Pocas imágenes sintetizan mejor la dificultad para asimilar desde Occidente qué es ese extraño objeto religioso, político y militar llamado Estado Islámico o ISIS como la foto (que hace poco recorrió el mundo) en la que un soldado polaco al servicio de las Fuerzas Democráticas Sirias celebra la victoria final sobre la ciudad de Raqqa, capital de un Califato en extinción. Con impronta icónica, esa postal de la Operación Furia del Éufrates combina dosis idénticas de información y confusión. Por un lado, la desolación de una ciudad cuyo único estadio ‒convertido desde 2013 en una cárcel‒ está arrasado por la artillería. Por otro, la bandera polaca sostenida a lo alto por un militar que, en actitud desafiante, desecha el famoso estandarte negro y blanco del Estado Islámico en el que se lee (en letras blancas y árabes): “No hay más Dios que Alá. Mahoma es el mensajero de Alá. Mahoma es el mensajero de Dios”.
“Lo que el Estado Islámico ansía es una guerra civilizatoria total”.
Pero, ¿qué hace la bandera polaca en Raqqa? ¿Y por qué alguien se identificaría así mientras combate en Siria? De hecho, que en algunas versiones de la misma imagen la bandera del Estado Islámico esté en llamas ‒añadidas con Photoshop‒ tampoco es un detalle menor. Porque es en ese límite entre lo verdadero y lo falso, y bajo esa atmósfera de eventos probables pero ligeramente absurdos donde germina la dificultad para hacer inteligible al Estado Islámico de Irak y Sham (ISIS, por sus siglas en inglés). A partir de ahí, La guerra del fin de los tiempos explora una pregunta simple: ¿qué quiere realmente el Estado Islámico?
Lo que Graeme Wood prueba es sumergir el oído, la mirada y la mente entre los ideólogos del Estado Islámico.
Decidido a responder, lo que el periodista estadounidense Graeme Wood (1979) prueba es sumergir el oído, la mirada y la mente entre los máximos ideólogos del Estado Islámico. Por supuesto, el baño de inmersión no es fácil, ¿y cómo podría serlo cuando se llega al núcleo más puro de su deseo? “Lo que el Estado Islámico ansía es una guerra civilizatoria total”, concluye Wood después de trece años de investigación y decenas de viajes y entrevistas. “Dicha conflagración, librada con armamento moderno, dejaría miles de millones de personas decapitadas, abrasadas, crucificadas o asesinadas con un tiro de gracia en la nuca, y todo ello a causa de una disputa irreconciliable sobre la naturaleza de Dios. Muchos de los partidarios del Estado Islámico con los que he hablado manifiestan abiertamente su deseo de que esta guerra ocurra”.
“Porque ellos vinieron a mi ciudad e intentaron callar a Ariana Grande, ella debería ser la primera en cantar”.
Ahora bien, el paso inteligente de La guerra del fin de los tiempos no está en ninguna remilgada pretensión humanitaria en favor de debatir ni convencer de su error ‒ni del terror abisal de su proyecto‒ a los lugartenientes ideológicos de ISIS, sino en retratar los razonamientos del pensamiento fundamentalista (una figura intelectual contradictoria pero recurrente que, como el autor aclara, no se limita ni al islam ni a sus zonas geográficas de influencia). Es por eso que, después de contar lo que el Estado Islámico quiere, Wood llega al verdadero comentario clave acerca de su experiencia: “La mayoría albergaba, además, amables esperanzas, al menos por lo que a mí respecta, y me invitaban a unirme a ellos en su lucha, porque de otro modo les preocupaba mi bienestar. Tanto su sed de sangre como su preocupación por mí eran sinceras”.
Tal vez sí podemos saber qué quiere el Estado Islámico, ¿pero podemos saber por qué?
Amabilidad y sed de sangre, preocupaciones sinceras y asesinatos en masa. Tal vez sí podemos saber qué quiere el Estado Islámico, ¿pero podemos saber por qué? Ahora, mientras ISIS sufre las peores derrotas militares y los más profundos retrocesos territoriales desde 2014, cuando sus decapitaciones sin censura aterrorizaban al planeta desde YouTube, esa mezcla de amor y odio parece aumentar la suma capital del grotesco humano. Y las novedades desde el frente de batalla ‒que incluyen hasta amenazas a Lionel Messi‒ ilustran la confusión mejor que cualquier análisis. Horas después de descubrir los cadáveres de 128 civiles ejecutados por ISIS durante su retirada de la provincia de Homs ‒una labor cumplida con balas y cuchillos, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos‒, Michael Enright, un actor británico que lucha por su cuenta contra ISIS (igual que cientos de mercenarios, guerreros y aventureros llegados desde todo el mundo, incluida Polonia), se grabó en Raqqa cantando “Bang Bang”, de Ariana Grande. Era “su tributo a las víctimas del horror en Manchester”, explicó Enright entre los edificios destrozados, “y porque ellos vinieron a mi ciudad e intentaron callar a Ariana Grande, ella debería ser la primera en cantar”.
Amabilidad y sed de sangre, preocupaciones sinceras y asesinatos en masa.
Ahora bien, si los motivos de quienes luchan en contra el Estado Islámico parecen por momentos sacados de una novela de Don DeLillo o Martin Amis, los motivos de quienes luchan en favor del Estado Islámico sólo tienen en teoría una única fuente bibliográfica: el Corán. La diferencia vital está en la lectura, una disputa intelectual alrededor de la cual el Estado Islámico insiste con énfasis en la forma literal. Es por eso que, tal como explica Wood, cuando el Corán habla de “la mano de Dios” (yadu llahi), si la mayoría de los musulmanes interpretan que la palabra “mano” (yadu) significa “poder”, el Estado Islámico interpreta que significa “mano”. Dentro del universo espiritual de ISIS no hace falta mucho más para dividir entre fieles e infieles, ni para ubicar de uno u otro lado de las armas terrenales a quienes merecen vivir y morir. ¿Pero por qué estos preceptos pueden ser importantes para quienes intentan pensar la violencia? Una vez más, son las últimas noticias las que parecen dar la mejor respuesta. Porque si, tal como la Secretaria de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, Elaine Duke, dijo la semana pasada en Londres, ISIS y Al-Qaeda “están planeando una gran explosión como la del 9-11”, ¿no es relevante saber que ISIS, identificado con la rama sunita del islam, considera a Al-Qaeda una rama “hereje” del extremismo por sus posturas tibias contra la facción opuesta chiita?
¿Dónde están los referentes de lo que Hitchens llamó “islamofascismo”?
Pero más allá de estas diferencias, ¿cómo se forman los ideólogos del fundamentalismo? ¿Dónde están los referentes de lo que Christopher Hitchens llamó hace años “islamofascismo”? ¿Quiénes incentivan a ese “sujeto oscuro deprimido y la vez vengador”, como definió lo Alain Badiou, que entrega su conciencia y su cuerpo al terror? En su caso, las primeras respuestas llegaron a Wood cuando en 2014 conoció a Musa Cerantonio, “un converso desde el catolicismo de treinta y dos años que vivía entonces en libertad vigilada en el suburbio de Footscray, en Melbourne, Australia”. Considerado “una de las influencias online clave para los partidarios del Estado Islámico”, la suspensión de su página de Facebook había bastado para que Musa se mantuviera en silencio. A partir de ahí, el retrato de Wood sucumbe una y otra vez a la pátina inevitable del grotesco. Hay un tweet falso con el que Musa se declara presente en Siria cuando en realidad está en Filipinas, hay una esposa que tira los zapatos en el living de la casa en la que vive con su madre y sus hermanos, la misma mujer que prepara el té mientras su hijo discute la permisibilidad de la inmolación como método de ejecución o la “misericordia” de la esclavitud sexual, capaz de salvar a las mujeres capturadas por ISIS de la muerte.
Buscar razones para matar a la gente es un entretenimiento de hombres jóvenes, así que cada década produce nuevas mentes para encarnar sus peores ideas.
Con humor y astucia, lo que Wood coloca en escena es aquello que, como simple observador occidental, cualquiera tiende más bien a resistirse a contemplar siquiera como posibilidad. ¿Y si detrás de las cabezas cortadas, las barbas espeluznantes y la expectativa en un reino que no es de este mundo hay personas como cualquiera? Profundamente desorientadas y, con toda seguridad, mucho más allá de lo perdonable, pero todavía personas. En tal caso, buscar razones para matar a la gente es un entretenimiento de hombres jóvenes, escribe Wood, así que cada década produce nuevas mentes para encarnar sus peores ideas. Y ahí está, entre otros, Musa Cerantonio y su prédica fanática en las redes sociales. Por cierto, la última vez que Musa quiso viajar hasta Siria, el año pasado, lo atrapó la policía australiana. Remolcaba una lancha de siete metros con la que pretendía llegar primero a Indonesia/////PACO