La cultura digital aparece hoy como el último escalón de la pornografía. Explosión, escalón y atasco. ¿Es posible que la evolución se haya detenido? Es posible. Siempre hay sorpresas con la evolución, pero el siglo XXI realizó en la web la mayor redistribución humana del ingreso pornográfico y el género, siempre ligado a los avances y las propuestas del soporte, parece haber encontrado un tope. La situación se sintetiza en el comentario irónico: gracias Internet, ahora incluso el porno me aburre. Superabundancia de cuerpos filmados, entonces, de babas, de flujos, de émbolos y cavidades, propagandas invasivas de enlarge your penis y mature sex, la piel vibrando en cada pantalla a solo un encendido de distancia; y también un maremagnum de teóricos redescubriendo un expansivo objeto de estudio se hicieron presentes con la llegada del milenio. Pero todo es demasiado viejo apenas se dice nuevo. En su Historia de la sexualidad, Foucault señala que no solo hablamos mucho de eso, sino que no podemos dejar de hablar de eso. Así, el continuo obsesivo por el sexo encuentra en la web un soporte afin. La máquina termina comiéndose el pudor y sin pudor, sin prohibición, sin solapamientos, ¿qué deseo nos queda? ¿Y de qué calidad será ese deseo? Mientras los engranajes digitales corren la compulsión de la excitación a la compulsión del acceso, los perversos piensan –una vez más– como empujar los límites. La industria de la represión vía corrección política no rinde ni logra estar a la altura de la tecnología, y su breve religión se queda en la viruta moral, un resabio que quizás florezca pero por ahora es humus y moco, pegajoso, ineficiente. No hay pared, entonces, contra la que apoyarse. ¿Cine snuff? Aburre. ¿Mexicanos decapitados? Los veo todos los días. ¿La mujer más fea del mundo? Hay miles. Si nunca nada nos resultó satisfactorio del todo dentro de la modernidad, hoy esa sensación se agudiza. La gota china de la eyaculación apura el ritmo. ¿Para dónde se sale? ¿Qué canal simbólico vehiculizará nuestras ganas? ¿Las dos mujeres detenidas en Florida por combinar porno y tortura de animales nos muestran la luz turbia de una nueva ética?

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Según el Miami Herald, la policía de Miami detuvo este mayo a dos mujeres bajo acusaciones de tortura animal. Stepahnie Hird, de veintinueve años, y Sara Zamora, de veintiocho, enfrentan demandas por crueldad animal ya que, según tres sociedades de defensa de los derechos de los animales, torturaban y daban muerte a gallinas, conejos, ratas y peces como parte de sus videos pornográficos. Al parecer, en uno de estos videos Hird aplastaba con sus manos y pies a un pez vivo mientras mostraba sus genitales. En otro, hacía comentarios procaces mientras, desnuda, le disparaba a una rata con un rifle de aire comprimido. Los sitios de noticias consultados afirman que existen filmaciones con mujeres que matan cerdos o conejos con armas de fuego, o degüellan gallinas con espadas japonesas, o pisan langostas con zapatos de taco hasta desharcerlas. La descripción más acabada que encontré señala que Zamora masturbaba a un hombre con una mano mientras que con la otra mataba una gallina con unas tijeras de podar. Estas perfomances se habrían realizado bajo la supervisión de Adam Redford, un productor especializado en parafilias zoológicas que ya habría estado preso por haber recibido denuncias similares. ¿Vemos aquí una inédita modulación de la industria pornográfica digital? ¿O se trata de uno de esos exceso de lectura a los que nos tiene acostumbrada la policía moral de la web? Es difícil decirlo. Por un lado, la tortura sexual de animales es algo muy antiguo. Por el otro, en la pornografía actual on line nunca se la había ofrecido abiertamente o, al menos hasta ahora, había pasado desapercibida. Dicho esto, cabe señalar que la mayoría de estos animales son muertos y destazados de formas brutales para la alimentación humana, tanto de forma industrial como doméstica. ¿El consumo gastronómico tendría prioridad sobre el consumo erótico? Más allá de toda discusión, sabemos que la muerte y el sexo no se desconocen ni se evitan, mucho menos enraizados en el cuerpo de animales de granja. ¿El problema es la unión y su exhibición? En una recorrida más o menos detallada por la web no pude encontrar ninguno de los videos citados.

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Pese a la difusión que tuvo y las controversias que pudo haber generado el caso de las porno-torturadoras de conejos y aves de corral es difícil ver en ellas una salida al semi-atolladero del deseo contemporáneo. Pero puede tomarse el caso como un síntoma. ¿Pero un síntoma de qué? Si durante miles y miles de años la naturaleza en cualquiera de sus acepciones fue vista por el hombre como una proveedora de materiales para saciar y satisfacer nuestras necesidades, hoy pueden percibirse pequeños movimientos de inversión al respecto. Algunos son conspicuos y forman parte del negocio de muchas multinacionales, como los grandes holdings ecologistas. Otros tienen agendas más limitadas que se vuelven rutinas integradas a la vida diaria. (Ni siquiera el circuito del porno es ajeno a esta penetración. Si las chicas de la Florida atacan la fauna doméstica, los administradores del sitio web para adultos PornHub celebraron el Día del Árbol anunciando que por cada cien videos para adultos que se vean en su portal, ellos plantará un árbol “en la vida real.”)

Hace poco, ante la insistencia de estas prácticas coercitivas, pregunté cuánto faltaba para que veganos, conservacionistas y demás grupos de ultraconciencia planetaria, comenzaran a oponerse a la reproducción humana. Enseguida se me anotició de que eso ya ocurría, señalándome el Movimiento por la Extinción Humana Voluntaria, o VHEMT, por sus siglas en inglés. ¿Qué propone el VHEMT? Más allá de las inevitables derivas filosóficas, el VHEMT promueve que la humanidad detenga la procreación para así dejar de perjudicar al planeta Tierra. Con claros ecos malthusianos, este movimiento, fundado en 1991, llega a la conclusión de que el mundo estaría mucho mejor sin nosotros y promueve la no-natalidad. Ya no se trata de ajustar, entonces, el índice poblacional a un número sustentable sino que se predica, directamente, una más perfecta supresión de lo humano. La palabra “movimiento” da idea de una multitud, pero el VHEMT se resume a su líder indiscutido y única cara visible, un tipo flaco y canoso que se llama Les Knight. La prensa norteamericana se ocupa cada tanto de Knight, que fue descripto como una persona amena, de reflexiones pausadas y trato amable. Pero ¿qué estridencias pueden pretenderse de un extincionista? La sociedad tipifica a los locos como violentos, pero hay locos mansos. A veces se los llama depresivos y son muy capaces de dejarse morir.

El VHEMT no está solo en su cruzada. La National Organization for Non-Parents, que luego cambió su nombre a National Alliance for Optional Parenthood, fundada en Palo Alto en 1972, de forma un poco menos compulsiva, promueve lo mismo: no tener hijos. En teoría defendería los derechos de aquellos que no quieren procrear, publicitando la posibilidad, trabajando contra la discriminación, etc… Hay otros grupos menos melancólicos, como Earth First! cuyo nombre ya dice, más o menos, todo y al cuál se le adjudican atentados con bombas y demás operaciones de intervención directa. La Tierra Primero: violencia, acción y luego vemos qué pasa con todo lo demás, incluidos los seres humanos. También está la Church of Euthanasia cuyo slogan es “Save the planet, kill your self” y cuyo primer mandato es «Thou shalt not procreate.» El programa de esta iglesia incluye cuatro pilares básicos: suicidio, aborto, canibalismo y sodomía, la dirige un transexual vegetariano y en su sitio web dan consejos para, si usted disfruta la carne, despostar un cuerpo humano y cocinarlo. También tiene un contador paranoico de población mundial que, desde luego, no deja de crecer.

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Pese a todo el ruido de estas militancias, Les Knight y el VHEMT siguen manteniendo la postura más radical y consecuente en su negatividad. No descarto que mañana alguien mate a alguien y se lo coma diciendo que con eso va a salvar al mundo –cosas así han pasado y seguirán pasando–, pero Knight es el más eficiente –aunque usar esta palabras sea una exageración– al momento de presentar sus argumentos: Suponga que todos nos ponemos de acuerdo en dejar de procrear. O que nos atacara un virus que fuera realmente eficaz y todo el esperma humano perdiera su viabilidad. Los primeros en notarlo serían los centros de de reproducción asistida, puesto que nadie acudiría a ellos. Felizmente, en cuestión de meses los que trabajan haciendo abortos tendrán que dedicarse a otra cosa. Sería trágico para la gente que siguiera tratando de concebir, pero al cabo de cinco años ya no habría más niños de esas edad muriendo horriblemente. (…) En el plazo de veintiún años ya no había más delincuencia juvenil.”

Knight dice también que, al no haber conflictos por los recursos, no habría motivos para guerras y que los últimos individuos de nuestra especie podrían dedicarse a cultivar un jardín y encontrar la tan anhelada serenidad espiritual, como lo hacen los ejecutivos retirados: “Los últimos humanos podrían disfrutar pacíficamente de sus últimas puestas de sol, sabiendo que han llevado de nuevo al planeta lo más cerca posible del Jardín del Edén.” De todas todas las falacias que pregona Knight quizás esta sea la peor. Los seres humanos siempre encuentran motivos para guerrear. La película Children of men, donde la concepción humana se interrumpe por motivos desconocidos, es elocuente al respecto. Pero más allá de toda contradicción, es la palabra “tragedia” la que se abre paso. Knight parecería decir: “Sería trágico”, para luego agregar: “sí, pero no importa, porque todo es trágico de todas formas y vamos derecho al desastre.” Según Wikipedia, Knight es maestro de escuela. ¿Alguien dejaría que un personaje así se acerque a sus hijos? Por más conceptual y abstracto que sea su pensamiento, su aspiración, de una u otra forma, es suprimirlos.

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Les Knight va a terminar solo como el excéntrico propagandista que es –y la soledad y sus mecanismos no son aquí un detalle menor–, pero, al mismo tiempo, ¿quién puede negar que nos estamos comiendo el mundo mientras lo cambiamos y lo envenenamos, entre otras cosas, con polimeros que no son biodegradables y abundantes residuos nucleares letales para cualquier ser vivo? Knight es especialmente pregnante cuando habla del dolor, con singular énfasis en los niños. ¿No es un capricho la supervivencia y la cría? ¿Nos tienta la idea de un mundo sin dolor? Sin embargo, la salida que propone el VHEMT por la voluntad –irredento gesto filotroskista– parece antes parte del problema que de la solución. La voluntad nunca llevó al hombre a generar ningún cambio y mucho menos la voluntad radical que va contra la biología más básica. Podría decirse que su posición le hace el juego a aquello con lo que quiere terminar ya que por propia voluntad nada se extingue y publicitar eso es pretender una conciencia tan extrema como estranguladora. Pedir la extensión permanente ¿no resulta igual de superyoíco que pedir la revolución permanente o el triunfo permanente del Bien?

El novelista colombiano Fernando Vallejo le agrega lírica a todos estos planteos cuando escribe: «Nadie tiene el derecho a reproducirse, imponer la vida es el crimen máximo. El hombre es la única especie que puede distinguir entre el sexo y la reproducción. Estamos programados para el sexo, está metido en las conexiones nerviosas con las que nacemos y que están especificadas en el genoma humano, como en el de cualquier especie que se reproduzca por el sexo. Sólo nosotros podemos darnos cuenta de esta separación. ¡Entonces, hagámosla! El sexo no tiene importancia, la reproducción sí. El sexo es inocente, la reproducción es criminal.»

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¿Se olvida muy rápido, Vallejo, que sin reproducción no habría juveniles efebos con los cuales acoplarse y el sexo terminaría siendo potestad de viejos blanduzcos que miran antiguas filmaciones de pieles tersas y cuerpos firmes que ya no existen? Convincentes o no, nada parece muy serio. Supongamos que Les Knight, Vallejo, y otros extincionistas, se juntan en algún lugar, un congreso, algo así, para debatir e intercambiar sus modelos de extinción. ¿Elegirían un brillante hotel de Las Vegas como sede? ¿O mejor sería una barriada pobre de Bogotá? El escenario ideal para estas discusiones, ¿sería el Mojave o una ciudad monótona y supercálida de Texas? Supongamos que la VHEMT consigue ensanchar sus filas. ¿Cómo serían esas reuniones? Vayamos más allá y pensemos que la VHEMT se transforma en un partido político. ¿Qué protocolo tendrían sus meetings? ¿Con qué cuota de resignación y entusiasmo celebrarían estos correligionarios sus cumpleaños, sus alianzas, sus casamientos, sus fechas conmemorativas? Rápidamente se pondrían de acuerdo en no invitar a los aliados naturales de la Church of Euthanasia, los que sin duda resultan demasiado bulliciosos. Aunque me esfuerce no logro escenificar qué tipo de roce social, de militancia y compañerismo podrían tener los extincionistas. Los usos de la democracia parlamentaria occidental –para poner un sistema político que conocemos bien– deberían resultarles, de un modo o de otro, ajenos. Quizás sea por eso que pensar una guerra al rededor de estos temas parece poco verosímil. Sin embargo, el cine podría proveer sin dificultades una batalla final de extincionistas contra antiextincionistas. Qué ironía morir en ese conflicto, en cualquiera de los dos bandos. Menos risueño resulta saber que, acompañados por la mirada de Hollywood, los extincionistas lograrían, sin mayores inconvenientes programáticos, pelear del lado de la Skynet.

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En el 2007, Alan Weisman, un periodista de Los Ángeles Time, dio a conocer un libro titulado The world without us. Al año siguiente se tradujo y se publicó en español como El mundo sin nosotros. El libro de Weisman parte de una premisa a la vez simple y alucinada: ¿qué pasaría con el mundo si, un día, sin explicación, sin mediar ningún conflicto, los seres humanos desaparecieran? En el primer capítulo, Weisman explicita este punto de partida: “Miremos a nuestro alrededor, al mundo actual. Nuestra casa, nuestra ciudad. La tierra que nos rodea, el pavimento que pisamos y el cielo que se oculta debajo. Dejemos todo eso en su lugar pero extraigamos a los seres humanos. Borrémonos a nosotros mismos y veamos lo que queda. ¿Cómo respondería el resto de la naturaleza si de repente se viera liberada de la constante presión que ejercemos sobre ella y sobre los demás organismos? ¿Podría el clima volver a ser como era antes de que encendiéramos todos nuestros motores? ¿Y cuánto tardaría en hacerlo?”

Martin A. La Regina

En el segundo capítulo del libro, Weisman describe la descomposición total, año a año, década a década, de una casa de campo, desde el primer día en que se la deshabita y abandona hasta que no quedan, cientos de años después, más que las piedras de la chimenea y algunas piezas cerámicas de sus baños. En el tercer capítulo cuenta qué pasaría con Nueva York si sus habitantes la dejaran vacía y los túneles subterráneos de trenes y autopistas se inundaran. Los capítulos dedicados a los plásticos que no se degradan, a las más de cuatrocientas plantas nucleares del mundo y a las ciudades subterráneas de la antigüedad –todos ellos legados humanos que estarán aquí miles de años cuando nos vayamos– son de una calidad informativa que supera la mera divulgación. De hecho, El mundo sin nosotros parece, por momentos, un poema en prosa, libre de toda ansiedad donde los experimentos con el tiempo y la autoconciencia pueden ser percibidos como un ameno ejercicio filosófico. Aunque por detrás de tanto esfuerzo imaginativo hay una clara intensión ecológica, Weisman nunca cae en el consejismo ni en la queja ni en el irritante llamado al compromiso militante al que nos tienen acostumbrados las ONGs. En todo momento respeta la consigna especulativa del “qué pasaría si no estuviéramos” y eso lo protege de excesos y arbitrarios repartos de culpas. De hecho, leer El mundo sin nosotros genera una tranquilidad que no es incómoda. El abandono de nuestro residual pero firme antropocentrismo y la momentánea supresión de nuestra pelea vertiginosa por la existencia produce un ligero arrobamiento, una inédita satisfacción.

Leticia Martin señaló un experimento similar, en otro soporte. Hábitat es una película del 2013 dirigida por Ignacio Masllorens. En cuarenta minutos, y de una manera muy prolija, Masllorens filma lugares sin gente, espacios reconocibles de Buenos Aires, pero vacíos de toda presencia humana. Lo que se ve es bello y un poco aburrido. La curiosidad ¿se transforma, por momentos, en morbo? Martin escribió sobre el film: “Un semáforo que se recorta sobre un edificio circular, dos perros vagando en una esquina, un ventilador encendido en una fábrica, cuatro bicicletas atadas a las columnas interiores del edificio de una facultad, una paloma atravesando la extensión completa de una inmensa terraza, autos que no pasan, colectivos y trenes que nadie espera, móviles que no se mueven, una bolsa atascada en un alambre, avenidas vacías, aulas vacías, un quirófano vacío, túneles, escaleras mecánicas que funcionan para nadie, fachadas que se repiten, puntos que se reconocen. ¿Serán lugares en los que alguna vez algo marcó la vida de alguien? Hábitat se abre de este modo en un sin fin de preguntas y especulaciones. El sentido empuja, busca otras imágenes para encontrar relaciones, se pierde en causas e ilaciones infructuosas y, mientras tanto, la mente no descansa en la vía de interpretar.”

¿De qué cargas psíquicas, de qué responsabilidades nos libera la lectura de Un mundo sin nosotros? ¿En qué se basa el atractivo de las imágenes que muestra Hábitat? Hagamos la pregunta de manera más directa: en un planeta sin seres humanos, ¿triunfaría el bien? ¿Esa sería la gran retribución por abandonarlo todo? Tratemos de sintetizar la idea general. Si nos extinguimos voluntariamente, no vamos a estar acá para disfrutar lo que quede, pero nos iremos con la certeza de saber que dejaremos atrás un mundo saludable y vibrante de vida, sin testigos ni testimonio, pero esplendoroso. El viejo dilema zen del árbol que cae sin ruido en el bosque porque no hay nadie ahí que pueda escucharlo no conmueve a la extincionistas. Más bien al contrario, los entusiasma. Así, de las muchas paradojas de esa voluntad la más llamativa quizás sea la de extremar la conciencia para luego anularla. Curiosamente, no se trata de un pliegue inédito en nuestra tradición filosófica. Ahora bien, como en la pornografía, lo que importa no es el resultado sino la fantasía. No vemos una película porno para aprender el amor o la procreación, no la consumimos para saber cuál es el destino del héroe, las ambiciones de la heroína, o el desenlace de la trama. En una porno, no hay moraleja, no hay conclusión. La vemos para excitarnos, para estimularnos, para fantasear. ¿La utopia de la regresión absoluta a cero puede darnos un erotismo similar?

Todo muere. Los hombres, las ciudades, los planetas, las estrellas. La muerte es una garantía desde el momento en que empieza la existencia. En ese punto los extincionistas son redundantes, tautológicos. El bonachón de Les Knight podría agregar que su proyecto de irnos definitivamente del mundo ayudaría a atenuar el dolor, pero se equivoca. El dolor también es una garantía de la existencia dentro o fuera de la ideología y la práctica de la extinción. Lo que se juega entonces es otra cuestión, es un descentramiento, el abandono del paradigma de la supervivencia y la excitación que eso puede producirnos. Nuestras fantasías incluyen cuerpos y también, no tan paradójicamente, incluyen la ausencia de esos cuerpos.

¿Es posible que la pornografía entre, entonces, en una fase de especulación filosófica, de ciencia ficción más allá de mujeres pintadas de verde marciano siendo penetradas por modelos disfrazados de astronautas? ¿No hay un ligero cosquilleo erótico en la indignación, en la denuncia, en la militancia por los derechos de los animales, en los cánticos contra la energía nuclear, en la aguerrida negativa a la industrialización? África nunca dejará de ser África y nuestras ciudades se disolverán en el tiempo. El orgasmo ya fue señalado como una “pequeña muerte.” ¿Podemos invertir los términos y habla de la muerte como un pequeño orgasmo? ¿Estamos tan lejos de la obscenidad estática del vacío humano? Hoy se percibe el despliegue de esa otra libido, la anti-libido, la anti-pulsión, la perversión más fría y total. Crece y de a poco nos acosa esa última paradoja asordinada, el enunciado fatal donde pueda leerse que perder las ganas de existir será quizás, en el futuro, lo que nos lleve al éxtasis.////PACO