Música


Los sonidos de la década (parte 1)

Kevin Johansen + The Nada – Sur o no sur (2002)

Sur o no sur” es el dilema sheakspierano versión argentina: me voy o me quedo, esa es la cuestión. Me voy porque acá no se puede, me vuelvo porque allá tampoco, me voy porque aquí se me debe, me vuelvo porque allá están locos, así se inaugura el disco, resumiendo el momento histórico del ocaso aliancista. Kevin Johansen toma al desarraigo, un tema que formaba parte de la agenda mediática, y lo despoja de las significaciones trágicas. La crítica social es ejercida entonces con su inefable dosis de humor, casi inédita en la escena roquera e insólita en la solemnidad de los cantautores, ubicándose más cerca de los Les Luthiers que de Victor Heredia.

Johansen ingresó al nuevo milenio sin estridencias, con una frescura repleta de neologismos derivados de su doble nacionalidad que se reflejan en temas como “Star, estrella” o en “Puerto Madero”: And then San Telmo to buy some antiguos/ Then to La Recoleta to see some conchetas…, que no es otra que la canción de la devaluación, del fin del uno a uno y de la avalancha turística propiciada por el nuevo tipo de cambio.

Sur o no sur” podría entrar sin problemas en la llamada World Music pero esa categorización es exigua. Johansen y sus The Nada se dispusieron a deconstruir géneros y a subvertir estilos. Navegaron entre el tango, la balada, el carnavalito, la cumbia y la bossa exitosos sin llegar a ser un collage indescifrable.

La joya del disco esta hecha a medida para el pedante negador de los fenómenos populares como la cumbia. “La cumbiera intelectual” se sirve otra vez de la ironía para jugar con esos estereotipos negativos: Cuando intenté arrimarle mi brazo Se puso a hablar de Miller, de Anais Nin y Picasso /Y si osaba intentar robarle un beso/ Se ponía a leer de Neruda unos versos, canta Johansen.

Otros destacados son Daisy, una milonga en la cual se cuenta la historia de una transexual, La chanson de Prévert (cover de Serge Gainsbourg) y Timing, en estas canciones Johansen demuestra que no solo es un compositor que juega con el humor, sino también puede calzarse perfectamente el traje de un crooner formal y serio.

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Pez – Folklore (2004) Por Sergio «El Bomba» Massarotto

Aunque se anuncian en su página como una banda “de Buenos Aires” no es, sin más, la ubicación física en un atlas lo que permite identificarlos. Hay que contar como atributo identitario de Pez la preocupación por entablar diferentes diálogos -de concordia, exploración y otras veces de ruptura- con la tradición de la música que aman, la cual -y en gran volumen- forma parte ya del acervo cultural de la ciudad. Rockólogos, parecen apuntar en cada trabajo a esta esfera transhistórica. Gustan por eso a periodistas y críticos; porque dan trabajo, permiten establecer relaciones y ejercitar el oficio. Justo otro de los atributos que identifican a Pez; trabajo, el ejercicio incansable de una disciplina traducido en tocar en cada lugar del camino y producir discos sin descanso. Prolíficos al extremo, como un monotributista, si Pez no produce, muere. Necesita trabajar todos los fines de semana para seguir nadando y sería torpe pensar que la dinámica no excede problemáticas estructurales o económicas. Hay en esta gimnasia una forma de vida, muestra paralela del desarrollo pasional y la obsesión por la práctica del rock

En el año 2004 grabaron “Folklore”. Sumaron para la empresa a Limeres en teclados y al experimentando Ernesto Romero en los sintetizadores quienes en dupla expandieron el espectro sonoro de la banda. Quince tracks de corte progresivo, armados sobre gruesas y sobresalientes bases de bajo, la agresividad clásica de Franco Salvador en batería, la violencia de los riffs distorsionados y capas psicodélicas repartidas entre teclados y sintetizadores. Un tejido acústico de una densidad notable. Cargado de tintes analógicos el disco consigue, por otro lado, entregar frescura apoyado en la duración sensata de las canciones y en letras que no versan acerca de héroes mitológicos con capa y escudo sino de hombres que hablan, viven y piensan en la ciudad atravesados, eso si, por un tenue aire metafísico. Es paradójico, Minimal predicó ateísmo por todos lados pero sus personajes no dejan de exudar cristianismo, cierta preocupación y pertenencia a dos mundos. “Folklore” es uno de los trabajos donde más se nota esta búsqueda -no voluntaria quizás- de alguna unidad trascendental, una costura hecha con hilo de lo absoluto o la posibilidad de un orden rigiendo sobre historias mínimas. No en vano el derrame plotiniano de la tapa («Lo que crece y se mueve progresivamente es derretido por el caos que baja y se abre camino en armonía»); el título “Folklore”, funcionando como un llamador que recuerda la pertenencia a algo más que la empiria diaria; el destilar metafísico visible en letras pro institución familiar -“Por Siempre”- o la espera entre irónica y mesiánica de “Maldición” y “Lo verás reir”, así como las imágenes cosmológicas que sugiere el instrumental “Labrador”. Un disco idealista y teológico, que indaga y expone algunos problemas de la conflictiva relación entre lo particular y lo universal desde los cuerpos y el asfalto cotidiano de Buenos Aires.

Con el aporte de Fabián Casas, la colaboración del LFC “Toto” Roblat y masterizado por el fecundo Mario Breuer, “Folklore” permitió que Pez se expanda, llene lugares como ND Ateneo y consiga mejores ubicaciones en los festivales del mainstream local. Pero por sobre todo logró convertirlos en el faro al cual cantidad de bandas under y recién nacidas apuntan a diario. Salir del ghetto, exponerlos y darles con “Maldición” y “Respeto” los necesarios hits que tanto temían.

A finales del mismo año la tragedia invadió al rock argentino. Esta agrupación resistió ese tiempo de la única manera que saben: haciendo música. Llenaron un viejo micro con equipos y apuntaron hacia adelante. Hoy los Pez siguen literalmente en la ruta. Su último trabajo –“Nueva era, viejas mañas” (2013)- los encontró descubriendo tarde algo que ya está muriendo y eligiendo ser explícitos y hasta quizás panfletarios en defensa de una épica extinta; un gesto que podría comprenderse cinco años atrás pero no hoy, en el burocrático fade out de la década. Como el ave del filósofo el rock suele cometer estos deslices. Quedémonos mejor con el micro ruteando que solo frena para tocar. Difícil por fortuna que con esa dinámica algo se momifique. Extraña dialéctica. Como otras cosas, “Folklore” quedó atrás; pero es gracias al movimiento incansable de Pez que se mantiene incolumne y sobresaliendo un poco entre la extensa discografía del colectivo al punto de aportar alguna de las canciones clásicas de sus cierres de show. Pez, maquinaria que acrecienta a si misma su espesor en el andar, guarda en “Folklore” una bitácora del viaje; donde confluyen los momentos y las señas que permiten reconocerlos al instante y orientar el convoy en medio de su imparable tormenta dialéctica.

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Los Natas – München Sessions (2005) /Por Juan Terranova

Mientras pasaban modas y otros grupos estallaban y desaparecían, los Natas adobaron riffs, fueron potentes y confiaron en un sonido lento, analógico y deliberadamente oscuro. Banda fóbica, anti-solar, precisa, construida al margen de las teorías del espectáculo del rock, resolvieron, con seguridad, la ecuación de un estado del arte que insistía con la imagen estridente, el hit, la hibridación y la obligatoriedad de ser histéricamente “originales” incluso en los cenáculos arties. Hegelianos, obsesivos, ofreciendo letras breves y atemperadas, los Natas caminaron en la otra dirección. Su discurso musical se cimentó en dos pilares inamovibles y de una compatibilidad probada: vuelta y saqueo de la tradición y entrega total sin miramientos ni segundas intenciones a tocar lo que les diera placer tocar. ¿Quienes como ellos nos hablaron con esa confianza?

Las München Sessions se grabaron en la ciudad de Munich en octubre del 2013, o sea, hace exactamente diez años, cuando la argentina comenzaba el largo camino del kirchnerismo y el grupo giraba por Europa. ¿Es este disco más o menos alemán que sus otros discos? El vivo apenas se discrimina en algunas marcas que en ningún caso son desprolijidades ajenas al standard de estudio. “Humo de marihuana” abre con el clásico in crescendo climático donde el bajo queda a cargo de la introducción. Si querías un tema para volar en tu sillón, Los Natas transforman esa promesa en una canción para volar por la autopista. “Tormenta mental” resulta más melódica y up-tempo, y en “Polvarada” vuelve el bajo saturando para la entrada y un cuerpo de marchas y contramarchas virtuosas. El firme equilibro conceptual München Sessions se estructura con tres temas de siete minutos, otros tres temas más ligados a la forma de la canción y el cierre con “Tomatiten (jamm alemán)” de casi veinte minutos.

Stefan Koglek de Colour Haze produjo el disco y se volvió una figura clave para que los rumores se convirtieran en leyenda. Se dijo que se había grabado en un búnker de la Segunda Guerra, que solo se habían usados equipos de la década del sesenta y que Koglek había hecho una estricta selección de los materiales dejado afuera unos plug-ins por tener piezas de plástico.

Como hijo pródigo de la última modernidad, el rock muere y revive todo el tiempo. Los Natas utilizaron esta fuerza, se disfrazaron de autistas y conservaron la llama protéica del ritmo fuera del alcance de los viandantes y los histéricos. Las fechas de la banda duplican los límites de la última década. Entre el 1994, año de su creación, y el 2012, momento de su disolución, pasaron discos importantes. Sin embargo, los Natas parecen representar mejor que cualquier otro grupo el espíritu de continuidad del siglo XX en el siglo XXI. Y si fueron algo raro y hermoso en el paisaje del rock contemporáneo, las München Sessions aparecen como una rareza más dentro de esa historia de rarezas, el disco alemán de la más famosa de las bandas secretas de la Argentina reciente.///PACO