Algunos directores de cine con particular interés en la cámara dejan un sello identificable en la composición visual y por eso no tenemos dudas cuando estamos frente a una de Lars Von Trier o de, por ejemplo, Tarantino. Con mirar pocos fotogramas de lo que se muestra, uno entiende quién está detrás. Greg Lansky es un director de este tipo, alguien a quien se identifica a los pocos segundos de darle play a alguno de sus videos, aunque la particularidad de sus films es que son Porno, mete-saca clásico, sin fetiches con objetos ni con ropa, ni tampoco con prácticas específicas salvo el haber apostado en un primer período de su filmografía a un subgénero bastante conocido y explotado, esto es el sexo interracial, pero aún así dándole su toque mágico que lo llevó a ganar el premio a mejor director web 2014 y 2015 en los XRCO Award, a mejor cinematografía y director del año en los AVN Award 2016, y ser postulado, como no podía ser de otra manera, para mejor director 2017. ¿Quién es este hombre y qué es lo que lo vuelve un rey Midas del porno? Greg es un francés de treinta y cuatro años que nació y creció en París. Sin formación específica, se dedicó a al marketing y la producción de programas de televisión en el viejo continente. Hace poco menos de diez años decidió dar un giro en su carrera y se contactó con un compañero del secundario, el conocidísimo pornstar Mike Adriano, y empezaron a producir algunas películas. De manera mas bien autodidacta, dio sus primeros pasos sin saber todavía cómo o qué hacer, pero teniendo en claro que necesitaba mudarse a Los Angeles para desenvolverse en la industria. Fue así que en 2007 empezó a dirigir para New Sensations y Digital Sin, después a producir y dirigir para Reality Kings, hasta que en el 2014 se independizó lanzando su propio sitio de entretenimiento para adultos: Blacked.

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Viéndolas en otros contextos no podríamos darnos cuenta de que son actrices porno ni que una vez desnudas llaman a los bajos instintos.

Es imposible explicar la singularidad de los productos Lansky sin seguir hablando de él, ya que se considera antes que nada fotógrafo (pueden ver su portfolio online) y en entrevistas le interesa mostrar que conoce y sabe de los trasfondos sobre los que se montan las imágenes: Mario Testino, Helmut Newton y Jean-Paul Goude son ubicados por él como referentes, y entonces el glamour, los detalles y los contrastes son rectores de la estética lanskyana. Por eso no sorprende que el elenco de los sitios de Lansky esté conformado por un verdadero dream team estético. Es cuestión de googlear a sus actrices para ver que todas cuentan con gracia natural. Gracia, es decir Cárites, porque cualquiera puede notar en ellas una Belleza que salta a simple vista, un Júbilo en sus formas de hacer y una naturaleza Floreciente que todavía tiene mucho para dar. Pero si bien todas tienen cuerpo con curvas, no las caracteriza la exuberancia, ya que no hay exceso en sus formas. Viéndolas en otros contextos no podríamos darnos cuenta de que son actrices porno ni que una vez desnudas llaman a los bajos instintos. A su vez, posiblemente no haya una sola de ellas que tenga implantes de silicona en el cuerpo ni colágeno en los labios. Son campeonas de la naturaleza, en verdad tocadas por la gracia de la biología o de algo superior. Si revisamos los nombres del staff, tenemos belleza de tipo mas bien escandinava como Alex Grey y Anya Olsen, latinas como Janice Griffith y Abella Danger, la italianísima Valentina Nappi y hasta una soviética de corazón cálido como Amanda Lane. Todas americanas, claro, pero me refiero a que son falsas representantes de etnias que, con sus matices, buscan responder a un mismo ideal. Se entiende entonces que la finalidad de Blacked es poner en escena Belleza. Así, con mayúscula, con intención de hacer sentir al consumidor de porno que las chicas elegidas encarnan de verdad un ideal. Elegancia, frescura, delicadeza. Son muchos los calificativos que podríamos ir sumándoles a estas jóvenes bellas. Y nada más efectivo para hacer sentir el efecto de su belleza -un tipo específico de hermosura- que generar el contraste a través de hombres negros dotados, o sea BBC (big black cock) que, pudiendo también ser bellos, representan en todo caso un ideal estético opuesto, esto es: un exceso. Pero para sus rodajes Lansky no eligió el camino ya allanado por otros y que le iba a asegurar éxito: Blacked no se trata, como sí otras productoras como Blacks on blondes o Bcock, de que el contraste se genere con la violencia del sometimiento donde mujeres mas bien de cuerpos pequeños son prácticamente empaladas con fuerza, fingiendo ser violadas o sometidas a un gang bang que hoy habría quórum en repudiar por porno machista, pseudofemicida o lo que fuera (aunque sería más lógico etiquetarlo como porno de Black supremacy). Tampoco es similar al porno de Reality King que Lansky conoció por dentro, con aniñadas west coast girls muy sonrientes -a veces al borde de la debilidad mental- prestándose a una puesta en escena celebratoria del tamaño, donde no puede faltar una toma de medida del miembro usando como referencia la distancia entre el codo y la muñeca, o donde se incluye a un novio que no tiene suficiente como para satisfacer a su pareja y entonces se queda mirando la acción; secuencias que siempre tienen algo de ridículo o de grotesco con gritos de “ooh, its so big!” y que no pretenden -ni un poco- hacernos creer que haya alguna realidad del orden de la satisfacción más allá de los necesariamente forzados encastres anatómicos. Muy por el contrario, el porno interracial de Lansky hizo su apuesta por el lado de la sensibilidad, de la delicadeza, interpretando argumentos en donde las chicas que eligen alojar tanto en su interior, también quieren besos, caricias y todo un combo de corte amoroso que esos hombres también están dispuestos a darles y que los pornófilos y pornófilas -está terminando el 2016, hay que entender de una vez: el porno también está hecho para mujeres- quieren ver en escena. El trabajo del director entonces, y su virtud en lograrlo, es conseguir que todos los elementos visuales para esa puesta en escena vayan en línea con esa suavidad, que sean almohadones que amortigüen y nos hagan sentir cómodos, a los espectadores y actrices, en el contexto de esas penetraciones que sin un poco de miradas sostenidas confirmando el consentimiento y el amor entre los actores, de la elección de ciertos planos de la cámara, de sábanas blancas y escenarios luminosos, nos resultarían como mínimo algo forzadas.

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El trabajo del director y su virtud para lograrlo es conseguir que todos los elementos visuales para esa puesta en escena vayan en línea con la suavidad, que los almohadones amortigüen y nos hagan sentir cómodos.

Si uno viera a cualquiera de las chicas Lansky entrando a una productora, las imaginaría haciendo casting para ser la próxima Marie Jane en Spiderman u otro producto de Disney antes de suponer que están a punto de meterse al set para desnudarse y preocuparse tanto por el placer (de representarlo, al menos) al punto de poder erotizar más que una actriz porno de vieja escuela. Desde hace años, el porno mainstream está basado en una lógica que precisó de figuras viriles, me refiero a hombres y mujeres, como Belladona, Rocco Siffredi, Annette Schawartz y Lexington Steele para generar productos hardcore que bordean los límites corporales y donde los tamaños de miembros y orificios son puestos en juego a través de la dominación, usando lentes fish eye que curvan aún más lo curvo y agrandan lo de por sí grande, donde algo del placer se toca con la violencia y la degradación (vía arcadas, escupidas en la cara y doble anales), creando una intensidad que podría calificarse de dionisíaca y que erupciona por el empuje del exceso. Por el contrario, el porno dirigido por Lansky fluye suave en una intensidad que se refleja como el opuesto gracias a estas chicas de belleza apolínea que con su entrega a penetraciones profundas pero de cuidada lentitud hacen sentir en el filo de su hermosura un peligro, confirmando de modo fulminante aquella idea rilkeana de que «todo ángel es terrible». Esa peligrosidad apolínea, que al contrario de la voluptuosidad dionisíaca no hace ningún alarde, guarda un perfil bajo que sólo hiere nuestra sensibilidad cuando está demasiado cerca y, por lo tanto, cuando ya es demasiado tarde. A nivel concreto, en los films de Lansky el porno apolíneo se expresa en la elección de ciertos planos cortos para las actrices: Ellas en cuatro, doggystyle, el lente tomándolas de frente, siendo la cara lo que queda más expuesto del cuerpo. Y ahí el porno pasa por cómo esas jóvenes van entregándose al placer, permitiéndose expresiones faciales cada vez más sentidas, con lo cual lo obsceno va floreciendo en gestos. Es una especie de transformación, un descubrimiento gradual que vamos haciendo a medida que ellas van sintiendo cada centímetro que entra y sale. Un pavo real que de a poco va mostrando sus plumas hasta desplegarlas por completo. Y entonces se entiende que ese clímax de belleza justifica por sí mismo la elección estética de Lansky, director que parece desafiar a Bataille y su erotismo sucio, mostrando que puede conseguir erotizar a base de conceptos de pulcritud y luminosidad.

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Lansky parece desafiar a Bataille y su erotismo sucio, mostrando que puede conseguir erotizar a base de conceptos de pulcritud y luminosidad.

Después de Blacked, Lansky siguió guiado por sus principios de esteta y en 2015 fundó Tushy, un sitio que comparte los mismos ideales de belleza y perfección que el de interracial apolíneo pero esta vez centrado en el sexo anal. De esta manera, el despliegue de plumas del pavo real se vuelve un plano cortísimo a ese primer instante contranatura, cuando la Belleza es un acto literal de apertura. Si bien en la filmografía lanskyana las protagonistas son ellas, los principios estéticos también hacen sentir su exigencia en la elección de ellos; y en Tushy esto resulta en un plus muy atractivo para las espectadoras porque, si bien no se basa en interraciales, los fichajes de ciertos actores aseguran que la atención no vaya a estar sólo en las jóvenes: un resurgido James Deen que todavía puede calar en la subjetividad millenial y un Jean Val Jean que moldea los rasgos de un actor europeo sobre una base de Deryl Nixon nos muestran que, si bien en segundo lugar, a Lansky también le importa interpelar desde un brillo masculino. Siendo el porno un arte perteneciente al campo del exceso, es válido preguntarse por qué Lansky tuvo éxito con sus productos. De hecho, desde los 90’ el interracial creció como género pero yendo en una dirección opuesta a la interpretación lanskyana. Byung-Chul Han podría ofrecer una respuesta a ello, porque lo claro, lo pulido, lo terso, lo suave, lo que no ofrece resistencia son, según el filósofo, características definitorias de los principios estéticos que rigen esta época, y estas particularidades se podrían encontrar en la apuesta de Greg Lansky. Aun así hay que señalar que el director francés no fue el primero en hacer un porno contracíclico del mainstream pero en sintonía con el reinado del Me gusta, ya que productoras como X-Art, Gentle Desire, Femjoy o el «porno feminista» de Erika Lust también entendieron que en este presente de pura positividad un anal gape desentonaba con el espíritu anestesiado y estéril que recorre tanto redes sociales como nuestras subjetividades y que demanda predictibilidad, emociones medidas e intensidades necesariamente tibias para expulsarlas sin culpa de la intimidad y volverlas así shareables. El interrogante, entonces, continúa hasta aquí abierto.

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El director francés no fue el primero en hacer un porno contracíclico del mainstream pero en sintonía con el reinado del Me gusta.

Para analizar con mayor profundidad es necesario retomar lo ya dicho. Podemos entender que la de Lansky no es una pornografía del todo limpia y, como tal, sólo positiva, es decir inofensiva. Tiene puntos de negatividad que ya fueron nombrados: En el caso de Blacked, ocurre en esos momentos de ellas en cuatro y planos cortos con un in crescendo hasta el clímax que la cámara registra en las caras de esas chicas angelicales que están siendo ennegrecidas en un proceso báquico. Y por eso ellas nos duelen. En Tushy, por su parte, el momento de negatividad es esa tensión sobre si ocurrirá la penetración anal o no, el suspenso de la fricción con primerísimo plano de carne contra carne hasta que una va cediendo y la otra entra por fin, ¡por suerte!, en ella. Y por esto es que las chicas Lansky no resultan nices o agradables sino que son dolorosamente bellas. Lansky nos vulnera con una belleza apolínea que nos aguijonea primero y conmueve con una intensidad inesperada después, algo sublime que sólo puede entenderse en acción, cuando nos muestra de qué es capaz un cuerpo y ahí, esa negatividad, nos hiere. Bello pero también sublime, el porno de Lansky no es inocuo. Si nos atenemos a los años que lleva este director en la industria, es lógico suponer que el porno mainstream nutrió y sigue corriendo por las venas de las empresas de Lansky. Aunque las formas, la apariencia, el cómo, se puedan confundir con otras productoras de corte soft, la negatividad nos habla de que todavía late en él la idea del porno como disruptivo. Pero es verdad que en los negocios lo importante es moverse y cambiar cuando el contexto exige cambio, por eso quizás es que este año Lansky lanzó Vixen, un sitio 100% soft aunque de identidad no del todo definida, similar a Erotica X, y que se centra en un abordaje aún más erótico, poniendo todavía más suavidad en juego, más blancura y claridad. En este sentido, puede que Lansky intente captar y desplazar seguidores de otras compañías de softcore hacia las suyas, o también puede ser que se vea obligado a reinventarse para volver sus productos agradables, complacientes, es decir aún más epocales. Si fuera este segundo caso, es lógico suponer que su siguiente sitio sea sólo de sexo lésbico, porque la testosterona, el sudor y las erecciones en definitiva podrían ser manifestaciones negativas para una sociedad que cada vez tolera menos ciertas naturalezas y necesita proyectar un ideal light para refugiarse, donde la ausencia de carácter permita una convivencia amena; y convengamos que nada más inoportuno, impredecible e incómodo que un miembro que puede eregirse ante el deseo, que se excita o no independientemente de la conveniencia: la pija, que además guarda una sospechosa y peligrosa similitud con un puñal, se vuelve así disruptiva. Si bien Han es un acérrimo enemigo de la pornografía: “La pornografía como desnudez sin velos ni misterios es lo contrapuesto de lo bello” dice en La salvación de lo bello, bastaría con que observe que Lansky comienza todas sus películas con las chicas vestidas para que vayan perdiendo prenda por prenda hasta la desnudez y que el sexo representado no es de cuerpos anónimos sino de personas que actúan conocerse y gustarse en un sentido clásico (no pidamos otro erotismo al porno, que es un género en esencia opuesto) para que entienda que el francés se crió respetando los mismos ideales que él, como pensador, incorporó al abandonar Corea del Sur y continuar sus estudios en Alemania. Es posible que este filósofo vea al porno como género americano y, por lo tanto, decadente. Pero Lansky realizó una lectura europea de lo que debe mostrarse en escena y por eso intenta representar Eros. El creador de Blacked busca que sus actores interpreten un sexo que pasa por el tamiz del amor y de un ideal estético. Es sexo sucio en el sentido de que es bien completo y un mortal promedio no podría pedirle más, pero no por ello es escatológico; hay que señalar la diferencia, el campo de juego del francés está bien trazado.

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Es una suerte tener a Lansky en el bando de los estetas, un tipo que no duda en afirmar que lo primero para rodar con una actriz es si es bella o no (y el resto de las cosas, después se verá) y que fantasea con Emilia Clarke.

En ese sentido, hay un respeto por la tradición del erotismo a partir de una interpretación lanskyana que Han, como buen romántico, también podría llegar a compartir y que incluso lo llevaría a pactar alianzas estratégicas frente a esos enemigos en común de la belleza que representan movimientos como el posporno, síntomas focales y paradojales de una sociedad adormecida, que buscan derribar los debilitados ideales estéticos de un Occidente cada vez más arrugado porque los sienten opresivos y, para ello, alardean de su lejanía a los cánones de belleza con performances que se imponen en espacios públicos, haciendo una lectura lineal de Bataille, quien percibe en lo feo una posibilidad de disolución de límites y liberación, pero sin contar con más empuje que la violencia de la fealdad y, en cuanto a la libertad, la misma que tiene el monstruo para desplazarse cuando llega a la ciudad y todos huyen ante su presencia. En una época de la transparencia, de la definición 4K, de la sobreconexión, de la apatía a la indignación inútil sin escalas, los defensores de ciertos parámetros de la Modernidad deben reagrupar sus filas si no quieren perder los últimos bastiones de resistencia frente a los grupos de indignados que, si bien no saben construir, sí que saben afectar. En ese sentido es una suerte tener a Lansky en el bando de los estetas, un tipo que no duda en afirmar que lo primero en que se fija para rodar con una actriz es si es bella o no (y el resto de las cosas, después se verá), alguien que fantasea con hacer firmar contrato a Emilia Clarke. Aún cuando quizás pueda estar cediendo a los mandatos de una sociedad que en lo distinto ve conflictos peligrosos, sin dudas un artista como Greg Lansky, que apuesta a captar lo trascendente de un ideal que deja ver su aura en lo efímero de una escena de sexo intenso con personas bellas, un director que no tendría pelos en la lengua a la hora de sentenciar si alguien es o no hermoso, es más respetable que aquellos grupos que afirman que todos somos bellos “de un modo u otro”. El francés toma un riesgo al trazar parámetros, algo mucho más inquietante que los estandartes de aquellos grupos que intentan extirpan a la fealdad de la matriz conceptual que hace funcionar a los parámetros estéticos, ya que la belleza existe como concepto -sin importar el contenido con que la entendamos- porque también contamos con una virulenta fealdad en el mundo -siendo imposible pensar conceptos de manera no relacional-. Lo que entiende Greg Lansky por natural y sensual es una búsqueda artística que lo acompaña en sus proyectos porque está convencido de que en nuestra realidad también hay belleza de ese tipo, a diferencia de lo que creen otros que se crisparían al saber que Aidra Fox, Dani Daniels o la dolorosísima y siempre especial Amarna Miller son también “bellezas reales”. Definirse, tomar decisiones y acciones aunque sean inconvenientes es una rareza en un presente donde unos, a través del pataleo, exigen la chatura de lo igual mientras que otros, con inconmovibles ojos de reptil, siguen la progresión de las cosas tras una pantalla y clickean Me gusta//////PACO