Sci Fi


Los mundos mejores de la ciencia ficción

En enero de este año, The Verge empezó a publicar semanalmente una serie de historias de ciencia ficción. La editora de Cultura, Laura Hudson, explicó que era un “proyecto sobre la esperanza”, y lo tituló Better Worlds. Para Hudson, la ciencia ficción contemporánea se ciñe a un pesimismo asfixiante y, por eso mismo, existe una necesidad de cortar con esa fijación negativa: el género necesita el aire fresco del optimismo.

Como una especie de folletín multimedia, Better Worlds publicó diez historias originales con cinco adaptaciones para podcasts y otras cinco para YouTube, bajo la dirección de arte de William Joel y con animaciones de Motion504. Los autores de estas historias están familiarizados con el género, por ejemplo, Justine Ireland, que escribió un spin-off de Star Wars, o John Scalzi, galardonado con un Premio Hugo por su novela Redshirts, y bajo la propuesta editorial, pusieron manos a la obra y trataron de  imaginar un futuro optimista.

Así que Better Worlds propone cortar con una cierta manera de pensar la ciencia ficción y acercarse a otra manera de entenderla: una que pueda articular la esperanza, como lo hace el idealismo de Star Trek o los cómics clásicos del género. Better Worlds es una antología a contrapelo de cierta ciencia ficción distópica, la de los escritores de la new wave o los del cyberpunk, e incluso, más cerca nuestro, de producciones audiovisuales como Black Mirror y Ex Machina, o la literatura de Maurice Dantec. Sin embargo, algunos rasgos formales de Better Worlds entran en tensión con su propuesta.

Si se lee el relato inaugural de la serie, A Theory of Flight de Justina Ireland, se puede entender mejor esta última afirmación. Por encima: el argumento nos presenta a Carlinda Winstead, una diseñadora de cohetes espaciales. Carlinda tiene una experiencia trunca en una corporación (la despiden arbitrariamente) y decide vengarse contra las grandes empresas construyendo un cohete con código abierto. De este modo, abrirá la puerta para que los habitantes de Oak Hill puedan viajar a Europa (que es otro planeta y no el continente) y accedan a una vida digna.

A Theory of Flight imagina un planeta tierra inhabitable (y en esta tarea, el relato pareciera repantigarse a calcar al Dick de Fluyan mis lágrimas, dijo el policía), y la única esperanza que puede imaginar es que Carlinda resuelva el enorme problema de un planeta tierra en decadencia a través de una vía de escape. Este argumento progresa hasta que, por fin, el cohete logra construirse y despegar. Pero aún si el vehículo funciona, quedan dudas de si el relato despega también. En efecto, su concepción de qué es la esperanza y cómo hay que organizarla no parece alentadora: en A Theory of Flight, lo bueno (el viaje) llega desde lo individual más que desde una construcción colectiva —y ese deseo individual, por cierto, es de venganza. La utopía es posible a partir de que una persona manipule la herramienta de la ciencia, lo cual resulta aterrador antes que esperanzador. En todo caso, los ensayos más inspiradores que se ven en internet o en tecnología están construidos bajo la lógica de la comunidad: Wikipedia, Linux, GIMP, Audacity.

Otros relatos de la antología resultan más convincentes en su lógica, como por ejemplo A Model Dog de Scalzi. La prosa de este veterano del sci-fi es distendida y la historia no se queda atrapada en moldes previsibles. Con todo, el cuento no pareciera articular el sentido esperanzador que quería Better Worlds: Scalzi escribe sobre cómo se podría hacer un perro androide a través del aprendizaje automatizado y así perpetuar el carácter de las mascotas para satisfacer la demanda afectiva de los humanos. El concepto de esperanza o, mejor aún, la idea de que la tecnología pueda ayudarnos se formula, también en este cuento, de manera banal o pueril. ¿De verdad el hecho de poder perpetuar el carácter de una mascota es lo que entienden como tecnología que va a ayudar a tener un futuro mejor?

La selección restante ayuda a completar la sensación de que en Better Worlds los relatos son anecdóticos, mero entretenimiento, sin demasiada contundencia para pensar la realidad y sin demasiada relación con la propuesta de Hudson: en Lowachee lo esperanzador es tener un hijo en un planeta tierra decadente y delegar su crianza a un replicante que lo haga crecer en otro mundo, en Bonesteel el optimismo se cristaliza en una eutanasia alternativa: un simulador virtual para que los enfermos terminales puedan entretenerse mientras mueren. Como mucho, la mejor articulación de la esperanza que hacen estos relatos es mostrar personajes que huyen del planeta tierra o de la realidad —más que vérselas con ella.

Quizás la operación de los relatos de Better Worlds sea bordear la realidad para idealizar la ciencia y convertirla en un protagonista de un cambio. En cambio, en la new wave o en el cyberpunk, la ciencia es una excusa para pensar la realidad en toda su brutalidad. Dick es un gran ejemplo en este sentido: allí la ciencia ha quedado oxidada, pero los textos de Dick han devenido en uno de los naturalismos más lúcidos de nuestra época.

Para Hudson, una ciencia ficción optimista es necesaria porque puede generar efectos tangibles y convertirse en un factor de cambio en la sociedad. Sin ir más lejos, en su editorial, Hudson dice que una de las motivaciones para hacer Better Worlds es poder inspirar cambios —muchos líderes de empresas tecnológicas, cuenta, fueron inspirados por Star Trek. Sin embargo, ciertos problemas para categorizar la ciencia ficción parecen haberse pasado por alto en Better Worlds, y eso puede haberle restado potencia a la antología.

¿La ciencia ficción tiene que ser utópica? ¿O acaso la ciencia ficción es, como explican algunos teóricos, un género separado a la utopía, históricamente posterior y con capacidad para despolitizarla? ¿Es la ciencia ficción un género literario que se define por algo ajeno a su propio discurso —la ciencia—, o esa alteridad debe trabajarse desde su fascinación por lo otro y a través de su enorme potencial analítico? Y si la ciencia ficción no es utópica y el optimismo que pueda aportar no nos convence del todo, ¿qué debe ser? En todo caso, en los relatos del género, la ciencia siempre parece envejecer, y si los relatos no desarrollan un potencial fuera de la garantía científica, corren el riesgo de envejecer mal —como Verne, que ya no se deja leer como ciencia ficción: se lee como relato de aventuras.

A pesar de contar con grandes escritores y excelentes animadores, Better Worlds encorseta a los relatos y los obliga a “producir esperanza”, y el resultado es, por momentos, ideológicamente controversial (el relato de Ireland sobre un cohete de código abierto está patrocinado por Boeing, que viene de recular en un trato comercial que iba a ayudar a consolidar el poderío tecnológico de China) y poco convincente. Quizás haya que buscar el optimismo en otro lado. ¿Realmente podemos imaginar que los desarrollos tecnológicos nos pueden dar garantías de algún tipo? Lo que sí podemos compartir con Better Worlds es el entusiasmo por encontrarnos, allá adelante, con un mundo feliz. Esperemos que llegue. //// PACO