix] ////PACO


[i] A pesar de las fantasías de la FNPI, por el inevitable agotamiento comercial del género es investigación periodística como las editoriales han decidido nombrar desde hace un tiempo lo que hasta hace poco se llamaba entre alegría gratuita y talleres privados crónica.

[ii] ¿Limónov hecho en Argentina y con Sarmiento en lugar de Limónov? Pero hay un detalle: Limónov está vivo y lo que Carrère hace con Limónov es algo más que una glosa de algunos de sus textos: es una biografía, que también es una autobiografía y que también es un tratado político sobre la política en Europa. Carrère hizo algo que sin dudas resulta sarmientino y es probable que no vaya a saberlo jamás.

[iii] ¿La literatura es belleza con la que uno se entretiene? ¿La denuncia periodística es tanta verdad por revelar? Lo más curioso, lo más sintomático, es que si Hernán Iglesias Illa realmente está siguiendo los pasos de Sarmiento contra los «atropellos y las incongruencias de los régimenes del presente» le faltó reparar en el hecho de aquel adversario imaginario que vivificaba tanto la escritura de Sarmiento: Kirchner, «su Rosas, su Perón» se murió hace años (menos que Rosas y que Perón, es cierto).

[iv] Una escala extraña: Domingo Faustino Sarmiento leído por David Viñas y defendido por Hernán Iglesias Illa. American Sarmiento tiene algo de road trip. Esta escena vendría a ser una versión bizarra histórico-literaria de The Hangover.

[v] Dada a elegir entre el dinero y la nada, la pampa eligió la nada. El esoterismo telúrico de esa personificación y la simplificación de la historia argentina detrás de esa «simple decisión» es… como para una pregunta más: ¿Iglesias Illa leyó a Tulio Halperín Donghi? En American Sarmiento aparece nombrado.

[vi] Koba el Temible, una biografía bibliográfica de Stalin a través de la cual Amis repasa también su relación y la de su padre con las izquierdas y las derechas.

[vii] Entiendo que Iglesias Illa prefiera un aura siniestra y con consumos y dejadez adolescentes para su versión de lo que cree hoy que Sarmiento entendería como «no salir del gabinete». Realmente lo entiendo porque una versión un tanto más consciente  y vitalista de lo que representa el gabinete de un escritor invalidaría su American Sarmiento de plano en la página 102. También imagino a Sarmiento: si los diarios ya eran buenas agencias de turismo virtual para él, estaría fascinado con la web.

[viii] Hernán Iglesias Illa parece al tanto de sus limitaciones y se resigna: «Si hubiera descrito todo lo que vi, explica DFS pero podría decirlo yo, habría repetido el trabajo de otros; si hubiera escrito mis impresiones, la pluma de Sarmiento, pero también la mía, se me habría ido de las manos. Hemos escrito, entonces, lo que hemos escrito. Lo que hemos querido, pero sobre todo lo que hemos podido». Yo creo que estas pueden ser (o no) las limitaciones del autor. De lo que no tengo dudas, una vez más, es de que sí se trata de las limitaciones del género «literatura de viajes» o «crónica».

[ix] «A veces (no es joda) pienso que nosotros somos como la Generación del 37. Somos los poetas tecnocráticos, ingenuos políticamente, sintonizados mejor con el mundo que con La Matanza, aguantando el chaparrón kirchnerista. Perdidos en la diáspora, ¿quién de nosotros escribirá Viajes? Ya sé, ya sé», le escribe Iglesias Illa al espectro de Valentín Alsina. Todo este párrafo es un diálogo de espectros que hablan en primera persona del plural.