1. Leído desde Borges, César Aira sería un autor oceánico, abundante, expansivo. El periodismo usa la palabra «prolífico.» Borges sería el escritor de la miopía, de ver poco o nada, de escribir poco, de condensar y concentrar, de intervenir con pequeños movimientos, con pequeños puntos, todo lo cual lo llevaría finalmente de la ceguera. Y Aira sería un escritor anti-microscopio, más bien lo contrario: plano, liso, sin porosidades. Esto se transmite a sus personajes que recorren sus obras privados de psicología. Y mientras Borges hace de la entrevista un arte y un arte casi de masas, Aira niega ese espacio, lo retacea, lo concede poco. Borges es conferencista. Aira se propone ausente de los medios de comunicación.
2. Hay muchas lecturas políticas de Borges. ¿Hay lecturas políticas de César Aira? Si las hay, no las conozco. Si no trascendieron es porque resulta fácil, hasta simplista, hablar de un Aira liberal, un Aira anti-político, antipartidario, incluso un Aira antiperonista… Y sin embargo hay marcas en su obra que señalan cierta simpatía con lo nac and pop. Siempre desde ya en clave de sorna e ironía. ¿Podemos imaginar un Aira con los del grupo Sur? No creo. Tampoco con los de Punto de vista. Al mismo tiempo, leído desde Arlt, a Aira le falta esa seriedad amarga del resentido, esa visión oscura, esa participación de la discusión mediada por el asco. Pese a todo, Aira puede ser entendido también como un narrador costumbrista, un imaginador de izquierda leve, un socialista a la francesa. En la década del 80, Aira escribió novelas eruditas, de profunda ironía, en los 90s su literatura fue menemista y se ganó el título de «etapa televisiva.» Y existe, aunque haya que buscarlo bastante, un Aira kirchnerista. Ahora bien, la mejor clave política de Aira es el desprecio por lo político que solo puede darse después de la dictadura. En ese sentido, su obra es una larga reacción, por momentos brillante, por momentos sosa, al terrorismo de Estado.
3. Intentar reflejar a los escritores contemporáneos en Borges es un gesto previsible, que puede ser productivo o no según el caso. Rara vez entrá Bioy Casares en esas comparaciones. En el caso de César Aira, sin embargo, Bioy parece bastante más productivo. Habría que saltear antes los prejuicios que señalan a Bioy, un escritor cuya obra es, por momentos, tanto o más luminosa y sensual que la de Borges. Leído desde Aira, Borges parece algo pacato, incluso fóbico, magro, anacrónico, polvoriento, hasta mezquino. Leído desde Bioy, Aira devuelve cierto aire de seducción, cierto humor amable, irónico, húmedo, resignado y a la vez expansivo. Los últimos libros de Bioy en vida, por ejemplo, la novela de «Un mundo a otro» y los cuentos de «Una magia modesta», parecen, de hecho, obras de Aira, tanto en estilo como en temas y tramas. Podemos imaginar a Bioy pidiendo algo de lo que se escribe en ese momento, promediando la década del 90, y a alguien acercándole un libro de Aira. «¿Esto es lo que se escribe hoy? Pero esto yo lo saco enseguida…» diría Bioy en esa escena. Sin embargo, es al revés. Es Bioy el que influencia a Aira, y ambos viajan, en un momento juntos, hacia esa forma de narrar que no se demora, que es al mismo tiempo veloz y consistente. La relación podría alcanzar de forma productiva, entiendo, otras zonas de ambos escritores.
4 Una sospecha: Aira, libro tras libro, comenzó a odiar a sus lectores. Hay algo de eso, algunas pistas, en «Cómo me reí.» Fue un aprendizaje lento, un descubrimiento. ¿Cómo habrán sido los primeros comentarios? Aira publica «Ema, la cautiva.» Es un joven novelista que ofrece un libro complejo, bello e intenso desde la colección de los nuevos de Editorial Belgrano. Corre 1981. La dictadura sigue funcionando. ¿Qué le dicen al joven Aira sus primeros lectores? ¿Entendieron las alusiones, secretas a medias, del libro? ¿Supieron leer su virtuosismo, su destreza, su humor, su acidez? Las referencias son muchas, algunas, evidentes. Flaubert, la gauchesca retocada, la crítica a la conquista del desierto, el uso mordaz del indigenismo, una crítica dura contra la representación… Pero no hay garantías de nada. Poco después, cansado ya de no ser entendido del todo, insatisfecho, comienza a imponérsele un sentimiento recurrente. Padece a los lectores que se cruza en su camino. Muchas veces con justicia porque Aira es un escritor exigente y porque los lectores nunca son uniformes. De hecho, nadie lo lee como él quiere ser leído. Nadie lee como él, que es un lector eficiente, sutil, también exigente. Y como escritor Aira está en su etapa erudita. Sus trucos de juventud son magistrales. De golpe siente propias las palabras de Groucho: «Nunca sería socio de un club que me aceptara como socio.» ¿Cómo asociarse con esos lectores? Incapaz de imaginarse lectores a la altura de su creatividad, Aira decide contraatacar. La idea de vanguardia que se rebela contra el consumo lo asiste. ¿O acaso Duchamp no ejercía esa criba al máximo? Su narraciones comienzan a minarse de castigos: romper el verosímil, romper el pacto de lectura, volverse frívolo, volverse idiota, arruinar los finales… En ese desprecio, Aira encuentra un estilo. Sus libros se transforman en juguetes que hay que romper. Un día de la década del 90 va al Parque Rivadavia y un librero que lo conoce desde siempre le reclama su maltrato. Aira le dice que lo deje tranquilo con sus «basuritas» en referencia a sus libros. Sin saberlos está anticipando la lectura y el uso que, en el siglo XXI, hacemos de las redes sociales////PACO