Mientras Recife, capital del estado de Pernambuco, se iba convirtiendo en uno de los puertos más importantes de Brasil, mezclando autopistas con rascacielos y playas con tiburones, Olinda, unos kilómetros al norte, se preservó como ciudad colonial y destino turístico. De hecho, por ser una de las ciudades coloniales mejor conservadas del país, en 1982 la Unesco la declaró Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad. En Olinda, entre el 20 de noviembre del 2018 y el 13 de mayo del 2019, el Museu de Arte Sacra de Pernambuco de la Rua Bispo Coutinho, en el Alto de Sé, presentó a los viandantes y turistas Santos Negros una exposição, muestra que repasa la iconografía católica en relación a las canonizaciones de negros en el Brasil. El resultado es de una sensualidad y fuerza sacra y artística inéditas en los museos brasileños y arriesgo a decir en toda Latinoamérica.

La cita contra el racismo y la intolerancia es el comienzo necesario de la muestra. “Mais do que tirar o manto da invisibilidade que cobre santos negros e apresentar suas faces ao público, a exposição assume um sentido mais amplo de combate ao preconceito racial e à intolerância”. El padre Rinaldo Pereira, director del MASPE y curador de la muestra con el arquitecto Dió Diniz, señala esa función de visibilización. El catálogo de santos expuesto en Olinda, sin embargo, excede esa reivindicación de corrección política y se vuelve un comentario extenso y contundente sobre el accionar de la Iglesia Católica en el Brasil.

Sin demagogia, sin innecesarias dramatizaciones, yendo de la ironía al conflicto, la muestra comienza con una comparación ácida y resignada. Una de esas piezas, que anticipa todo lo que vendrá en el recorrido, levanta un bastón. Es un bastón divino, concentra en él todo el poder del idealismo católico. Pero al lado de ese santo, vemos, en la pared, un cuadro contemporáneo. Ahí se retrata a un hombre de limpieza, un ordenanza, vestido con ropa naranja fluorescente de trabajo. El buzo que usa lleva la inscripción de “Olinda” y el logo de la empresa para la cual trabaja. En gesto barroco y a la vez contemporáneo, el trabajador posa delante de dos bastidores de lienzos apoyados contra la pared. El artista señala así el reverso de una trama, la escena incidental. El trabajador esconde su mano izquierda, y en su mano derecha empuña el palo de una escoba o trapeador. El bastón y la herramienta generan un contraste irónico. Del ideal a la vida laboral y doméstica, de la santidad al trabajo, de la fe a la rutina, de las promesas al esfuerzo cotidiano. Los negros, nos dice la comparación, siguen siendo negros, ya no son esclavos, pero eso es apenas una fluctuación, importante y decisiva, sí, pero una fluctuación más en su peregrinaje por la existencia. Este momento inicial, entonces, advierte y pone al visitante en una posición de conciencia. La mirada ingenua o indiferente, a partir de ahí, ya no será posible.

En el salón se da otro momento dialéctico inicial. Inmerso en una cronología, el visitante recibe un mensaje introductorio: el negro es el diablo, la oscuridad, el mal. Y por eso un ángel castiga a un fauno, pagano y lúbrico. La batalla está a punto de culminar. El demonio menor recuerda a la serpiente de San Jorge, y, vencido, recibe el pie de la justicia del ángel blanco. A su derecha, otra figura muestra a una monja virginal. La iluminación concentrada en estas obras, por lo demás, hermosas y atractivas, nos señala un estado de arte que la muestra viene a invertir y cuestionar.

Lo que sigue es una serie de obras del acervo del propio MASPE y de iglesias vecinas, como la la Igreja de Nossa Senhora do Rosário dos Homens Pretos. Piezas que sin salirse del arte sacro son producto de artesanos y artistas en plena relación con el arte popular.

El primero es un São Elesbão en madera pintada del siglo XVIII. Elesbão, Kaleb Ella Asbeha o Atsbeha ou Elasboas, fue un rey negro del Imperio Axum que reinó entre el 519 y el 531. Santificado por la Iglesia Católica, se lo celebra el 27 de octubre y se lo representa como un rey de Etiopía. Fue un santo popular entre los esclavos de Brasil y lo sigue siendo entre sus descendientes. En esta representación sostiene una casa, levanta la mano derecha y vence a un hombre blanco, caucásico, al que el artista no dotó de rasgos negativos. ¿Quién es? ¿Un fariseo? ¿O apenas un hombre blanco? Ambos están vestidos de forma similar, con túnicas doradas y eso hace que el color de la piel del santo resalte todavía más.

A continuación, vemos a São Benedito dos milagres, sin manos, también del siglo XVIII en madera policromada, un São Benedito das Rosas con un ramo, un São Felipe, y así. ¿Cuál es la escena fundante de esta iconografía? ¿Qué pensaba un esclavo o un liberto al ver estas esculturas? ¿Qué piensa ahora un hombre negro al recorrer esta muestra? El misterio sigue ahí, latente. ¿Qué revelan esas esculturas, hermosas, sensibles, partes de un barroco que no se pierde, más bien al contrario? Hay un fuerza muy llamativa en el color. El rostro, cándido, es oscuro pero sin enturbiar la mirada clemente, sino reforzando esa espiritualidad. El tinte de inevitable martirio está ahí. Los tonos terrosos, ocres, los pliegues de los mantos, ¿qué dicen? La piel oscura, aunque brillante, recorta una biografía colectiva.

El mensaje resulta inequívoco. Para esa Iglesia, la caridad no era solo un discurso y el amor al prójimo salta por arriba de las condiciones sociales y étnicas. La prédica es de ida y vuelta. La evangelización lleva la Buena Nueva para todos.

En la sala central de la muestra, se ofrece un montaje en video y sonido de A missa dos quilombos. Ahí la calidez de los escultores se desvanece para mostrar el martirio. Ya no hay humor, ni calidez, sino una reversión de la historia, una fuerte toma de posición política que incluye una estética rudimentaria y a la vez vanguardista.  

Compuesta por los poetas Dom Pedro Casaldáliga y Pedro Tierra, con música de Milton Nascimento, A missa dos quilombos se estrenó el 22 de noviembre de 1981 frente a la Igreja do Carmo, en Recife, en el mismo exacto lugar donde en 1695 fue expuesta como trofeo y advertencia la cabeza cercenada del líder angoleño Zumbi Dos Palmares, promotor de revueltas contra los esclavistas. En A missa dos quilombos, confluyen una queja contundente a la dictadura brasileña, la música y la poesía, y el alza de los movimientos negros y la teología de la liberación, todo esto apoyado y teñido por una parte de la iglesia católica que promovía la introducción de referencias culturales de otros pueblos en la Eucaristía. Durante el espectáculo, experimental y controversial, Don José María Pires, único obispo negro de Brasil en ese momento, celebró una misa de la que participaron cincuenta mil fieles. La censura federal del momento prohibió el disco con la música y los sacerdotes que participaron fueron reprendidos por la curia brasileña. Desde entonces, A missa dos quilombos, se sigue representando en teatros y parques como un espectáculo mundano. El registro fílmico que presenta el MASPE es ruidoso y convocante. Se escuchan tambores, se ven desfilar cuerpos encadenados, que son al mismo tiempo, actores y no actores, historia viva y remembranza.  

En la planta baja, la muestra termina con ex votos en una pared, una instalación con forma de instalación pero que a su vez se conecta con la espontaneidad de esas paredes populares. Es una representación, sí, pero la fe circula por ella y la hace más genuina, lo que lleva a la pregunta, algo obvia, algo remanida, y siempre latente, ¿arte o religión? ¿Representación o cosa en sí? ¿Y hasta qué punto no es el arte, autónomo y profano, un acto de fe?

En el segundo piso la luz es otra, las paredes ya no son amarillas sino blancas. Las obras que se exhiben son antiguos santos blancos o imágenes de Jesús. Es difícil entender esta diferencia entre la planta baja y el primer piso como ingenua. Lo que sostiene es una continuidad, pero determinada por una división de clases.

Algún porteño perdido en el nordeste brasileño podría entrar en esa muestra y disfrutarla sin hacer el movimiento dialéctico de verse reflejado en ella. ¿Qué podemos ver nosotros cuando recorremos la piadosa y al mismo tiempo reveladora colección de Santos Negros? Si Buenos Aires extinguió a sus negros, y eso hace difícil salir de la mirada exótica, también es verdad que nuestra capital se ha mostrado siempre más liberal que piadosa, castigando su catolicismo fundante con recurrentes acusaciones, tanto serias como ridículas. Pese a esas acusaciones, la mayoría de las veces producto de la ignorancia y el secularismo, muchas veces epidémico en las clases intelectuales, Argentina es un país católico, al punto que hoy tiene al primer papa latinoamericano en el Vaticano. A su vez, estos santos negros brasileños son la prueba de la apertura de la Iglesia Católica, su piedad, su verdadero interés en el otro y en los desposeídos, muy lejos de todas las leyendas negras que los poderes anglicanos y la plutocracia diseñaron e insisten en sostener.

Creer en Dios, en los diferentes martirios de los santos, ser católico, practicar la caridad, luchar contra el mal en su forma última o banal, siempre fue subversivo. El poder centralizado y mercantilizador lo sabe. La iglesia católica tiene también una historia oculta y solapada de militancia popular. Por eso hay aires de milagro en esta muestra que propone el Museu de Arte Sacra de Pernambuco de la Rua Bispo Coutinho. No por lo sobrenatural y lo dogmático, sino por el trabajo, la sorpresa, la entrega y el criterio con el que se presenta a sus visitantes.////PACO