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En Introducción a la metafísica, Heidegger dice: “El hecho de que el desarrollo de la gramática occidental surgiera de la reflexión griega sobre el lenguaje griego le dio a este proceso todo su significado. En efecto: esta lengua es (en relación a las posibilidades del pensamiento), junto a la alemana, la más poderosa y al mismo tiempo la más espiritual.”

La cita, trillada y repetida, ya forma parte de los equívocos de la filosofía del siglo XX. No está en mí desentrañar su verdad o su fracaso. Sin embargo, especular sobre sus matices y reflejos quizás no resulte tan residual (siempre  recordando que escribo y pienso en el castellano del Río de la Plata, la lengua de castilla trasplantada a los confines de América, sacudida por incontables dramas y sainetes.)

En el principio, entonces, es el griego sobre el griego. “La reflexión griega sobre el lenguaje griego” como fundación de una hermenéutica conocida de Occidente. Luego el alemán, un alemán fuerte, hijo de la tardía unificación de los junkers, pasado por Bismarck y siempre entusiasmado por la fuerza. A esas lenguas Heidegger le otorga poder y espiritualidad “en relación a la posibilidades del pensamiento.” Pero ¿en qué son las más poderosas y las más espirituales? Lo que importa: la condición no es privativa. Al parecer, filosofar en otros idiomas se podría, aunque resultaría más arduo. El griego y el alemán tendrían ventaja, proporcionarían, digamos, cierta comodidad inicial, un handicap para pensar.

Así, el latín, que pertenece al grupo de las lenguas con declinaciones como el griego y el alemán, se hace notar como el conspicuo marginado de la frase de Heidegger. Y con el latín, se excluye al mundo latino y una rama frondosa del árbol de las lenguas indoeuropeas. ¿No se puede filosofar en latín? Entonces ¿qué es lo que sí se puede hacer en latín? O mejor aun, ¿qué es lo que hacen esos que no hacen filosofía? Las preguntas son muchas y están en el centro de ese repertorio de aciertos y fallas que llamamos identidad nacional.

Aunque la voz de Cristo haya sido registrada y transmitida en griego coiné, los Padres de la Iglesia latinos son casi tantos como los griegos y escribieron, no sin algo de ironía, en la lengua del Imperio Romano para transmitir y analizar la voz de la Verdad. El sincretismo entre el cristianismo primitivo y el Imperio Romano, que va a dar el Catolicismo Apostólico Romano, debería ser más enseñado. Todavía tenemos mucho para aprender de esa amalgama de lengua, tradición y poder, ese traslado de un lado al otro del filo de la espada imperial. Pero prefiero aquí continuar con disciplinas, lenguas y géneros.

Aunque a Virgilio lo hayan guiado los textos homéricos, la lírica también encuentra en las vocales abiertas del latín un desarrollo fundante. Pero ni la teología ni la lírica se oponen a la filosofía. Heidegger mismo visitaba esas bibliotecas buscando inspiración.

¿Entonces? Mi hipótesis, necesariamente desajustada: lo que hacen las lenguas a las cuales les cuesta filosofar es dejarse tentar por la picaresca. O la sátira, o la procacidad. Todas formas de agresión, más o menos arbitrarias y festivas. Dicho de manera menos remilgada: si no me dejan hablar en el ágora, voy a reírme de ustedes. Aunque todos hablen en el Ágora, y acción y reacción no sea tan consecutiva.

Dicho esto, si el Lenguaje es la Casa del Ser, ¿quiénes son los que no usan esa gramática tan maleable, ese vocabulario privado, protegido de los ladrones y la intemperie? También podríamos preguntarnos si existe una moral de la filosofía. La primera acepción que da la RAE sobre “moral”, en tanto adjetivo, dice: “Perteneciente o relativo a las acciones de las personas, desde el punto de vista de su obrar en relación con el bien o el mal y en función de su vida individual y, sobre todo, colectiva.” Pero la definición del diccionario de Google me gusta más: “Conjunto de costumbres y normas que se consideran buenas para dirigir o juzgar el comportamiento de las personas en una comunidad.” La palabra clave de la definición, y también la más contemporánea, es “juzgar.”

El fuego alumbra y cobija, las paredes, sólidas, aislan del ruido y las agresiones humanas o naturales. Son los hombres y las mujeres del exterior, entonces, los que no hablan esa lengua espiritual de la filosofía que quería Heidegger. Duermen en la calle, se bañan en las fuentes, reciben el sol cuando es impiadoso y sereno y la noche cuando es fresca y amenazante. Y la forma de literatura que producen y reproducen es la picaresca. La anécdota de la estafa, la aventura del robo y el cuento del tío se narran al aire libre, en las tabernas y los mercados. En esos lugares, el cuerpo se ve accesible, tentador; la ley se desdibuja; la mujer enamorada se usa para el placer y el desquite. Al idealismo se le opone el vértigo. En su ingenuidad, el rico es escarmentado. Y los verbos se conjugan en presente, porque el pasado ya no existe y el futuro no importa.

Pese a ser destruido y ocultado, el corpus de textos latinos que llegaron a nuestros días en ese estilo es enorme y variado. Los graffitis pompeyanos, el Satiricón de Petronio, los epigramas de Marco Valerio Marcial, los poemas de Catulo, son solo una muestra de lo que fue, lo intuimos con precisión, una efervescente actividad literaria que bailaba alrededor de lo físico antes que lo metafísico.

La picaresca, entonces, es el momento de la risa, alegre o sardónica. ¿Puede ser instrumentalizada? Desde ya, hay picarescas siniestras. Las películas de Olmedo y Porcel hechas durante la última dictadura proponen material de sobra. Pero también William Burroughs habló de picaresca cuando lo enjuiciaron por Naked Lunch.

Desde luego, los enemigos de este género son los poderosos que reciben su escarnio. Los especuladores, los dueños del dinero, los funcionarios, los que quieren fingir respetabilidad, los profesores, los catedráticos y los sacerdotes que no desean verse cuestionados o ridiculizados. La picaresca, por eso, es efímera. Hay que decir y correr. Escribir la pared y huir. La expresión dura lo que dura una canción de amor, o de humillación, o de sexo. A veces, como en el punk, incluso menos.

Ahora bien, la picaresca nunca es gratis. Mordaz con el otro, irritante en su propia constitución, también afecta al pícaro, que corre riesgos, que puede ser mordido por la respuesta del poder, o de otro pícaro. El Lazarillo roba vino acostándose abajo de la vasija pinchada y el ciego, al descubrirlo, le rompen los dientes con un golpe de esa misma vasija. A zorro, zorro y medio. Esos dientes rotos son la risa de la picaresca sobre su propia existencia.

Las utopías que proponen las diferentes formas que toma la moral de cada época son rápidamente detectadas por la picaresca. Donde esté lo humano estarán ambas, de una u otra manera, vestidas o desnudas, alzadas o dormidas.  

Se puede ir incluso un poco más allá. Si no todo pensar es filosófico, en algún punto, toda narración es picaresca. Incluso en La Ilíada o en los Evangelios encontramos rasgos de humor ventajista, personajes ridículos y grotescos. Y eso se da porque hay un diálogo, quizás incluso una dialéctica, entre épica y picaresca, entre filosofía y risa.  Nietzsche fue uno de los tantos que percibió la potencialidad de esa fuga y el calor violento que despertaba.

La Argentina no puede prescindir de la picaresca porque dejaría de ser la Argentina para ser otra cosa. La picaresca, como hermana negativa y jocosa de la filosofía, resulta, así, no solo indestructible y perenne sino fundadora, al menos en nuestro país, de una subjetividad.  

La picaresca siempre se ve amenazada por los administradores de la consciencia, que muchas veces hacen de mayordomos policiales de los banqueros y los funcionarios. Los poderes de turno miran este tráfico con desconfianza y, siempre que pueden, intentan suprimirlo. Nada de humor negro, nada de ofender a nadie, nada de risa a costa del otro. A menos que deseen quedar presos de los límites del poder, enganchados en la cuadrícula muchas veces importada del pensamiento esterilizado, a menos que se sientan cómodos en la inercia y la pereza, los escritores y amanuenses literarios deberán reconocer las mordazas y las censuras que cada época fabrica para que ellos no rían y no se expresen. Ese es uno de los desafíos centrales también de nuestros días.////PACO