Las conversaciones entre escritores cuyas obras ya no necesitan del énfasis de la polémica ni de la discusión para reafirmar una mirada sobre el mundo –la “pelea por lo universal”, como la llama Martin Amis–, pueden transformarse en tibios intercambios epistolares sobre el arte y las sucesivas experiencias prácticas en el mundo del arte, como los que publicaron juntos el ganador del Premio Nobel de Literatura John Maxwell Coetzee (Sudáfrica, 1940) y Paul Auster (EE.UU., 1947) en Aquí y ahora (Anagrama/Mondadori, 2012), o pueden ser –con los matices de una afinidad intelectual menos sostenida por los protocolos de la amistad– monólogos casi individuales sobre la literatura y sus circunstancias, entrecruzados por la voluntad, a veces irrelevante o sorda, de un tercer interlocutor común. La literatura es mi venganza (Anagrama, 2014), compuesto a partir de un diálogo público entre Mario Vargas Llosa (Perú, 1936) y Claudio Magris (Italia, 1939), forma parte de esta última clase.
¿Qué es en la actualidad una verdadera novela? ¿Cómo funciona una obra de arte dentro del abanico de intervenciones intelectuales posibles en el mundo contemporáneo?
¿Qué es en la actualidad una verdadera novela? ¿Cómo funciona una obra de arte dentro del abanico de intervenciones intelectuales posibles en el mundo contemporáneo? ¿Cuáles son las fuentes estéticas e históricas a través de las cuales la literatura y los escritores, más allá de pruebas y errores, continúan creyendo en sus propias condiciones de existencia? Ante preguntas de esa gravedad, y ante las opiniones de uno de los escritores latinoamericanos más importantes del siglo XX, reconocido también por su intenso paso por la política peruana y por su celosa defensa del rol de los intelectuales en el mundo, es inevitable que la voz de Renato Pomba como moderador del diálogo, ocurrido originalmente en 2009 en el Instituto Italiano de Cultura de Lima, se transforme pronto en un prólogo evitable para llegar a las voces de Vargas Llosa y Magris. Y, al mismo tiempo, y sobre todo porque, en esencia, los dos coinciden en todos los temas, es también inevitable que la voz de Magris se transforme, a pesar de algunas agudezas propias, en el último prólogo para llegar, al fin, a la voz del ganador del Premio Nobel de Literatura del año 2010. Si la literatura es, al fin y al cabo, una venganza, sin dudas la venganza más interesante pertenece al autor de La tía Julia y el escribidor y Elogio de la madrastra.
Con la profesionalidad de un sesionista hábil para dejar en el aire el juego de notas necesarias para el despliegue de un compositor, Magris recurre por su lado a una correcta erudición europea salpicada con ciertos tics de literato –“la literatura tiene una gran función también respecto a la sociedad: hacer sentir, experimentar esta necesidad aventurera de crear cada vez un mundo nuevo”–, pero también a su experiencia como funcionario público en Italia para demarcar pronto uno de los puntos clave de la relación entre escritores y política. “Existe el intelectual que se entrega esencial y explícitamente a la causa pública –abre Magris la cuestión sobre los vínculos entre novela, cultura y sociedad– y existe el escritor que se halla esencialmente cautivado en el combate con sus propios demonios”. Tratándose de dos interlocutores serios –es decir, dos escritores que se toman la escritura en serio–, La literatura es mi venganza no deja de ser tampoco una mirada rápida sobre una caja de herramientas retóricas y literarias y, al menos en ese sentido, admite también una lectura puramente práctica. Es por eso que los “propios demonios” a los que se refiere Magris no son los lugares comunes representados por ningún sufrimiento insondable o alguna emocionante peripecia privada, sino la materia elemental del trabajo intelectual: el lenguaje. “El estilo y la lengua son radicalmente diferentes porque en un caso se trata de un lenguaje que quiere explícitamente definir, juzgar, defender o combatir, mientras que en el otro se trata de un lenguaje que quiere esencialmente narrar”, dice Magris sobre las diferencias de forma y estilo entre el ensayo y la ficción, un tema sobre el que se remite a su experiencia como autor de libros de uno y otro género como El infinito viajar y A ciegas.
Autor de novelas claves del “boom latinoamericano” como, entre muchas otras, La ciudad y los perros, estudios sobre literatura como La orgía perpetua y ensayos políticos como Sables y utopías, enmarcados en una sólida fe liberal como primer remedio posible contra los peores vicios de aquello que Ernesto Laclau llamaría “populismos latinoamericanos”, Mario Vargas Llosa no necesita demorarse en distinciones casi escolares. Su voz tiene, si no la fuerza de uno de los últimos, al menos la de uno de los más acabados intelectuales para los que la palabra, en la tradición de los pensadores y escritores más importantes del siglo XIX, puede representar todavía una función programática con efectos concretos sobre la realidad del lugar donde se enuncie y se escriba. “Las historias nos entretienen, nos divierten, nos producen placer –dice el autor de Conversación en La Catedral–, pero también nos educan para adoptar frente al mundo real una actitud censora. Cuando leemos una gran novela y descubrimos qué perfecto es todo ahí en ese mundo inventado, donde incluso lo imperfecto y lo feo son perfectos en una novela lograda, y luego regresamos a nuestra pequeña existencia cotidiana, es imposible que no nos sintamos defraudados, desencantados, cuando cotejamos la perfección de la ficción que acabamos de vivir y la realidad del mundo al que hemos vuelto. Eso produce en los lectores, lo sepan o no, un desasosiego que al final termina siendo una crítica frente al mundo en que vivimos”. Pero si la literatura es una venganza y la venganza más exitosa le pertenece a Vargas Llosa, ¿es exactamente una venganza ante qué?
Es la politiquería, dice Vargas Llosa, las discusiones menores y meramente oportunistas, lo que por momentos parece tomar el lugar de la verdadera política en el horizonte de los compromisos de muchos escritores.
Otra vez es Magris el encargado de prologar la cuestión con elegancia. “Hoy la civilización está bajo la amenaza de dos peligros, Escila y Caribdis. Por un lado –dice el italiano–, el peligro y el miedo de la globalización, o bien de una supresión y una nivelación de todas las diversidades, de todas las identidades; por el otro, como reacción a este miedo, una regresiva fiebre de identidad, un cierre visceral, agresivo y autodestructivo en la propia peculiaridad”. Si la novela aún tiene una función, Magris y Vargas Llosa coinciden en que la de servir como herramienta para interrogar la verdad de aquellos puntos huecos que se esconden bajo el tejido de cualquier realidad social y cualquier poder en apariencia absolutos es la fundamental. “La ficción, cuando es lograda, consigue ese milagro: expresar la totalidad, el hombre como razón y como sinrazón, como fantasía y como historia, la realidad y la irrealidad, lo material y lo espiritual, toda esa compleja madeja de contrarios que es el ser humano”, insiste Vargas Llosa, para quien, después de casi medio siglo como escritor y otro tanto como político profesional, la idea no es, por otro lado, ninguna novedad. Sin embargo, las circunstancias políticas del presente parecen obligar al ganador del Nobel a insistir. Es la politiquería, dice Vargas Llosa, las discusiones menores y meramente oportunistas, lo que por momentos parece tomar el lugar de la verdadera política en el horizonte de los compromisos de muchos escritores. El riesgo de ese error no es otro que el de anular el poder de la imaginación y de las palabras: interrumpir la posibilidad de una “venganza” –e incluso subordinarse por ignorancia o desidia– ante aquello que funciona mal en el mundo. “La actitud de distanciamiento y crítica frente a la realidad ha sido el motor del progreso y la civilización. Por eso todos los regímenes que han intentado controlar la vida desde el nacimiento hasta la tumba han tenido desconfianza hacia la literatura”, dice el autor de Pantaleón y las visitadoras.
¿Cuáles son entonces las consecuencias de una literatura escrita al margen de toda perspectiva y compromiso político? Para Magris la pregunta podría matizarse con un apartado distinto: ¿qué ocurre cuando los escritores –y no precisamente los malos escritores– se comprometen políticamente con las peores causas?
¿Cuáles son entonces las consecuencias de una literatura escrita al margen de toda perspectiva y compromiso político? Para Magris la pregunta podría matizarse con un apartado distinto: ¿qué ocurre cuando los escritores –y no precisamente los malos escritores– se comprometen políticamente con las peores causas? ¿Qué pasa cuando la peor política se transforma en el motor de la mejor literatura? “Hay muchos ejemplos desconcertantes de grandes escritores que han cometido errores políticos catastróficos y que nos ponen en guardia contra el atribuir de por sí al ejercicio de la literatura una profunda comprensión de la política”, explica Magris antes de repasar los casos de Luigi Pirandello (1867-1936) y su solidaridad con el fascismo de Benito Mussolini, o las simpatías del noruego Knut Hamsun (1859-1952) y el francés Louis-Ferdinand Céline (1894-1961) con el nazismo de Adolf Hitler. “La democracia, como afirma Mario –dice Magris–, naturalmente tiene en sí misma mucha falsedad retórica; sus proclamaciones de libertad, de dignidad, de derechos son o por lo menos suenan a veces como una fanfarria enfática respecto a la cruda inmediatez de la vida. Pero no advertir, bajo esta ostentosa y convencional retórica, la esencial verdad humana de la libertad y de los derechos para todos es mucho más miope e ingenuo que ver solamente aquella prosopopeya”. A una sana distancia del pesimismo inconducente y del entusiasmo vaciado de cualquier contenido, nutrido por el valor de una larga experiencia reconocida no solo por algunos de los logros culturales más destacados en las lenguas castellana e italiana, sino también por miles de lectores en todo el mundo, La literatura es mi venganza insiste en repetir una pregunta concreta cuya resolución inmediata reclama la atención de cualquiera de los escritores del presente o del futuro a su alcance. ¿Qué pasa cuando los “esfuerzos por controlar el mundo de la fantasía y de la invención” tienen cada vez menos “ciudadanos críticos” que enfrentar?//////PACO