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El 2 de diciembre Syed Farook y su mujer, Tashfeen Malik, un matrimonio joven de San Bernardino, California, comenzó el día por la mañana dejando a su hija de seis meses al cuidado de la abuela de la niña. Unas horas después, aproximadamente a las tres de la tarde, la pareja era acribillada a bordo de su camioneta después de un intercambio de más de 400 balazos con la policía. En el medio de esos dos momentos, entre el inicio aparente de un día rutinario y la muerte violenta, Farook y Malik llevaron a cabo el último episodio (al momento de escribir esto) de la larga lista de matanzas con armas de fuego ocurridas en Estados Unidos. Según la reconstrucción de los hechos elaborada por las autoridades norteamericanas, alrededor de las 11 de la mañana de ese día el matrimonio irrumpió en el salón de un centro comunitario donde se celebraba un almuerzo de fin de año de la oficina en la que trabajaba Farook. Ambos estaban vestidos con ropa de fajina y enmascarados, portaban rifles de asalto y pistolas automáticas. Sin decir nada, sin gritar ninguna proclama, abrieron fuego contra los presentes, oficinistas del departamento de salud municipal ocupados, uno puede imaginar, en ese tipo de charlas de final de año entre la camaradería laboral y el cansancio de un año acumulado en las espaldas. Farook y Malik mataron a catorce personas y dejaron heridas a una veintena. Antes de abandonar el lugar dejaron un par de bombas caseras listas para activarse cuando llegaran la policía y las ambulancias. Lo que siguió inmediatamente después fue la búsqueda de esos fantasmales atacantes y el tiroteo que terminó con sus vidas, en una especie de recreación suburbana y delirante del final de Bonnie & Clyde: un vehículo convertido en colador sobre un tramo de autopista y un hombre y una mujer, una pareja, que se llevaron sus motivaciones al más allá.

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Semanas después de los hechos, en un país obsesionado por la información, la vigilancia y los brotes de violencia repentina, lo que se sabe con certeza de Farook y Malik es prácticamente nada.

Semanas después de los hechos, en un país obsesionado por la información, la vigilancia y los brotes de violencia repentina, lo que se sabe con certeza de Farook y Malik es prácticamente nada. Una nada que dispara hipótesis múltiples y contradictorias. El marido era ciudadano estadounidense, hijo de inmigrantes pakistaníes. La mujer había nacido en Pakistán y residido un tiempo en Arabia Saudita. Los dos eran profesionales (ingeniero él, farmacéutica ella) y musulmanes practicantes y conservadores. Se habían conocido a través de una web de búsqueda matrimonial orientada a hombres y mujeres observantes del Islam (hasta los mayores tradicionalistas están atravesados por la tecnología, signo de los tiempos). Él trabajaba como inspector sanitario para el municipio de San Bernardino y ella se dedicaba a las tareas domésticas sin abandonar nunca el hijab reglamentario. Como es usual en estos casos, ninguno de sus conocidos y familiares tuvo la menor sospecha de lo que iban a hacer.

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Eran una familia del melting pot norteamericano, inmigrantes  o hijos de inmigrantes viviendo como podían su american dream. ¿Fue un ataque terrorista al estilo de los ocurridos en París y en otras partes del viejo mundo en guerra?

Visitas a las mezquitas de su ciudad, vida familiar de puertas para adentro, contactos superficiales con vecinos y compañeros de trabajo, son los pocos rastros de esas vidas que los investigadores pudieron reconstruir. Hasta el 2 de diciembre eran una familia más del melting pot norteamericano, inmigrantes  o hijos de inmigrantes viviendo como podían su parte del imaginario american dream. Entonces, las preguntas: ¿fue un ataque terrorista al estilo de los ocurridos en París y en otras partes del viejo mundo en guerra? ¿Fue una acción planificada desde afuera o un microemprendimiento familiar? ¿Una pareja de «lobos solitarios» decididos a llevar la jihad al corazón de su pequeña comarca para castigar a los infieles, representados en ese grupo de empleados públicos que despedían el año en un salón municipal? Si fue así, ¿cómo llegó ese matrimonio de padres recientes a radicalizarse? ¿Fue el marido quien convenció a la esposa, fue la esposa la que arrastró al marido, se dieron manija mutuamente al calor de las noticias catastróficas que llegan todo el tiempo desde ese Medio Oriente que habían abandonado por la prosperidad del secular y decadente occidente? ¿Cuándo tomaron la decisión de convertirse en soldados del Califato proclamado por ISIS a miles de kilómetros? ¿Cuándo surgió y qué tan lentamente la decisión conyugal de dejar este mundo después de eliminar a cuantos desdichados tuvieran la mala suerte de cruzarse en su camino? O, finalmente, y esa también es otra posibilidad, nada delirante en el contexto de la cultura de las armas, de la incentivación de la cultura de las armas por parte de poderosos lobbies, legislaciones y actores políticos norteamericanos, de que se tratara en realidad de una matanza más de las que Estados Unidos tiene (según las estadísticas oficiales) en promedio una cada semana del año. Esos actos repentinos de locura ordinaria en los que un exempleado, un exmarido, un exsoldado, un cualquiera perfectamente común y corriente decide emprender a balazos contra el objeto de su resentimiento, de su rabia, de su odio acumulado durante años en silenciosa desesperación. No hay respuestas hasta el momento.

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Las imágenes se pueden ver en YouTube: una casa típica de los suburbios de Los Ángeles, impersonal, muebles baratos de supermercado, documentos personales, fotografías, mamaderas y desorden, una alfombra de oración enrollada, un sticker que pide que a Alá bendiga el hogar.

La televisión norteamericana, un par de días después de la masacre, pudo entrar a la casa que compartían Farook y Malik con su pequeña hija. Las imágenes se pueden ver en YouTube: una casa de alquiler típica de los suburbios de Los Ángeles, impersonal, muebles baratos de cadena de supermercado, documentos personales, fotografías, mamaderas y objetos para bebés, desorden doméstico, una alfombra de oración enrollada, un sticker que pide que a Alá bendiga el hogar. Nada que distinguiera esa casa de las miles de vidas anónimas, nada que marcara el destino de sus ocupantes. Salvo que la policía había encontrado en el primer allanamiento, previo a la jauría de movileros ansiosos, cientos de cartuchos de balas de rifle y bombas caseras. ¿Entonces? De nuevo a las hipótesis sin respuesta: terroristas islamistas entregados a una causa geopolítica o un caso más de locura lentamente macerada donde, entre la soledad de los pañales y la vida doméstica, una pareja joven se derrumba hacia la deriva de una matanza para terminar espectacularmente con todo. Si hay un signo de lo que Martin Amis definió como “la época de la normalidad extinta” que se abrió después del 11 de septiembre de 2001, es esa mezcla de incredulidad, quiebre de certezas y violencia azarosa ante este tipo de casos. Una incapacidad para, sencillamente, entender lo que está pasando. El verdadero terror radica en nuestra imposibilidad de leer, de comprender siquiera mínimamente hechos como el de San Bernardino. Es esa brutal irrupción de lo inesperado y lo no familiar, ese aliento apocalíptico sobre la vida de todos los días lo que aterroriza.

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El verdadero terror radica en nuestra imposibilidad de leer, de comprender siquiera mínimamente, hechos como el de San Bernardino.

Y todo eso, extrañamente, es procesado por la maquinaria política en Estados Unidos. Ahí está Donald Trump desde hace meses a la cabeza de las encuestas para ser candidato del partido republicano. Al principio un chiste, un consumo irónico para el establishment de Washington, ahora una amenaza real. Ahí está capitalizando el terror, diciéndolo abiertamente, como en un acto de campaña poco después de San Bernardino: “Cuánto peor se ponen las cosas, más subo en las encuestas”. Ahí está, medrando con el desconcierto y la impotencia de Obama y los políticos profesionales ante ISIS. Pidiendo prohibir la entrada de musulmanes a Estados Unidos, cada vez más parecido, porque los opuestos siempre se necesitan, en su retórica hecha de frases sueltas, gestos grotescos (es el primer candidato de la era de la hegemonía de Internet), memes y oratoria de reality show al tipo de polarización (también basada en las redes sociales) que el terrorismo islamista de ISIS explota con sus proclamas y videos hardcore filmados en HD. Es, seguro, una época de extremos, de intensidades macabras; una mala época para los moderados atrapados entre varios tipos de locura//////PACO

(*) Este artículo apareció en el número de enero de 2016 de Los Inrokuptibles.