El riesgo del hiperrealismo en las ficciones, cuando un texto amarra demasiado sus posibilidades de sensibilidad lectora a los íconos de su propio tiempo, es la pronta caducidad histórica. Sortear o no esta dificultad se resolverá, en definitiva, con el tiempo. Sin embargo, en el interior de ciertos textos que avanzan con los procedimientos del realismo –que vuelve a ser, decimonónico, el género politizado de uso regular entre muchos nuevos escritores- se agazapa la gramática de un conflicto humano y desde lo particular de sus anécdotas desnudan la densidad y el vértigo histórico. Una flor que allá no existe es la primera novela de Tomás Schuliaquer (Buenos Aires, 1990) y asume los riesgos necesarios para zambullirse en un período dramático de la Argentina, que necesita una literatura atrevida.
¿Qué nos dice del crimen de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell la intimidad del conversatorio bobo de un grupo de jóvenes, a los veintipico, que no paran, literalmente, de decir ganzadas en algún lado aprendidas? ¿Cabe la publicación de un libro “machirulo”, que deja de lado cualquier pedagogía verde y responsabilidad afectiva? La Flor de Schuliaquer -frágil, sincera, urbana, una fisura en el cemento- elige crecer en el peor de los canteros, el de la indiferencia. Una novela que parece no interesarse por nada y que, sin embargo, está hablando de todo. La tragedia –en la Flor y en la vida- acecha en los lugares que no se llegan a ver, ahí donde no se apoyó todavía la luz de la conciencia y donde crecen, yuyos más que flores, violencias enigmáticas.
El texto está prácticamente compuesto de conversaciones que tiene Pedro -por Whstasapp, Instagram, Facebook, o tomando alguna cerveza-. Sin embargo nunca se escucha otra voz. No hay, en las 171 páginas, una sola comilla: el coro de personajes no está invitado a tomar la palabra, patrimonio exclusivo del narrador. La realidad, eso que pasa, al final sólo puede condensarse ahí, en la leve conciencia de Pedro, que no conoce o no les da bola, a los mandatos éticos de su tiempo. Busca la felicidad, una instantánea, torpe y superficial que allá, en su cabeza, que podría ser la cabeza de tantos, sumidos en sus privilegios, con el mundo derrumbándose a su alrededor, existe.
Las charlas son fundamentalmente con pibas y sus amigos –es ésta una gran novela de amistad. La familia se reserva algunos pocos momentos de ternura, en su versión más explícita, porque la ternura es un efecto indeseado sobre este Pedro indiferente. Él no se enamora, pero quiere cuando siente lástima o pena por el otro (o más bien: la otra). Una flor es, decimos para molestar, una novela de aprendizaje más que individual, individualista, porque Pedro casi nunca está solo: hay algo ahí, en la soledad que no se banca y que tiene un ritmo de maduración diferenciado al de la conciencia de Pedro, expuesta en el lenguaje del hoy, que avanza más lenta y torpe. Sin rumbo, diríamos con Cambaceres. Pero Schuliaquer es menos trágico.
Una flor que allá no existe arremanga y deja ver el revés de la trama de las prendas morales de nuestro tiempo. Es, por lo tanto, una novela desafiante,. Simple y enigmática, una flor. El lector, la lectora, acaso, se agachará sobre ella para oler su aroma agrio y envolvente.
En su composición ideológica, la novela aún siendo hiperactual va contra los mandatos de su tiempo. ¿Qué nos dice Pedro de los modos de relacionarse de eso que, vagamente, se llaman masculinidades?
La verdad que no pensé mucho en eso mientras escribía. Tenía claro cómo quería que fuera Pedro pero todo lo demás no, el modo de avanzar en la trama fue poner a ese personaje en situaciones cotidianas. Esa deriva de Pedro y de sus relaciones, me parece que expresa una forma de la masculinidad que es evidentemente hegemónica. Las masculinidades atraviesan la conducta de Pedro pero me da la sensación de que también hay otros factores que influyen, como el consumismo, por ejemplo: así como para él las mujeres parecieran ser objetos de consumo, lo mismo sucede con los alfajores helado o la cocaína.
Me gusta pensar a Pedro como un personaje de clase media alta porteña, y que su forma de ser varón es un aspecto más que, en este contexto histórico de revolución de los feminismos, para algunos lectores deviene un tema central. Quizás uno de los conflictos de la novela esté ahí y me parece bien que se note porque me interesa indagar en el tema, sin querer ser provocativo. En ese sentido, no siento que Una flor vaya contra los mandatos de su tiempo, más bien me parece que está atravesada por esos mismos mandatos aún sin proponérselo.
Tu primera novela, siguiendo una concurrida tradición, es una novela de amistad. ¿Qué valores encontraste narrando amistades?
Siempre me llamaron la atención los personajes solitarios y sin amigos. Hay una tradición literaria de las amistades pero, en las cosas que leí, tengo más presente una tradición de personajes solitarios con problemáticas familiares y pocas amistades, que no suelen encajar en la sociedad. A mi me resulta más interesante otro tipo de personaje, porque pienso que mi generación está marcada por la dificultad para estar solos. En la novela Pedro casi nunca está solo, y ahí las redes y la tecnología me parece que juegan un rol central; a Pedro las redes le sirven para coger pero también para tener amigos, para no dejar de hablar nunca con nadie aunque esté en otro continente. Y tiendo a pensar que es un poco una marca de nuestra generación. Se me ocurre un ejemplo personal: una amiga se fue dos semanas a Canadá a visitar a una de sus mejores amigas (así lo dijo ella); la conoció por las redes hace diez años y esta fue la primera vez que se vieron en persona. Un pibe como Pedro, que parece encajar perfecto en la sociedad, lo más lógico es que tenga muchos amigos y compañeros más o menos cercanos. Me da la sensación de que si Pedro considera a las mujeres como un objeto de consumo, eso no le pasa con los amigos. Ahí hay un cariño y un afecto que no se ponen en duda. Todo eso más allá de que las dinámicas, chistes y complicidades del grupo de amigos varones pueden ser cuestionables y de hecho son ellos mismos quienes terminan siendo víctimas de su propia dinámica. Igual supongo que para Pedro, así como la causa principal de su angustia, la amistad es lo que puede salvarlo, la esperanza de estar bien.
En la contratapa, Bruzzone te ubica en una línea que traza desde Puig. ¿Te reconocés en ella? ¿Cuál es el jardín que preferís para que crezca tu Flor?
Bruzzone es mi maestro y amigo, lo conozco bastante, le agradezco mucho que haya dicho eso, y hasta por momentos me gusta pensar que quizás lo piense de verdad, pero sé que es una exageración, un gesto de enorme cariño. Obvio que me encanta Puig porque es uno de los autores más originales y potentes que tenemos, pero creo que lo único que puede acercar Una flor a su escritura es que los personajes en algunas ocasiones narran películas y me gustaría poder copiarle la forma de construir la oralidad y las voces.
Por otra parte, si tuviera que elegir referentes literarios que quisiera que influyan directamente en mi forma de escribir, diría tres. Martín Rejtman, por sus relatos en los que pareciera no pasar nada pero que en lo no dicho pasa todo; Félix Bruzzone, por los relatos en primera persona y el uso preciso de los recursos narrativos para construir los silencios y las identidades; y Romina Paula, que tiene un estilo muy cercano a la oralidad, describe escenas muy bien construidas casi teatrales y reflexiona sobre la amistad. Los tres, además, escriben con mucho humor, que es una de las cosas que más me atrae de la literatura.
En la presentación del libro, señalaste que Una flor era la “primera novela del albertismo”. ¿Qué potencias, pero también qué riesgos, encontrás en esa condición?
La presentación fue el 13 de diciembre, tres días después de la asunción de Alberto, pero se editó durante el macrismo. Haber publicado en papel en tiempos tan difíciles para las editoriales fue casi un milagro que costó mucho laburo. Por eso agradezco principalmente a Luciano Guiñazú, el editor de Caterva, que confió en la novela. Lo de ser la primera novela del albertismo es un chiste que alguien me dijo y me causó gracia, la verdad que no sé si para la novela tiene alguna potencia ni tampoco riesgos. Pero más allá de la novela, pienso que cierta aura de la potencia de la victoria de Alberto fue muy clara el día de la presentación. Fue un día muy feliz, se respiraba algo distinto: ser la primera novela del albertismo, aunque claramente debe haber alguna anterior, es una alegría colectiva; haber sido la primera novela del segundo mandato del macrismo hubiera sido una alegría bastante más individual////PACO
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