Ayer fui al CC San Martín donde Juan Batalla inauguraba, con curadoría de Mariano Soto, una nueva muestra. Apenas llegué, Dany Barreto me contó que la “sala f” era un depósito recuperado. La iniciativa valió. Dimensiones óptimas, austeridad, cierta rusticidad en el piso, techo bajo: un espacio que ayuda a concentrarse, solidario con los materiales que se presentaban. Buen marco, entonces, para mostrar las obras de Batalla, esos restos industriales de neumáticos que se transforman en unidades orgánicas. Nada explícito ni estridente en la propuesta. Más bien sólido, lento, aguerrido. Las primeras piezas son como pequeños hongos del desierto marciano que se mueven hacia arriba y abajo con un sutil juego de luces. Cada una tiene ese trabajo de fusión con el que Batalla convierte los desechos de nuestra edad industrial en monstruos potenciales, en moluscos de un futuro radioactivo.

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Luego esperan otras tres piezas en esa goma negra trabajada. Un personaje con pico empuja a Batalla a lo figurativo, pero no me saca de mi preferencia por las morfologías llenas de azar que presentan las otras piezas. Después fotos, pocas, donde el escultor posa con el Planetario de fondo. Y hay un video y audio. Todo equilibrado, disímil, pero equilibrado. Con astucia, el artista juega al contraste y pone en una vitrina un hueso blanco, lavado, un fémur de mamífero, cuya función es la de resaltar el negro de los neumáticos procesados. Del tendón y el petróleo pasamos a la fragilidad ósea, a su porosidad. Ambos son materia inerte pero de procedencias enfrentadas. ¿O no tanto? Cuando viajamos por el espacio comprendemos que estamos hechos de polvo cósmico y finalmente todo lo que existe en la Tierra es una muy simple combinación de moléculas de carbón. Sí, otra vez, el recurso de lo orgánico y la forma.

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Batalla también construye dos mamparas de tubos blancos, que, colgadas en la pared, no me atraen especialmente, y una breve jaula del mismo material para encerrar una de sus piezas que sí me resulta seductora. ¿Retiene o protege? Como una carpa iglú, la estructura es parte de un campamento de avanzada, de una cabeza de playa intergaláctica. Son otros tendones, estos, provisorios, pensados para desaparecer. 

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Ahora me pregunto ¿cómo no leer en el dibujo de las gomas recicladas el mapa de una civilización, los caminos recorridos, la parte móvil de vehículos que se vuelven artefacto estático y pesado? Pero esos movimiento cortos y rítmicos que agrega Batalla complican nuestra mirada. No, no son los restos de una civilización muerta lo que exhibe sino una transformación más profunda y activa, más enigmática. A un costado, en una vitrina, el escultor ofrece su colección de libros de la vieja editorial Minotauro, reliquias que terminan de señalar que él no es un artista abstracto, que sus referentes son esos y no los oculta. Esta literatura, una especie de bibliografía obligatoria desde la cual se lee la muestra, cubre todo de un manto de sentido que puede ser innecesario, ya, pero que igual es gozoso. Las horas de lectura son parte de lo que se expone. El magnetismo de las viejas tapas, nuestra vieja idea del futuro. En ese plano, Batalla compite con el imaginario de una treintena de autores de ciencia-ficción de primera línea y si no gana, empata, dialoga. Interesante pulseada. La muestra se titula “Planetario.” También se podría haber llamado “Planeta” o “Invasión” o “Colonia.” El de Batalla es un arte antifóbico, pasional, misterioso, asordinado, lleno de vetas y marcas. Por eso hay que ir despacio, dejándose sorprender, como si se caminara por un planeta extraño sobre el que se soñó mucho y por lo tanto no resulta del todo ajeno. ///Lunes a Domingo. 14 a 21 horas. Sala f. CC San Martín. Entrada gratuita.///PACO