Jacques Lacan no escribió aforismos. Su obra está lejos del Nietzsche que, anticipando la fragmentación moderna del siglo XX, fijaba el compromiso con la frase: “hay que ser aforísticos.” Muy lejos del calabrés Antonio Porchia o del argentino José Narosky, lo de Lacan está en otro lado, en lo barroco, en lo rebuscado, en lo hermético. Georg Lichtenberg, leído y subrayado con esmero por Freud, y el romanticismo alemán, con Novalis y los Schlegel del Athenaeum, le quedan un poco más cerca, pero el género del impacto y la suspensión del discurso no fue lo suyo. Socrático, verborrágico, necesariamente analítico, Lacan escribió poco y tituló su obra publicada como Escritos, insistiendo en que eso que se escribía era excepcional en él. Aspiraba a una enseñanza que afectara la clínica, y la letra le resultaba mercantil, dudosa. Usa incluso esa palabra, “dudosa”, cuando en 1975 responde en Yale: “Todo es literatura. Yo mismo la hago porque vende: mis Escritos son literatura a la cual he tratado de dar un pequeño estatuto, que no es el que Freud imaginaba.” (Nótese que escribir lo desvía de eso que Freud imaginaba.) Su aporte a la historia del conocimiento es un vasto conjunto de clases a las que conocemos como los Seminarios. Desgrabaciones y anotaciones corregidas a medias, editadas por otros, testimonios de investigaciones que evolucionan, estos seminarios circularon de forma clandestina primero para luego transformarse en un grupo de libros, una asertiva biblioteca, cuya publicación está lejos de completarse y cuyo efecto moldeó nuestra idea secular de la salud mental. 

Emil Cioran escribió, no sin resignación, que “se lanza un aforismo como se da una bofetada.” En el caso de Lacan, los golpes son menos consistentes y sobre todo parecen continuos, como un franeleo. ¿Una suave y recurrente caricia agresiva de mano abierta, de dedos estirados, que cada tanto hace sentir la palma? Si el aforismo es un universo cerrado en sí mismo, los seminarios se presentan como una larga intervención que va y viene, gira y vuelve sobre un tema avanzando, tropezando, retrocediendo y volviendo a avanzar. El aforismo es una puerta que se abre y se cierra de golpe, con cierto sobresalto para el lector. Los seminarios de Lacan, su enseñanza, implican recorrer una enorme y tupida jungla de matices y reflejos. Con poca afinidad formal, a primera vista, entonces, aforismos y seminarios, serían géneros extremos y opuestos: lo continuo contra lo acabado, lo acumulativo y evolutivo contra lo firme, lo abierto contra lo preciso y lo asible. 

Sin embargo, el aforismo como forma decantó. Ese es el verbo. De la argamasa de las enseñanzas lacanianas, el aforismo decantó. El destilado también circula de forma oral, o en anotaciones laterales, citas de autoridad en pasillos, bares y sesiones, a veces rozando, no sin un sesgo de frivolidad, nuestra robusta cultura pop. 

Sintetizando la enseñanza del maestro, estos fragmentos, condensan en pocas palabras toda una vida facultativa. Repetidos una y otra vez desde hace décadas, comenzaron a filtrarse al uso de los legos. Artistas, cientistas sociales, divulgadores y periodistas de la farándula pueden citarlos sin pudor. Como ejemplos de esta práctica elegí nueve. Pero todo lacaniano consecuente sabe que esta lista puede con facilidad duplicarse, triplicarse, y, poderes de la levadura del psicoanálisis mediante, crecer mucho más. Toda línea de Lacan es potencialmente un aforismo y cada aforismo podría desplegarse en un libro o dos. Mis acercamientos entonces serán necesariamente fragmentarios, epigramáticos, líricos, cuestionables. 

1 “No hay relación sexual.” Il n’y a pas de rapport sexuel. Seminario 11. Frase contundente, escandalosa, antirracional. Lo sexual se lleva toda nuestra atención, cuando la clave del enunciado es la relación. Hubiese alcanzado con decir “no hay relación” pero el sexo le pone el picante, la polémica. Al momento en que sacamos nuestra memoria de las partes bajas que conocimos, nuestras y ajenas, ya es tarde. La frase nos capturó. En un segundo plano, la oración nos interroga: ¿y entonces con quién te relacionás cuando cogés? El enigma se extiende por toda nuestra hábil pero siempre incauta neurosis.

2 “El inconsciente está estructurado como un lenguaje.” L’inconscient est structuré comme un langage. 22 de enero de 1964. En el marco de su seminario dedicado a “los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” Lacan dice esa frase, famosa y reveladora. En el centro de la teoría lacaniana, Saussure meets Freud. Son apenas siete palabras pero cruzan dos saberes y en ese cruce se da el descubrimiento. El psicoanálisis ya no repele al estructuralismo sino que lo convoca y se suma al viaje del giro lingüístico. La clave no está en los sustantivos —inconsciente, lenguaje— sino en el verbo compuesto en rotundo presente: está estructurado.  

3 “No hay Otro del Otro.” Il n’y a pas d’Autre de l’Autre. 8 de Abril de 1959. Seminario 6. El deseo y su interpretación. Clase 16. Lacan propone retomar a Hamlet y sus sempiternas dudas. Y así avisa que no hay garante del garante, frase que luego Alan Moore transformará, vía las lecciones paranoicas de la segunda mitad del siglo XX, en Who watches the watchmen? Moore tiene su fuente en Juvenal y su Quis custodiet ipsos custodes? cuya traducción podría ser “¿Quién vigilará a los vigilantes?” o “¿Quién guardará a los guardianes?” y que, finalmente, con esa parada en Lacan, podría reformularse en la soledad inmanente del analista frente a la angustia del diván. Pero no solo del analista, desde ya, porque no hay Dios de Dios y eso nos afecta a todos. Para más referencias, la cita de Juvenal, poeta romano al fin, habla de las mujeres y de los celos. Un párrafo de  “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” en Escritos 2: “Partamos de la concepción del otro como lugar del significante. Todo enunciado no tiene allí más garantía que su enunciación misma, pues es inútil que lo busque en otro significante, el cual de ninguna manera podría aparecer fuera de ese lugar.. Lo que formulado al decir que no hay metalenguaje que pueda ser hablado, o más aforísticamente, que no hay Otro del Otro.” 

4 “El deseo es el deseo del otro.” En francés, Le désir de l’homme c’est le désir de l’Autre. La frase completa es: “El deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del otro, no tanto porque el otro detenta las llaves del objeto deseado, sino porque su primer objeto es ser reconocido por el otro.” La encontré en Los escritos técnicos de Freud, 1953-1954. La simplificación del aforismo en castellano deja el hombre afuera y reenvía el deseo a su existencia más abstracta, generando un pliegue que se vuelve a plegar. Lacan girar la mesa, invirtiendo una vez más las cargas. El Hegel de Kojève, cita de la cita, remix del remix y síntesis final. Una traducción cimarrona y poco pulida podría ir por el lado de no posees tu deseo, no lo administrás, no lo conducís. Es tuyo, sí, pero es el otro el que lo determina. Frase útil para generar cualquier corte. La discusión se enturbia, se empantana. Alguien dice, quizás sea un analista: “está bien, pero como ya sabemos el deseo es el deseo del otro.” El sentido se repone. Estamos en sociedad. Nunca solos. De alguna manera sentimos alivio, aunque no es un alivio completo, sino que tiene un regusto amargo.  

5 “El amor es dar lo que no se tiene.” L’amour, c’est donner ce qu’on n’a pas. Clase 15 del seminario 8, 22 de marzo de 1961. Oral, anal, genital. Antes de llegar a la frase, Lacan ronda la idea, revisa El banquete de Platón y termina por decirla al pasar, sin dejar de volver una y otra vez al tema. De hecho, hay muchas versiones. Parece un dicho de sobrecito de azúcar, al estilo “ser generoso es dar lo que uno no tiene, no lo que a uno le sobra”, pero en el plano psicoanalítico, donde todo se enuncia con ruda sospecha y desconfianza sistemática, una definición tan lírica es repetida en su capacidad aleccionadora por todos los psicoanalistas del mundo. El amor tiene, entonces, un costo doble. Hay que dar, no recibir. Y encima damos algo que nos deja en rojo, en deuda, porque no lo poseemos. Contra el amor romántico, contra la obligación de ofrecer o demandar el corazón, o alguna otra víscera del cuerpo, contra todas las versiones que existen de Disney, Lacan nos señala sin vueltas que amar es entregarse a la pérdida.

6 “Solo el amor hace condescender el goce al deseo.” Seul l’amour permet à la jouissance de condescendre au désir. Una erótica completa, un verdadero manual de uso, en una sola frase. Amor, condescendencia, goce y deseo, la batería entera de conceptos psi, que incluye y esconde —¿cómo no?— el coito más rudimentario, y que encima se enuncia en el seminario 8, La transferencia, para ser retomado en el 10, titulado La angustia. Otra vez la clave es la unión de dos verbos, un verbo compuesto, hacer condescender. ¿Cuál es su definición? Condescender: “Acomodarse o adaptarse [una persona] al gusto y la voluntad de otra.” 

7  “¿Has actuado conforme al deseo que te habita?” As- tu agi selon le désir qui t’habite? Seminario 7, alias La bomba, conocido como La ética del psicoanálisis. ¿Cómo medir, construir, imponer, compartir, estimar una ética? Lacan se sale de lo exterior, de los parámetros ajenos y empuja la autoregulación. El secreto, como siempre, está en el deseo y la culpa va a llegar de negarlo, de no escucharlo, de renegar de él. La trampa es que nadie puede ser siempre ético del todo. La ventaja es que nos aleja de fórceps morales, tabulaciones y reglas exógenas. Conocer el deseo propio y ajeno parece ser el recado que se nos convida, pesada minuta que conlleva una vida.

8 “La verdad tiene estructura de ficción.” La vérité y renforce la structure de fiction que j’y dénote, de ce que cette fiction soit soumise aux lois de la politesse. En Lituraterre, una intervención esclarecedora de 1971 donde Lacan, enojado con los dueños la literatura, que en Francia queda acotada a la literatura francesa, le advirtieron que no se meta donde no lo llaman. La conferencia, traspuesta luego a un escrito, es excelente pero contiene uno de los enunciados más torpes de Lacan, solo sorprendente para aspirantes a analistas que todavía no pasaron de las obras completas de Amorrortu. Cualquier maestra normal, cualquiera profesora de secundario que haya enseñado a Molière o Sófocles, sabe que la verdad no nace silvestre sino que tiene las guías de eso que nos impacta, nos condiciona y nos reformula, Pensamos y somos como nos imaginaron los poetas y los dramaturgos de la antigüedad, como nos narraron las leyendas y los mitos, como nos descompusieron y volvieron a componer los novelistas modernos. Harold Bloom señaló que Shakespeare era el inventor de lo humano. Antes de eso nos moldearon también la Odisea y la Ilíada, los viejos poemas de gesta, incluso las partes más atrabiliarias del Antiguo Testamento, donde los profetas ven el futuro y especulan con nuestra destrucción en el Apocalipsis o nuestra salvación en el reino de Dios. Que la verdad no está exenta de la invención, que la verdad convoca el artificio para existir, no es noticia. Lo extraño sería al revés, que se presentara incólume de la nada para saludarnos con su existencia. 

9 “Sean ustedes lacanianos, si quieren. Yo soy freudiano.” Moi, je suis freudien, si vous voulez être lacaniens, à vous de le montrer. Seminario de Caracas, el 12 de julio de 1980. El último Lacan, obsesionado con nudos, topología y otros saberes imposibles, de visita en el trópico, desinhibido como un dictador en el exilio, termina de redondear un mensaje de evangelizadora belleza. Hay que volver a Freud. Hay que ejercer el retorno a Freud. Freud es, para los psicoanalistas, el principio y el final de la clínica. Y Lacan los subrayaba con esa consistente adhesión. Joven estudiante, si quieres ser lacaniano, demuéstralo. 

Cierro este ejercicio literario y lúdico con algo más sobre el estilo de Lacan. Ese estilo, del que tanto se habló y se habla, ayudó muchísimo a que los psicoanalistas del Plata, Buenos Aires, Rosario, Montevideo, tres ciudades húmedas, ejercieran la escritura de forma poco pulida, como hijos miméticos de largas traducciones de una oralidad lejana. Alguna vez Jaques Alain Miller dijo que era el periodista de Lacan recordando sus estudios de lógica, y quizás sus paso por el ordenado PCR chino. Había en su expresión un deseo de impermeabilidad a los furiosos recorridos de esos seminarios. Con el oficio, acertaba. Todo autor de un gran sistema demanda comentadores. Lacan no es la excepción. Pero hoy las ciencias sociales, siempre más barriobajeras, o la filosofía, lenta, ociosa y gorda, toman conceptos de la obra de Lacan como antes se nutrieron de Foucault, de Derrida, de Sartre o del marxismo. La ortodoxia lacaniana existe. También sus hilachas, sus restos, sus jergas y sus equívocos. El refrán criollo avisa, con criterio, que el que no conoce a Dios, a cualquier santo le reza, y como dijeron los Guns and Roses en The Spaghetti Incident?, su disco de covers, “Do yourself a favor and go find the originals.” En las bibliotecas argentinas, los tomos de Paidós color arena nos esperan para ayudarnos a entendernos en el siglo XXI////PACO

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