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En el oficio de tinieblas del Sábado Santo la Iglesia canta “posuerunt me in lacu inferiori, et in tenebrosis, et in umbra mortis”. A ese pasaje, durante el Renacimiento, Carlo Gesualdo le puso música, acorde no solamente con el tono de la frase sino con su propio y peculiar temperamento. En tinieblas, también, se titula el último libro compuesto en vida por Léon Bloy. Poco antes de morirse, entre los meses de julio y octubre de 1917, Bloy elaboró un retrato espiritual de la Francia de esos años de la primera gran guerra en el que, como en una plegaria, predominan las imprecaciones, las lágrimas, el dolor, el desprecio y la certeza de la imposibilidad absoluta de cualquier esperanza humana.

“Mientras escribo, oigo el cañón. El viento me trae su sonido desde muy lejos. Aunque sordas en extremo, las detonaciones cambian y me digo que cada una de ellas me anuncia la muerte de un crecido número de hombres”, escribe. “¿Pronto las seguirá la mía? Sólo Dios lo sabe. Nadie puede decir la hora ni el lugar. Mientras espero, no dejo de pensar, porfiada y dolorosamente, en esa muchedumbre en peregrinación hacia lo Incógnito.”

Miembro de una generación que todavía guardaba memoria de la epopeya de Napoleón, Bloy no podía más que mostrarse azorado ante el despliegue inhumano de la nueva maquinaria de guerra, ante la desaparición del más elemental sentido del honor y el triunfo de “los nuevos ricos”, esa clase especuladora que lo convierte todo en mercancía, incluso las almas. Su urgencia, como puede rastrearse en toda su obra, se centra en la perplejidad y la indignación ante el declive general de la Cristiandad, la traición del clero, la muerte de la fe y de la razón, y el consiguiente envilecimiento universal y la estupidez infinita que cubren el mundo.

Sin embargo, En tinieblas no se ocupa solamente de estas coyunturales cuestiones. A partir de la auscultación del mundo, el místico escritor desciende a las profundidades del pensamiento y la meditación religiosos y se prepara para su propia e inminente extinción. “Su espíritu no conoció descanso”, señalará más tarde Jeanne, su esposa, y esos meses últimos de su vida fueron testimonio de ello. Dominado por el terror que le causaba el destino final de su alma, capítulo a capítulo de En tinieblas Bloy reflexiona acerca del dolor y la muerte como instrumentos de salvación, comparando su triste humanidad con aquella del Salvador. “La pura y simple verdad que enseña el catolicismo es que es necesario de todo punto sufrir para salvarse”, concluye. Para él hemos sido hechos para sufrir y cuando rehuimos el dolor incurrimos en simonía y prevaricación. Por eso, “todos los sufrimientos que ha acumulado el infierno durante toda la eternidad quedan en nada ante la Pasión, porque Jesús sufre en el Amor y los réprobos sufren en el Odio; porque el dolor de los condenados es finito y el de Jesús es infinito; porque, en fin, si cabe imaginar que algún exceso ha faltado en el sufrimiento del Hijo de Dios, cabría pensar que algún exceso ha faltado a Su amor, lo que es absurdo a ojos vista y blasfemo, pues Él es el Amor mismo”.

Afuera Europa se sumía en una destrucción nunca vista antes pero Bloy, que sabía amar y sabía odiar, en sus momentos postreros elige despreciar todo aquello, resignarse a la disolución de su mundo y entregarse a la sola dicha de sufrir. “El núcleo de mi pensamiento es que en este mundo caído todo gozo se manifiesta en el orden natural y todo dolor en el orden divino”, jura el sufriente Léon Bloy. En esos meses de 1917 la guerra aún no estaba decidida y nuevos disgustos, como la revolución bolchevique, aún no habían sucedido. Sin embargo Bloy siente cerca el fin de todo. El 3 de noviembre, finalmente, su vida se apaga. La hoja parroquial de Bourg-la-Reine de diciembre de ese año consigna su muerte y hace mención al vigor de su escritura y a la fogosidad de su polemismo en vida y lo elogia como cristiano de comunión diaria. “Si su lenguaje incurrió en exageración o en violencia”, aclara al anónimo autor de la hoja, “Dios se apiadará de todo el bien que quiso hacer y del que efectivamente hizo”. El sello de su dolor, impreso en las páginas de En tinieblas, forma sin duda parte de aquel bien////PACO