cesaraira-1-_3443 

Hubo un tiempo en que fui hermoso
y  fui ingenuo de verdad
escribía mis poemas
en cuadernos de espiral


 

Por Sebastián Rodríguez Mora

En Facebook, César Aira es un indonesio de la ciudad de Pati, una población al borde del Mar de Java. Estudió en la Universidad Akper Notokusumo y es docente en una escuela primaria. Tiene una hija que ocupa gran parte de sus fotos de perfil, las únicas que parece sentirse cómodo publicando. Sus amigos lo etiquetan en fotos de casamiento o un ritual similar con una joven lujosamente vestida para la ocasión. Son fotografías de estudio, profesionalmente kitsch.

En Twitter, César Aira es un idiota que quiso tener muchos seguidores en el microclima de la intelligentsia de los 140 caracteres. Lo habrán banneado o se habrá cansado de ser un mediocre, su último tuit tiene fecha al 21 de agosto. Esperanzados, trece de mis followers lo siguen siguiendo, como yo.

En Flores, César Aira es una persona muy alta y solemne como para molestarlo. Vive sobre la calle Bonorino, a la vuelta del monoambiente que miserablemente alquilo. No sé cuál es su casa ni quiero saber. Mi amiga y vecina F. me cuenta que lo vio entrar hace unas semanas, ella sí sabe. Yo puse cara de sorprendido cuando me contó y después me olvidé. La realidad es que ya hablé dos veces con Aira y el resultado fue la nada misma: no hay magia, no irradia poderes, no desaparece al más mínimo intento de contacto en una nube de humo. In praesentia, es lo más parecido a un muñeco de cera.

Entre mis lecturas, César Aira es al mismo tiempo la fascinación y el odio, sentimientos no muy distantes entre sí. Salvo Arlt, nadie se había encargado antes de poner a sus personajes a caminar por mi barrio. Tampoco nadie había puesto monjas robot gigantes a luchar contra el mazinger de la mueblería Divanlito sobre Av. Directorio. Ahí está el primer engranaje del Mecanismo Aira: desde algún rincón de sus miles de novelas se establece una identificación surrealista que habilita un período de adicción progresiva, con un promedio de 10 novelas aprox. en un espacio de tiempo corto. Hay individuos inmunes, casi siempre amantes de la literatura clásica o norteamericana. En el pico de la airadependencia, el contexto social del infectado lo ayuda a generar anticuerpos injertándole la vergüenza por estar tan idiota con un solo autor. Esa vergüenza traccionará el siguiente movimiento hacia el odio, el cual se activa con fuerza en individuos con pretensiones literarias.

La procrastinación es una palabra para gente a la que le sobra el tiempo, por tanto nunca lo pierde. Es decir gente que no tiene que levantarse temprano, puede procrastinar haciendo cucharita con su bulldog francés. El concepto sirve para estar en el otro extremo de Aira, que en este momento debe estar planeando cómo declarar sus ganancias en AFIP. Aira es el Kant de la literatura argentina: al ritmo de sus publicaciones, todos quedan en offside. Revela que somos todos unos pajeros hagamos lo que hagamos.

La procrastinación está bastante cerca de la paja. En lugar de estudiar, paja. En lugar de escribir, paja. ¿Limpiar? Paja, absolutamente. Quizás la paja se transforma en procrastinación cuando sacamos la mano de nuestras partes pudendas para agarrar el teléfono y pedir si el psicólogo tiene turno para vernos hoy. Para que sea procrastinación tiene que haber paja, pero el enchastre nos tiene que angustiar. Y atentos, que algo estamos haciendo con esa industria de gametos.

A Aira lo vi tres veces, le hablé dos, me habló una sola. La primera, la más aireana: iba al bar La Farmacia de Rivera Indarte y Directorio a encontrarme con F. para pelotudear y de paso hablar del capítulo en ciernes que me había salido. En él Aira era personaje de una historia típicamente suya; yo estaba en plena fiebre fanática. Dos cuadras antes de llegar recibo un mensaje de F. diciéndome que no estaba segura pero le parecía que estaba Aira en el bar. Aira estaba sentado de frente a la puerta con uno de sus cuadernitos y escribiendo su pedacito de negocio o de Obra, con mayúscula. Era como si me estuviera esperando. Lo miramos fascinados como believers, atentos a cualquier movimiento que hacía al escribir. Cholulaje mode on. El tipo se reía. Discretamente, pero se reía de lo que estaba escribiendo. Suicidio público mode on. Me acerqué y hola césar yo justo estoy escribiendo sobre usted algo en donde es protagonista. Me miró, la miró a F. y le sonrió sólo a ella, agregando un murmullo vago también. Me volví a sentar convencido de ser un idiota y a los cinco minutos se fue había pagado por adelantado. Supongo que sería alguna de sus costumbres para evitarse fanatismos.

¿Cuántas veces se va en promedio a la heladera durante la procrastinación de una actividad intelectual? ¿Cuántos cigarrillos se fuman? ¿ Da para porro? ¿Tiene esto que ver con los viajes a la heladera? ¿Por qué se considera que es tiempo de pasar Blem a los muebles justo en ese momento en el que todo está dado para la escritura? ¿Por qué se empieza a escribir poesía horrenda cuando el trapo se hunde en el balde con agua y líquido limpiador aroma bebé? ¿Tiene esto que ver con que la mano que no está en el mouse está adentro del pantalón? ¿Está todo lo anterior relacionado? ¿Por qué ya son las dos de la mañana?

Dicen que Santo Biassatti baila salsa del carajo, que la mueve toda. Es algo que no se me hace imposible de imaginar. Pero cuando quiero probar con Aira no, ni a palos. Hago el esfuerzo por hacerme planos mentales del tipo cazando patos con un rifle doble caño, pegándole una cachetada a su mujer porque le perdió un manuscrito inédito, chorreándose la mano con algo y buscando una servilleta. No puedo. La segunda vez que lo vi no le pude hablar, yo volvía en taxi muy temprano a la mañana de un domingo y él estaba andando en bicicleta, esperaba para cruzar Av. Rivadavia por Gavilán. No lo vi andando, lo vi sentado en la bicicleta. No pude ni puedo hacerme la imagen de sus pies pedaleando.

Cesar Aira   Escritor

Un buen día hace un tiempo, cuando ya tenía el segundo capítulo de mi novela en ciernes, un tal Ariel Idez va y publica en Pánico el Panico La última de César Aira. La puta que te parió, Ariel Idez. Esa fue mi reacción instantánea cuando Federico o Matías Pailos, ex profesor mío de Lógica, me explicó medio por arriba y caminando hacia Puán por Pedro Goyena de qué trataba la novela. Me negué a leerla hasta hace unos días.

Felicitaciones por la idea, pero la puta que te parió Ariel Idez.

Hay algo que no se le puede negar a Ariel Idez. Aira es un ser maligno o un ángel redentor, que desde el casi mudo hacer de su Obra Monstruosa nos denuncia en nuestra genitalidad mental. Braden o Perón, Procrastinación o Aira. Aira para Todos en grageas masticables. Aira en el café con leche, Aira por la nariz a través de un rollito hecho con una hoja cualquiera de alguna de sus novelas editadas por Adriana Hidalgo, que tienen un formato más cómodo. Te quiero a coger aireanamente, ¿trajiste gel lubricante? Aira Ministro de Planificación. Aira reescribiendo La razón de mi vida. Aira de visita en el Vaticano para abrazarse con su vecino de toda la vida Francisco. Aira sentado en su estudio con un globo terráqueo entre las manos. Inexpresivo como en las fotos de las solapas, pero con un globo terráqueo en las manos.

La última vez que lo vi a Aira hablamos, hubo un diálogo. Era invierno, el del año pasado. En el andén de la estación Carabobo, Aira estaba momificado esperando la nada. Me bajé del subte y cuando estaba por subir a las escaleras mecánicas lo vi: le pasé por al lado porque me daba vergüenza que me reconociera (???) de aquella vez en el bar. Volví y lo saludé, le pregunté si iba a salir algo suyo. Se tomó tres segundos más de lo que cualquier ser humano sin psicofármacos se toma para pensar la pregunta “¿cómo me llamo?” y me dijo que sí, que para fin de año algo tendría que salir. Chau, le dije, gracias. Él alzó la voz apenas y me dijo chau. En diciembre salió Entre los indios.

Esto se cerraría si pasara algo más, un episodio catártico que dejara algo parecido a una moraleja. No es el caso. Aira inundará todo con sus libros hasta que se muera, entonces vendrán las reediciones, el desafío de lograr la colección completa a precios posibles. me imagino las tres cajas, ediciones de tamaño discreto, prologados por algún sucedáneo de Caparrós. Quizás muera antes, pero Chitarroni tal vez logra antes de quedarla un ensayo voluminoso sobre él, el surrealismo y etcétera.

Acá vamos a estar más o menos en la misma, produciendo menudencias. Será apabullante la influencia de su Obra con mayúsculas, habrá libros de Aira para las amas de casa, otros para porteros de edificios, otro será el gran poema posmoderno en 40 años. Las chicas se tatuarán pasajes de Yo era una mujer casada. Se usarán sus anteojos. Se irá a sus bares. Flores quedará convertido en un centro turístico cultural. Quizás reciba el Nobel, y lo va a declinar. Aira seguirá respirándonos en la nuca de la intelectualidad para preguntarnos cómo vamos con eso ////PACO