I
Cuando le preguntaron a Martin Amis (Inglaterra, 1949) cuál era el tema de su literatura, el autor de Dinero (1984) y Experiencia (2000) eligió la masculinidad. ¿Pero qué es la masculinidad? En principio, algo más allá de la simple sociabilidad de los hombres, sus sensibilidades y sus deseos. Cuando se trata de masculinidad, lo que está verdaderamente en juego es el poder. El despliegue de una supremacía —que incluye lo sexual pero también lo biológico y lo social— desde el apogeo hasta la decadencia. La elección de Amis —autor de una obra que incluye todas las formas de escritura excepto la poesía— fue a partir de Lionel Asbo: el estado de Inglaterra (2012), su última novela traducida al castellano y la última publicada antes de The Zone of Influence, por salir este año. Después, la cuestión inefable del tiempo: la actual no es la mejor época para la masculinidad. Lo que predomina, de hecho, es el opuesto a la diferencia masculina: el valor de la igualdad. Así que la potencia subsiste bajo la sospecha de violencia (si no corporal, seguramente “simbólica”), la prepotencia se considera agresividad, la omnipotencia un atavismo de los monoteísmos y la impotencia un chiste trágico (que se puede resolver con Viagra para reiniciar el circuito). Como la masculinidad jerarquiza, discrimina y diferencia —y lo ha hecho a lo largo de millones de años—, la masculinidad insulta a la igualdad. Y en sordina, por detrás de la masculinidad, además, deambula con sus cadenas el espectro del patriarcado. No es una presencia que mejore las cosas. Con un estilo narrativo que según ha dicho el propio Amis se basa en “la ausencia del placer” —lo cual lo convierte también en un autor “sin talento”—, la literatura de J. M. Coetzee es otro documento de la misma cuestión. La masculinidad, sus significados y sus conflictos. Sus peligrosas inadecuaciones epocales.
Como la masculinidad jerarquiza, discrimina y diferencia, la masculinidad insulta a la igualdad. Y en sordina, por detrás de la masculinidad, además, deambula con sus cadenas el espectro del patriarcado.
Por estas últimas, sobre todo, y por su crítica contra el multiculturalismo después del 11 de septiembre —en los ensayos de El segundo avión (2008)—, y por el promocionado exabrupto contra los musulmanes —“tendrán que sufrir deportaciones y recortes a su libertad hasta que se ordenen”— y por el “sexismo” y la “misoginia” de la que lo acusan sin interrupción desde El libro de Rachel (1973), Martin Amis tenía que ser aleccionado al fin. Las críticas contra Lionel Asbo: el estado de Inglaterra son un buen testimonio del florecimiento de esa voluntad de igualdad cultivándose en los invernaderos mentales del progresismo anglosajón. “Una novela antigua”, escribió Kathryn Harrison en The New York Times, “en la que Lionel Asbo es una caricatura antes que un personaje”. “Una obra menor”, escribió Jonathan Barnes en el Times Literary Supplement. “La tragedia del satirista es que envejece”, escribió el crítico DJ Taylor en The Independent. En los términos del propio Amis, la elite de la balanza literaria se había propuesto dictaminar impotencia ante una amenaza de prepotencia.
II
Pero relacionada con la masculinidad, e incluso antes que la cuestión patriarcal, está la paternidad (a la que el discurso de igualdad, como un drone en manos descuidadas, a veces ataca sin mayor distinción). Hijo del escritor Kingsley Amis (1922-1995), la paternidad es una de las variantes de la masculinidad más recurrentes en la literatura de Martin Amis. La paternidad pensada como diálogo estético y también intelectual en el que una literatura y un linaje conectan el presente y el pasado a través de una experiencia compartida. Esa dualidad —otro de los temas de Amis— puede pensarse como el problema mismo del enfrentamiento perpetuo entre la repetición y la diferencia; la discusión entre las taras de lo meramente hereditario y los desafíos de la creación radical. Ese es el único asunto de La guerra contra el cliché (2001). Lionel Asbo: el estado de Inglaterra retoma las obsesiones de Amis. La fama más allá del mérito, la pornografía como opuesto de la imaginación —sobre todo en la cama—, la educación como abono del pensamiento —“leer es una técnica para la que se necesita imaginación, memoria, diccionario y sentido artístico”—, el amor entre un hombre y una mujer como única comunión existencial. Lionel es un criminal londinense de veinticinco años que vive entre el delito menor, el “comportamiento antisocial” —de donde se bautiza a sí mismo con la sigla ASBO (anti-social behaviour order)— y el encierro por temporadas en la cárcel. Sus únicos contactos afectivos con el mundo son dos pitbulls feroces —“dos misiles de músculos”— a los que emborracha con cerveza y salvajiza con Tabasco, y Desmond, su sobrino, un adolescente huérfano con más inquietudes intelectuales de las que puede satisfacer la torre hacinada de treinta y cincos pisos en la que viven en Diston. “Con su canal eructador, magmático, sus torres de alta tensión bisbiseantes, de poca altura, sus desechos llenos de zumbidos. Diston, un mundo de cursivas y de signos de admiración”.
Hasta que un día, en la cárcel, Lionel Asbo gana catorce millones de libras esterlinas en la lotería y se convierte en una celebridad nacional. “Supongo que esto prueba que Dios tiene sentido del humor”, dicen antes de liberarlo. Después de algunas exploraciones, Lionel se instala de manera casi permanente en el South Central Hotel, “con el grueso de su clientela integrado por ricos y famosos; y ninguno de ellos había llegado a serlo merced a un logro del espíritu. Lionel, al fin, había dado con sus pares”. En ese punto, la novela se recuesta en la voz narrativa de Amis —como en Campos de Londres (1989) o El tren de la noche (1997), su sello estilístico más allá de cualquier argumento— y lo que parecía un retrato de las clases populares se transforma en un taladro que vivisecciona a la sociedad inglesa desde los dos extremos. En términos de poder, en términos de capacidad para organizar la voluntad de los hombres y las mujeres y las cosas a su alrededor, catorce millones de libras esterlinas es muchísima masculinidad. Quien haya leído Dinero podrá recordar las posibilidades más inteligentes de la sátira cuando se trata de representar las neurosis y las ansiedades entre el mundo social y el mundo del capital. Y Amis también lo recuerda y por eso esta vez la resolución de ese asunto depende más de ciertas pinceladas de lirismo que de escenas de humor (que en Lionel Asbo: el estado de Inglaterra, por otro lado, hay, y mucho). Sentado en uno de los restaurantes más caros de Londres, mientras una guardia de fotógrafos lo espera, Lionel, que “a cierta luz y en ciertos entornos se parecía, según algunos, al delantero del Manchester United Wayne Rooney: no excepcionalmente alto y no obeso, pero excepcionalmente ancho y excepcionalmente profundo”, siente que los cubiertos se vuelven demasiado pesados en sus manos. “El mundo de la riqueza era pesado, y estaba muy enraizado en la tierra. Tenía el peso del pasado afianzándolo. Mientras que en su mundo, o sea, en Diston, las cosas eran…”
En términos de poder, en términos de capacidad para organizar la voluntad de los hombres y las mujeres y las cosas a su alrededor, catorce millones de libras esterlinas es muchísima masculinidad.
Para terminar con la comparación con Dinero y llegar a lo interesante de Lionel Asbo: el estado de Inglaterra es importante leer que para Lionel sus millones no son una preocupación —“A Lionel Messi le pagan por correr de aquí para allá por un puto campo de fútbol; a mí me pagan por estar con el culo en la silla”—, ni le preocupan las mujeres —“No me importaban. Me sentía absolutamente feliz con el porno”— ni lo que puedan decir sobre él los medios —“¿Han oído ustedes alguna vez una sarta semejante de tonterías egocéntricas?”—; lo único que le preocupa a Lionel Asbo durante trescientas cincuenta y dos páginas es cumplir, dentro de sus profundas limitaciones, con el rol de padre. Lionel quiere ser como un padre para su sobrino Desmond. Así que, ¿qué es Lionel Asbo: el estado de Inglaterra, en esencia? Una novela dickensiana, y por eso está plagada de referencias a Charles Dickens —Steep Slope, Blimber Road, Squeers Free, Cuttle Canal, Stung Meanchey, Jupes Lanes y un largo etcétera: las calles de Diston remiten a Dickens—, y también una novela satírica sobre el ocaso de Inglaterra como epicentro de Occidente —idea reconfortante para quien acaba de instalarse en Brooklyn— pero, sobre todo, Lionel Asbo: el estado de Inglaterra es una novela sobre la paternidad.
III
El asunto con la paternidad es que, integrada al territorio amplio de la masculinidad, tampoco se “resuelve” ni “mejora” en la búsqueda contemporánea de igualdad. La paternidad, en las novelas de Amis, y al fin y al cabo un poco más allá de lo literario, trata en realidad con el anverso de la igualdad. Así que mientras Desmond lucha por educarse y progresar, Lionel lucha por embrutecerse y permanecer. Y mientras Desmond encuentra en Dawn a una esposa cariñosa que lo acompaña, Lionel encuentra en Threnody a una arribista que lo parasita (y que publica Gigante tierno: los sonetos de Lionel, justo cuando la ternura pública de Asbo queda comprometida). Toda la comedia, el chiste en sí mismo, es a expensas de Inglaterra y la indivisibilidad de su alma, igual que un cuerpo no puede dividirse en órganos salvo en la muerte, claro, pero también forma parte de la doxa que ni el más ingenuo de los chistes lo es por completo (y que tiene una relación con el inconsciente, ese jardín donde para Amis crecen las novelas). Desmond, por ejemplo, “se sentía ligeramente enfermo” en presencia de su tío Lionel. “No incómodo. Enfermo”. Pero eso no disminuye la voluntad de Lionel de educarlo. “De las mujeres en general, Lionel a veces decía: dan más problemas de los que valen, si quieren saber mi opinión. ¿Mujeres? A mí no me preocupan las mujeres”.
La paternidad, en las novelas de Amis, y al fin y al cabo un poco más allá de lo literario, trata en realidad con el anverso de la igualdad.
Lionel Asbo, “una forma enorme y blanca, jadeando ásperamente, despidiendo un tenue vapor gris a través de la camiseta morada”, con sus cervezas Cobra y sus Marlboro encendiéndose cada diez minutos, quiere transmitir (lucha por transmitir, se esfuerza por transmitir, se angustia por transmitir) a Desmond una experiencia en forma de conocimiento. Y su esfuerzo persiste en la medida en que esa tarea representa una parte esencial del deber masculino. “Cilla (la madre de Desmond) era más brillante que un montón de monos juntos, según Lionel. Dotada, decían de ella. La primera de la clase sin esforzarse. Y se quedó preñada de tí. Estaba de seis meses cuando se examinó para el ingreso en el instituto. Y aprobó. Pero después, cuando llegaste, Des, se acabó”. El verdadero padre de Desmond, su “genitor perdido”, el hombre espectral con el que Cilla pasó unas horas y nunca más vio —excepto en un una plaza, por accidente, borracho hasta la inconsciencia—, era un negro de Trinidad y Tobago. Desmond lo llama imaginariamente Edwin. Su única herencia visible es el tono mestizo en la piel. “Aquí viene el manchado”, lo presenta Lionel cuando Desmond aparece a saludarlo en una de sus mansiones. Lionel, por supuesto, es ominosamente brutal (su propia filiación es de dudosa imputabilidad en Diston).
Su tragedia —la parte que Amis muestra a los lectores y que el propio Lionel percibe sin terminar de descifrar— es que esa brutalidad ominosa es su principal impedimento para… no lograr ser más que un antipapá, un contrapadre (y la verdadera tragedia de Lionel es su progresiva conciencia de ser la parte no controlada del alma, que también tiene su imperio, a espaldas de la parte que habla, a espaldas de Desmond). “El porno. Ya ves, Des, así son las cosas. Lo cierto es que no necesitas a las chicas”, dice Lionel cuando le presta su laptop por primera vez. “¿Chicas? Dan más problemas de lo que valen, si quieres saber mi opinión. Adelante, que lo disfrutes. Cuando vuelva a casa esta noche, estarás con un bastón de ciego en la palma peluda. Y una recomendación: Acabadas en la cara. Empieza con buen pie. Bueno, hijo. Feliz cumpleaños. Estoy contento de haber tenido esta charla. Ha aclarado las cosas”. Una educación viril: el traspaso de una experiencia. Cuando Desmond cumple diecisiete años, Lionel también le da una clase de manejo. “Desatendiendo calladamente los consejos generales de Lionel (adelantar siempre que puedas, tocar la bocina tan a menudo como sea posible, no parar jamás en las sendas peatonales, interpretar siempre que el amarillo significa vía libre), Des ahorró para el examen de manejo, se aprendió de memoria el código de circulación, ¡y aprobó a la primera! Era el modo en que al parecer los dos se las habían arreglado siempre. Lionel hablaba, Des escuchaba y hacía lo contrario”.
IV
Lionel Asbo: el estado de Inglaterra —como Todo está tranquilo arriba, del holandés Gerbrand Bakker— es también una novela sobre, como dice el propio Desmond, un padre que es una persona espantosa y sin embargo se quiere. “Pienso que estás haciéndolo muy bien, Des. Desde que te acogí bajo mis alas. Buff, cómo estabas cuando vine a rescatarte. Llorando para dormirte por la noche. Estabas… estabas siempre restregándote contra mí para que te diera un abrazo, como un gato. Y yo te decía: Fuera, sarasa. Fuera, mariquita. Si quieres mariconear para que te hagan una caricia, vete a la casa de tu abuela”. En términos de masculinidad: los conflictos de la omnipotencia y la impotencia, la potencia y la prepotencia. “La poesía explica la principal diferencia entre tu prosa y la mía; las otras podrían ser perfectamente generacionales”, escribe Martin a Kingsley en el epílogo de Koba el Temible: la risa y los veinte millones (2002).
“La poesía explica la principal diferencia entre tu prosa y la mía; las otras podrían ser perfectamente generacionales”, escribe Martin a Kingsley.
Entre Lionel y Desmond, sin embargo, no explota un problema material (por eso no es una novela sobre dinero) pero sí explota una “bomba de amor”. Mientras Lionel combina con Threnody la cobertura mediática de su aborto, Desmond se casa con Dawn y tienen una hija. “Una mañana de fin de semana estaban los dos en su hábitat reducido, Dawn en el balcón, leyendo, y Des en el pasillo, haciendo ejercicio. Des estaba en plena forma; dos veces al día, antes y después del trabajo, corría durante media hora por Steep Slope; y hacía cuarenta flexiones en menos de un minuto. ¿Por qué se empeñaba ahora en todo aquello? Porque era un hombre que iba a ser padre. Y su cuerpo, al menos, su instrumento físico, tenía que estar perfectamente preparado. La bomba del amor estalló el 29 de septiembre, a las 11.45 de la mañana. Y Des estaba en la zona cero. La enfermera de seguimiento del bebé se estaba marchando y Des la acompañaba hasta la puerta. Adiós, chiquitina, dijo la señora Gentleman, y se inclinó para pasarle el bebé a Des”.
Convertido en padre, Desmond empieza a prescindir cada vez más de Lionel. Y Lionel, por su lado, empieza a prescindir cada vez más del mundo (un mundo de catorce millones de libras multiplicadas en miles de millones gracias a la “cartera de inversiones” de sus asesores financieros). La masculinidad vuelve a redefinirse, la potencia de los hombres y su conocimiento se transforma. Desmond trabaja, cuida a su mujer y educa a su hija. Lionel no trabaja, golpea y pierde a su amante y a sus MILF —y a sus DILF— y también se deseduca a sí mismo. El último refugio de su voluntad paterna son sus dos pitbulls, Jek y Jak, brutalizados por la cerveza Cobra y la carne regada de Tabasco, salvajizados para intimidar a deudores por las calles de Diston antes y salvajizados para cazar ilegalmente zorros ahora. Ante un antipapá, ante un contrapadre, su naturaleza canina, sin posibilidad de discernimiento, sigue su curso. Y el curso, por supuesto, es masculinamente fallido. Cuando Lionel deja a sus perros encerrados en el balcón del departamento donde su sobrino vive ahora con su familia, Dawn ve cómo Jak monta a Jek. Y Jek monta a Jak. “Con las patas traseras temblorosas. No es que me importe. Mucho. Es la forma en que miran al bebé”. Y las masculinidades de Lionel y Desmond están por dar el paso final cuando alguien deja entrar a los perros. ¿Pero quién dejó entrar a los perros? ¿Quién, quién?////PACO