Cine


Oliver Stone y Edward Snowden


“Entiendo perfectamente las consecuencias de lo que estoy por hacer…”, le decía en un chat encriptado el ex-contratista de la N.S.A. y la C.I.A. Edward Snowden al periodista Glenn Greenwald, “…no tengo miedo de lo que pueda pasarme, tengo asumido que, tras esto, mi vida probablemente cambiará. Estoy conforme, sé que hago lo correcto. De todo esto solo me asusta una cosa: que la gente vea estos documentos y se encoja de hombros, como diciendo ya lo suponíamos y nos da igual, lo único que me preocupa es hacer todo esto por nada.” Hoy se estrena Snowden, dirigido por Oliver Stone y protagonizado por Joseph Gordon-Levitt, otra producción más que intenta recuperar una biografía reciente sobre un personaje polémico que, con su accionar, intentó afectar el status quo socio-cultural imperante a nivel mundial. Es evidente que, entre todos los curros que tiene Hollywood, entre todos los formatos que explota porque funcionan y dejan buenos dividendos o, como mínimo, despiertan interés en la prensa especializada y, en un clásico movimiento de derrame, el público, uno es el de los films biográficos, los cuales se han intensificado levemente en la última década pero históricamente han tenido siempre protagonismo en la cartelera de estrenos anuales de esta industria. Pero en este caso puntual sobran los motivos por los cuales este estreno debería despertarnos interés, y uno de ellos es el director, un tipo al que podes etiquetar como se te dé la gana, comunista, de centro izquierda, lo que sea, pero al que no le podes negar el compromiso asumido que tiene con su público para transformarse en una voz incómoda que relata el lado más agrio del American Way, siendo probablemente el punto más álgido de su carrera la serie de documentales estrenados bajo el nombre The Untold History of the United States (2012).

Sobran los motivos por los cuales este estreno debería despertarnos interés, y uno de ellos es el director, un tipo al que podes etiquetar como se te dé la gana, comunista, de centro izquierda, lo que sea, pero al que no le podes negar el compromiso.

Y es que los documentales son las nuevas series, es así. Nos hemos acostumbrado a consumir documentales casi de la mano de un auge de este formato producto de múltiples factores. El principal, creo yo, gira alrededor de los bajos costos de producción si los comparamos con largometrajes ficcionales, pero también hay una evidente demanda por parte de un público acostumbrado a consumir demasiada basura en YouTube, deseoso de conocer “verdades ocultas” reveladas por personas con criterio y animosidad para llevar adelante investigaciones sobre temas candentes, polémicos y controversiales. Sin embargo, el libro sigue siendo, a mi entender, el mejor formato para poder interiorizarte sobre una problemática compleja que no podría ser resumida en un ensayo de 30 o 40 páginas, mucho menos en una reseña on-line o en un documental de 100 minutos. Siendo así, mi vida cambió completamente con un libro perteneciente a este género, el de la investigación y la formulación de una hipótesis que funcione como denuncia, y creo que al día de hoy lo sigo citando como uno de los libros más importantes que he leído: L’Effroyable imposture, traducido como La terrible impostura: ningún avión se estrelló en el pentágono, del periodista y activista político francés Thierry Meyssan. Lejos estaba de ser un adolescente cuando leí ese libro, tenía entre 25 y 26 años, pero para mí fue la pérdida de la inocencia política. Este libro y este periodista me revelaron movimientos, estrategias e intereses políticos y económicos como casi ningún otro, y me pusieron en perspectiva de lo que significó para el mundo el atentado en New York del 11 de septiembre del 2001. Uno de los cambios que generó este atentado nos lleva directamente a Snowden, y es la formulación de la PATRIOT Act, un texto legal que fue aprobado por la mayoría de la cámara de representantes del país del norte y que permite un acceso irrestricto a los registros de comunicaciones de ciudadanos norteamericanos, restringiendo las libertades y garantías constitucionales de todo yanquie, en aras de poder combatir el terrorismo. Con la aplicación de esta ley se aprobó también una ampliación del presupuesto asignado para las agencias de seguridad norteamericanas, y con esa plata llegó la expansión de la infraestructura a niveles monstruosos, utilizando instalaciones inconmensurablemente enormes y un tipo de hardware tan potente que sólo creíamos posible en series como “24”.

Uno de los cambios que generó el 9/11 nos lleva directamente a Snowden, y es la formulación de la PATRIOT Act, un texto legal que fue aprobado por la mayoría de la cámara de representantes del país del norte.

Este tal Snowden, entonces, resulta que es un analista en sistemas de 29 años con fuertes convicciones acerca de la importancia de la privacidad de todo individuo, y por su entrenamiento y sus capacidades terminó trabajando como consultor externo tanto de la C.I.A. (Agencia Central de Inteligencia) como de la N.S.A. (Agencia de Seguridad Nacional), e incluso en un momento de su carrera fue transferido a unas instalaciones en Hawai para formar parte de un equipo que prácticamente fue moldeado para explotar sus pericias. Es ahí, en Hawai, donde Edward toma contacto con el PRISM, un gigantesco programa de vigilancia electrónica operado por la N.S.A. que permite acceder a absolutamente todos los datos retroactivos directamente de los servidores de un número de compañías relacionadas con internet, entre las cuales están Facebook, Google, Apple, Microsoft, Yahoo! y Dropbox. La potencia del programa es tal que puede trabajar con millones de datos cruzados por segundo en tiempo real, y para operarlo se utiliza un sistema de enclaves que permite hacer un seguimiento de absolutamente cualquier ciudadano sobre el planeta. Supuestamente ningún ciudadano puede ser investigado de esta manera sin una orden judicial provista por el Tribunal de Vigilancia de Inteligencia Extranjera de los Estados Unidos, conforme a lo que dicta la Ley de Vigilancia de la Inteligencia Extranjera, pero Snowden está ahí, en el ojo del huracán, y es testigo de que todo eso es una pantomima, una mascarada tan ridícula como inverosímil. El programa es utilizado de manera siniestra para múltiples objetivos, y quienes lo operan, desarrollan y actualizan son conscientes de esto, pero hay una cadena de mandos por encima de ellos que los posiciona en un callejón sin salida… al menos a aquellos que creen estar obrando de forma incorrecta.

Nadie puede ser investigado sin una orden judicial provista por el Tribunal de Vigilancia de Inteligencia Extranjera de los Estados Unidos, pero Snowden está ahí, en el ojo del huracán, y es testigo de que todo eso es una pantomima.

Es así como nuestro protagonista opta por sacrificar su carrera y poner en peligro su vida para hacerse con centenares de documentos que certifican esta y otras tantas irregularidades por parte de las agencias de seguridad, y elige dos portavoces para revelar esta información: Laura Poitras, una documentalista norteamericana que venía trabajando en las consecuencias de los atentados del 9/11 y había sido víctima reiteradas veces de abusos por parte de la N.S.A., y Glenn Greenwald, un abogado constitucionalista yanqui devenido en periodista de investigación, quien a través de su blog y de varios artículos para el prestigioso periódico The Guardian -trabajando para ellos como columnista freelance-, venía desarrollando distintas teorías alrededor de “la vigilancia y la separación de poderes”. Ed decide viajar a Hong Kong y reunirse con ellos en uno de los Hoteles más caros de la ciudad, bajo estrictas condiciones de seguridad digital, y para llevar adelante tal encuentro antes tuvo que capacitar, a la distancia, tanto a Laura como a Glenn, para que aprendan como encriptar sus correos y chats. Es ahí, en esa habitación de hotel en China, donde Oliver Stone decide comenzar su relato, para luego por intermedio de flashbacks ir interiorizando al espectador en los pormenores que terminaron llevando a Snowden a tomar tan radical decisión. Hay que entender que Snowden es el paradigma del paranoico en acción, pero a diferencia de la mayoría de las personalidades que responden a esta estructura, lejos de ser un individuo volátil, inestable e ingenuo es una persona racional, sofisticada y muy estructurada, obsesiva, sí, pero políticamente astuta. Lamentablemente Oliver Stone en su film casi que lo relativiza, lo banaliza y le quita capas, lo presenta como un Real American Hero 2.0 y con eso lo transforma en un cliché. No ayuda, además, que el foco del guión –coescrito por Kieran Fitzgerald e inspirado en los libros The Snowden Files de Luke Harding y Time of the Octopus de Anatoly Kucherena- esté puesto más en que el espectador intente comprender los motivos por los cuales Edward hace lo que hace que en relatar las implicaciones y consecuencias de la filtración de esos archivos, lo cual, por otro lado, es casi el leitmotiv del personaje.

Oliver Stone subestima a la audiencia, y falla en ser un comunicador certero sobre lo que Snowden logró con su épica travesía, y para argumentar este punto nada mejor que ir a las primeras palabras que Ed dice en el documental Citizenfour.

En definitiva, Oliver Stone subestima a la audiencia, y falla en ser un comunicador certero sobre lo que Snowden logró con su épica travesía, y para argumentar este punto nada mejor que ir a las primeras palabras que Ed dice en el documental Citizenfour (2014) que Poitras finalmente estrenó en el 2014, el cual terminó ganando un Oscar: “…siento que los medios de comunicación modernos se enfocan demasiado en las personalidades, y lo que me preocupa es que mientras más nos enfoquemos nosotros en explicar y definir quién soy, más van a usarlo como una distracción. Yo no soy la historia aquí…”. Tan pobre es el impacto que termina provocando el film en nosotros que incluso producciones recientes enfocadas en uno solo de los aspectos que Snowden denunció -como por ejemplo la británica Eye in the sky (2015), película que narra los dilemas legales, éticos y políticos que conlleva la utilización de drones para atacar objetivos terroristas en terreno extranjero, film muy recomendado por quien escribe estas líneas, el cual está protagonizado por Helen Mirren, Aaron Paul y Alan Rickman, este último en una de sus últimas apariciones antes de fallecer por un cáncer de páncreas- terminan siendo más relevantes y esenciales para el completo entendimiento de las implicancias del nefasto accionar de la N.S.A. Y no es que Stone y compañía no se hayan encargado de acercarnos datos básicos y esenciales acerca de la documentación revelada, el problema pasa por la forma en la que es contado el relato, y sobre todo donde se pone el foco. Cuando se pierde tiempo en los ataques de epilepsia de Ed o en los pormenores que tiene con su pareja también se pierde terreno en acentuar el grado de compromiso que hay por parte de todo un sistema de poder para sostener en el tiempo estas prácticas, e incluso amplificarlas. Hay todo un cambio de paradigmas en la Casa Blanca, mismo que se fue gestando y desarrollando en la última década y media, el cual está por encima del partido político de turno, como quedó claramente demostrado.

La documentación de Snowden demuestra un extenso y profundo compromiso con la recolección de todo tipo de materiales, dentro y fuera de U.S.A., con o sin cobertura judicial o legal: es el sueño de todo paranoico.

¿Cuál es la excusa más recurrente y berreta que utiliza no solo la N.S.A. sino también Obama mismo en persona y su administración para coartar cada una de las investigaciones que se ciernen sobre el alcance de los mecanismos de espionaje puestos en funcionamiento por estas agencias y –sobre todo- los objetivos elegidos? Pues, simple: un litigio sobre este tema a mediano o largo plazo podría revelar información “sensible” que potencialmente ocasionaría un daño irreparable a la seguridad nacional. Como incansables veces lo señala Snowden, la luz asusta a la N.S.A., pero son lo suficientemente hábiles como para correr el foco del debate y apelar directamente a la memoria emotiva del ciudadano promedio norteamericano, utilizando las miles de víctimas del terrorismo local. Por otro lado, en este cambio de paradigmas lo que llamamos libertad ahora se entiende como privacidad. ¿Cómo se espera que el ciudadano norteamericano se jacte de su “libertad de expresión” si no puede mantener un debate privado con otra persona en términos de desacuerdo para con el gobierno de turno sin que el mismo esté al tanto de dicha conversación? Una investigación que nos lleve a indagar en la vida de una persona necesariamente tiene que ser complicada, y tiene que ser llevada adelante por los canales legales adecuados, por lo invasiva y perturbadora que es. Cuando perdemos privacidad, perdemos libertad de acción, porque ya no nos sentimos libres para expresar lo que pensamos. Tan sencillo como eso. Finalmente, otro de los puntos que Snowden se cansa de señalar en el libro que posterior a este encuentro terminó publicando Greenwald (No Place to Hide: Edward Snowden, the NSA, and the U.S. Surveillance State, acá publicado bajo el título Snowden: sin un lugar donde esconderse), esta excusa de la N.S.A. para llevar adelante su mal llamada “máquina de vigilancia pasiva”, el terrorismo, es una mentira, la realidad es que la vigilancia es control, control para obtener una ventaja estratégica en el campo que se te ocurra, político, comercial, el que sea. Y desde ahí, el resto de los países que son víctimas de estos aparatos de espionaje deberían ponerse en alerta. La película que hoy se estrena indefectiblemente tendría que haber hecho foco también en esta línea de pensamiento dada la obscena infraestructura montada para llevar adelante esta ilegal adquisición de meta-data, pero aborda esta arista con apenas algunas tenues pinceladas que, puestas así sin el contexto correcto parecen delirios desestabilizadores. La documentación que presentó Snowden demuestra un extenso y profundo compromiso con la recolección de todo tipo de materiales, dentro y fuera de U.S.A., con o sin cobertura judicial o legal, engaños, sabotajes, violación de normas internas, abusos de confianza… es el sueño de todo paranoico, la confirmación de la existencia de una gigantesca conspiración por parte de distintas agencias encargadas de la seguridad de U.S.A. para convertirse en un centro universal de espionaje que, además, elude cualquier control que pueda limitar sus actividades, todo esto sin una verdadera justificación racional, o al menos no una que esté a la altura de tamaño abuso de la privacidad global. Esa es la terrible idea con la que deberíamos  abandonar las salas de cine tras la proyección de Snowden (2016), y es en eso en lo que fallaron Hollywood y Oliver Stone. Por suerte siempre quedarán los documentales… y los libros. Siempre los libros/////PACO