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Martín Fierro: entre Borges y Perón

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El 24 de febrero de 1946 el peronismo triunfa en su primera elección presidencial por más del 53% de los votos. En julio del mismo año, Borges participa en el número 141 de Sur con un texto titulado «Nuestro pobre individualismo», que hoy puede leerse en Otras Inquisiciones (1952). Es, quizás, el mejor texto de Borges en contra del peronismo. Podemos calificarlo como tal porque el hombre que encarna el centro del canon literario suele perder su característico ingenio y elegancia para el agravio y la injuria al ocuparse del Movimiento Peronista: abandona las maliciosas condenas como “un andaluz profesional” para García Lorca y en cambio dice de Eva Perón “no me interesan las prostitutas”. En el 76’ es entrevistado en Buenos Aires para la TV estadounidense en el ciclo Firing Line. Al ser consultado acerca de su parecer hacia la Junta Militar Argentina, con inaudita desfachatez contesta “Ahora somos gobernados por caballeros, y no por la escoria de la tierra, como hace poco”. No vale la pena ahondar, al menos aquí, en el apoyo de Borges al gobierno de facto, al cual intenta adjudicar una falsa literatura sobre la victoria de la tradición, la sangre y los héroes militares, para en realidad cubrir su básico anti peronismo. Igualmente conocido debería ser su posterior arrepentimiento y autocrítica.

«Nuestro pobre individualismo» es estéticamente mucho mejor y muestra otra cara de la moneda; se ocupa del gobierno peronista con tal sutileza que nisiquiera lo nombra. Con una lectura atenta vemos que lo ubica tácita e indirectamente en esa difusa línea a la vez nazi y stalinista, uniendo dos extremos por los cuales el anti peronismo siempre tuvo dolores de cabeza. En apenas dos páginas Borges busca intervenir en la escena política a partir de una relectura y consecuente apropiación del Martín Fierro. Hasta aquí, el hecho no resulta novedoso, apropiarse del poema canónico con un uso político es el gran deporte de la literatura nacional -y la génesis del mismo poema es esa-. Podríamos trazar una historia que empiece en Lugones con la gran inmigración y la conferencias del Payador en el Odeón, pase por la resistencia peronista y termine con suspenso en el kirchnerismo y las organizaciones sociales, pendiente de una continuación sur la marche del hipotético libro cual enciclopedia de Tlön. Lo curioso de este texto en particular es la inversión borgeana que el devenir de la historia argentina decide darle décadas más tarde. Antes de llegar a eso, leamos con detenimiento unas líneas

El argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. […] lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano […] Profundamente lo confirma una noche de la literatura argentina: esa desesperada noche en la que un sargento de la policía rural gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martín Fierro.

La intervención busca enfrentar al ser nacional con la presencia cada vez mayor del Estado en la vida pública, mediante el rastreo de su esencia en la literatura -Borges, como tantos otros contemporáneos, comete el error de suponer que existe esa esencia. En 1951 criticará esa búsqueda en el Colegio Libre de Estudios Superiores-. De modo que propone la individualidad como remedio, como cura para lo que el sector social en el que se pensaba a si mismo entendía como el avance del totalitarismo estatista mundial en Argentina. Ricardo Piglia propuso la idea de que la poética de Borges piensa su lugar en la sociedad desde una posición pre burguesa: el nacimiento determina el lugar del individuo y no su mérito, lo contrario de lo que enseña su experiencia de self-made man. Así como con Faulkner o Gombrowicz, su posición y la de sus amigos (las Ocampo, Bioy, etc…) es aristocrática, anti capitalista y anti liberal. Lo importante no es el lugar real del escritor en la sociedad, sino cómo imagina su lugar en ella; queda liquidada entonces esa crítica sociológica disfrazada de literaria. Volviendo a la célebre respuesta de Sartre: Valéry es un pequeño burgués, sí, pero no todos los pequeños burgueses son Valéry.

La única nota al pie del texto añade lo siguiente: “El Estado es impersonal, el argentino sólo concibe una relación personal”. Borges no anticipa todavía que lo que definirá al peronismo será un Estado personal, además de personalista. Con esto nos referimos a que apuntará a la creación de un lazo con el grueso de la masa social a partir de su inclusión en la toma de decisiones en la esfera pública, lo cual llevará a la identificación de individuos y colectivos con el Estado (eso mismo que Borges señala que al argentino no le sucede). De más está hablar sobre la Fundación Eva Perón, los hoteles sindicales y demás actos que un lado entenderá como humanistas y fraternales y el otro como clientelismo y demagogia. Recordemos que el anti peronismo no es rechazo: es negación, es la idea de que el peronismo en realidad no existe; es una ilusión que solo se sostiene porque su base electoral es, o bien sobornada, o bien intimidada.

Si entendemos lo borgeano como heredero en la literatura mundial del juego barroco entre dos planos que se relacionan como espejos (historia y ficción, vigilia y sueño, lenguaje y materia), lo que sucede años más tarde en Argentina le cabe al género. Derrocado el peronismo y desterrado a la clandestinidad, Borges debería quedar -por consecuencia lógica de su lectura del canon- del lado que él mismo previamente ataca: apoyar los gobiernos que se suceden desde el 55’ implica apoyar un Estado omnipresente en la vida pública, sobre todo para con la persecución a la simbología peronista. Pero su anti peronismo está más radicalizado y eso lo lleva a la contradicción. No solo eso, sino que su propia lectura del Martín Fierro se le vuelve en contra.

Como sabemos, a principios de la década del 70’ aparece con un magnicidio una nueva ala de la resistencia peronista, conformada no ya por el sindicalismo sino por los hijos de la clase media ilustrada o clase alta, tal vez más percatados de la importancia del efecto de lo literario sobre lo literal, y no tan dispuestos a subordinarse a la propia producción simbólica característica del peronismo. Surge, así, una nueva apropiación y uso político del gaucho, aquel que es convertido en matrero por la ley de Leva que se lo lleva a la frontera, aquel que es perseguido por la policía rural y se va a la clandestinidad de su época: los indios. Se estrena Los hijos de Fierro (1972), como un ejemplo del traslado de esta trama al conurbano industrial que funcionaba como centro neurálgico de la resistencia peronista. De modo que el poema se las arregla para, en dos momentos contrapuestos en la historia, provocar una lectura tanto funcional como molesta al peronismo y a Borges. Ya prácticamente asegurado el regreso de Perón a la Argentina, con la victoria de la resistencia armada con Montoneros como actor estrella y con la vuelta segura del Partido Justicialista al gobierno por medio de elecciones, Borges dará cuenta de su error en querer -como tantos- restringir la lectura del Martín Fierro para un uso específico. Entenderá que el poema le es esquivo y traicionero no solo a los partidos políticos sino también a las épocas. Caerá, por último, en el esquema sarmientino e intentará inútilmente proponer el Facundo como libro nacional, obra menos abierta, donde está claro cuál es la civilización y cuál, la barbarie. Otra vez, la prolijidad de lo real////PACO

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