El Aleph apareció, por primera vez, en el número 131 de la Revista Sur en septiembre de 1945. Luego Borges lo compiló en un libro con el mismo título que se publicó en 1949. El 23 de octubre de 1957 El Aleph como libro ganó el Premio Nacional de Literatura en la categoría “obras de imaginación en prosa.” Pero no se trató solo del libro. En el acta del premio se dice que el reconocimiento es “a toda la vida y la obra literaria ejemplar de este autor.” Así El Aleph puede ser entendido en tensión con 1945, un año importante para la Argentina y el mundo, tanto como en relación a los otros textos del número 131 de la Revista Sur, entre los cuales hay notas de Aldous Huxley y Victoria Ocampo y poemas de Jorge Guillén. También puede leerse datado en 1957, cuando el contexto histórico y político ya había cambiado. Y para el caso también se podría leer con 1974 como escenario de fondo, año de la reedición… 1945, 1949, 1957, 1974. ¿Podríamos agregar los años que aporta el mismo relato? Lo confirmó Daniel Balderston, las fechas de Borges nunca son aleatorias. Siempre nos dicen algo más. Sin embargo, prefiero posponer esta aventura, más hermenéutica que historiográfica, para reivindicar a Carlos Argentino Daneri, coprotagonista del cuento, donde, a su vez, Borges también aparece como personaje.
El Aleph comienza con una pérdida y un cortejo. Borges personaje corteja a Beatriz Viterbo después de muerta. Se trata de una acción tímida. ¿Se puede festejar a una muerta? Novalis lo hizo en la fundación del morbo romántico. Pero, una vez por año, ¿no es demasiado? La devoción, mientras el relato corre ágil, se actualiza de forma lenta. “Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación.”
Más allá del talento de esa prosa, hay mucho en ese fragmento. Se consigna ahí, con sutileza, una comodidad. ¿O no hay confort en esa impotencia? Podríamos citar el famoso verso Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate, y enseguida sentenciar al erotismo, o su falta, como un infierno. Pero el camino es otro. ¿Cuál? El de la enumeración. El primer catálogo de Beatriz no tarda en llegar. El cuento exhibirá de forma recurrente esa técnica que Borges despliega con una eficiencia admirable. Luego, se nos informa que Beatriz, convertida en esfinge, no leía. Al menos no los libros que Borges personaje le regalaba. No leía pero escribía… Avanzo sin adelantarme. Digamos, por ahora, algo más sobre esa trabajosa paciencia que especula con una relación de años y minutos. Los años, 1929, 1933, 1934, 1941. Los minutos, 25. Y algún fetiche: esta vez un alfajor santafecino, una tormenta y un “coñac del país.” ¿Por qué favorece el Borges personaje esos “aniversarios melancólicos y vanamente eróticos” en que recibe “confidencias” de Daneri? Pero ¿quién es Daneri? Carlos Argentino Daneri. Un nombre común, Carlos, un gentilicio, Argentino, una contracción, Daneri, como condensación evidente de Dante Alighieri. ¿Se trata del opuesto de Borges, del contrincante, del villano de la historia? En un cruce llamativo Daneri puede tomar rasgos del Borges autor: “Ejerce no sé qué cargo subalterno en una biblioteca ilegible de los arrabales del Sur.” Sin embargo, muy pronto el narrador se separa. Daneri habla y se mueve como un italiano: “A dos generaciones de distancia, la ese italiana y la copiosa gesticulación italiana sobreviven en él. Su actividad mental es continua, apasionada, versátil y del todo insignificante.” Así las cosas, ¿quién se anima a decir: “mi actividad mental es significante”? Luego Daneri se mezcla con Beatriz: “Tiene (como Beatriz) grandes y afiladas manos hermosas.” Dentro de ese continuo de personajes principales, hay, desde ya, una sobreactuación en el pudor borgeano con el subrayado de esa breve picardía de quedarse a cenar, de hacerse invitar, contrapeso afectivo del entusiasta Daneri. Pero creo ver otras intenciones en esa disfuncionalidad, en esa emotiva austeridad. Arriesgo mi primera hipótesis: Borges busca tratar a Daneri. ¿Por qué? Quizás sea estrangular un poco la interpretación, pero veo una búsqueda del contacto con Daneri más allá de la presencia de Beatriz. No solo se trata de la memoria de Beatriz. En ese reverso del amor imposible, está el otro, el par, está Daneri. Y por eso el poeta pretencioso y fatuo, examinado con cuidado, resulta más ambiguo de lo que se cree en un primer acercamiento. Si Beatriz se presenta como el arquetipo de la mujer inaccesible, y por eso, divina, Daneri es el poeta charlatán que ayuda al Borges personaje a ponerse en perspectiva, a ponerse en valor. Ese contraste lo favorece, lo alienta, lo ubica.
Repito el análisis del nombre propio. Carlos Argentino Daneri: un nombre común, un gentilicio, una contracción. Y esa firma le permite al Borges autor, como la cita a Zunino y Zungri —posible ironía a los directores de la revista Nosotros— exponer sus diferencias con lo italiano. El Aleph en su representación total del mundo, que es vagamente occidental con reflejos orientalistas, parece excluir o al menos estigmatizar lo italiano. Ni el Borges autor ni el Borges personaje son ajenos a esta operación. Puedo ir más allá y sindicarlo como un escritor en esencia anti-italiano. Pese a los Nueves ensayos dantescos y a otros elogios laterales, tanto su producción letrada como el repertorio de anécdotas que lo describen hablan de una fijación inicial. Borges parece siempre arropado en las primeras impresiones de lo italiano, de esos inmigrantes de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Reforzando su criollismo, los condena en sus gestos más caricaturescos. Para él, los italianos son la ópera, el desborde, la inestabilidad subjetiva, el travestismo, la sensualidad del canto, el mimetismo degradado. En definitiva, un romanticismo vulgar, la pasión pasada por el filtro de lo popular. Hay de esos prejuicios en el Carriego y en su primera ensayística españolizante. Pero el arsenal de apreciaciones anti-italianas se pueden rastrear también en La fiesta del monstruo, el cuento que escribió con Bioy, en el mismo diario de Bioy, en el anecdotario oral, en las entrevistas, en sus remembranzas… No mucho más tarde los va a volver a negar y atacar cuando esos mismos italianos se transformen en peronistas. Sin embargo, o quizás por todo eso, Daneri convoca al personaje Borges y también al autor Borges.
En su vindicación del hombre moderno, el poeta aparece parodiado pero sus ideas, a la luz de las pantallas del siglo XXI, resultan sorprendentes por su exactitud: “Lo evoco —dijo con una admiración algo inexplicable— en su gabinete de estudio, como si dijéramos en la torre albarrana de una ciudad, provisto de teléfonos, de telégrafos, de fonógrafos, de aparatos de radiotelefonía, de cinematógrafos, de linternas mágicas, de glosarios, de horarios, de prontuarios, de boletines…” ¿Nos resulta hoy tan inexplicable esa admiración? Según Wikipedia: “Una torre albarrana es una torre que forma parte de un recinto fortificado pero conectada mediante un pequeño arco o puente que puede ser destruido fácilmente en caso de que la torre caiga en manos del enemigo.” Daneri describe un habitus del cual en la actualidad es muy difícil escapar. Y luego sí, se comenta a sí mismo, algo que, hay que decirlo, hacen todos los poetas. ¿Quién no conoce un Daneri? ¿Quién no fue, por error o debilidad, Daneri alguna vez?
Sumo otra descripción: “En su escritura habían colaborado la aplicación, la resignación y el azar; las virtudes que Daneri les atribuía eran posteriores. Comprendí que el trabajo del poeta no estaba en la poesía; estaba en la invención de razones para que la poesía fuera admirable; naturalmente, ese ulterior trabajo modificaba la obra para él, pero no para otro.”
Aunque Borges escribe esto con tono de denuncia burlona, también podemos entenderlo como una operación de lectura nada excepcional. Nadie es ajeno a leerse a sí mismo y encontrarse, explicarse, modificarse y ponderarse. El problema no es hacerlo sino hacerlo sin talento. El arco que va de Harold Bloom al arte contemporáneo legaliza y blanquea el procedimiento. ¿Era Daneri entonces más un performer que un poeta? El lugar común de la crítica señaló que El Aleph, tanto el cuento como la máquina fantástica, predecía la TV primero e Internet después, pero, entre los aparatos, la vanidad y la torre, es Daneri el que anticipa las redes sociales. Y no cualquier usuario de las redes sociales. Daneri quiere todo. Es un poeta ambicioso, un poeta entusiasmado y continuo, antes que un mal poeta. Mientras que el Borges personaje es fóbico, y su timidez parece ubicarlo en el lugar de la impotencia, Daneri avanza afirmado en un fetiche que es El Aleph, pero también el goce de la poesía misma.
Llegado el momento, Borges baja la escalera. Enfrenta en el Aleph y lo narra. Es uno de los momentos más líricos e intensos de la literatura argentina. Quizás de todas las literaturas. En un punto, único y delimitado, está el universo. La lista que lo describe, necesariamente borgeana, virtuosa, milimétrica y a la vez elástica, puede y debe ser leída para entender el cuento. Si la recorre un aire de arbitrariedad eso no implica que no haya en ella un sentido último, una maraña, no tan caótica, de relaciones posibles.
En el desgrane, el centro de esa enumeración es este párrafo: “(…) vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre (…)”
¿Por qué digo que es ese el centro? Entre el astrolabio persa y la propia sangre se anotan, encapsuladas, las imágenes que importan. ¿A qué me refiero? Borges personaje ve, pero también lee, esas “cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino.” Reconoce la letra y lo sorprende el vínculo, ligeramente incestuoso. No sabemos mucho más. No se nos confirma nada, salvo que Beatriz le escribe obscenidades a Daneri. El acto ya es fatal, pornográfico. Con eso alcanza para la conmoción.
Si en esas cartas descubrimos, Borges y nosotros, que Daneri mantenía relaciones eróticas con Beatriz, ¿de qué tipo de relaciones hablamos? No sabemos. Cartas, la escritura más privada, escondidas en un cajón. ¿La relación se consumó? Importa preguntárselo aunque no haya respuesta categórica. Ahora bien, mucho más importa saber que Daneri le ganó en su terreno a Borges. El tímido y excelente lector ve el erotismo escrito pero esa escritura le resulta extraña. No es él el destinatario. La escena de Daneri extasiado en esa lectura, en la lectura de esa escritura que le es dedicada, despedaza, avasalla la figura del pudor borgeano. Borges personaje queda así como un fisgón mastrubatorio del deseo ajeno. Se transforma en un espectador de un amor que se da entre otros, entre otros que son, esto no se puede negar, italianos.
Vuelvo a preguntar ¿mantuvieron Beatriz y Daneri relaciones sexuales, acceso carnal, mutua lubricidad? No lo sabremos nunca, pero sí sabemos que, por mínima que fuere, sostuvieron una relación epistolar, o sea, de lecto-escritura, donde entraba el erotismo. Más intensa es la escena cuando entendemos que ese fetiche sexual, las cartas, Borges lo aprecia través del fetiche de Daneri, a través de la herramienta de inspiración de Daneri, el Aleph, en última instancia la fuente de su poesía. Apuro esta hipótesis: las cartas, esa escritura, son el reverso del cuento, pero también su continuación. El epistolario de Beatriz deja entrever el otro universo del cuento El Aleph, lo opuesto exacto de esa timidez, de esa torpeza, de la fobia borgeana, de su imposibilidad de concretar, tanto en el cuerpo o en la letra. Las cartas de Beatriz son incluso más disruptivas que las cartas de amor guarango que Joyce le escribió a Nora y que hoy podemos leer como complemento del Ulises.
Me atrevo a afirmar que, de todo lo que ve Borges en El Aleph, lo más importante, lo único que le interesa ver, y que al mismo tiempo no quiere ver, son esas cartas. La técnica es habitual en él. La hace explícita en su cuento Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto. Esa enumeración, esa secuencia de escenas y objetos arbitrarios, que conforman una sinécdoque del universo, está puesta ahí para ocultar, o al menos atenuar, la mirada sobre esas cartas. La serie nos distrae. El universo en perspectiva nos obnubila. Pero las cartas son un punctum. Yo diría el punctum del relato, su clave interior. Como contrapeso anodino también está la frase “vi mi dormitorio sin nadie.” Lo que brilla siempre, finalmente, es el cuerpo, sus usos, o incluso sus más pálidos reflejos en una escritura secreta. Luego de esa lectura brutal y esclarecedora sigue el monumento y la muerte. A todo Eros lo continúa de forma natural el monumento y la reliquia, representaciones de Tánatos. Después de todo, El Aleph no puede ser otra cosa que barroco.
Borges personaje, así, no es un necrófilo, sino más bien un voyeur. A la explosión de imágenes y la anagnórisis amorosa le sigue una seguidilla de llanto, veneración, lástima, venganza y feliz olvido. “Tarumba habrás quedado de tanto curiosear donde no te llaman” lo ironiza Daneri. Antes de la inmersión en el sótano le había anticipado: “muy en breve podrás entablar un diálogo con todas las imágenes de Beatriz.” La palabra “todas” aparece resaltada en mi edición. ¿Por qué? Daneri sabe que Borges va a ver eso que Borges ve. Y lo festeja. Cuando Borges vuelve del sótano, Daneri sabe que vio, que leyó, esas cartas. Y cuando Borges llora, llora por esas cartas. La leve venganza posterior también atiende a eso.
Como dije, Daneri sirve de contraste para el personaje Borges. Pero, a la vez, refuta a delicadeza del personaje Borges. La prosa eficiente no lo salva de no servir, de no funcionar. Sus saberes no lo salvan de la impotencia. ¿De qué sirve no rebajarse ni “un solo instante al sentimentalismo”? ¿Hay o no ganancia?
Sigo un poco más. Daneri triunfa sobre la letra y el cuerpo, aunque sean letras secretas y cuerpos apenas rozados. Y encima hay algo afirmativo en su poesía. ¿Por qué? ¿Cómo? En ningún momento conocemos la poesía del Borges personaje. Tenemos solo un título: Los naipes del tahúr. ¿Qué significa? ¿El azar? ¿La trampa? ¿La pericia? ¿La destreza? En cambio, la poesía de Daneri sí existe. La leemos. Está citada. Y es contrafóbica, vital. Menos importante resulta que, cuando Borges personaje aspira a ser premiado, pierda, mientras que Daneri gane y encima lo gaste. El más califa, los doctores, etcétera. (Unos años más tarde, el Borges autor vencerá. Ahí donde el Borges personaje pierde, él recibirá el Premio Nacional de Literatura, no sin alguna otra anécdota de por medio.)
Como fuere, más allá de ese triunfo, la poesía de Daneri está ahí. ¿Es tan mala? Poetas malos, desaforados, que se arriesgan, que se juegan… Los malos poetas, los poetas que son sinceros, pretenciosos, lúdicos. ¿A qué nos recuerda esa descripción? Pensar que un hombre solo en una ciudad del fin del mundo puede intentar describir la totalidad del universo utilizando fragmentos es muy borgeano. De hecho, probablemente Daneri tenga más de Borges y Borges de Daneri de lo que los lectores borgeanos están dispuestos a aceptar. Nos identificamos con el héroe melancólico, con el poeta probo, con el ironista enamorado, nos identificamos con Borges. Pero a medida que releo el cuento pienso que quizás sería más honesto de mi parte identificarme con Daneri, con esa impericia literaria, esa desprolijidad, con esa manera apasionada y burda de leer y organizar sus lecturas. Me siento identificado con las cartas eróticas, con ese tráfico libidinal. Me interesa reivindicar esa otra tradición, lo desbocado frente a lo tímido, lo ambicioso frente al fóbico. Me interesa reivindicar esa gestualidad italiana, o lo que Borges piensa que es lo italiano. Las figuras que viven en Daneri son Balzac y Wagner, pero también Rimbaud, desde ya Dante, pero también Bocaccio, Leopardi, incluso Virgilio. Federico Manuel Peralta Ramos, César Aira y Belleza y Felicidad, por citar solo algunas filiaciones posibles ¿no siguieron justamente esa otra estética? La frontera entre la buena poesía y la mala poesía es muy frágil, fluctúa con el tiempo y las formas de leer. El mismo Borges le dedicó buena parte de su obra a estos desplazamientos.
Muy temprano, en sus primeros libros, podríamos decir en sus primeras lecturas, Borges decide no ser un romántico en un país de románticos, en una nación romántica, y se hace clasicista a sí mismo. Ese clasicismo, hecho de sustracción y variaciones, va delineando una ética donde la épica de los bárbaros es aceptable, no así su picaresca. Daneri es parodia. ¿Podemos imaginarnos el original? ¿A quién nos parecemos más como lectores obsesivos de Borges? Si ignoramos el romanticismo de Daneri corremos el peligro de caer en la hipérbole del pudor, corremos el peligro de ser más Daneri de lo que pensamos. Si el boludo sabe que es boludo erosiona, al menos un poco, su condición…
Termino con una duda y una ironía. En política Daneri me resulta un enigma. Él existe en un mundo donde todavía no hay peronismo. ¿Podemos pensarlo como un porteño antiperonista? ¿Cómo un radical intransigente? ¿Cómo un comunista ligero de ropas? ¿Le da para un militante distraído de L’illusion comique? Más fácil sería señalar que de existir hoy, Daneri sería un defensor estridente de Borges, de esos que lo coleccionan, lo cita, lo releen y lo ponderan… “La poesía debe ser hecha por todos” escribió Lautréamont en el centro solapado del siglo XIX, pero el ser humano del siglo XXI es más dado a fabricar pornografía. También es probable que el uruguayo se refiriera a ese tipo de lírica húmeda y repetitiva que hoy, con síntesis y música, llamamos porno.
Sobre el final del cuento, leemos que El Aleph está dedicado a Estela Canto. Su amor con Borges nos lleva fuera de la obra pero de alguna forma irónica también nos devuelve a la poesía y al cortejo fallido de una mujer hermosa. ¿Es posible agregar algo más? El Aleph resulta un cuento argentino y es todos los cuentos argentinos, y es el universo y la impotencia, el talento y el fracaso, y sobre ese fracaso, el éxito. Mientras tanto, nosotros, sus críticos locales, atentos, esforzados, leyéndolo una y otra vez durante años y décadas, estaremos, de forma inexorable y recurrente, por méritos y defectos, siempre mucho más cerca de Daneri, de ese borde, de esa rebarba molesta, de ese arquetipo, poco o nada excepcional./////PACO