.

Leo con asombro el artículo firmado en esta misma revista por Miguel Braun. ¿De qué está hecho ese asombro? Asombro y resentimiento, debería decir. Peor aun entonces. Sin embargo, el resentimiento lo identifico con claridad. La voz de Braun me resulta “familiar” en la versión más siniestra del término. Es la voz falsa y metálica de un liberalismo de manual. Insisto, la conozco. Crecí escuchándola. Pero mi asombro es otro. Dejo pasar que escriba una chicana tan vulgar como “El kirchnerismo, o al menos sus líderes, parecen haber resuelto bastante bien sus problemas económicos personales, ¿no?”. Dejo pasar que dice, lo más fresco, que “las políticas [del kirchnerismo] generan problemas económicos para el resto de los argentinos”. Dejo pasar frases de seductora raíz orwelliano-paranoide como: “Para que todos podamos vivir mejor hace falta que cada uno de nosotros produzca más con la misma hora de trabajo, y eso sólo es posible con más capital y más tecnología”. (La clave para entender la frase es “vivir mejor”.)

Me resisto a destrabar párrafos de una brutalidad como la que sigue (entiendo que caen por su propio peso): “No hay una escuela económica norteamericana, el conocimiento hoy es global, y aunque las principales universidades están en EEUU, sus profesores son en un gran porcentaje extranjeros, y hay también centros de excelencia académica en Europa, Asia y América Latina. Queda un prejuicio contra los que estudiamos afuera por una lectura antigua de unos pocos académicos locales que hoy están cerca del poder.”

Dejo pasar la precariedad conceptual, los lugares comunes, la falta de ideas que solo parece remontar ligeramente en la mitad del tercer apartado. Braun escribe: “Algunos países como Chile, Uruguay y Perú optaron por enfatizar la inversión, mientras que Argentina y Venezuela priorizaron el consumo y la distribución del ingreso”. ¿No sería más amable que directamente escribiera que está en contra de la distribución del ingreso? La frase podría ser así: “La riqueza de un país no debe ser distribuida sino que debe quedar centralizada en manos de pocos”. Perdido el pudor, que Braun parece no tener, al menos sería algo nuevo.

La descripción que hace de Twitter me interesa más. Ahí hay algo que se sale del guión. Después de ensayar con entusiasmo una definición demasiado imprecisa, Braun intenta un cierre general: “En definitiva, twitter informa, agudiza el ingenio y te saca de tu zona de confort en términos de conversación”. ¿Twitter hace eso? ¿Informa, agudiza, saca? Nicolás Mavrakis demostró en un lúcido y pionero ensayo que esto no es así. (Véase Burbujas de filtro o el jardín plástico, Amphibia, agosto de 2012.) Twitter es tu zona de confort más perfecta, es tu living y vos elegís con quien dialogar. Braun no es un teórico de la comunicación y acusarlo de no saber describir Twitter sería un error. Pero es en el estilo amable y afirmativo de este comentario, en su seguridad para hablar de algo que no sabe, donde quedan explicitadas sus carencias intelectuales. Siempre hay que sospechar de alguien que habla con tanta alegría y confianza de Internet.

Salvo por las ideas verduleras sobre Twitter y algunos nombres propios, Braun ofrece un refrito del pasado y de lo que siempre vuelve y siempre existe. Es poco lo que se puede decir o sacar de eso. Empujando un poco mi lectura, comprendo que lo me impresiona de su artículo –mi confesado asombro– es lo perfectamente funcional que resultan esas ideas a la épica fácil del kirchnerismo.

La historia de los técnicos que pasan por el Estado, rompen todo y terminan bien ubicados en el sector privado es conocida y hasta cierto punto inevitable. (Lo cual no quiere decir que deba ser admitida sin más.) Y Braun no es eficiente. Sus medallas académicas son de cartón pintado. Hasta una Helen Keller política comprende que una persona con ese curriculum –y la ética que se desprende de ese curriculum– es un peligro en la función pública. Desgraciadamente ningún gobierno, el kirchnerismo incluido, está exento de técnicos con ese perfil.

Ahora bien, noto –y esta es la triste novedad– que mientras sigan existiendo economistas liberales que defiendan modelos de otros países como exitosos, mientras la derecha siga dudando de lo nacional, vamos a seguir teniendo estridentes barreras de contención paranoicas bocinando “lo popular”. No es solo un problema de estilos, aunque el estilo pese mucho. Es un problema político, de cómo y con qué herramientas conceptuales pensamos la política. Finalmente el debate atrasa y está lleno de ruido ambiente. Braun se constituye así como el doble perfecto, el doppelgänger invertido, del oligofrénico que repite en el bar que él es “peronista de Perón”. El aparato comunicacional kichnerista, que nació rancio y se robusteció con Cristina, vive casi exclusivamente de combatir y recordar este tipo de discursos. A Barone le sirve que exista un Braun. O mejor, sin los Brauns de la Argentina, los Barones de la televisión perderían su pie de apoyo. ¿Comprende Braun que si no hace su discurso más sofisticado, si no lo actualiza de alguna manera, le da letra a la torpeza enunciativa de sus enemigos políticos? Poco importa si es cinismo o convicción en este punto.

A mi entender, la derecha debe ser modernizadora y nacional, no liberal y cuentapropista. Como parte del segundo grupo, Braun alimenta una ficción que siempre decepciona, la ficción de la excelencia y la eficiencia. Abona desde su artículo la serie de relatos que alimentan la idea de que la Argentina es un país atrasado –lo cual no es cierto–, que todos se dan cuenta de lo que hay que hacer menos los que gobiernan, y sobre todo, el hit, que estamos “perdiendo oportunidades”. Se trata de un énfasis gastado, retro-noventista, esclerótico, muy al uso de columnista del diario La Nación. Braun cita el “viento de cola” para estigmatizar al kirchnerismo y la frase se remonta hasta el llamado peronismo histórico. Agorero y predecible se lanza con este párrafo: “El éxito político del kirchnerismo fue lograr que el estado se apropie de estos beneficios y los reparta masivamente, mejorando la situación económica de la mayoría de los argentinos, al menos hasta 2011. El problema es que, agotado el viento de cola, nos dejan al borde del colapso. Es la década en la que nos sacamos la lotería y en vez de invertirla, la gastamos.”

Analizar este rejunte de idiotismos políticos me retrotrae a viejas, muy viejas ya, discusiones que suenan a la revista Página/30. Pero sirve para notar que Braun no dice que el modelo está agotado, que fue exitoso, y que podría tener o debe tener una continuidad diferente. Su tirria y su lectura fallida y sesgada le impiden recuperar logros evidentes del kirchnerismo, logros que responden al ideario de derecha liberal que él pregona. Al mismo tiempo, operando de forma política, asociando el kirchnerismo a Venezuela, sitúa al gobierno mucho más a la izquierda de lo que en realidad está. La pregunta es ¿qué genera todo esto? ¿Por qué lo hace?

Pocas cosas me interesan menos que Miguel Braun. Pero comprendo que esa prédica aporta a la exaltación del pathos popular, que abunda en el kirchnerismo tardío y que era más ligero y menos oprobioso con Néstor. Sin el discurso perenne de estos economistas políticos, las consignas abusivas del peronismo patrio no tendrían donde apoyarse y la discusión podría ser más detallada, menos de tablón, partidista si se quiere pero más técnica. Lo inverso parece hoy menos factible. Barone se anula solo. Mengolini se anula sola. El pibe que no le dio la mano a Macri durante las últimas elecciones pensando que así generaba un acto trascendente es una frivolidad política que se olvida porque simplemente no significa nada, más allá de los malentendidos de rutina. Pero quizás ahora yo esté siendo demasiado optimista.

El kirchnerismo debe ser interrogado con armas menos lábiles, con más precisión y contundencia. Si se lo confronta con las ideas que Braun puso en su artículo, la respuesta es la misma sopa desabrida de siempre. Y no se trata de adular el “debate de ideas”, sí de evitar transitar los mismos y tediosos recorridos que Braun dibuja con una soltura que solamente puede llegar de la ignorancia y el automatismo. ¿Hay un Braun menos panfletario? ¿Pudo extraer algo más de su educación en Harvard? Más temprano que tarde, como a todos, la historia se lo comerá. Hará su pequeña fortuna con sus convicciones liberales o a pesar de ellas. Será consultado o no para dar su opinión sobre grandes o pequeños negocios. (Y las partes incluidas lo tomarán como una formalidad sabiendo que no lo necesitan.) Pertenecerá a un partido de clase dominante que nunca va a ser clase dirigente porque está demasiado traccionado por intereses privados. O se pasará a la zona gris de la demagogia populachera para probar un poco que se siente tener más votos. Sus hijos lo odiarán y se rebelarán o seguirán el camino de portar un apellido con largos ecos en la historia argentina. Y él, Braun, se entenderá con su destino. Sin embargo, cuando leo lo que escribió no puedo dejar de pensar que sus palabras de androide financiero me recuerdan por qué apoyé al kirchnerismo desde sus inicios y también por qué marqué una distancia prudencial cuando dejó de escupirle a los garcas en la cara para transformarse en un una madre demasiado juiciosa que pregunta todo el tiempo “¿te portaste bien o te portaste mal?”. Finalmente a nadie le gusta que se lo tome por tonto, aunque en muchas ocasiones, resignado, ese alguien obre como tal. No soy una excepción a esa regla.

Termino con una cita de La educación sentimental. Frederic Moreau acaba de ingresar en una reunión exclusiva. No le va bien. Se lo está difamando y se lo va a seguir difamando. El narrador, en estilo libre indirecto, tiene un momento de lucidez apoyado en el fastidio del protagonista. Flaubert escribe: “La mayoría de los hombres que estaba allí habían servido, por lo menos, a cuatro gobiernos, y hubieran vendido a Francia o al género humano para garantizar su fortuna, evitarse un contratiempo, una dificultad o por simple bajeza únicamente, adoración instintiva de la fuerza. Todos declararon los crímenes políticos inexcusables. Más bien era preciso perdonar los que provenían de la necesidad. Y no faltó poner el eterno ejemplo del padre de familia, robando el eterno pedazo de pan en casa del eterno panadero”.///PACO