Por Nicolás Mavrakis
I
¿Qué define a una poética del zombie? De todos los géneros modernos, el zombie es el más político: el que remite inevitablemente a las formas en que lo social diluye y reconstruye sus sentidos, sus estructuras, sus instituciones. Es la lectura más epidérmica. Resta la cuestión del milenarismo, por supuesto: pero el milenio ya comenzó y la literatura zombie se sigue multiplicando. Los zombies sirven para hablar de política y tecnología. En ese sentido, son sujetos estelares de un discurso político contemporáneo. Carlos Godoy lo sugiere en el prólogo de Vienen bajando, la primera antología de cuentos sobre zombies hecha en Argentina (como los mismos muertos vivientes, el género se multiplicó en los últimos meses entre autores y seleccionadores de cuentos que a veces confunden cuento sobre zombies con cuentos zombies).
Un autor como Max Brooks funciona como barrera de contención: hay algo de zombie en el que repite lo que hizo otro, y también algo de zombie en el que considera —probablemente el zombie nunca sepa que es zombie: el lóbulo frontal del cerebro se corroe— que esa copia demarca una estética específica. Que la estructura narrativa del cine zombie no escape de esa regla (George Romero es apenas la excepción que confirma la regla) hace más significativa la existencia de Zombie, guía de supervivencia (Urano-Berenice, 2013) y Guerra Mundial Z (junto a Limónov [i] uno de los mejores libros extranjeros editados este año en Argentina). Después de Brooks, en simultáneo con Brooks y con su comprensión de la dimensión política del género zombie, ¿quién con la sensatez necesaria no va a pensarlo unas cuántas veces antes de sumar su propia pieza a la larga serie de la narrativa zombie? Es una suerte que Max Brooks se lo haya tomado en serio; es una suerte que alguien haya construido la barrera de contención contra los zombies que escriben sobre zombies.
II
Como Guerra Mundial Z, la Guía de supervivencia tampoco tiene una trama: básicamente porque no la necesita. Como el virus Solanum, que propaga la infección zombie a pesar de cualquier proceso de investigación pasado y presente en marcha, Brooks construye con palabras algo que no es realismo, ni naturalismo, ni ciencia ficción: Brooks elabora algo más simple y extraño: verosimilitud.
Verosimilitud en un sentido textual: la pulsión documentalista, la idea ligeramente kafkiana de que, incluso a través de una montaña de archivos, memos y circulares que a primera vista no representan más que el esqueleto más superficial de la burocracia, se oculta una verdad terrible. Guía de supervivencia es tan real y tan concreta en su género de guía de supervivencia como los bestiarios durante la Edad Media. Zombi, guía de supervivencia son 306 páginas de instrucciones civiles y militares para sobrevivir en un escenario zombie: tácticas de combate, de defensa, de exploración e incluso recomendaciones sobre qué armamento, qué estrategias y qué espacios habitables aseguran el mejor desenlace para quien se enfrente una situación que Brooks, hacia el final, se ocupa también de documentar históricamente.
La verosimilitud es un asunto de casuística. «Ten a mano tus tapones para los oídos y úsalos a menudo. El gemido constante y colectivo de los no muertos, un sonido que persistirá a todas horas mientras el asedio continúe, puede ser una forma fatal de muerte psicológica. Personas que tenían sus casas bien protegidas y abastecidas han matado a otra persona o se han vuelto locos por la persistencia del simple gemido». Para Brooks la verosimilitud es un verdadero trabajo del lenguaje: lo que en la página diez puede sonar jocoso, en la página ciento cincuenta se vuelve indudable. Se vuelve verosímil. Si la ciencia ficción —o la literatura entera— reclama para el sentido de su subsistencia social un pacto determinado de lectura, una suspensión de lo verosímil, una existencia de reflexiva ociosidad, Max Brooks, en cambio, arrebata todo eso junto y construye algo más. Algo nuevo y algo distinto. Lo de Brooks —a diferencia del cine zombie sobre zombies y de la literatura zombie sobre zombies— no es ningún juego: es una advertencia histórica, bien documentada, sin pretensiones narcisistas —Brooks no inventa personajes, no inventa tramas, no opera sobre ninguna de las categorías habituales de lo que se considera creación literaria— cuyo final es la contaminación —el contagio y la expansión— de lo verosímil sobre lo que en primera instancia resulta inverosímil.
III
¿Cómo escribir literatura sobre zombies después de Max Brooks? ¿Y cómo hacer películas sobre zombies después de los libros de Max Brooks sobre zombies? (Quien haya leído Guerra Mundial Z y luego haya visto la película Guerra Mundial Z podría arriesgarse a otra pregunta, bastante siniestra: ¿qué clase de obra narrativa es la de Max Brooks que superar categóricamente al cine que se basa en la obra narrativa de Max Brooks? El género, la estética, la poética de Brooks en Zombi, guía de supervivencia es todavía más delicada: ¿cómo se puede transformar una guía de supervivencia en algo distinto de lo que es? Es fácil pensar en lo zombie como forma —y una que como toda forma vale— incapaz de trasladarse de un soporte a otro, de un imaginario de lo verosímil a otro; al final, Brooks demuestra a través de su literatura lo inútil de intentar domesticar a un zombie, a menos que se lo decapite y muera).
A propósito, ¿cómo leer a Emil Cioran después de Max Brooks? A la distancia, un buen tramo de su obra —¿o el tramo completo de su palabra?— no parece más que el simple ensayo de un esteta desorientado explorando una poética que tal vez llegó a intuir pero se le escapó. Un ejemplo: «Avanzamos en masa hacia una confusión sin analogía, nos levantaremos unos contra otros como deficientes convulsos, como marionetas alucinadas, porque, una vez todo se ha vuelto imposible e irrespirable para todos nosotros, nadie se dignará vivir excepto para liquidarse. El único frenesí del que aún somos capaces es el frenesí del fin», escribe Cioran en Desgarradura.
Aquello que Cioran consideraba una filosofía del pesimismo secular, Brooks, en su guía de supervivencia, lo llama El mundo no muerto. Cioran, que se jactaba de ser apenas «el secretario de sus sensaciones»; Cioran, con títulos como En las cimas de la desesperación y El ocaso del pensamiento y Breviario de los vencidos, releído a la luz de Max Brooks, no es simplemente la parodia retrospectiva de una escritura sobre zombies sin zombies. Cioran parece algo todavía más risueño: el secretario de las sensaciones de Brooks; un mero precursor, en los términos de Borges, tanteando los bordes de un género que nunca pudo ejecutar en serio////PACO
[i] Mariano Vespa me contó que se está planeando la película para 2015.