Cine


Le week-end por el resto de la vida


Sé que el amor es un juego sucio; tienes que mancharte las manos. Si te mantienes a distancia, no sucede nada interesante. Además, debes encontrar la distancia adecuada entre las personas. Si están demasiado cerca, te aplastan; si están demasiado lejos, te abandonan.
Intimidad
, Hanif Kureishi

 

Hanif Kureishi, escritor inglés de origen pakistaní que ya ha despuntado el vicio en las novelas Algo que contarte e Intimidad, vuelve a arremeter con sus interrogaciones sobre el matrimonio en forma de guión cinematográfico. Si bien es una de las instituciones más antiguas de la sociedad, los intentos por comprenderla no dejan de reproducirse en forma de productos culturales. El cine y la literatura, el periodismo y la academia le han dedicado innumerables horas a desentrañar la pregunta ¿Por qué nos casamos? O, en su forma actualizada, ¿Por qué nos seguimos casando? En Le week-end, (o Un fin de semana en París, como lo tradujeron al español para hacernos creer que era una nueva película de Woody Allen) Meg y Nick viajan a París por el fin de semana para celebrar treinta años de casados. En una relación cuya dinámica se encuentra resentida por el paso de los años, rápidamente vemos que “celebrar” no es quizás la palabra que mejor describa los motivos de ese viaje.

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Los hijos, las renuncias, el fastidio, las infidelidades y los problemas de dinero parecen ser los tópicos matrimoniales universales.

Los hijos, las renuncias, el fastidio, las infidelidades y los problemas de dinero parecen ser los tópicos matrimoniales universales. Además, según los estereotipos delineados por ciertos productos humorísticos y de la cultura popular, los maridos tienen los suyos- hacer ruidos molestos, perder las cosas y no poder encontrarlas, ser tacaños, pensar siempre en el sexo- y las esposas tantos otros –desplazar a los maridos cuando llegan los hijos, el deseo sexual anulado, no tener culpa por disfrutar del dinero y encontrar todas las cosas que pierden los maridos. Meg, con alrededor de 60 años, expresa su deseo de dejar el cargo como profesora de Biología de un colegio secundario para “tocar el piano, bailar tango y aprender italiano”, como si los deseos pudieran comprarse en el supermercado en forma de “hedonismo para llevar”, contraponiendo de manera ficcional lo no hecho al sacrificio –si bien voluntario- del matrimonio y la maternidad.

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El mito de llegar a la vejez con la satisfacción del deber cumplido también es un tópico al que Kureishi nos tiene acostumbrados.

Por su parte Nick, filósofo graduado en Cambridge, le confiesa que lo echaron de la universidad en donde da clases (que en realidad, nos enteramos más tarde, es un politécnico en la ciudad de Birmingham) por hacer un comentario “fuera de lugar” a una estudiante  negra. El mito de llegar a la vejez con la satisfacción del deber cumplido también es un tópico al que Kureishi nos tiene acostumbrados. La frustración y la insatisfacción es la misma pero con el reloj de la cuenta regresiva sonando cada vez más fuerte. Si el espíritu permanece joven y enérgico, su desarrollo es imposibilitado en un cuerpo que cruje cada mañana al intentar ponerse los zapatos. Los personajes que diseña se mueven en un sentido unidireccional: envejecer involucra especialmente al cuerpo porque el espíritu se resigna.

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Con el mandato de la institución sobre las espaldas y como destino inequívoco de realización personal, los que se casaron en los ‘70s y ´80s se encuentran en la encrucijada de poder elegir entre la continuidad o empezar de nuevo.

La película recorta la última parte de la dinámica de una pareja después de pasar treinta años juntos. El pasaje del odio al amor en un lapso de cinco minutos durante toda la relación parece ser, a grandes rasgos, lo que para Kureishi define el matrimonio. Mientras Nick se aferra a su esposa interpretándola como el salvavidas de lo conocido, como un colchón apacible para esperar la muerte con el que no habrá sorpresas (ya que cada una de las pequeñas miserias que los habitan forman parte de la relación), ella quiere pasar a otra página de su vida. Y si bien Meg parece fría y distante frente al amor abnegado de Nick, no es una conducta representativa de los treinta años de relación sino sólo la forma de llegar al fin.

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Mientras Nick se aferra a su esposa interpretándola como el salvavidas de lo conocido, ella quiere pasar a otra página de su vida.

En Un matrimonio feliz, la novela de Rafael Yglesias, vemos el recorrido de un matrimonio desde su inicio hasta el momento en que a ella le diagnostican cáncer terminal y él se dedica a cuidarla (después de tres décadas de casados). El amor, a lo largo de esos años, es el pan en el sándwich: empieza con la devoción y la ceguera ante los defectos del otro, continúa con la llegada idílica de los hijos que, ante la falta de deseo sexual de la esposa, se convierte en la excusa perfecta para tener un amante (e incluso coquetear con la idea del abandono), y finaliza con el reencuentro con el otro, una vez que la progenie ha abandonado el hogar, y la vejez los reúne en un estadio común e inevitable. La novela, cuya historia de amor comienza en los ´70, da cuenta -como Le week-end– de la forma del amor y del matrimonio de la generación de nuestros padres.

Le WeekendDirected by Roger MichellStarring Lindsay Duncan and Jim Broadbent

El hechizo tiene fecha de vencimiento y algunos están dispuestos a cambiar de dirección cada vez que se rompa.

Con el mandato de la institución sobre las espaldas y como destino inequívoco de realización personal, los que se casaron en los ‘70s y ´80s –y no se divorciaron en los ´90 o en los 2000- se encuentran en la encrucijada de poder elegir entre la continuidad o empezar de nuevo sin el peso de la sanción social. El personaje de Jeff Goldblum, ex compañero de la universidad de Nick, representa al tipo de cónyuge que no acepta la indiferencia que conlleva el paso del tiempo en el matrimonio, y decide divorciarse de su primera esposa para volver a casarse y formar una familia con una mujer joven. Nick le pregunta cómo puede desear empezar de nuevo, y la respuesta es que la vanidad trae aparejada la necesidad de tener una mirada fresca que celebre tus virtudes y desconozca tus defectos. El hechizo tiene fecha de vencimiento y algunos están dispuestos a cambiar de dirección cada vez que se rompa.

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El matrimonio es una forma de decir «nada de lo que hagas pasará desapercibido porque yo estaré ahí para verlo».

En la película Shall we dance? (2004), en donde Richard Gere interpreta a un abogado cincuentón que, ante el aburrimiento de un trabajo demasiado estable y un matrimonio correcto, decide tomar clases de baile. Susan Sarandon, que interpreta a su esposa, le dice al investigador privado que contrata para saber por qué su marido llega tarde todos los miércoles: «La gente se casa porque necesita un testigo de su vida. El matrimonio es una forma de decir «nada de lo que hagas pasará desapercibido porque yo estaré ahí para verlo». Pero además del fastidio que implica convivir con un otro y la proximidad extrema de sus miserias, están las insatisfacciones individuales que cada cual vomita en el espacio común. El amigo de Nick, a pesar de estar casado con una mujer joven y ser un profesional exitoso, con libros publicados y un piso en el centro de París, tampoco es feliz.

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El amor no es un juego sucio, como dice Kureishi. El matrimonio sí lo es.

John Clark, el personaje de Richard Gere, con su armónica familia y su casa con jardín en los suburbios de Chicago, quiere algo más. Y le da vergüenza confesárselo a su esposa porque no quiere que sienta que ella no es suficiente, que no le alcanza con lo que tiene. ¿No será que nos pasamos la juventud idealizando la clase de persona que seremos cuando lleguemos a la vejez, las actividades que finalmente practicaremos cuando tengamos tiempo, el dinero que invertiremos en disfrutar cuando no tengamos que mantener a nuestros hijos? Pero el cuerpo es viejo y la cobardía se exacerba (Nick amaga hace años con escribir un libro y su esposa lo acusa de no tener las pelotas bien puestas); el éxito y la lucidez de los hijos no concuerda con el esfuerzo aplicado a ese objetivo, y la tranquilidad económica no pudo ser garantizada con un sueldo docente. Lo que sigue ahí es el anhelo y, si tenemos suerte, un cuerpo caliente y conocido al que abrazarnos para dormir. El amor no es un juego sucio, como dice Kureishi. El matrimonio sí lo es////////PACO