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La distopía macrista

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Leer los titulares con los que La Nación intenta maquillar el fracaso económico de Cambiemos es un ejercicio a veces chistoso y por momentos sombrío. Noticias que buscan alabar las propiedades nutritivas de la harina de grillo o incluso los oscuros beneficios de morir se indexan y se agrupan en redes sociales bajo el hashtag conveniente de “militando el ajuste”. Según esta lectura, los artículos buscan traficar una difusa idea de consuelo, estoicismo ante la crisis y valor de la vida austera, mediante pequeñas alternativas a la miseria de la recesión. Explicaciones mágicas como “las crisis de los años pares” se alinean con propuestas de navidades austeras y el poder de la imaginación de una caja de cartón. Si todos esos titulares habitaran una misma realidad concreta, aunque sea literaria, el mundo proyectado sería de contornos irreales, fantasmagóricos, un mundo salvaje y sucio, casi de ciencia ficción. El ejercicio de pensar ese mundo, juntar los titulares, mezclarlos, e imaginar los personajes que podrían habitarlo es seductor. Hagámoslo.

El escenario sería una Buenos Aires polvorosa, llena de obras de trenes elevados, de puentes, de parques sin césped y licitaciones a medio terminar entre el arreglo y el sobreprecio. Una ciudad sucia donde los indigentes se apilan en las calles como los cuerpos de una peste y los pocos ciudadanos que quedan en pie practican la única táctica posible: la indiferencia. Desde los edificios se proyectarían enormes publicidades de aerolíneas Low Cost. En una de ellas aparece el CEO de Flybondi enumerando las razones por las cuales conviene pagarle por volar.

En un ventana vemos a un abuelo sentado frente al televisor en su pequeño departamento de 18m2. En la tele se proyectan las tribunas de un estadio de fútbol. Según vemos, puede rondar los ochenta años, tal vez un poco menos. Parece cansado. Junto a él hay una silla de ruedas y una caja de Glovo. En su celular, con letras gigantes para que sus ojos cansados puedan leer, mira lo poco que le pagan por repartir desde su silla algunos paquetes, en su mayoría medicamentos, a otros ancianos. Tal vez si sigue trabajando pueda comprarle una caja de cartón a su nieto para Navidad.

En otro ventana, de otro edificio, una madre prepara la cena para su hijo. Tal vez la hija del abuelo. ¿Quién sabe? Tuvo que faltar al trabajo porque la niñera compartida no vino. Por esa falta su jefe le va a descontar un día de salario emocional. Era una pena, realmente lo necesitaba. No sabe bien por qué, pero la recesión del año par la afecta anímicamente. No tiene mucho en la heladera, pero por suerte había visto en LN+ cómo preparar una ensalada de tierra. Al parecer es sano y light. La tierra, por suerte, la consigue en los canteros de la calle y los gusanos los compra en la carnicería de la esquina. Todavía le queda un poco de pan de harina de grillo. Con eso estaría bien.

Le lleva el bowl del almuerzo a su hijo, que juega en su cuarto con los juguetes alquilados que mes a mes le llegaban a la puerta de casa. Por el padre no tiene que preocuparse, está en el living tirado en posición fetal, en sus vacaciones mentales, y no les avisó cuándo vuelve. La madre mira a su hijo comer y el niño sonríe con barro en la boca. Pueden escuchar la ciudad, con sus bocinas, sus alarmas, los gritos de la población. En la ciudad todo parece muerto y, sin embargo, todo chilla. Lo único vivo son los humanos y no tienen mucho que decir, solo gritar.

Por supuesto que estas divagaciones son exageradas, pero si esta fuera la realidad proyectada por La Nación, entonces, ¿qué es lo que están maquillando? Un retrato pesadillesco, por lo menos distópico, pero tal vez el más cercano a la verdad de la experiencia del macrismo. Ya Werner Herzog decía que el camino a la verdad no es el camino de la realidad sino el camino del arte: la literatura social que los grandes medios de comunicación vuelcan ante nuestros ojos todos los días. Nadie escribió, todavía, la gran novela del macrismo, y tal vez sea tarde, porque La Nación nos está ahorrando el trabajo////PACO

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