1. La primera novela de César Aira se titula Moreira y fue publicada en 1975. La segunda, Ema, la cautiva, es de 1981. Hubo un tiempo en que Moreira estuvo perdida. Jamás citada o reeditada, negada por el autor que consideró a Ema su primera obra, Moreira fue descubierta de forma tardía. ¿Dos gauchescas pop? Nunca solo eso. El comienzo de Ema fue interpretado como una denuncia al terrorismo de Estado –después de cien años de la conquista del desierto, la historia de violencia se repetía– pero también puede, sin mucha incomodidad, tomarse como un elogio a la fuerza militar roquista. La luz argentina, novela de 1983, puede ser tanto una crítica al alfosinismo naciente como un momento de estrafalaria esperanza. Mi hipótesis es que Aira no quería quedar fijado por Moreira, ese debut, a los años setentas y a la última dictadura. Aunque Moreira es del 75, y Ema del 81, como lector entrenado, el novelista entendía que los comienzos dejan su marca y que la dictadura politizaba, para un lado o para el otro. Y él no quería ser percibido merodeando, masticando los bordes de todas esas idas y vueltas. Prefería que Ema inaugurara la estética democrática antes de que Moreira anticipara el Proceso de Reorganización Nacional. Él iba a escribir contra eso. Primero, contra el lector castrense, conservador. Después, contra la fácil resistencia progresista. En la década del 80, pero también un poco antes, esa necesidad vital de no ser sujetado por el poder de turno –o por poder alguno– produjo todo tipo de exabruptos creativos. Generó el punk, desarrolló el heavy metal, impulsó la hybris de revistas como Babel y Cerdos y Peces. Foucault empezaba a circular. El arte sería repulsivo, jamás cómplice. Sobre todo, había que escurrirse, fluir, escupir, esconderse, enviciarse, esquivar esos trajes de estupidez o de muerte.

2. Las novelas que César Aira escribió y publicó durante la década del 80 habrían alcanzado, por su excepcional calidad, para hacerle un lugar en la historia de la literatura argentina. Pero los ochentas duraron muy poco, del 83 al 89 en las fechas, o quizás al 91, pero muchísimo menos por su profundo calado mítico y su vértigo arrebatado. Cuando Aira empezó a verse a sí mismo como un autor, ya había llegado el menemismo. Enseguida la cocaína dejó las bambalinas de la marginalidad artística para instalarse como una droga mainstream. La OMS reconoció al HIV como una enfermedad. Un dólar empezó a valer un peso. Aira encontró en esa realidad y en su bienestar convertible la confirmación de su apuesta a un procedimiento. De la parte política se lo leyó, quizás alguna vez, como un impulsivo crítico a la frivolidad. Pero la parodia no era tan nítida. Aira se acopló al menemismo. Y empezó a ser consumido como una vanguardia amable, que no recordaba antiguas –en realidad, recientes– batallas perdidas por lo que algunos todavía llamaban campo nacional y popular. Además, acompañado por el estructuralismo francés, era fácil y divertido de enseñar. Se forjaba una manera de escribir y de leer, la literatura delirante.

3. Con el siglo XXI, Aira escribió mejor, sin tanto apuro. Se hizo adulto en sus libros. Tuvo poca o nula relación con el kichnerismo. Algún saludo. Alguna alusión. Se desentendió de su propio mito de autor. Dio entrevistas que antes se había autoprohibido. Consiguió el éxito comercial vía una agente famosa en Nueva York, Patty Smith, traducciones y la mar en coche. Los que eran sus aliados y sus amigos se convirtieron en sus imitadores. Consiguió viajes y premios. La Biblioteca Nacional celebró sus cien novelas. Todo lo que antes había criticado y denigrado ahora lo reclamaba y él, sobrio, se dejó llevar. El grueso de su obra ya estaba conformado. Los lectores cada vez llegaban con más puntualidad. Los jóvenes y los muy jóvenes lo elegían. Ahora se podía dedicar, como tantos narradores probos, a reescribirse, descansar, a reversionarse y copiarse a sí mismo. 

4. Sin embargo, a fines de este año bendito de 2023, un mediático que decía ser economista y que parecía sacado de una de sus historias, formó un partido y empezó a crecer como referente de los disconformes, que eran muchos. El personaje plano, excéntrico, despeinado que de forma barroca desafiaba la realidad y se movía apareciendo y desapareciendo de escena solo para decir sus líneas –todas tan parecidas como eficientes– inauguró una sensibilidad y una estética que gustaron. Hablaba gritando en la radio. Desafiaba desde Tik Tok (un invento de nombre aireano). Él se indignaba mientras irritaba. Y así trajinó, con entusiasmo, nuevas y viejas denuncias. Inventó más de un concepto. Todos ridículos, por supuesto. Pero populares. En algún punto, ese personaje que declara discutir de economía con perros muertos, tenía una evidente relación incestuosa con su hermana tarotista, compró a una imitadora para que lo acompañara en su vida social y decía, en los programas de la noche, que eyaculaba una sola vez cada tres meses, se rebeló y dejó ser personaje para volverse lector y luego autor. Al producir su propia obra, al modificar la realidad e incidir en los medios, desafió a su lejano creador, a su desconocida inspiración, a su anticipador y distopista.

5. Javier Milei muy pronto será presidente de nuestro país y eso va a modificar nuestra realidad. Algunos de estos cambios serán irreversibles y dañinos, y marcarán la vida de millones de argentinos. Es lo que él prometió en su campaña. Más allá de eso, una de las modificaciones más sutiles y secretas ¿será jubilar la obra de Aira? ¿O ahora empezaremos a leerlo como –ay, resignación– un autor realista? Mucho peor que las irredentas aporías que siempre se le pueden señalar a las vanguardias es la consumación última de esos intempestivos proyectos. La cooptación de la imaginación de Aira por parte de Milei es total. Milei es el genio loco de uno de los cuentos de La corneta de mimbre, es el Pirinola de Parménides, es el indio desencajado que luego del malón telúrico pide una patynesa. Versión escatológica y furiosa de Niebla de Unamuno, el personaje se rebela y enfrenta a su autor para reclamarle independencia, para que termine con ese simulacro del horror y la duplicación. Pero esta vez no habrá drama privado, sino megalomanía. La confirmación del talento de Cesar Aira se refleja en ese triunfo electoral aplastante. De ahora en más, y por al menos unos años, o quizás sean apenas meses, alcanzará con leer los diarios, prender la televisión o entrar en alguna red social para ver el triunfo del exabrupto. Un grupo de eruditos fieles seguirán estudiando, reunidos en cuantioso fandom, las predicciones del maestro. Pero lo que alguna vez fue disolvente, audaz, arbitrario, y se alejaba de toda forma de control e instrumentalización, acaba de llegar a la Casa Rosada y planea, como buen villano de novela delirante, simplemente, destruirlo todo////////PACO