I
Uno de los pocos errores en la carrera de Paul McCartney —además del juego de sintetizadores en Temporary Secretary— fue confiar demasiado en el gran genio e incomprobado pedófilo llamado Michael Jackson. Su relación comenzó en los ochenta y uno podría pensar que si aquella década marcó un verdadero punto de quiebre estético y comercial respecto a lo que la industria musical había sido durante los últimos veinte años, las posibilidades de que un McCartney ligeramente confundido y en proceso de readaptación musical diera un paso en falso eran mayores [i]. Jackson todavía era negro y no hacía mucho que se había separado del resto de sus hermanos. McCartney, por su lado, en solitario o con Wings, ya era McCartney desde hacía más de una década. Por otro lado, intuía que lo que pudiera pasar en adelante pasaría siempre en los Estados Unidos. Con los mejores nombres de Inglaterra a sus pies, Paul prefería en cambio los talentos estadounidenses. No tanto por una disputa del orden de lo musical como por una búsqueda permanente —por momentos incontrolable— de relevancia y popularidad [ii].
En su disco de 1979 Off the Wall, Jackson canta Girlfriend, una melodía pop suave, con una letra naïve y una composición coral que McCartney escribió para ese disco y que con los años suena como una broma sobre la ambigua sexualidad de Jackson. En la versión que cantan juntos ese matiz se vuelve más epidérmico. En 1982, en el disco Thriller, el que hizo que Michael Jackson fuera Michael Jackson, hay otra canción escrita por McCartney: The Girl is Mine. Y en el disco Pipes of Peace (1983) de McCartney, Jackson canta con él otra canción: The Man.
Las voces armonizan perfectamente —George Martin saca provecho de esa simbiosis cuando los produce juntos en el single Say, Say, Say, que Jackson graba en agradecimiento por Thriller— pero el desfasaje en el registro de lo amoroso tampoco escapa con los años a cierto grotesco en sordina. Se lo puede escuchar a Jackson con su típica voz emasculada diciendo «Paul, I think I told you, I´m a lover, not a fighter», a lo que McCartney responde, con inevitable escepticismo: «I’ve heard it all before, Michael».
Las fotos de la época no hacen mucho tampoco para lograr suavizar la estética del conflicto que se desataría en pocos meses más. McCartney sonriente [iii], con la certeza de lo conveniente que resultaba todo esto para su carrera, ligeramente piadoso con aquel negrito americano tan talentoso y con inclinaciones tan evidentes. Jackson, bueno, entre lo enigmático y lo catatónico, cada vez más cercano a aquello en lo que terminaría transformado.
II
Cuando en 1985 Michael Jackson ocupaba la cima global de la industria musical y la reagonomic recuperaba mediante la expansión virulenta del capital lo que la primera gran crisis del petróleo había hecho temblar en 1973, compró el catálogo musical de los Beatles. En ese momento, en poder de la Associated Television Company (ATV). Jackson solo pudo llevarse ese botín —que veinte años después valdría unos 200 millones de dólares— en medio de un territorio minado. El coautor de aquel catálogo, John Lennon, había sido asesinado cinco años antes y la relación entre McCartney y Yoko Ono no pasaba por su mejor momento. Sumado al hecho de que McCartney aún recibiría parte de las royalties por las canciones, su ánimo para salir al mercado y recuperar el control total de su patrimonio vaciló.
Mientras Paul trataba de negociar una compra conjunta con Yoko —para la que el precio estaba fuera de los valores reales del mercado— y dudaba sobre cómo se vería el hecho de que él solo se apropiara también del legado de Lennon, Jackson puso 50 millones de dólares en la mesa y se llevó el catálogo. A partir de ese momento, cada vez que McCartney tuvo que tocar sus propias canciones, tuvo que pagar los derechos correspondientes.
Durante años, McCartney despreció a Jackson por lo que consideró una deslealtad. Cada vez que le preguntaban sobre el asunto, Paul se burlaba de la vocecita y las maneras de Michael Jackson. «Había un tipo que venía siempre con él, Billy…». No hacía falta más para dar a entender el punto [iv]. Como lo cuenta McCartney, uno de sus pocos consejos comerciales a Jackson fue que prestara atención al negocio de la propiedad de las canciones. McCartney dice que la respuesta de Jackson a ese consejo fue que compraría las suyas. También dice que esa respuesta le causó mucha gracia y que no le creyó.
Los motivos que un hombre como Michael Jackson pudiera haber tenido para traicionar a una figura artísticamente paterna como McCartney, tras haber sufrido el abuso de su padre, haber visto su infancia convertirse en mercancía y más tarde abandonar su color de piel, las facciones de su propia cara y al final cualquier punto de contacto con la adultez, invitan a tantas especulaciones como páginas en el índice de cualquier tratado de psiquiatría. El término travesura, sin embargo, no debe estar demasiado lejos de un balance medianamente objetivo de la historia.
Esta semana, 28 años después de la compra [v], los encargados de manejar los negocios de McCartney anunciaron que se están preparando para recuperar las canciones en lo que resta de la década. Y ni siquiera se trata de poner en funcionamiento un patrimonio personal de 700 millones de libras esterlinas, sino de la ley de copyright norteamericana, que en cinco años le devolverá legalmente la propiedad de las canciones a su autor.
McCartney había perdonado a Jackson mientras estaba vivo —these sort of things can eat you up, dijo Paul— y tras su muerte no dejó pasar oportunidad para mencionar con mucha diplomacia que trabajar con Jackson había sido un privilegio porque se trataba de a very talented boy man [vi].
Una forma muy british de describir el legado de Jackson, que pasó sus últimos años lejos de la música y de los pasitos de robot, produciendo en soledad vástagos extraños en un laboratorio mientras se volvía blanco y lo perseguían padres que querían chantajearlo después de entregarle a sus hijos. A pesar de todo, como dijo McCartney, Jackson era talentoso [vii] ////PACO
[i] Retórica. Atribuirle un paso en falso a McCartney suena como atribuirle un paso en falso al sol.
[ii] Con Michael Jackson grabó temas y videos. Veinte años después viajó desde Gran Bretaña a Nueva York para tocar un tema como invitado en un concierto de Billy Joel (extraño privilegio que McCartney solo le ha cedido por separado a los Beatles, a la Reina, a Inglaterra, a la industria musical y a un par de causas humanitarias). El año pasado tocó con los ex integrantes de Nirvana.
[iii] Paul siempre fue simpático. Cuando Robin Gibb ya era una estrella encontró a John Lennon en una fiesta y lo fue a saludar. Lennon le dio la mano sin inmutarse mientras seguía hablando con otra persona y nunca dejó de hablar con esa otra persona mientras Gibb le decía cuánto lo admiraba.
[iv] Además de quejarse porque no puede ir a un restaurante con la mujer o evitar que le saquen fotos o lo saluden en masa, cantar «Michelle» ante la esposa de Barack Obama en la Casa Blanca y hacer un chiste sobre «el miedo de ser el primer invitado en ser golpeado por el Presidente», no hay mayor registro público de la agresividad o la ironía de McCartney.
[v] La propiedad del catálogo musical de los Beatles se convirtió en propiedad absoluta de ATV en 1969. ATV, por su parte, es el nombre con el que en 1967 se rebautizó la sociedad inicial, Northern Songs. Esa sociedad inicial estaba integrada por Brian Epstein, John Lennon, Paul McCartney y los empresarios Dick James y Charles Silver, estos dos últimos dueños del 50% del catálogo. La sociedad se formó en 1963 y obligaba a Lennon y McCartney a producir seis temas anuales hasta 1973. Durante la disolución de los Beatles y para librarse del contrato, los músicos vendieron su parte restante de las acciones a James y Silver. En los años ochenta ATV vendió el catálogo a un millonario australiano, que a su vez se lo vendió a Jackson, que a su vez vendió un porcentaje a Sony. Así, las canciones de los Beatles nunca estuvieron en completo poder de los Beatles.
[vi] Muerto Jackson, se especuló que habría dejado en su testamento las canciones de los Beatles en manos de McCartney. Eso nunca ocurrió.
[vii] Eric Mazet escribió a propósito de Céline: «Cuando releo a Villon, cuando miro un Caravaggio, cuando escucho a Gesualdo, el hecho de que hayan sido asesinos no impide mi placer, y no me siento culpable de complicidad».