La favorita de Francisco, primera nouvelle de Andrés Nani que publicó valientemente en plena cuarentena Milena Caserola, es por varios motivos una gran novela, pero primeramente lo es por su tentativa más sincera, más -cabe la palabra- visceral: es una novela contemporánea, viva, sobre el movimiento obrero industrial bonaerense. El autor se atreve a las miserias, los arrojos y tropezones del sujeto histórico así, como es. Toma un pulso que conoce taquicárdico. Y siendo como es una advertencia revive un trazo abandonado por la nueva narrativa en Argentina, más permeable a los estatales, oficinistas y profesionales. En días de ensayismo arduo sobre el teletrabajo, La favorita es una novela sobre el trabajo “esencial”. Narrar o describir, ofertaba Luckács. Bueno, narrar. “A la Divina Comedia de Dante le faltó un infierno. Un infierno donde todo lo que exista sea una fábrica. Sin praderas, sin desiertos, sin montañas; sin ríos de agua, lava o sangre” escribe Nani, necesariamente panfletario.
El Pipa es un obrero metalmecánico que cae en la inutilidad de una tarea inerte. Hacer nada. Condenado a estar en “la fosa”, “que era como una fosa donde un condenado a muerte espera el castigo”, el operario pasado de rosca trama un plan sencillo, macabro, que lo excede porque activa, con inocencia entrañable, la maquinaria perversa que reagrupa al resto de las maquinarias. La de un régimen social en descomposición. El Pipa venderá cocaína en la fábrica. Lo hará sin piedad, enredando toda la planta. Sus cómplices: el crecido Brea, el lento y sudoroso Satriano y el quejoso y opulento Shagy, dimensiones varias de la improductividad.
La favorita es, por su encare, una novela grotesca. Identifica a la poesía como una especialización del lenguaje común para desenvolver una palabra “carnosa” -adjetivaría Viñas-, pegada al instante y por eso siempre extrañada, evocando un contratiempo social, una crisis que se conjura desde la literalidad del concepto. “El secretario general le planteó que se sentía agraviado por la negligencia en la organización del acto (´sos un tremendo pelotudo´), abriéndose en la intimidad de sus pensamientos (´Nunca había conocido a alguien tan inútil, que no sirva para una mierda´)…” sigue, como en espejo, la escena. El humorismo tiñe a los personajes de una carga arquetípica: desde el miserable gerente general con dudas espirituales al delegado burócrata servil, desde el religioso rescatado de los excesos al viejo sabio y misterioso que preconiza la confusa rebelión, todos dibujan un mapa social bien definido, sobre el que se pretende intervenir. Y del arquetipo se transita al símbolo. Lo señaló sencillo uno de los editores, que puso la silueta del Papa argentino en la portada: “Si para Marx ´la religión es el opio de los pueblos´, La favorita de Francisco es una representación aguda de ese postulado”.
Como en un trip de falopa, la enseñanza es la más simple y cruel, que aunque subir parece fácil cuando ya se está en los sótanos, volver a bajar será siempre más doloroso. En la metáfora de la droga (que no es fetichista, sino genéricamente guiada: el libro se inicia con una cita exitista y cínica de Enrique Syms) Nani logra una buena primera novela porque traza el contacto algo urgente entre literatura y movimiento obrero: una máquina de anticipación para un inminente colapso social. “Prender fuego todo” es, en La favorita de Francisco, más que una imagen bien lograda una alegoría del ánimo que recorre a los trabajadores que mueven, con sus cuerpos, el corazón de la industria nacional////PACO
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