Byung-Chul Han nació en Corea del Sur, en la ciudad de Seúl, en 1959. Durante un tiempo creyó que iba a dedicarse a la metalurgia en su país, pero a los 22 años viajó a Alemania y empezó a estudiar filosofía. Han no estudió filosofía en cualquier lado. Lo hizo en la Universidad de Friburgo, la misma en la que Martin Heidegger, uno de los más grandes pensadores del siglo XX, trazó muchas de las ideas que hoy le dan forma al pensamiento de Byung-Chul Han. Por otro lado, este pensamiento, el de Byung-Chul Han, tampoco es cualquier tipo de pensamiento. Es lo que podríamos llamar un pensamiento crítico. A esto vamos a volver en un momento. Pero antes, sigamos en Alemania. Byung-Chul Han llegó a su nuevo país cuando tenía 22 años. Unos años después, se nacionalizó alemán. Y para nacionalizarse alemán, cuenta Han en su último libro publicado en Argentina, Capitalismo y pulsión de muerte, tuvo que renunciar a su pasaporte coreano.
A lo que quiero llegar es a que Byung-Chul Han nació en Corea y su pensamiento crítico tiene, a veces, rasgos de una mirada oriental. Pero, fundamentalmente, Byung-Chul Han es un filósofo alemán. ¿Por qué esto es importante? No porque la nacionalidad cambie demasiado las cosas para entender quién es Byung-Chul Han, sino porque la filosofía alemana, que es la que sirve de marco al pensamiento crítico de Han, es una filosofía particularmente valiosa a la hora de pensar el asunto que recorre casi toda su obra. A este asunto, que a primera vista podríamos llamar “las redes sociales”, o en un plano un poco menos específico “internet”, o en un plano quizás demasiado general “la tecnología digital”, ahora, mientras conversamos, y para que nos resulte más claro el papel que viene a jugar la filosofía alemana alrededor del pensamiento crítico del filósofo alemán Byung-Chul Han, podemos llamarlo, simplemente, la técnica. Por lo tanto, quedémonos con esto: el asunto que recorre casi toda la obra de Han es la técnica. Y la filosofía alemana tiene muchas cosas que decirnos sobre la técnica. Ahora sí, podemos empezar a recorrer el pensamiento crítico de Han sobre la técnica con algunas coordenadas más claras. Pero esto nos lleva a otra cuestión: ¿qué hay “de nuevo” en Byung-Chul Han?
Si nos limitamos a los libros de Han publicados en español, los cuales existen más o menos desde 2012, es decir, unos diez años, vamos a encontrarnos con más de veinte libros. Mas de veinte libros a lo largo de una década. Eso nos da un promedio de dos libros por año, lo cual, como se darán cuenta, es muchísimo para cualquier tipo de escritor, y en particular para un filósofo. ¿Se puede pensar críticamente a este ritmo voraz de escritura y publicación? En defensa de Han, podríamos decir que, quizás, para quien decide pensar críticamente la técnica y su influencia en nuestra vida, hoy no son precisamente temas lo que faltan. Sin ir más lejos, hoy nuestra relación con el tiempo, con la imagen, con el trabajo, con nuestra identidad, con nuestro deseo y con nuestra frustración, una relación que no sólo es privada sino pública, y no sólo pública sino también política, se constituye, se experimenta y se diluye en lo que podríamos llamar el ámbito de la técnica. Pero hay algo más. La filosofía alemana acerca de la técnica, la filosofía a partir de la cual dijimos que toma buena parte de su forma el pensamiento crítico de Byung-Chul Han, sugiere algo inquietante: nuestra vida, nuestra existencia, nuestra realidad, ocurre en este ámbito de la técnica no ahora, sino desde hace siglos. A esto también vamos a volver en un momento. Pero, antes, algo más sobre los libros de Han.
Solamente en 2022, en Argentina, se publicaron en español tres libros: El corazón de Heidegger, Infocracia y Capitalismo y pulsión de muerte. Si dejamos de lado El corazón de Heidegger, que es parte de una tesis doctoral sobre el concepto de “estado de ánimo” en la obra de Heidegger, en realidad la pregunta sobre qué hay “de nuevo” en Byung-Chul Han se nos va a revelar como algo tramposa. De hecho, tanto Infocracia como Capitalismo y pulsión de muerte tratan, en esencia, acerca de lo mismo. Es decir, tratan acerca de cómo hoy nuestra relación con el tiempo, con la imagen, con el trabajo, con nuestra identidad, con nuestro deseo y con nuestra frustración, una relación que no sólo es privada sino pública, y no sólo pública sino también política, se constituye, se experimenta y se diluye en lo que podríamos llamar el ámbito de la técnica. ¿Y dónde está la trampa? En principio, está en que al vivir con nuestras expectativas a la espera de la novedad constante, perdemos de vista lo que para Martin Heidegger, siguiendo a Sócrates, era lo fundamental del pensamiento filosófico. La capacidad, la dificultosa capacidad, de decir siempre lo mismo de lo mismo. Pero, ¿qué quiere decir esto de decir siempre lo mismo de lo mismo? Decir siempre lo mismo de lo mismo quiere decir que a veces, al pensar, transitamos una pregunta fundamental. Una pregunta que, en sí misma, nos convoca a un pensar, a un “preguntar pensante” diría Heidegger, que por su naturaleza fundamental nos coloca en un pozo en el que es necesario insistir e insistir, seguir cavando, hasta encontrar el fondo.
En el ámbito de la técnica, por lo tanto, podríamos decir que el pensamiento crítico de Han no ofrece grandes novedades. No, no se trata de uno de esos autores que siempre tienen algo aparentemente nuevo que decir sobre tal o cual nueva pregunta. Byung-Chul Han no es uno de esos gurúes que un día pretenden enseñarnos cómo vivir, otro día enseñarnos cómo amar, otro día enseñarnos cómo ser hombres o mujeres, otro día cómo criar a nuestros hijos y otro día cómo sentirnos en nuestro cuerpo. El pensamiento crítico de Han es diferente. Dice siempre lo mismo de lo mismo. Se trata de un pensamiento que no resigna su preguntar acerca de aquello que considera fundamental y que, porque insiste en hacerlo, porque insiste en lo fundamental, se dirige una y otra vez hacia el fondo del mismo problema. Problema que requiere de pensadores que, como también decía Heidegger, piensen suficientemente para poder pensar lo mismo.
Y bien, ¿cuál es entonces este problema fundamental a pensar? Ya lo dijimos: el problema fundamental a pensar es que hoy nuestra relación con el tiempo, con la imagen, con el trabajo, con nuestra identidad, con nuestro deseo y con nuestra frustración, relación no sólo privada sino pública, y no sólo pública sino también política, se constituye, se experimenta y se diluye en lo que podríamos llamar el ámbito de la técnica. Y algo más. Nuestra vida, nuestra existencia, nuestra realidad, nos sugiere la filosofía en general y la filosofía alemana en particular, ocurre en este ámbito de la técnica desde hace siglos.
Ya que, por otro lado, Byung-Chul Han es un gran divulgador de la importancia filosófica de la negatividad, que es la fuerza que moviliza y vivifica al pensamiento, el pólemos, aquel discutir del que hablaba Heráclito, creo que, a propósito de este decir siempre lo mismo de lo mismo desde un “preguntar pensante”, deberíamos señalar algo. Que hoy nuestra relación con el tiempo, con la imagen, con el trabajo, con nuestra identidad, con nuestro deseo y con nuestra frustración, relación que no sólo es privada sino pública, y que no sólo es pública sino también política, se constituya, se experimente y se diluya en el ámbito de la técnica, debería servirnos para distinguir entre quienes piensan y preguntan y quienes, simplemente, opinan y afirman. Quienes opinan y afirman, justamente porque reproducen y propagan lo que se opone al pensar, son parte del núcleo de lo peor del ámbito de la técnica. Por ejemplo: exhibirse y publicar en Twitter, Instagram o Facebook durante todo el día no convierte a nadie en un experto en qué es Twitter, Instagram o Facebook, de igual manera que, antes, oír la radio o mirar la televisión durante todo el día no convertía a nadie en un experto en qué era una radio o qué era un televisor. A lo que quiero llegar es a que confundir una auténtica pregunta acerca del ámbito de la técnica con la opinología silvestre de los “influencers” sobre lo que ellos mismos hacen o, peor, sobre lo que ellos mismos sienten acerca de lo que hacen, a pesar de que a veces lo decoren con las jergas nubosas de la comunicología, la politiquería o el psicoanálisis, es tan torpe como no preguntarse nada.
Otro ejemplo rápido al alcance de todos. Ahí donde lean o escuchen palabras como “cancelar”, seguramente van a leer o escuchar también que “está mal”. O sea: “cancelar está mal”. Muy bien: la censura, por lo tanto, es mala. “Cancelar”, que es como ahora se llama al acto de censurar, está mal. Parece que esto es lo que se nos presenta como si se tratara de una poderosa y verdadera novedad: censurar está mal. Y no solo esto se nos presenta como si se tratara de una poderosa novedad, sino que, en tanto que se trata de “algo que está mal”, quienes señalan que censurar está mal nos lo cuentan como si hacerlo fuera un acto heroico de denuncia, una verdad peligrosa. Para entender lo que este tipo de no-problemas, no-conceptos, no-palabras y no-denuncias realmente significan, la pregunta que podemos hacernos es: ¿quién está realmente en favor de la censura? ¿Quién no cree que “cancelar está mal”? La respuesta es poco sorprendente: absolutamente nadie. Es decir que todos creemos y sabemos que “cancelar está mal”. Sobre todo, lo creen y lo saben los que “cancelan” a cada rato, “canceladores” que suelen ser los mismos que muchas veces nos dicen, sin demasiado pudor, que “cancelar está mal”. Pero dejando los casos particulares de hipocresía o psicosis, ¿qué objetivo tiene reafirmar lo ya consensuado por todos? ¿Qué objetivo tiene pronunciarse en el mismo sentido que se pronuncian los demás? ¿Por qué alguien considera intelectualmente valioso repetir aquello indiscutido, es decir, que “censurar está mal”? El objetivo es uno solo y siempre el mismo: revalidar nuestro narcisismo mediante la confirmación de que todos estamos felizmente de acuerdo. El objetivo es elogiar el sentido común. Nuestro sentido común. Por supuesto, así llegamos a lo más esencial de eso que a primera vista podríamos llamar “las redes sociales”, o en un plano un poco menos específico “internet”, o en un plano quizás demasiado general “la tecnología digital”, pero que ahora estamos llamando, simplemente, la técnica. Y lo más esencial de la técnica nos dice: todo debe ser reasegurado de manera previsible y calculada.
El pensamiento crítico de Byung-Chul Han, ahora sí, puede ayudarnos a distinguir lo que es un “preguntar pensante” alrededor de la técnica de lo que, en cambio, es la opinología insustancial de los voceros existenciales de Silicon Valley. En Capitalismo y pulsión de muerte, sin ir más lejos, Han nos habla acerca de lo que llama “un imperativo de autenticidad”, un “imperativo” relacionado con la inestabilidad de un “sentimiento de autoestima” que, en el ámbito de la técnica, requiere la confirmación constante de los otros. En otras palabras, Han señala, otra vez, que todavía intentamos sentirnos auténticos a través del sometimiento permanente a la aprobación ajena (por ejemplo, repitiendo lo que el otro ya sabe y con lo cual está de acuerdo: que “cancelar está mal”). Pero hay algo más: los otros también intentan sentirse auténticos a través del sometimiento permanente a nuestra aprobación, por lo cual volvemos a este decir siempre lo mismo de lo mismo tan característico en la obra de Han. ¿Y qué es lo que Han repite acerca de las paradojas de nuestro “imperativo de autenticidad”? Repite que si nuestro yo y el yo de los otros sólo definen su existencia mediante un único procedimiento mutuo de aprobación positiva, un procedimiento sin margen para los matices negativos y las diferencias, ¿qué distingue entonces al yo de los otros de nuestro propio yo? ¿No podríamos decir, acaso, que este sometimiento técnico para asegurar nuestra satisfacción narcisista borra las diferencias entre “los otros” y “el yo”? Si toda otredad es borrada, vivimos en lo que Han llama “el infierno de lo igual”. Un infierno de positividad absoluta, consenso cerrado y celebración constante que estructura nuestra autoestima y pretende ayudarnos a sentirnos auténticos. En síntesis, en el ámbito de la técnica, cuanto más auténticos deseamos sentirnos, más artificiales y sometidos terminamos siendo. Esto, quizás, les suene parecido a una de las frases más citadas de Byung-Chul Han: “Ahora nos explotamos a nosotros mismos creyendo que nos estamos realizando”. Es obvio que quienes invierten buena parte de su existencia en las redes sociales saben bien de qué se trata, y por eso el pensamiento crítico de Byung-Chul Han puede ayudarnos a entender que ahí donde, a veces, nos ilusionamos con la fantasía de restituir nuestra autoestima y crear una comunidad, en realidad sólo caemos (y volvemos a caer) en un dispositivo técnico que produce individuos agotados, depresivos y aislados. Como podemos ver, decir que “ahora nos explotamos a nosotros mismos creyendo que nos estamos realizando” sigue siendo parte de un decir siempre lo mismo de lo mismo.
A partir de todo esto, me gustaría proponerles un giro hacia otro aspecto del pensamiento crítico de Byung-Chul Han. Para empezar, es importante recordar que Han es un best-seller mundial de la filosofía desde hace años. Y esto significa que sus ideas, nos gusten o no, e incluso las conozcamos con mayor o menor detalle o no, se difunden con éxito en distintos espacios desde hace tiempo. Pero lo que me interesa es otra cosa. Nosotros, ya no como curiosos o como lectores de las ideas de Byung-Chul Han, sino como simples usuarios bastante veteranos del ámbito de la técnica en el que estas ideas se realizan, ya sabemos de qué nos están hablando. Quizás hace una década, cuando comenzaron a aparecer libros como Psicopolítica, En el enjambre, La sociedad del cansancio o La agonía del Eros, había conceptos como el de una “sociedad de la indignación”, que es aquella sociedad que sublima sus angustias mediante procesos catárticos de linchamientos online, o palabras como “Big Data”, con la que se alude al análisis interesado y la explotación de nuestros datos en las plataformas digitales, que podían resultarnos originales, incisivos o provocadores. Tal como decíamos recién, la noción de que en las redes sólo nos relacionamos con otras personas que dicen y muestran lo mismo que a nosotros nos gusta oír y ver también podía resultar, hace unos años, iluminadora. Pero bien entrado el siglo XXI, con Mark Zuckerberg intentando trasladar la totalidad de la vida humana al interior de su empresa Facebook o Elon Musk explicando que la libertad de expresión global depende de su empresa Twitter, ¿cuál dirían que es la meditación predominante frente a las pantallas que dominan esto que llamamos el ámbito de la técnica?
En este punto, deberíamos considerar la siguiente posibilidad: ¿y si la insistente repetición de sí mismo que hace Byung-Chul Han, libro tras libro y entrevista tras entrevista, fuera el síntoma de nuestra propia resistencia a oír su preguntar-pensante sobre lo que hacemos con nuestra libertad y nuestra dignidad en el ámbito de la técnica? Al fin y al cabo, a esta altura, ¿no estamos demasiado seguros de que “la vigilancia” y “la explotación”, tal como ocurre en todas las redes a cada instante, nos provocan una gratificación narcisista superior a casi cualquier deseo de emancipación? Y si lo sabemos, ¿podemos liberarnos de eso? ¿Queremos liberarnos de eso?
La capacidad de Han para escenificar de un modo a veces dramático la angustia filosófica alrededor de lo que podríamos llamar nuestro ser digital requiere atención. Sobre todo porque esta angustia puede ser la puerta de entrada a otra cosa. Algo que ya está ahí, en la tradición filosófica alemana de la que Han forma parte, y que continúa su pensamiento, a veces con Han y a veces contra Han. En tal caso, mediante el pensamiento crítico de Byung-Chul Han, quizás podamos iniciar un trato un poco más profundo con lo más contemporáneo de lo que Heidegger, por ejemplo, llamaba la época de la imagen del mundo. Y respecto a esta palabra, mundo, conviene pensar precisamente en eso. Dónde estamos, dónde creemos estar, dónde creemos que deberíamos estar y en qué términos estas circunstancias referidas al mundo estresan a nuestro ser.
La primera pregunta de nuestro giro, por lo tanto, podría ser acerca del ser. Esta es una pregunta que Han conoce bien porque, como dijimos, es un especialista en Heidegger, y Heidegger dedicó toda su vida a la pregunta por el ser. En todo caso, hoy podemos intentar quedarnos solamente con dos cosas. La primera es que la pregunta por el ser no tiene, no busca y no formula una respuesta. La pregunta por el ser no va detrás de ninguna novedad, sino que gira alrededor de lo más esencial de la filosofía, que es el preguntar. Preguntar es pensar. La pregunta por el ser, por lo tanto, se piensa, no se responde. La segunda cosa con la que hoy podemos intentar quedarnos es que la pregunta por el ser, la pregunta acerca de qué es aquello que clarifica la verdad del ser mucho más allá de lo que meramente somos como cuerpos objetivos y como individuos subjetivos, esto es, lo que somos como entes, como diría Heidegger, tampoco es una pregunta incomprendida. Es una pregunta olvidada. La pregunta por el ser, por lo tanto, nos lleva a meditar sobre el olvido del ser.
Por las dudas, insisto: todo esto, con otras palabras y con otros tonos, ya está en Byung-Chul Han. Todo esto forma parte de la raíz de su pensamiento heideggeriano y de su tradición filosófica alemana. Es más: si tuviéramos que sintetizar la crítica más esencial que Han le hace a la técnica, deberíamos decir que esa crítica es que la técnica, ahora digital, profundiza el olvido de la pregunta por el ser. Y antes de pasar a otra cosa, me gustaría añadir algo que quizás suene paradójico: la verdad del ser está en una relación fundamental con su negación. Lo repito otra vez: la verdad del ser está en una relación fundamental con su negación. Y esta negación, que toma la forma inmediata de una confusión, de una ligera sospecha de que, en realidad, no estamos frente a ningún problema serio, sino que estos sólo son malabares filosóficos fraudulentos, es lo único capaz de devolvernos al asombro original ante el ser.
Heidegger, que, insisto otra vez, es el real maestro de Byung-Chul Han, diría que la esencia del ser es que se nos oculta. Y este rehúso que sentimos ante el ocultamiento es nada menos que la huella del ser. Y ahora sí, consideremos algo más antes de seguir adelante: la huella del ser sólo puede ser seguida por el hombre a través del camino del lenguaje. Y por eso, quizás, les suene otra frase heideggeriana famosa: “El lenguaje es la casa del ser”. (Entre paréntesis, creo que este rápido periplo les responde a quienes suelen decir que los libros de Byung-Chul Han son “fáciles”. Lamentablemente, tratándose de un filósofo heideggeriano, todo lo que a primera vista nos parece “fácil”, en realidad, o lo estamos leyendo de una manera que desnuda nuestro conocimiento limitado de la materia o nos enfrenta a nuestra pereza para adentrarnos de verdad en lo pensado).
Entonces: hagamos un rápido balance. La pregunta por el ser es un preguntar-pensante sin metas claras. En consecuencia, es un modo de pensar que no calcula un objetivo preciso. Y es esto, fundamentalmente, lo que nos descoloca. O sea, ¿por qué transitar un camino cuyo recorrido y cuya meta nos son desconocidos? ¿Cuál sería la utilidad? ¿Cuál sería la ganancia? Estas preguntas nos traen de vuelta al problema que mencionábamos hace un rato acerca del mundo. Nuestro mundo, ahora, pero también desde hace siglos, siglos que Heidegger remonta hasta los pensadores presocráticos anteriores al siglo VI antes de Cristo, está inmerso en el paradigma de lo que, con el tiempo, se llamaría técnica. Un paradigma según el cual todo, empezando por nuestras propias vidas como sujetos, debe ser preciso, explicable, cuantificable y útil. Ahora bien, si Byung-Chul Han nos interpela con su pensamiento crítico, es porque esta imagen del mundo, quizás, nos suena conocida, y porque, al mismo tiempo, nos preguntamos si es la única imagen posible.
Por supuesto, Heidegger señala que el ser es mucho más verdadero e inagotable que los objetivos calculables y precisos de la técnica. Pero si olvidamos la pregunta por el ser, es porque el paradigma de la técnica, la esencia de la técnica, que va más allá de los simples aparatos que nos rodean y que se desenvuelve en el dominio de todo aquello que somos capaces de creer, hacer, pensar, imaginar y ser, traza las fronteras de nuestra existencia dentro de un único mundo cuya imagen obedece al paradigma de la técnica. Esto quiere decir que nuestras vidas transcurren en la verdad del ente, es decir, en la verdad de aquello visible y mensurable, preciso e incuestionable. Aquello que está atado a la lógica única de la causa y el efecto, y a la verdad única de lo que es objetivo y útil. El problema, sin embargo, es que estas vidas, desarrolladas en un mundo que se nos revela de acuerdo con la esencia de la técnica, un mundo que todo lo emplaza y lo estructura alrededor de la maquinación, son vidas que olvidan cualquier pregunta por la verdad del ser.
En palabras de Byung-Chul Han, nuestras vidas, siguiendo las ideas de Heidegger sobre la esencia de la técnica, son las de “sujetos del rendimiento”. Sujetos perfectamente acoplados a este mundo donde todo tiene una función, una utilidad y una teoría, y donde todo trabaja para la confirmación de esa función, esa utilidad y esa teoría. Por las dudas, una aclaración importante: ni Martin Heidegger ni Byung-Chul Han están “en contra” de la técnica en el sentido de que rechazan el progreso científico moderno en todas sus formas. Pero sí están “en contra” de una metafísica que únicamente satisfaga al hombre con lo que esta esencia de la técnica desoculta y hace de él, que es reducirlo a operar como una parte más de una maquinación, una parte que olvida la única pregunta que puede hacerse el hombre, que es la pregunta por el ser, la pregunta por la verdad de lo que es. Insisto en esta aclaración porque Heidegger y Han no nos están invitando a la “negación”, sino que nos están invitando a la negatividad, a la discusión, a lo que los primeros griegos llamaban pólemos. ¿Qué es la negatividad, entonces? Como dijimos antes, la negatividad es lo que moviliza y vivifica al pensamiento.
Ahora, para terminar, una confesión. Lo que realmente quería compartir con ustedes esta noche es una pregunta adecuada al título del último libro de Byung-Chul Han, Capitalismo y pulsión de muerte. Y esa pregunta es: si este, el de la esencia de la técnica, es nuestro mundo, ¿esto es todo lo que el mundo tiene para nosotros? Estoy convencido de que esta es la única pregunta a partir de la cual percibimos en Byung-Chul Han un pensamiento crítico orientador que todavía despierta nuestra atención. Es decir: a esta altura, ya sabemos que todo lo que Han dice respecto al ámbito de la técnica es cierto, y también sabemos que, si bien sabemos que es cierto, no queremos dejar de hacerlo, aún al precio de padecer esta “pulsión de muerte”, esta angustia desgastante, de la que Han nos habla en su último libro. La pregunta, entonces, es cada vez más alarmante. ¿Qué más tiene el mundo? ¿Dónde están sus fronteras? ¿Es esta la única imagen del mundo? ¿Por qué presentimos la inminencia de esos límites acerca de los cuales Byung-Chul Han dice siempre lo mismo de lo mismo?
Para ayudarnos a pensar estas preguntas hay otro pensador alemán del que Heidegger, y por lo tanto Han, tomó algunas ideas. Este pensador se llama Jakob von Uexküll, nació en el siglo XIX y durante toda su vida se ocupó de pensar qué entendemos por mundo. Uexküll hablaba sobre un mundo circundante, es decir, un mundo que establece un sistema complejo de relaciones idiosincráticas particulares y que no tiene nada que ver con el mundo como el habitual espacio físico universal y homogéneo. Si quisiéramos sintetizar esta idea, podríamos decir que Uexküll entendió que los seres animales y humanos no vivimos en un mismo mundo, como se pensaba hasta entonces, sino que tenemos mundos circundantes diferenciados. Mundos circundantes donde los signos, los poderes, los valores e incluso los tiempos funcionan de maneras diferenciadas. Las ideas de Uexküll fueron tan revolucionarias que todavía resuenan en hipótesis como esta: el humano no existe, existen los mundos humanos, por lo cual para entender lo que el humano piensa o hace, hay que dilucidar y entender su mundo.
Mencionar a Jakob von Uexküll es importante porque Byung-Chul Han, a partir de nuestra angustia frente a los signos de nuestra época, nos asoma a muchas de las paradojas de lo que podríamos entender como la última versión del mundo circundante humano. Un mundo circundante al que estuvimos llamando, hasta recién, el ámbito de la técnica y que, al estar hecho de plataformas, apps y redes en las que nos pasamos el tiempo entre pantallas descifrando y produciendo signos, poderes y valores que nos dicen quiénes somos, podríamos llamar también ciberespacio. Pero volvamos a nuestra pregunta: ¿existe un más allá de este mundo circundante que Han nos describe con palabras como “dataísmo” o “psicopolítica”? ¿Hay mundo más allá de esta “cárcel” que, según Han, es nuestro propio smartphone? ¿Podemos imaginar que exista un más allá de nuestro mundo circundante? Y, sobre todas las cosas, ¿queremos que exista?
Termino con una mención a otro pensador tan contemporáneo como Byung-Chul Han y también especializado en la obra de Martin Heidegger. Este pensador se llama Yuk Hui, nació en Hong Kong en 1982 y es probablemente la voz más atendible para quienes, a partir de las angustias filosóficas a las que nos enfrenta Han, quieran saber cómo se piensa la pregunta acerca de las fronteras de nuestro mundo circundante. Recién, para referirnos a lo que este ámbito de la técnica significa en el contexto digital de las plataformas, las apps y las redes en nuestras pantallas, apareció la palabra ciberespacio. Ciberespacio es una palabra delicada, porque nos conduce a la que Heidegger usó para nombrar lo que, a su entender, ya en su tiempo, había desplazado a la filosofía de cualquier capacidad para pensar el mundo. Eso que había ocupado el lugar de la filosofía, decía Heidegger, era la cibernética. Uexküll, a través de su concepción del mundo circundante como un sistema complejo de relaciones, fue un pensador clave para la historia de la cibernética, ya que la cibernética entiende todo lo existente, estemos hablando de máquinas o cuerpos, como un flujo de informaciones entrelazadas destinadas a una retroalimentación, un aprendizaje y una experiencia que tiene por finalidad una gestión completa de la vida.
Cuando hablamos acerca de “informaciones entrelazadas”, en realidad, estamos hablando de información. Y cuando hablamos de información, estamos desplazando al lenguaje, que como dijimos antes a propósito de Heidegger, es la casa del ser, para anclarnos en la calculable verdad del ente. No tiene sentido darle más vueltas a esto ahora, pero tengamos en cuenta que todo lo relacionado con la información y el cálculo deriva en otra palabra que quizás conozcamos mejor que otras, y que también es parte fundamental de nuestro mundo circundante. Esa palabra es algoritmo. Pero terminemos con Yuk Hui. Lo que Yuk Hui piensa críticamente alrededor del mismo ámbito de la técnica que Byung-Chul Han es cómo la asimilación total entre la máquina y la vida, una asimilación hoy propiciada por la cibernética, podría “fragmentarse” para superar sus principios únicos de recursividad y contingencia y que, por lo tanto, otros mundos circundantes sean posibles. Lo que esta “fragmentación” significa queda para quienes sientan curiosidad por las ideas de Yuk Hui y su “cosmotécnica”. Pero lo que sí me parece importante señalar ahora es que, si por un lado, Byung-Chul Han ilumina con su pensamiento crítico las fracturas y las grietas de un mundo circundante cuya esencia técnica hoy realiza la cibernética, Yuk Hui, por otro lado, ilumina mediante qué golpes de pensamiento estas fracturas y grietas podrían “fragmentarlo” todo. “Fragmentarlo” todo, desde ya, no significa destruir todo, sino cambiar todo. Seamos conscientes o no de esta posibilidad, o seamos incluso conscientes o no de nuestro propio deseo en favor de tal cambio, creo que si las ideas recurrentes de Byung-Chul Han nos reúnen en torno a algo, ese algo es la sensación, cada vez más incómoda, de que nuestro mundo circundante no nos gusta ni nos satisface tanto como sus creadores, sus propietarios y sus publicistas nos dicen a cada rato que debería gustarnos y satisfacernos.
Y ahora sí, antes de despedirnos, un último comentario. Cuestionar lo que la técnica es y hace con el mundo y con nuestras vidas es, siempre, cuestionar lo que la política y el mercado hacen con el mundo y con nuestras vidas. Desde ya, sabemos bien que en el capitalismo neoliberal que rige sobre este mundo hay perdedores y hay ganadores, y creo también que las ideas de Byung-Chul Han dejan bastante claro por sí mismas que en caso de apuntar contra algo, lo hacen siempre contra los ganadores. Decir lo mismo de lo mismo, en este sentido, obliga también a volver a decir que Byung-Chul Han no es ni un filósofo superficial, ni es un filósofo simplista, ni es un filósofo neutral. En todo caso, a quienes nos dicen que oír hablar una y otra vez acerca del capitalismo y su pulsión de muerte, como hace Han, sólo nos empuja al derrotismo y al escepticismo, habría que recordarles lo que Han aprendió muy bien de Heidegger y que, tal vez, ellos prefieren desconocer porque, o bien sí están calculadamente resignados, o bien se sienten calculadamente cómodos en un estado de completa indefensión. Lo que Heidegger sabía y Han nos recuerda es esto: “Donde hay peligro, crece también lo que salva”/////////PACO
Muchas gracias.
“¿Qué hay “de nuevo” en Byung-Chul Han?” se leyó el 23 de noviembre de 2022 en el marco de Lo nuevo de Byung-Chul Han, evento organizado por el Centro Cultural Coreano de Buenos Aires.