Libros


Maricas de ayer

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Escrita y publicada por primera vez en 1988, La canción del pobre Juan de Blas Matamoro reaparece en 2020, gracias a la labor del sello De Parado, que también ha reeditado de este mismo autor Las tres calaberas. Se trata de una valiosa apuesta de rescate de textos de escasa o nula circulación por parte de una editorial especializada en narrativa gay, cuyo catálogo está dominado por escritores jóvenes que registran experiencias contemporáneas de un contexto de visibilidad de las disidencias sexuales y de formas de socialización mediadas por lo digital. Se introduce otra flexión y otra perspectiva mediante la posibilidad de volver accesibles los textos de Matamoro, escritor argentino nacido en 1942 que emigró a España en 1976. En La canción del pobre Juan se alternan movimientos de continuidad y de discontinuidad, porque el libro desarrolla una historia de amor entre varones con sus múltiples estadios de forma predominantemente lineal durante la década de 1980, que se ve interrumpida por la inclusión fragmentaria de otros componentes como diálogos, remisiones a la infancia, anotaciones de futuros textos, reflexiones sobre el exilio.   

La historia que vertebra la novela es la relación entre el narrador, Juan Aguilar, un escritor consagrado que regresa a la Argentina con el retorno de la democracia, y Daniel Dávila, un muy promisorio, aunque inestable, bailarín clásico veinte años menor. La pertenencia de ambos al ámbito del arte favorece la posibilidad de conformar una pareja en una época en la que tales vínculos entre hombres se resguardaban lo más posible de la mirada ajena, además de que habilita ciertas observaciones sugerentes sobre puntos en común y de diferencia entre la escritura y la danza. De todos modos, más que la sociedad en su conjunto, la novela elabora el conflicto con las familias de origen: padres y madres de ambos amantes encuentran su retrato complejo. Quizás el más destacable sea el padre ya muerto del narrador, el Chango, cuya evocación viene signada por la ambivalencia que deja abierta la posibilidad del deseo homosexual.

Más allá de las figuras maternales y paternales, la vida familiar se recrea mediante retrocesos temporales que conducen a la infancia, lo cual favorece la rememoración de la mirada acusatoria que recae sobre el pibe visto como raro, característica que fácilmente es atribuida a cualquiera que se aparte de los mandatos de virilidad, acaso más rígidos en el ámbito de los pequeños pueblos donde transcurren la infancia y la adolescencia del narrador. El espacio de fuerte vigilancia también presenta intersticios, gracias a los cuales tiene lugar el despertar homoerótico como un juego con amigos de aparente inocencia consistente en el descubrimiento de cuerpos sexualizados.     

Así como se recrea la atmósfera del pasado, La canción del pobre Juan cuenta mucho sobre el presente de la escritura, es decir, la segunda mitad de la década de 1980. Se recogen, por ejemplo, distintas opiniones respecto del desempeño del presidente argentino de aquellos años, Raúl Alfonsín, cuya imagen se ve signada por un incipiente desencanto. Además, se diseminan algunas ideas dominantes de la época, como la supuesta condición europea de los argentinos, idea con enorme pregnancia hasta la actualidad en ciertos sectores de la sociedad pese a su enfática puesta en discusión desde una perspectiva latinoamericanista.

Sin embargo, el tópico más asediado en la novela es la cuestión del exilio. Juan Aguilar ha optado por abandonar el país a raíz de la censura recaída sobre uno de sus libros en plena dictadura militar, la cual lo ubicaba en una posición vulnerable para las fuerzas represoras a cargo del gobierno argentino. Este escritor de la ficción presenta significativos puntos de contacto con el autor de la novela (quien, dicho sea de paso, comparte los estudios de abogacía con el personaje literario); Blas Matamoro escribió el primer libro prohibido por la dictadura de Videla, Olimpo (Corregidor, 1976), tras lo cual emigró a Madrid donde reside hasta la actualidad.

El exilio vivido en primera persona suscita reflexiones sobre cuestiones sensibles como el sentido de pertenencia o la posibilidad del regreso, como así también deriva hacia una desopilante caracterización satírica de los estereotipos de argentinos en el exterior y sus modos de integrarse o rechazar la cultura de destino. En ese sentido, surge una problematización de lo lingüístico pese a que, en apariencia al menos, en España y en la Argentina se habla el mismo idioma. La disparidad de vocabulario entre ambos países (palier o descansillo, cordón de la vereda o bordillo de la acera, portero eléctrico o telefonillo, entre otros ejemplos esparcidos por la novela) se vuelve la marca superficial de una posición intermedia entre las culturas, que no termina de ubicarse por completo en ninguna de ellas. Y, en otro orden, desde los debates actuales, que han ganado terreno social en torno de la lengua y de la legitimación de las autoridades que buscan regularla, esta inestabilidad entre variantes recuerda que la lengua no es única, sino que varía sustancialmente de una época otra, pero también de un espacio a otro, poniendo en evidencia un carácter dinámico difícil de reconocer por los supuestos adalides de la norma. De manera que, además de una prosa cuidada y una construcción que sorprende con la variación de tonos, La canción del pobre Juan reúne atributos que sin duda justifican la decisión de reeditarla. La posibilidad de indagar en las relaciones de pareja homosexual en épocas pasadas (pero finalmente no tan alejadas) permite recuperar un acervo de experiencias que ofrecen perspectivas para seguir problematizando el presente. Y este mismo ejercicio es auspiciado por la participación de ciertos imaginarios de ese período del retorno democrático que todavía siguen interpelando////PACO

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