Entrevista


Natalia Gauna: «¿El trabajo ideal? No existe»

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La editorial Milena Caserola acaba de publicar Workaholic, o la rebelión de los mediocres, la primera novela de Natalia Gauna. Entre la antropología de la vida laboral porteña y la picaresca sexual, Gauna ofrece un costumbrismo lúcido y ácido sin posibilidades de final feliz y lo hace con una prosa rítmica y sensual. Sus personajes están siempre al borde del descalabro pero aguantan y festejan sus pequeñas victorias tanto como sus resignadas derrotas. Workaholic, o la rebelión de los mediocres empieza así: «Trabajo como administrativa de 9 a 6. Liquido sueldos de médicos, redacto comunicados internos, controlo el ausentismo. A veces preparo café y a veces, también, controlo la facturación de las prestaciones médicas. De vez en cuando atiendo llamados, contesto mails y alguna que otra vez resuelvo reclamos por liquidaciones fallidas. A veces trabajo mucho, y otras tantas dedico horas a escribir o simplemente a no hacer nada. Dicen que el trabajo dignifica pero a mí me degrada.» Natalia Gauna (Ciudad de Sambayón, 1985) se dedica al periodismo, al teatro y a la comunicación institucional. 

¿Qué fue lo más difícil de escribir en Workaholic?

Es difícil pensar en algo difícil cuando se trata de un proceso que para mí fue sumamente reconfortante. Sobre todo teniendo en cuenta que no sólo es mi primera novela publicada sino también escrita. Algo que parece menor pero no lo es. Muchas veces los escritores descartan mucho y, sumado a lo mucho que descartan los editores, la publicación se hace más difícil. No fue mi caso. Pero, quizás lo más complejo en el proceso de escritura fue poner el punto final, terminarla. Confiar en que esa era la historia, sin intentar agregar algo más que lejos de enriquecerla terminara por estropearla. Es como cuando uno cocina, sobre todos los que no lo hacemos bien, que vamos agregando un poquito más de condimento para que dar más sabor y terminamos por cagarla. El punto final fue lo más difícil –tanto como me cuesta poner el punto en esta respuesta-.

¿Qué fue lo más fácil?

Sentarme y escribir fue fácil. No necesité de un esquema, horarios ni cronogramas para hacerlo. No armé una rutina entorno a escribir –algo que muchos necesitan-. Yo no lo necesite y no porque sea una dotada sino porque, justamente, la necesidad era escribir. No podía no hacerlo: el cuerpo y la mente me exigían poner en palabras todo eso que imaginaba cuando trabajaba, dormía o tomaba el subte y, también, mucho de lo que vivía a diario.

¿Cuál sería el trabajo ideal para la protagonista de la novela?

No trabajar sería ideal aunque también imposible. Esto de algún modo está en la novela. Siempre en una relación laboral –sea cual sea la forma que tome- hay una falta y la angustia que eso supone. Si somos freelance malgastamos nuestro tiempo y ganamos poco dinero. Si somos trabajadores en relación de dependencia odiamos la opresión y a nuestros jefes. Entonces ¿el trabajo ideal? No existe. Y eso que ahora trabajo de lo que elegí y me gusta…

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¿Qué es lo peor que te puede pasar cuando trabajás en una oficina?

Sin duda la estupidez y la mediocridad con la que uno lidia a diario. La estupidez casi siempre es de los jefes y la mediocridad es de los compañeros –aunque también pueden ser estúpidos-. La oficina nos encierra, nos igual, nos borra las particularidades y eso que nos potenciaría o destacaría. Cuando trabajas en una oficina, sobre todo en el mundo administrativo, nadie es más que nadie. Somos todos mediocres. De ahí, deviene un poco el subtitulo de la novela “La rebelión de los mediocres”.

Al principio de la novela, la narradora dice que a veces usa el tiempo libre para escribir. Se entiende que está escribiendo lo que leemos. Pero me quedan dudas. ¿Qué podría escribir si no? ¿Y qué podría leer ella?

Creo que la narradora podría escribir casi cualquier cosa. Al menos, es lo que piensa. Ella supone ser superior a todos en casi todo y eso podría implicar escribir sobre casi todo. Quizás, escriba ensayo o algún que otro cuento. Y en sus lecturas, vaya a saber porqué, sus autores predilectos podrían ser Alejandra Pizarnik y algunos de la Generación Perdida como Hemingway o Faulkner. Sin duda, odia a Madame Bovary.

¿Qué estás escribiendo ahora?

Terminando –poniendo el punto final- a algunos cuentos que formarán parte de un nuevo proyecto editorial de Las Claudias, un colectivo literario con el que vengo trabajando desde hace un tiempo y con mucho entusiasmo. Además, comenzando a escribir lo que espero sea una segunda novela. Quizás esto es un poco ambicioso. Todavía falta mucho para que tenga forma. Esta vez no me atrapa el mundo del trabajo sino el de la salud. La sala de espera es el ámbito que más odio, que me hace sentir más cerca de la muerte aunque sea que esté esperando ver a un médico para que recete un jarabe para la tos. Soy fatalista, bastante hipocondríaca y temerosa. Algo de eso tengo que escribir.////PACO