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Roberto Bolaño, autor de ciencia ficción

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Si bien los géneros literarios son una clave de lectura antes que un rótulo para librerías (esto ya lo dejó en claro Borges), si nos obligaran a asociar la literatura del chileno Roberto Bolaño a un género, la primera respuesta sería el policial. Hay muchos trabajos al respecto y el propio Bolaño lo respalda desde los títulos de algunos de sus libros: Los detectives salvajes, Putas asesinas, Los sinsabores del verdadero policía. Por supuesto, estas obras no sirven como ejemplos de las convenciones clásicas del género policial, aunque sí definen el espacio literario en el que Bolaño juega con ellas.

Ahora bien, con la publicación de la novela póstuma El espíritu de la ciencia ficción, en 2016, cae sobre la mesa otro género, la ciencia ficción, del cual Bolaño fue un asiduo lector y que marcó en su obra una huella aún más auténtica (y menos utilitaria) que el primero. En tal caso, podríamos decir que donde la novela policial es premeditada, la ciencia ficción es involuntaria. Pero ¿en qué rincones de su literatura aparecen estos signos? Hay tres lugares en los que encontrar las esquirlas de la ciencia ficción: en los argumentos, en las figuras retóricas y en las referencias a otras obras.

Argumentos

En las historias contadas dentro de otras historias, Bolaño suele echar mano a recuerdos y lecturas previas. Es la técnica del relato-marco, en la que muchas veces el contenido resulta más interesante que el recuadro. Analicemos dos ejemplos. En 2666, la última novela en la que trabajó antes de morir, en la parte de Archimboldi, se nos cuenta la historia de este misterioso escritor nacido con el nombre de Hans Reiter, que peleó para los alemanes en la Segunda Guerra Mundial. Reiter prestó servicio por última vez en Europa del Este y luego de pasar por dos hospitales de campaña, fue derivado a una aldea ucraniana junto a otros convalecientes. Reiter se instala en una isba vacía y detrás de una chimenea descubre los papeles de un escritor judío llamado Borís Abramovich Ansky, un soldado moscovita que cuenta en su diario la historia de Efraim Ivánov, un escritor de ciencia ficción. Ivánov logró reconocimiento con un primer relato sobre un niño que viaja en tren y admira los avances tecnológicos y sociales de la Unión Soviética. Pero la verdadera fama no le llegó hasta los casi sesenta años con la publicación de una novela titulada El ocaso (presumiblemente escrita por Ansky). Parte de su argumento es el siguiente: “En medio de un combate un soldado resulta herido y sus compañeros lo dan por muerto. Pero antes de que las aves carroñeras se ceben con los cadáveres, una nave extraterrestre desciende sobre el campo de batalla y se lo lleva, junto a otros heridos de muerte. Luego la nave entra en la estratosfera y se pone a orbitar alrededor de la Tierra. Todos los heridos sanan rápidamente…”. Cerca del final de sus días, Ivánov publica otras dos novelas de las que se nos dice: “En 1932 publicó su nueva novela, titulada El mediodía. En 1934 apareció otra, titulada El amanecer. En ambas abundaban los extraterrestres, los vuelos interplanetarios, el tiempo dislocado, la existencia de dos o más civilizaciones avanzadas que visitaban periódicamente la Tierra…”.

Como atestiguan los primeros poemas de Bolaño escritos en México y otros textos de la misma época, sus lecturas de ciencia ficción se enmarcan en la llamada Nueva Ola, posterior a la Edad de Oro de la ciencia ficción y caracterizada por la experimentación con las formas, una mayor sensibilidad artística y una menor rigurosidad científica. Otra característica de la Nueva Ola fue dejar de centrar las historias en el espacio exterior y enfocarse en el “espacio interior”, es decir, en elementos subjetivos como el funcionamiento de la mente, los sueños y el inconsciente. En El ocaso, la novela de Ivánov, el protagonista es depositado en una Nueva York del futuro (no se sabe si el viaje es espacio/temporal o mental), conoce a una hipnotizadora que desaparece y para encontrarla, contrata los servicios de un detective mexicano. Cuando logran dar con ella, él le pide que lo hipnotice y lo mande de regreso al campo de batalla donde debería haber muerto. Queda claro que los elementos que Bolaño pone en juego en esta recreación de una novela de ciencia ficción exceden a los de la Edad de Oro, centrada solo en la aventura.

El de la abducción es también el hecho central del poema de 1992 “Mi vida en los tubos de supervivencia”. El yo poético dice: “Me metieron en el interior de este platillo volante y me dijeron vuela y encuentra tu destino, ¿pero qué destino iba a encontrar?”. Pasa tanto tiempo ahí dentro, atrapado junto a otros y recorriendo el mundo en vez de que se lo lleven a otro planeta, que en un momento la realidad se vuelve sueño: “Avanzando lentamente a través del sueño, mientras la nave dejaba estelas de fuego en la ignorancia de mis hermanos”. Y en ese sueño imagina el final del viaje: “Soñando a veces que el platillo se estrellaba en una serranía de América y mi cadáver casi sin mácula surgía para ofrecerse al ojo de viejos montañeses e historiadores”. Es interesante que en ambos casos la nave no regrese a su planeta, sino que se quede en la órbita de la Tierra.

En el segundo ejemplo también vemos cómo se filtra el escritor de ciencia ficción. En Sepulcros de vaqueros hay un capítulo titulado “El viaje” que, como es común en la ficción de Bolaño, se superpone con su biografía. El narrador viaja en barco desde Panamá a Chile y en el medio del trayecto le da a leer a un jesuita español un cuento de ciencia ficción que ha escrito. La historia, inconclusa, es sobre unas hormigas del espacio exterior que llegan a la Tierra, toman un condado de los Estados Unidos y empiezan a construir un misterioso edificio. Leemos: “Las primeras naves espaciales que llegaban a la Tierra medían un metro y medio de largo”. Cuando las fuerzas armadas intentan detenerlas mediante un bombardeo, las hormigas las aniquilan con un rayo misterioso y luego destruyen la Casa Blanca.

Sepulcros de vaqueros fue escrito entre 1995 y 1998, pero el relato dentro del relato bien pudo haber sido escrito antes: es conocido el método de Bolaño de rescatar textos, corregirlos o ponerlos a funcionar junto a nuevos materiales. Y también es común en su obra que un mismo texto aparezca en más de un libro, con sutiles variaciones. En el prólogo de Amberes, una novela escrita en 1980, pero publicada recién en 2002, Bolaño dice “en aquellos años sentía predilección por algunos autores de ciencia ficción”, y nombra a Norman Spinrad y Alice Sheldon, ambos pertenecientes a la mencionada Nueva Ola. Corriente disruptiva en la ciencia ficción que no solo introduce elementos nuevos (a los anteriormente mencionados, agregó la sexualidad, la religión, la psicología, las drogas y los pueblos originarios), sino que también plantea una nueva forma de pensarse, la creencia de que la ciencia ficción podía y debía ser tomada como literatura.

Figuras retóricas

La metáfora es una de las figuras retóricas clásicas: el desplazamiento entre dos términos con un fin estético. Otra figura muy usada por Bolaño es el símil, que involucra la comparación. La siguiente es una enumeración de algunas de ellas, creadas a partir de imágenes de la ciencia ficción y utilizadas por Bolaño en su obra. Omito el origen de cada una y hago pequeñas ediciones con el objetivo de que la lectura sea más contundente: “tenía los ojos como si fuera una extraterrestre”, “parecían, en el fondo, dos extraterrestres”, “podía ser un boy scout extraterrestre, tal vez solo un telépata”, “tenía la sensación de estar dándole simultáneamente por el culo y por el coño a una extraterrestre”, “se movían como comandos perdidos en una isla tóxica de otro planeta”, “un rostro que la observaba con rigor científico desde los vapores sulfurosos de otro planeta”, “espías de otro planeta”, “se sentía como si estuviera en otro planeta”, “el planeta de los monstruos”, “en otro planeta, a unos mil años luz de la Tierra”, “como naves sonda lanzadas a ciegas a través del universo”, “como si se aproximara a una ventana y se forzara a ver un paisaje extraterrestre”, “una paciencia como venida del espacio exterior”,  “se compró unas prótesis, le gustaron más que nada por la sensación de ciencia ficción, de robótica, de sentirse ciborg”, “la vida que pretende convertirnos en bestias o en robots”, “el cielo cuadriculado parecía el rictus de un robot”, “abrió de inmediato los ojos, como si fuera un pinche robot”, “apenas un robot con una misión sin especificar”, “la cruda me presenta uno de esos amaneceres apocalípticos”, “un cielo gris, pero brillante, como si hubiera ocurrido un ataque nuclear”, “como si estuviera presenciando una película de ciencia ficción”, “luego se separaron, como naves espaciales con singladuras divergentes”, “las luces, al otro lado del patatal, parpadean como seres de otro planeta”.

En este catálogo volvemos a ver los elementos que Bolaño extrae de sus lecturas de ciencia ficción para crear figuras retóricas y expandir los mundos que describe: los extraterrestres, los viajes interplanetarios, los robots. Pero entonces, ¿qué tipo de lector de ciencia ficción era Bolaño? Me cuesta imaginarlo como uno de esos nerds que escriben al correo de lectores para quejarse por un dato inconsistente en un cuento. Al contrario, por lo que podemos leer en artículos, conferencias y entrevistas, parece más bien un lector atento, preocupado por la biografía de los autores, sus condiciones de trabajo y los usos del lenguaje.

Referencias

Las referencias más obvias a la ciencia ficción son los nombres de autores. En El espíritu de la ciencia ficción, uno de los protagonistas les escribe cartas o menciona, entre otros, a Forrest J. Ackerman (que además de escritor fue agente literario), Brian Aldiss (conocido por ser el autor de “Los superjuguetes duran todo el verano”), Robert Silverberg (prolífico escritor), Olaf Stapledon (autor de Star Maker), Alfred Bester (del que hablaré luego), Ray Bradbury, Philip K. Dick y Ursula K. Le Guin. De los mencionados, Philip K. Dick es, sin duda, su escritor de ciencia ficción preferido. A él está dedicada Los sinsabores del verdadero policía, y también aparece en algunos poemas. En Entre paréntesis, el libro que recoge los artículos periodísticos de Bolaño, se destaca un texto dedicado totalmente al autor de Ubik en el que se afirma que “Dick es uno de los diez mejores escritores del siglo XX en los Estados Unidos” y que “es una especie de Kafka pasado por ácido lisérgico y por la rabia”. En la novela Estrella distante, incluso, se hace mención a la Philip K. Dick Society.

Además de las referencias a escritores reales, están las referencias a escritores de ciencia ficción inventados. A Ivánov de 2666 podemos sumar algunas entradas de La literatura nazi en América, primer libro con el que Bolaño logró llamar la atención de editoriales y lectores. Por mencionar uno: J. M. S. Hill, de quien se dice que “sus historias transcurren en un presente distorsionado en el que nada es lo que aparenta ser o bien en un futuro lejano de ciudades abandonadas” y sus argumentos abundan en “detectives privados que deben buscar a personas perdidas en otros planetas, niños robados y criados por razas inferiores para que en la edad adulta tomen el control de la tribu y guíen a esta hacia el sacrificio, animales ocultos y de apetito insaciable, plantas mutantes, planetas invisibles que de pronto se hacen visibles, naves espaciales que abandonan una Tierra en llamas y colonizan Júpiter, sociedades de asesinos telépatas, niños que crecen solos en grandes patios oscuros y fríos”. Hacia el final de su biografía, hay una definición que puede ser leída como un anhelo personal de Bolaño: “Cultivó el género del oeste y el de detectives, pero sus mejores obras pertenecen al de ciencia ficción. No es raro, sin embargo, encontrar novelas suyas en donde se mezclan los tres géneros”.

Otras referencias menos obvias están codificadas en los títulos de algunas obras. La Universidad Desconocida, como se titula su poesía reunida, proviene de un cuento de viajes en el tiempo de Alfred Bester. Se la describe así: “Nadie sabe dónde está la Universidad Desconocida o qué enseñan allí. Tiene un cuerpo docente de unos doscientos excéntricos, y un cuerpo estudiantil de unos dos mil inadaptados…”. No es descabellado pensar que Bolaño leyó ahí una metáfora de la literatura universal. Más críptico aún es el misterioso 2666. La primera referencia a ese número está en Los detectives salvajes. Una maestra que fue amiga de Cesárea Tinajero les cuenta a los detectives sobre una visita que le hizo en su cuarto: “Cesárea habló de los tiempos que iban a venir y la maestra, por cambiar de tema, le preguntó qué tiempos eran aquéllos y cuándo. Y Cesárea apuntó una fecha: allá por el año 2600. Dos mil seiscientos y pico”. En Amuleto, una novela que se desprende de la anterior, otra mujer, Auxilio Lacouture, para describir una avenida que atraviesa de noche junto a un grupo de poetas, dice: “La avenida Guerrero a esa hora, se parece sobre todas las cosas a un cementerio, pero no a un cementerio de 1974, ni a un cementerio de 1968 ni a un cementerio de 1975, sino a un cementerio del año 2666”. Entonces 2666 es un año en el futuro. Una hipótesis es que este es el año desde el cual la novela es narrada. Y si a esto sumamos una nota hallada en los cuadernos de Bolaño que dice “El narrador de 2666 es Arturo Belano” (alter ego del autor, protagonista de cuentos y uno de los detectives salvajes), tenemos que Arturo Belano es una figura típica de la ciencia ficción: un viajero del tiempo.

Visión

Por supuesto, hay más argumentos (como el de los araucanos telépatas en la parte de Amalfitano de 2666; recordemos que una de las operaciones de la Nueva Ola de la ciencia ficción es tomar elementos inexplorados, como el de los pueblos originarios, y mezclarlos con viejos tópicos del género) y otras figuras retóricas (“parecía usted el hombre invisible”) y nuevas referencias (Ballard es mencionado en un poema sin título). Cualquier lector con sensibilidad por la ciencia ficción las detectará en medio de la lectura y para regocijo propio, como quien ve la cara de su primera novia en una nube. Pero hay algo más. Otra forma en que la ciencia ficción aparece en la obra de Bolaño es a través de su visión del mundo.

Esta visión, a diferencia de los tres elementos anteriores, no se reconoce al detenernos en oraciones o párrafos, sino al mirar de forma panorámica cualquiera de sus obras. Muchas novelas y cuentos de Bolaño presentan lo que se suele llamar “el clima enrarecido” de la ciencia ficción, y sus personajes comparten con los del género esa sensación de inminencia que lo electrifica todo. ¿Sería la obra de Bolaño la misma sin sus lecturas de ciencia ficción? Definitivamente no. Estoy tan seguro de eso como un extraterrestre telépata lo estaría del número que estás pensado. Pero, ¿en qué cambia la literatura de Bolaño desde el instante en que aceptamos que es un escritor de ciencia ficción?

Dice Borges que si se le da el Quijote a un lector que no lo conoce y se le dice que se trata de una novela policial, luego de leer “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme”, se preguntará “¿Por qué no quiere acordarse?”. En este sentido, después de aceptar que Bolaño es un escritor de ciencia ficción, la lectura se enriquece: la búsqueda de los detectives salvajes se expande a otros planetas, los femicidios de Santa Teresa pueden leerse como parte de The Screwfly Solution, de Alice Sheldon, la Estrella distante está a nuestro alcance, la cantidad de dobles que aparecen en su obra encuentran una explicación, la revista de Enrique Martín cobra sentido, el Gusano puede ser un extraterrestre y los poetas románticos escriben programas para bibliotecarios robots////PACO

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