Queens Of The Stone Age llegó hace trece años por primera vez a la Argentina. Quienes estuvieron en Cemento ese 2001 –doscientas personas como mucho- coinciden en que fue uno de los recitales con mas volumen que hayan presenciado. Por caso Ariel Minimal, guitarrista de Pez, sitúa el evento entre los dos de mayor cantidad volumétrica. Lejos, los últimos festivales donde vi a las Reinas sucedieron en un marco de volumen prolijo, si, pero relativamente bajo, al punto de no apreciar con claridad y distinción la guitarra del colorado Homme. En serie con el del viejo local de Omar Chaban, el concierto del jueves 2 de Octubre en el Luna Park fue una bomba de sonido no solo en medida sino además en calidad. En los setentas Fito Paez escucho a Charly Garcia gritar ‘’¡frutillas rojas de Chapadmalal!’’ con la Máquina de Hacer Pájaros y pensó, firme, “yo quiero hacer eso”. Creo que el jueves por la cabeza de varios presentes ocurrió no solo ese pensamiento sino que fue completado con “… y quiero sonar así”.

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Hay un imperativo del arte moderno que reza tener acceso a los medios más avanzados, a la última tecnología en boga así sea para luego rechazarla. No es necesaria la posesión pero si conocer, estar avisado del avance tecnológico. Después, repito, uno puede rechazar todo pero para que la renuncia tenga sentido y peso debe haber conciencia de la pregnancia de aquello apartado. Esa es parte de la dialéctica propia de lo actualizado, eso que no es viejo. Los Queens Of The Stone Age manejan muy bien esa tensión; suenan con la precisión técnica de una maquina-de-guerra-abstracta-mata-árabes-a-distancia pero tienen el crujido y la fidelidad analógica de las mejores orugas anfibias. Después, los pasos del método parecen sencillos: se encienden solo algunas luces verdes que dan pie a esa obertura oscura, Spiders and Vingeos, y los beduinos empiezan a tocar sus guitarras semi-huecas, pasadas por distorsiones valvulares, como si estuviesen descendiendo sobre el puente de una nave y extinguiendo con riffs graves una amenaza hostil a la humanidad. La rica mezcla simbólica que el ochentoso Mad Max y otros productos explotaron -y que al rock le gusta tanto- entre desierto, enigma de futuro, tecnología y expectativa de peligro, aparece y desaparece en el vivo de las Reinas, y al darse a presencia esa simbología convoca, estremece al público, seduce y tensiona arrasando el ambiente. En pocas palabras, son cinco hombres, altos, que traen del desierto el mejor rock disponible.

Y no sé si está de más mirar, otra vez, las maneras del siglo XIX y preguntar si no es el aire desértico -la sucesión cíclica de calor, noche fría y el fantasma del viento- el que forjó un sujeto típico: seco hacia afuera, cargado por dentro; de aspecto androide que inspira, mínimo, el respeto. Si uno hace un tajo en el bajista Michael Shuman o el segunda guitarra Troy Van Leeuwen va a encontrar estaño, capacitores y circuitos que funcionan en paralelo con sangre y alcohol. Intercalo una auto-defensa: cuanto haya de verdad objetiva en la relación geografía-clima-obra no puedo asegurarlo, pero es una herramienta útil y sensual para explicar a los QOTSA. Además, para intentar salir de la inmediatez cómplice, llena de signos de admiración boludos del varón dado al rock, me gusta ver en las distintas apuestas qué se está jugando atrás; y en eso es que adviene una disputa solapada al interior del rock por establecer tipos de subjetividad propia. Lo hace Jack White y el Mississippi, el heavy metal no intentó otra cosa a través de su historia, lo exponen con sus maneras blandas los músicos más hipsters-indie-folk, etc. ¿Se impondrá este, el jinete del desierto, como el sujeto del rock? Tiemblen entonces, tímidos niños de la tibieza poética.

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Hablemos más del show. La cosa empezó con los locales Connorquesta a las ocho de la noche. Tocan y suenan, es cierto. Los emparento mas con el sonido de los oscuros bosques del noroeste de USA -donde habitan vampiros sin sangre y donde está hoy buena parte del negocio simbólico adolescente – que con la lisergia calórica del sur californiano. Estuvieron bien, pese a poseer los ticks propios del rock cordobés de mostrar la técnica virtuosa y lo bien que se toca. Después subió el pelado Alain Johannes –ese Keyiser Soze del rock west coast-con un repertorio cuasi flamenco en cigar box y guitarra. Logró algo de emoción y el acertado volumen bajo previo a la avalancha que se venía.

A las nueve y treintaycinco de la noche entraron los Queens. Homme y sus compañeros recorrieron una lista genérica pero no menos hermosa y repleta de poder. Armaron una sucesión pareja de intensidades mezclando las canciones de Like Clockwork, su último trabajo, con los clásicos de la banda. Recorrieron en la faena buena parte del que es el disco del siglo XXI, Songs For The Deaf, sumando algunas canciones de Rated R, Lullabies to Paralyze y el erótico Era Vulgari . El colorado estuvo excelente en canto, guitarra y onda; lo mismo el resto de los soldados. Para el final regalaron a pedido Mexicola, de su primer álbum, y cerraron dogmáticamente con A Song For The Deaf. Todo a un volumen avasallador que tocó el pico de intensidad en la zapada larga y eufórica de los cinco músicos reunidos en el centro del escenario; interpretaban Better Living Through Chemistry y el mundo se venía abajo arrasado por lava proveniente del centro de la tierra.

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Mirar la guerra desde un lugar cómodo es enfrentarse a lo sublime, así lo decían en la Alemania del siglo XVIII y así lo sentí ante las cargas de electricidad y rifferia exponenciales en la noche porteña. Ah, la llegada de las lágrimas; signo que habla de mi suave subjetividad, claro, pero también de los límites como Hombre: que hay algo que escapa, un excedente que indagamos incansables. El que ama la música busca y a veces encuentra, casi sin querer, ese lugar. Lo experimenta Homme, sentado al piano de la hermosa Like Clockwork, en pleno solo perfecto de Fertita; lo vivimos nosotros en varios puntos de las casi dos horas de show. Arriba, las maquinas de guerra haciendo su trabajo y enfrente, observando, nada menos que el mejor publico del mundo. Me cuelgo de la demagogia, si, pero la banda también baja al escenario mediada por ese dictamen, y el mito no para de crecer cuando las cosas funcionan como esta vez. Mujeres y hombres armaron un pogo atento, cantaron y corearon todos los riffs, fraseos, arreglos de batería, estribillos, solos, etc. Hasta hubo una chica subida a hombros anónimos intentando seducir al colorado, bailando como una geisha criolla, al estilo de los grandes recitales de Los Piojos o Calamaro. Dos acuse de recibo: el aplauso de Homme a la horda mientras se le cantaba ‘’ole, ole, ole, colooo, colooo” y la alegría del androide Dean Fertita, que miraba al publico divertido, casi con sensibilidad humana.

Unas ultimas anotaciones. Tengo que admitir que me sorprendió ver el Luna Park en un lleno total, sobretodo tanta presencia femenina. No hay dudas que a una banda le va bien si la frecuentan mujeres, y si son lindas, mucho más; en este sentido hay QOTSA en Argentina para rato, por solvencia económica y erógena. Me resultó divertido ver que en tiempos de feminismo, avances relativos contra la cosificación y una discusión boluda que mucho no entiendo, haya todavía lindas mujeres inclinadas por una de las bandas que más utiliza las figuras típicas en discusión: vampiresas, mujeres guerreras vestidas en cuero, bikini y botas largas; personajes con predilección al contoneo, seductoras fetichistas y explotadoras desvergonzadas del lugar de ‘’lo puta’’. Además, QOTSA no parece, a simple vista, una banda cuyos integrantes encarnen ideales preocupados por desechar lo patriarcal. Y sin embargo…sin embargo a las chicas les gusta.

Pero puede ser que ahí este de nuevo un señalamiento de aquello liquido que se fuga a las buenas intenciones. Puede ser que ahí, en esa promesa gore de QOTSA alrededor de la cual nos reunimos con fervor cerca de ochomilquinientas personas, estén latiendo verdades más profundas, del orden de un deseo vergonzante para la conciencia normalizada pero rico, lleno de una positiva energía sexual y violenta. Temor y temblor frente a la aceptación de la sangre y el deseo, del fetiche a lo oscuro y los sonidos graves. Claro que adviene la paradoja final; quizás sea Homme el líder del futuro, pero aviso: no levanten grandes esperanzas por hallar, de su mano, una pax concisa o una reconciliación serena. Más exacto, será el líder que nos diga “bien, ahí está el hielo, armen unos tragos, no hay a donde escapar”. Bueno, al fin y al cabo, no es esa una redención que se pueda despreciar.