¿Cómo se articula un proyecto político con una literatura? O, mejor dicho, ¿dónde habría que buscar esa articulación para encontrar los textos que se “desprenden” de un proyecto político? Sin duda, primero habría que ir a los espacios de circulación y promoción cultural que dicho proyecto político financia, nutre y promueve. Siempre hay revistas o premios, incluso cuando se trata de proyectos políticos sin interés en la cultura. En ese sentido, Nadie vive tan cerca de nadie, de Tamara Tenenbaum, publicado en plena pandemia por Emecé, puede ser una perfecta puerta de entrada para entender qué literatura se produjo desde el macrismo y fue valorada por el macrismo. Veamos el paisaje con un poco más de atención. En principio, la autora fue durante años una de las editoras de La Agenda de Buenos Aires, que es, hasta hoy, el principal órgano de propaganda cultural larretista y fue dirigido en sus inicios por Hernán Iglesias Illa, uno de los más entretenidos sirvientes del Jefe de Gabinete de Macri, Marcos Peña Braun. Por otro lado, Nadie vive tan cerca de nadie fue el libro de cuentos ganador del premio Ficciones al “mejor libro de cuentos inéditos” otorgado por el Ministerio de Cultura del macrismo en 2018 (antes de que el propio Mauricio Macri lo rebajara a Secretaría). 

Como suele ocurrir, hubo muchos comentarios acerca del concurso, al menos, dentro de los acotados límites del mundo literario porteño, donde no hay que hacer gran cosa para que todos se conozcan lo suficiente como para despertar envidias y maledicencias. Sin embargo, casi ninguno de estos comentarios dejó de subrayar el hecho de que este, en particular, parecía un concurso diseñado a la exacta medida de la ideología macrista. De hecho, dos miembros del jurado, Selva Almada y Félix Bruzzone, denunciaron de manera pública a finales de 2017 que a pesar de haber seleccionado al ganador varios meses antes, el por entonces Ministro de Cultura Pablo Avelluto no había hecho la premiación ni (esto era lo que parecía más preocupante para ellos) les había pagado por sus servicios. El anuncio llegaría unos meses más tarde, cuando a esto se le sumó el dato de que en el jurado también estaba Pola Oloixarac, una activa “cibermilitante” del macrismo desde 2015 y asidua colaboradora de La Agenda de Buenos Aires, y Pedro Mairal, al que la propia editora y ganadora del concurso se había dedicado a promocionar con esmero desde La Agenda de Buenos Aires. Por si fuera poco, la “organización” del concurso había estado en manos de Santiago Llach, nada menos que el tallerista de la ganadora (y hermano del entonces vicepresidente del Banco Central del macrismo, aunque esto sea apenas un detalle de color… amarillo). Llamar “irregularidades” a todo esto sería un exceso indebido de sugestión. En todo caso, algunos sí viven y trabajan cerca de otros, y lo seguro fue que hace unos años, entre hablar al respecto o hacer un debido silencio, la posibilidad de una limosna en forma de colaboración en La Agenda de Buenos Aires resolvía la cuestión para casi todo el famélico periodismo cultural. Eran los primeros años de estanflación macrista y convenía tener amigos antes que enemigos. Para los interesados, basta con googlear cuáles fueron los pocos medios que recogieron el reclamo de Bruzzone y Almada para ver quiénes rompieron el cerco.

Pero basta de chismes y veamos el libro, que es lo que importa. Al leer Nadie vive tan cerca de nadie se va configurando una respuesta a la primera pregunta: ¿por qué durante la administración macrista esta era la literatura premiada y promovida? La interrogante se vuelve más sugerente si consideramos el desplazamiento, el “desfasaje”, entre la escritura y la premiación del libro durante el macrismo y su publicación durante el albertismo. Este desplazamiento, de hecho, facilita una lectura crítica de tono casi arqueológico: Nadie vive tan cerca de nadie podría ser un libro testimonial. Por suerte, los cuentos de Tenenbaum responden rápido cualquier pregunta que se les haga. Son doce relatos hilvanados, en su mayoría, por una narración en primera persona con protagonistas femeninas con una fuerte carga yoica, que casi siempre representan con intensidades variables el tedio y la indiferencia con las que transcurren las vidas de un pequeño grupo de personajes poco pintorescos y sin preocupaciones materiales. 

En los relatos pareciera no haber conflictos o, al menos, conflictos lo suficientemente mínimos como para dar una lograda impresión de quietud. El segundo relato, “No somos amigas”, que narra la noche neoyorkina de una joven argentina que tiene como problema el encuentro con la hermana de una amiga muerta a la cual preferiría dejar atrás, ya marca el tono de lo que vendrá. El vacío interno de los personajes y su relación positiva con aquello fuera de Argentina comienza a edificarse cuando la narradora le dice a su novio: “No need. Estamos cerca y vuelvo caminando, vos hacé lo que tengas que hacer, este es un viaje de trabajo para vos. Además, estamos en Nueva York. Acá no puede pasar nada”. Esta posición se refuerza cuando quiere deshacerse de Karina, la pesada de la hermana de su amiga, la única que pone un pero a sus intenciones. La narradora le dice: “Yo me quería ir, no la estaba pasando bien. Pero vos podías quedarte si querías te lo dije, y tampoco es necesario que te lo diga, on the other hand”, a lo cual le responden “este es una ciudad muy engañosa, parece que no, pero puede pasar cualquier cosa”. Un poco más abajo, cuando se separan, la narradora insiste: “Quería pensar que Karina siempre había sido rara, pero la verdad, no lo recordaba”. El sentido común de Karina, al sospechar de Nueva York, un espacio vendido por la narradora como seguro, es «raro».

Este tipo de nimiedades continúa en “Otro instrumento”, donde un chico de un coro de Adrogué empieza a trabajar un verano en un geriátrico y le gusta una compañera del colegio, o en “Esto no es un parto”, donde una chica le rompe el frenillo a su novio y es suturado en el Otamendi. “Siempre se van” es sobre una masajista que se va a vivir a la playa y hace aceite de eucaliptos mientras espera que la visite su hermana y “A los 37 años una no espera” cuenta el drama de una maestra de inglés que no se decide por vivir en un country. Los relatos empiezan y terminan como si le hubiéramos puesto play a una película ya empezada y la hubiéramos dejado antes de terminar, y como si ese equívoco, además, pudiera aceitarse con una escritura lograda y pulida. Las trama de los relatos parecen, así, flotar en un tiempo y un espacio escindidos de la realidad argentina, liberalizando cualquier tipo de emplazamiento territorial. En esa nube abstracta, la falta de conflictos parece mostrar bien las vidas de aquellos a los que los años del macrismo no los afectaron, o al menos la vida de aquellos que ni siquiera notan si viven en Buenos Aires, Nueva York o alguna playa. 

En “Beba, o algo más”, sin embargo, tenemos la voz de una empleada doméstica que recibe una tirada de cartas por cortesía de su jefa. Y es en ese relato donde empieza a notarse la compleja relación que los personajes de Tenenbaum desarrollan con lo popular y el trabajo, o sencillamente, con la pobreza. La jefa, Marita, es relajada y amable, mientras que es su empleada la que desea emular cierto prestigio, obsesionada con las normas de etiqueta. La tarea es encajar, ser y parecer un apéndice perfecto de su patrona, y es por eso que le molesta el hecho de que a ella, «en la casa de la señora Marita jamás la hicieron usar rodete tirante y uniforme negro brilloso con delantal blanco, como tiene ella. Un poco me molesta: seguro que la etiqueta manda que lo use”. Es la “señora Marita” la que insiste en que lo que está escrito en los libros de etiqueta “es profundamente anticuado”, por lo que su empleada debería “leer libros de cocina, o aprender un oficio. O un idioma, incluso”. Pero si en este caso parece haber una inversión de roles o una tregua entendible, lo que predomina en el resto de los relatos es la percepción de todo lo que sea “popular” como grotesco (entendiendo como “popular”, como le gusta decir al lenguaje del progresismo neoliberal, al mundo del trabajo, un mundo insondable para el macrismo, donde todo es especulación improductiva y maquillaje económico). Basta leer a la narradora de “No somos amigas” cuando ve a su novio para entender el lastre que significa el trabajo: “Las luces del teatro le recortaban unos ángulos en los pómulos y las mandíbulas que solo podían pertenecerle a un príncipe, a alguien que no había nacido para trabajar o para cargar valijas en la estación de subte de JFK”. En la mejor tradición del Antiguo Testamento, el trabajo es un castigo para aquellos desafortunados que no cumplen con los rasgos elitista de un príncipe, que es la herencia. Se nace para trabajar o se nace para gozar del trabajo de los otros.  

En “Otro instrumento”, un taxista es descrito como “de setenta años, anteojos, bigote bicolor y pipa”, lo cual parece cumplir con la caricatura necesaria para adjudicarle una única línea misógina: “Yo soy el que la hizo mujer a la presidenta Cristina”. Algo similar sucede en “Niña Yael”, el mejor relato del volumen, donde Saúl, uno de los protagonistas, entra de noche a la habitación de Alba, la empleada doméstica de su casa, para tocarla y besarla ante su entrega. Como de costumbre, el trabajo y los trabajadores son emparentados sin muchas interferencias con su pulsión sexual y puestos en juego desde esa posición, y son ellos los que siempre están dispuestos a encajar donde mejor puedan con sus amos, ya sea a través de la pulcritud de las formas o la sumisión física. En “A los 37 años una no espera”, en cambio, la narradora hace un viaje en tren desde el country a la ciudad y ve a una vieja mendigar con su hijo parapléjico. La observación es sobre los zapatos de mujer que lleva el parapléjico: “Tenía puestos unos zapatos de mujer, tal vez los únicos que había encontrado su madre para ponerle; claro que daba igual cómo le quedaran, si no eran para caminar, eran solo para abrigarle los pies, aunque hacía calor y quizás el tipo hubiera dado más lástima descalzo. Así daba un poco de risa”. Exponiendo su pobreza descalzo, especula la narradora con un buen ojo para las inversiones sociales, ese miserable enfermo podría recolectar más.

En “Lo que se me pregunta”, por otro lado, la escalera descendente de la meritocracia es una escalera hacia la humillación: “Hay una jerarquía de la humillación. La niñera le gana, por poco, a la mucama. La profesora particular le gana, también, por poco, a la niñera; apenas más cómodamente si es profesora de inglés. Yo ya no conseguía más alumnos así que me tocó eso, descender un escalón. Todavía no limpio pisos pero ya limpio culos. ¿No es más indigno, limpiar culos que pisos?”, se pregunta la narradora. Todo lo que los personajes ven o experimentan no tiene otro valor que lo que podría valer en el mercado: de una u otra manera, la sensación general es que todo está siempre en venta, desde la miseria en un transporte público hasta la educación o la limpieza de los culos. Esta, al menos, sí es una mirada honesta sobre la vida en el mercado, aunque tal vez resulte poco novedosa para alguien con tan buenas conexiones con el poder de la época.

Volviendo al asunto inicial del concurso, en este punto uno quizás podría preguntarse con un poco más de maldad si lo que premiaron fueron los méritos literarios o, tal vez, la obediencia al aparato ideológico macrista. Pero, de ser así, ¿quién podría envidiar alcanzar cualquiera de esas “distinciones”? Tal vez Tamara Tenenbaum no es simplemente una autora afín al macrismo, sino que es la autora del macrismo, en el sentido de que su producción y prestigio se van afirmando en medios más bien solidarios con la sensibilidad macrista. En los términos de Arturo Jauretche, ella no sería más que una de las “figuronas” del momento, esa construcción artificiosa y regulada de las instituciones que consolidan un renombre a cambio de acreditar la necesaria obsecuencia al aparato. En palabras de Jauretche: “El personaje se construye con cualquier farabute, porque lo que importa no es su técnica sino su servicio, y su servicio consiste en utilizar el prestigio que se le da para prestigiar lo que el aparato de colonización sostiene, y aún más: para prestigiar el propio aparato”. Basta reemplazar «colonización» por «macrismo» y los 60 años entre la publicación de la cita y el presente para comprender la idea y su vigencia. 

Volviendo al texto, una lectura más benevolente también podría decir que hay una “denuncia” detrás de los fragmentos señalados. Pero dicha “denuncia”, en realidad, nunca aparece. Incluso, se podría decir que lo que se expone es la mirada clasista y prejuiciosa de un sector de la sociedad, pero dicha mirada nunca es explicitada porque…, bueno, todos sabemos qué pasa cuando se muerde la mano del que da de comer y reparte algunos premios. Lo curioso, sin embargo, es que todavía no hay lecturas acerca de Nadie vive tan cerca de nadie. De hecho, nadie se pregunta por la relación del texto con su contexto de creación y su valoración. Lo único que sí hay son relaciones oblicuas con un libro anterior, resúmenes empalagosos de los cuentos como historias genéricas de desencuentro y las preguntas sosas de periodistas poco avispados como Patricio Zunini, que solo sirven para que sea la propia Tenenbaum la que oriente el sentido del texto. Por su lado, Tenenbaum señala cada vez que puede su paso del ensayo a la ficción: “La ficción está para eso que te incomoda y no sabés terminar de decir por qué”. Pero, ¿a quién pueden incomodar estas narraciones? ¿A la propia autora, tal vez? Cómo saberlo. Tenenbaum, mientras tanto, presenta con la mirada siempre optimista de aquellos que trafican ideas de realización personal que “hay dos cosas que nos importan más que en otra época: la felicidad y la honestidad. La felicidad es tan importante —hay como una hiperinflación de eso— que, de hecho, hoy casi nadie legitima seguir en un trabajo que no le gusta”. Es una afirmación curiosa en un país donde la pobreza que dejó el macrismo escala al 40% y la fantasía de elegir un trabajo soñado suena a puro cinismo. 

En sintonía con estas lecturas, sin embargo, los relatos insisten en la necesidad de empatizar con los narradores. Entre el tedio y la insensibilidad general de los personajes, todo está quieto y en paz, bien domesticado. Pero hay un texto que sí merece detenerse un poco más: “Los buenos padres”. En ese cuento, de carácter autobiográfico según la autora, una madre viuda oculta sus bienes, sus objetos valiosos y sus viajes al exterior para simular su propia pobreza y, así, ante cada visita de la representante del colegio de sus hijas, mantener sus becas. La narradora insiste en que “somos viudas pero no somos pobres”, una distinción entendible, ya que nadie desea la pobreza, aunque resulta imposible no percibir la mancha existencial de lo que la pobreza significa en Nadie vive tan cerca de nadie. “Para ser justos con mi mamá: si pagáramos la cuota completa del colegio de mis hermanas seríamos bastante pobres”, dice la narradora. El movimiento es curioso: fingir pobreza para no ser pobres. El barrio entero participa de esta simulación, al punto que “tanto nos quieren que por un día, además de viudas, podemos ser pobres”. La pobreza, entonces, es una especie de juego, algo performático, un privilegio que también entra en la lógica permanente de la obtención de beneficios. Como dirían tantos economistas bien apañados por la ideología neoliberal macrista a la hora de analizar el “gasto público”, a veces, en Argentina, ser pobre es más rentable que trabajar. 

En los relatos de Tenenbaum, entonces, todo da lo mismo desde la óptica indiferente y abúlica de sus personajes. A veces, claro, ese tedio se transfiere a la lectura, lo cual da por resultado un inevitable aburrimiento. Pero un aburrimiento que, sin embargo, es político. Volvamos al punto de inicio. ¿De qué puede hablar un libro premiado por una gestión durante la cual los teatros cerraban porque no podían pagar la luz, los cines se vaciaban porque la gente no podía pagar la entrada y el mundo editorial se hundía en su peor año en décadas por la recesión? E hilando un poco más fino, ¿de qué podía hablar una autora que formaba parte del órgano de propaganda y difusión cultural de esa gestión? Algunas pinceladas de tedio y clasismo, amables con los patrones detrás del desastre////PACO

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