Perdida viene a romper una vez más con la tradición que ubica a los best sellers en la vereda de la mala literatura. Y el encanto de la prosa de Gillian Flynn no se agota en la construcción impecable de un policial sin fisuras argumentales, sino en la decisión de meter el dedo en la llaga en la institución matrimonial como solo puede hacerlo una mujer con una vasta y evidente experiencia. Para una mirada democrática de los conflictos y las vicisitudes de la trama, Flynn arma el relato de Perdida intercalando las voces de Amy, la esposa, y Nick, el esposo, roles que los definen como personajes otorgando el tono filoso y mordaz de una relación en decadencia. En el quinto aniversario de la pareja, Amy desaparece dejando como única pista una confusa escena del crimen: la puerta de la casa abierta, desorden y una mancha de sangre que fue limpiada.

La desaparición de Amy no despierta en Nick la reacción que espera la opinión pública y ese es su peor crimen: se transforma en el principal sospechoso por no mostrarse afligido y preocupado.

Según Rodrigo Fresán, “uno de los atractivos más destacables de Perdida es el modo en que se la pasa capturando y revelando radiografías perfectas y singularmente universales de la vida matrimonial y sus peligrosos suburbios. Y advertencia para gente impresionable o hipocondríaca: como en aquella Love Story, se trata de radiografías con tumores y metástasis y fecha de vencimiento”La desaparición de Amy no despierta en Nick la reacción que espera la opinión pública y ese es su peor crimen: se transforma en el principal sospechoso por no mostrarse afligido y preocupado. El desfile de los personajes que lo rondan durante la búsqueda es un rompecabezas impecable de los parámetros del “deber ser” y de los prejuicios sociales del buen ciudadano de la ciudad de Missouri. La vecina arribista que quiere consolar al marido, la *amiga* de la mujer que lo detesta, la conductora del reality show que lo condena “porque la mayoría de las veces que una mujer es asesinada, es en manos del marido”, los padres de la víctima encarnando la representación del matrimonio perfecto, y los inútiles investigadores de la policía.

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La voz de Nick: “¿En qué estás pensando, Amy? La pregunta que más a menudo he repetido durante nuestro matrimonio, si bien nunca en voz alta, nunca a la única persona que habría podido responderla. Supongo que son preguntas que se ciernen como nubes de tormenta sobre todos los matrimonios: ¿Qué estás pensando? ¿Qué es lo que sientes? ¿Qué nos hemos hecho el uno al otro? ¿Qué nos haremos?”

Convertida en una esposa que no cumple sus responsabilidades como ama de casa, sin hijos, y con un marido que no le presta atención, Amy vive sumida en la desidia de la abrumante cotidianeidad. Tras cinco años de convivencia anodina, su matrimonio se cae a pedazos y se pregunta qué fue lo que pasó con el amor que la obnubiló al conocerlo, que la hizo sentir especial y llena de vida. Necesita saber por qué lo odia.

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La voz de Amy: “Los hombres siempre dicen eso como si fuera el cumplido definitivo ¿verdad? “Es una chica cool”. Ser una chica cool significa que soy una mujer atractiva, brillante y divertida que adora el fútbol americano, el póquer, los chistes verdes y eructar, que juega a videojuegos, bebe cerveza barata, adora los tríos y el sexo anal y se llena la boca con panchos y hamburguesas como si estuviera presentando la mayor orgía culinaria del mundo a la vez que es capaz de algún modo de mantener una talla 34, porque las chicas cool, por encima de todo, están buenas. Los hombres realmente creen que esta chica existe. Quizás se engañen porque muchas mujeres están dispuestas a fingir que lo son. Y las chicas cool son más patéticas aún: ni siquiera fingen ser la mujer que les gustaría ser, fingen ser la mujer que un hombre quiere que sean. Oh, y si no eres una chica cool, te ruego que no creas que tu hombre no desea a la chica cool.

Resultó que él tampoco fue capaz de mantener su fachada: la charla ingeniosa, los juegos astutos, el romanticismo y el continuo cortejo.

Cuando conocí a Nick supe de inmediato que eso era lo que él quería, y supongo que, por él, estuve dispuesta a intentarlo. Aceptaré mi parte de culpa. Pero entonces tuve que parar, porque no era real, no era yo. ¡No era yo, Nick! Pensaba que lo sabías. Pensé que era una especie de juego, que teníamos un entendimiento, compartíamos un guiño. Resultó que él tampoco fue capaz de mantener su fachada: la charla ingeniosa, los juegos astutos, el romanticismo y el continuo cortejo. Todo empezó a derrumbarse bajo su propio peso. Odié a Nick por sorprenderse cuando volví a ser yo misma. Realmente pareció atónito cuando le pedí que me escuchara. No se podía creer que no me encantara depilarme el coño hasta dejármelo en carne viva y chupársela a su antojo. Que me molestaba que no apareciese cuando habíamos quedado a tomar algo con mis amigas. ¿Puedes imaginar lo que es mostrarle finalmente tu verdadero yo a tu esposo, a tu compañero del alma, y no gustarle? Ahí comenzó el odio”.

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La película argentina El amor, primera parte, que me hizo ver mi marido en nuestra tercera cita, es la historia de un amor arrasador que lleva a una pareja de jóvenes a desear pasar la vida juntos, haciendo hincapié en la etapa de enamoramiento. La mala noticia es que el procedimiento químico al cual nos vemos sometidos todos los seres humanos cuando nos enamoramos tiene fecha de vencimiento: entre los seis meses y el año de relación tenemos el pico máximo, y si antes de los dos años no generamos descendencia, las probabilidades de separación se incrementan abruptamente. ¿Por qué? Porque el gesto desinteresado de dejar todo tirado que antes nos parecía adorable porque “nos complementaba” a nosotras, las organizadas y neuróticas, ahora nos genera un trabajo extra y es la evidencia de que el 50% que nos complementa no está cumpliendo con su parte del contrato.

La víctima siempre es buena, dulce e inteligente. Nadie dice de una víctima que es una psicópata manipuladora, menos el marido devastado por la pérdida.

Los más descreídos de la institución matrimonial lo llaman “la trampa biológica” porque el objetivo para la perpetuidad de la raza humana es que gracias a ese proceso químico del enamoramiento sientas que no podrías pasar la vida alejado de esa persona que te hace tan feliz, sin saber que tres o cuatro años más tarde vas a sentir deseos irrefrenables de matarlo y que va a ser *perfectamente normal*. Si muchas veces deseamos que nuestros hijos se evaporen de la faz de la Tierra, por los que sentimos un amor incondicional innegable, ¿cómo no desearlo con el esposo o la esposa por la cual se profesa un amor lleno de condiciones? Toda relación de pareja, después de pasado cierto tiempo, ¿no es inevitablemente un vínculo patológico? Probablemente no sería tan fácil comenzar a vivir repentinamente sin ese otro que te conoce a la perfección y que se ha ido convirtiendo, inevitablemente, en el espejo en donde ves reflejadas tus peores miserias y cualidades. Siendo así, suena bastante lógico que el matrimonio se construya en base a la dialéctica del amor y el odio. Odio al otro que me muestra descaradamente lo que odio de mí mismo.

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El declive del enamoramiento es lo que pone a prueba la solidez del vínculo y, si no hicimos lo suficiente para afianzar esa relación (como tener hijos, según afirman los científicos) corremos el riesgo de darnos cuenta que nada nos une a ese otro que un tiempo atrás nos pareció tan especial. Y ese es el desenlace en “El amor, primera parte”: Cuando la segunda parte tiene que comenzar, la soga que fue durante tanto tiempo tironeada acabó por romperse. En su diario, la Amy ingenua y soltera que aún no había conocido a Nick, habla sobre sus amigas casadas con desdén: “Ellas, que han aceptado el sexo por compromiso y los pedos nocturnos, que han cambiado la conversación por la tele, que creen que la capitulación conyugal –si, cariño; está bien cariño- es lo mismo que la concordia. Te obedece sin rechistar porque ni siquiera le interesas lo suficiente para discutir contigo, pienso yo”. Porque todos creemos “esto a mí no me va a pasar”, mi relación es especial.

El amor: Segunda parte

¿Qué harías si la verdad sobre tu vida fuera dada a conocer públicamente? ¿Existe alguna persona que no tenga de qué avergonzarse? ¿Existe alguien que no tenga secretos y cuyo matrimonio sea tan especial y perfecto como se ve de afuera? Dice Nick: “Mi madre siempre nos había dicho: Si vas a hacer algo y querés saber si es mala idea, imagínalo impreso en el periódico para que todo el mundo pueda leerlo”.  ¿Piensa en algo así cada marido o esposa infiel en el momento de entrar en un hotel alojamiento para sentirse *vivo*?

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¿No nos construimos como personajes a partir de los mandatos, lo esperable y el deseo, siempre el deseo, de gustar? ¿Durante cuánto tiempo podemos sostener la fachada de la “chica cool” y el “chico romántico”? Si Amy es la chica dulce, hermosa e inteligente que cuentan sus allegados, ¿Cómo puede Nick no quererla? La víctima siempre es buena, dulce e inteligente. Nadie dice de una víctima que es una psicópata manipuladora, menos el marido devastado por la pérdida. Porque lo que importa es que “parecían un matrimonio tan cariñoso” y que “ella es tan amable y se los veía tan bien juntos”.

¿Existe alguien que no tenga secretos y cuyo matrimonio sea tan especial y perfecto como se ve de afuera?

Es lo que importa para los de adentro (de la pareja) y lo que importa para los de afuera, es lo que conserva la institución intocable después de miles de años de vigencia. Amy se queja de que en su casamiento las mujeres mayores le advertían que “el matrimonio es un trabajo duro. Se necesita comprensión y comunicación”. Cuando era una adolescente mi madre también me advirtió: Dijo que después de años de matrimonio la mejor forma de saber si tu marido te engaña es estar atenta a su comportamiento respecto de la ropa interior, un hombre fiel no se compra calzoncillos nuevos.

Gillian Flynn, en una entrevista: De lo que estaba más segura, en principio, era de que quería escribir algo sobre el muy extraño toma y daca que es todo matrimonio, y cómo el matrimonio es algo peligroso, porque estás unida a alguien que sabe a la perfección cómo presionar cada uno de tus botones y para qué sirve y qué activa cada uno de ellos y que, por eso, de proponérselo, puede llegar a hacerte mucho daño”. Eso es lo que logró Flynn con Perdida, una radiografía del matrimonio como la muerte del enamoramiento y el avance del conocimiento profundo del otro, de los botones que podés activar para infringir daños y de la peligrosidad que eso conlleva si de todas las cosas que conectan a las parejas en la etapa química ya no conservamos ninguna/////PACO