Los Pibes Suicidas, de Fabio Martínez.

Novela, 174 páginas. Editorial Nudista.

En Los pibes suicidas, la primer novela del escritor salteño Fabio Martínez, Martín, un joven periodista desempleado, no sabe si quiere hacer algo con su vida. Martín se pasa el día con sus amigos en los bares y boliches de Tartagal. Si se aburren, se van al baldío a tomar cervezas. Llevan una vida vacía y agobiante que se expresa de manera sincera en la voz del protagonista, narrador de una historia sin excesos estilísticos y que consigue momentos de tensión en varios momentos, por ejemplo, cuando Martín, el Culón y el Porteño van a buscar una mochila con cocaína a un bar en Bolivia.

Explora el surgimiento de los piquetes en la Argentina en los años finales del menemismo hasta el desencanto posterior. Se narra la emoción de los primeros piquetes, donde los vecinos prestaban sus autos para llevar a los otros y había olla popular y el presente (del libro), donde se ve al piquete enfrentado a los que todavía laburan. Martín tiene que ir en auto a buscar a su padre que viene de trabajar del otro lado. Él, tuvo la suerte de conseguir un trabajo, se dice a sí mismo, no como otros que se pusieron un kiosko con la indemnización que les dejó el cierre de la fábrica, o se compraron un cero kilómetro y ahora lo usan de remis.

los pibes suicidas

Tartagal está inmóvil y muerta, y aunque los habitantes lo saben, sólo los más jóvenes lo dicen. Hay que irse al sur, le dicen el Culón y el Porteño, hay que rajar de acá.

El escritor nació en Salta y reside en Córdoba desde hace más de veinte años. Quizás por eso los personajes principales no parezcan salteños, sino que bien podría creerse que la novela transcurre en el conurbano bonaerense. Hay una búsqueda interesante de no querer ser “un escritor salteño” pero distrae un poco que algunos personajes secundarios usen costumbrismos, como sucede en la feria de Bolivia que los amigos visitan.

También la novela cae en ciertos lugares comunes que tienen las historias donde la cocaína es protagonista, libros como “La ley de la ferocidad” de Pablo Ramos, o “Musulmanes” de Mariano Dorr, pero pierde en la comparación. Cabe destacar, de todas maneras, que Martínez imprime agilidad a sus escenas y aunque sean por momentos predecibles, la dinámica que propone seduce, por ejemplo cuando el protagonista y el Culón se van a un telo con dos chicas.

Para cerrar, un detalle que vale la pena aclarar. La novela comienza con un pequeño relato, un par de hojas sueltas al principio del libro, que pueden llevar al lector a creer que se trata de un error de impresión. Está antes que la presentación de la editorial y la dedicatoria. El texto sirve como un avance cinematográfico que nos introduce de golpe en la trama de la historia, en la casa de estos amigos, con cajones de cerveza, un día cualquiera con la rutina de juntarse a no hacer nada, en una ciudad inmóvil, que no crece, que no trabaja, una quietud de la que no escaparán.///PACO