terminator_and_human_skull_by_DarkMatteria

Por Laura Zaferson

De todas las formas de comunicación que conozco, la que más me gusta observar es la no verbal. Sobretodo cuando se trata de conversaciones sin palabras entre dos personas que se aman o que esperan amarse o que desconocen que alguna vez se amarán.

La impaciencia que ahoga su grito detrás de un pie rebotando sobre el piso, la coquetería que dibuja sus rizos a través de una mano jugando con mechones de pelo, el hambre que reclama atención a través de un bostezo, o el roce de rodillas en medio de una cena que sugiere sobremesas alejadas de la mesa. En fin, tantos códigos por leer, tantas aventuras por interpretar. Fascinante vivirlo y sobretodo fascinante mirarlo.

Existe, sin embargo, una forma muda de hablar que no me gusta ni un poquito. Que es, además de torpe; urgida, desesperada y lamentable. Pero esto no es lo que más me disgusta de ella porque, siendo justos, todos hemos sido, somos o seremos torpes, urgidos, desesperados y dignos de lamento. Lo que me parte de las bolas de esta forma no verbal de comunicación es que quienes la ejercitan están convencidos de que es estupenda. Se creen unos genios al haberla inventado y se jactan de su gran talante para usarla y triunfar en el proceso. Hablamos, sin lugar a dudas, del inefable masaje craneal.

No me frunzan el ceño que lo conocen bien. Todos ustedes lo practican orgullosos, caraduras. Pero nada, acá va para los más cínicos: el masaje craneal es ese movimiento que hacen los hombres de manera intempestiva durante los jugueteos previos al sexo. Empieza como una caricia tersa en la cabeza, exactamente en la zona occipital -arriba de la nuca- tratando con poca sutileza de dirigir el rostro de la mujer bien al sur del cuerpo del hombre. Muchachos, sépanlo: nos damos cuenta. Lo detestamos.

El asunto empeora cuando ustedes ven que los toquecitos en la nuca no prosperan y entonces reúnen toda la creatividad de la que son capaces e insisten, esta vez con algo de violencia, en masajear la zona parietal del cráneo -la coronilla- tratando de lograr su inescrupuloso cometido. La verdad que no importa cuántos besos y cariños intercalen con el nefasto palmoteo en cuestión. Seguimos dándonos cuenta.

Y es que ahí no termina. El consabido masaje craneal se eleva a nivel de despropósito cuando, ya carentes de toda cordura y en aparente ebullición, empiezan a taponar la zona frontal de la cabeza de la chica como si estuvieran aplanando una bola de masa para pizza. ¿Qué onda con eso, amiguitos lindos?

O sea, con la salvedad de la visita conyugal en las cárceles de máxima seguridad y la premura por el cambio de turno en un Albergue Transitorio, lo cierto es que ya estamos ahí con ustedes y no nos vamos a ir a ningún lugar. ¿Por qué el apuro? ¿Por qué la impaciencia?

Amar tiene sus etapas y una de ellas –aquella, precisamente- es como la justicia: tarda, pero llega. Dicho esto, no la apresuren, no la jodan y ciertamente no la masajeen ////PACO.