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En 1964, salvo algunas excepciones, como su inclusión en la orquesta de Bill Evans, Mingus va a tener ocupado a Dolphy casi exclusivamente, tanto en giras como en estudio. Dentro de la vida vertiginosa de Dolphy podría haber sido un año más tocando, componiendo y grabando. Pero no lo fue. En 1964 sale Out of lunch!, un disco que prologa su muerte. De la cumbre creativa al final en meses, incluso podría decirse semanas; una carrera truncada antes de tiempo pero no por eso menos compleja, abrasiva y sensual.
Iron Man suena como un antecedente directo de Out to lunch! Ya aparecen ahí la velocidad urbana, la mezcla de registros y una idea mecánica de los procedimientos compositivos. Pero la división que Iron man comparte con Conversations ya no molesta en este otro disco, más atómico en su concepción y duramente fragmentario en su composición. Out of lunch! no tiene dudas, ni amagues, ni mezcla de registros. Si en Iron Man conocemos las partes de un robot que se van ensamblando casi con desprolijidad, acá el ambiente nos remite a un momento citadino más uniforme, como el tráfico de una gran ciudad. Sí, de lo fabril pasamos a lo comercial y la atención al público, pero en un horario puntual, el del receso. El empleado o el dueño se toman un descanso. Ya no se trata de escapar al espacio, de salir de nuestra atmósfera, sino de algo más pedestre y mundano, una pausa que se hace para luego retomar la jornada. El que quiera comprar, deberá esperar. Hablamos de ese tipo de interrupción que se da en el movimiento continuo de la ciudad. Y en Out to lunch! todos los temas pertenecen a Dolphy, lo cual genera una sensación de música de cámara, de unidad creativa y al mismo tiempo narrativa. ¿Es posible escuchar, si se me permite la expresión, algo de costumbrismo disonante en el disco? El ambiente, insisto, es más relajado que otros registros, ¿y también más humorístico, más irónico?
Out to lunch! se grabó en el Van Gelder Studio, de Englewood Cliffs, New Jersey, el 25 de febrero de 1964. El mismo Rudy Van Gelder operó las consolas y lo produjo Alfred Lion. Reid Miles sacó la foto para el diseño de portada. ¿Quienes tocaron? Freddy Hubbard en trompeta, Bobby Hutcherson en vibráfono y Richard Davis en bajo, músicos que Dolphy conocía y con los que se entendía de forma ética y estética. El baterista Tony Williams era la excepción. Había nacido en 1945 y tenía diecinueve años al momento del registro. Sin embargo, su comprensión y compenetración con el proyecto es sorprendente y fundamental para un disco que se convertiría en leyenda. ¿Sorpresa, compenetración? Algunas primeras impresiones nos dicen que los instrumentos suenan más separados. Hay poca superposición y la grabación no tiene empastes ni en los graves ni en los medios. Dolphy compone solos menos continuos. Las frases aparecen más separadas y golpeadas. Sus ataques son más duros, confiados y precisos. Se lucen mucho las síncopas, los quiebres y los riffs en tiempos que exceden o desbordan las métricas habituales en el jazz.
En el primer track, “Hat and Beard”, homenaje y cita a Thelonious Monk, el vibráfono pregunta y la batería responde mientras Davis toca una base recursiva y luego se suma a la persecución sin dejar de repetir el riff inicial. Hay algo maquínico y minimalista, casi obsesivo, en el motivo central, que empieza y se corta. En algunos momentos, la batería es reemplazada por golpes metálicos más cerca de lo fabril que del jazz. “Something Sweet, Something Tender” recupera el ánimo de dueto que Dolphy y Davis venían trabajando en los dos discos anteriores. La larga introducción, de hecho, antes de que se incorpore Hubbard, recuerda a lo mejor de Conversations. El tiempo cansino, de balada cálida, respalda el doble sentimiento del título, lo dulce y lo tierno, pero ese algo que también aparece duplicado es lo que no puede ser fijado, el condimento de la disonancia, de la asimetría, que llega en los solos. Ese algo, que no es balada ni canción no llega a ser una forma identificable. El clarinete bajo de Dolphy suena especialmente inspirado y libre en ese doble algo que es por momentos dulce y tierno pero también puede endurecerse y volverse ácido, señalando, por contraste, primero el engolosinamiento de algunas músicas suaves de la época, y luego que el amor no siempre está hecho de sensaciones agradables o comprensibles.
Si la música erudita de tradición escrita ya venía empujando los dos primeros cortes del disco, “Gazzelloni” confirma desde su título esa tensión. Severino Gazzelloni fue un flautista italiano, virtuoso y audaz, con el que de forma eventual Dolphy tomó clases. La pieza que se le dedica es más compacta que las dos anteriores, aunque los ritmos irregulares están desde el principio. Hay un intento de incluir más swing, con el vibráfono desarrollando una base armónica, el bajo trabajando un walking y la batería marcando un tiempo más estable. Pero Dolphy despliega una flauta up tempo que, casi rozando el milagro, tiene su respuesta también muy inspirada en la trompeta de Hubbard. También se destaca el solo de Hutcheson, apoyado en la batería, con un Davis improvisando. Suponemos que Dolphy sabía lo que hacía al titular así la pieza y que Gazzelloni entendió la música. El flautista italiano, que murió en 1992, debe haberla escuchado con una sonrisa.
“Out to Lunch” está compuesto sobre otro riff de métrica irregular que es el corazón del disco, su track más largo, y el regreso a la máquina urbana. El saxo alto de Dolphy enseguida avanza con un solo que intercala pasajes fluidos con notas entrecortadas. Para el final, en la vuelta al trabajo con “Straight Up and Down”, el tendero, que tomó una copa de más en el almuerzo, zigzaguea un poco. Dolphy toca el alto con alegría en la pieza más nocturna del disco. ¿Tanto se extendió el horario del refrigerio que ya el día va terminando? Salir tiene esos riesgos. No se sabe en qué o cuándo puede terminar la excursión. Pero la aventura sigue siendo salir, tocar afuera.
Out to lunch! ofrece la organicidad de los primeros discos de Dolphy más una madurez creativa que se percibe en la libertad que tuvieron los músicos para grabar y darle forma a ideas rítmicas y melódicas excéntricas incluso para el jazz excéntrico de la época. El nivel de compenetración del ensamble hace que los solos se amalgamen bien a la música. La comparación hay que hacerla con los grupos europeos con los que tocó Dolphy, donde la base sonaba como un soporte si no extraño, sí algo rezagado, no en tiempo sino como presencia creativa, cuando llega el momento en que el clarinete bajo o el saxo comenzaban a improvisar. Si Out to lunch! se recorta con claridad y bordes bien definidos por sobre la abundante producción de Dolphy es porque hubo un pleno control creativo de banda y repertorio. Los planetas se alinearon, entonces, ese 25 de febrero de 1964 y el disco se puede escuchar como una suite irónica, que recorre las calles de Nueva York, su pulso, su atardecer y su vida bursátil, cargada de indiferencia pero también de iluminación, crítica, intercambio y vida.
En la tapa del disco se ve una puerta con un picaporte y su cerradura teñido el conjunto del azul urbano de la ciudad. Del lado de adentro, sobre el vidrio de la puerta, el dueño del local dejó un cartel que dice “Will be back” avisando que va a regresar. Pero no hay certeza en el reloj que debe indicar la hora. Siete flechas señalan diferentes números que no terminan de fijar el momento del regreso. El signo de exclamación en el título también nos dice algo. La música de Out to lunch! transmite una ansiedad que no padece. Exhibe, retrata, pero es serena en su realización. Sin embargo, la pasada premura por salir sigue ahí. Y esta vez no tenemos hora de regreso, no hay encuentro a futuro. Lo que vemos en ese reloj es una serie de signos que, al descuido, exhiben un breve momento de caos. De todo eso habla el disco pero también es muy difícil no pensar que anticipa el final.////PACO